Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

50. AL AMPARO DE LA LEY ( GODIRASA)

Encontró sobre su mesa, alineadas en perfecto orden, las fotos del recital macabro. Le bastó una leve ojeada para que su estómago se revolviera y acudiera a su boca un vómito que ahogó con un chillido silencioso. La evidencia, ante sus ojos. Una vez más atrapada en su pasado.

No debió confiar en nadie y menos en él. Ya era demasiado tarde.

Lo había planeado desde la distancia emocional, empleando días y noches de vigilia, evitando caer en los restos de un pasado tormentoso no cicatrizado. Pero, falló.

Recordó el titular del periódico de hace un mes y cómo se sintió al comprobar que todo salía según lo previsto : “SECUESTRO DE UN FAMOSO EMPRESARIO VINCULADO CON LA MAFIA ”. Era él, sin facciones en su rostro deformado, pero aún con ese gesto arrogante. Se encargó de mostrar aquellas pistas que la desvincularan del delito y poder culminar su venganza enquistada durante décadas.

Sin tiempo para dejar su placa y arma,  la puerta se abrió y dos agentes uniformados la detenían por asesinato. Antes de salir de su despacho, vio el cabo suelto de su fallida gesta.

49. El poder de una negación

Siempre cena rapidísimo y, engullendo el último bocado, se transforma en rayo hasta su habitación.

La madre le da dos minutos y va a echar un vistazo.

–Otra vez la cama vacía –no pregunta, asevera Julián, su hermano doce años mayor que la chiquilla.

–Sí, ya está dentro de la foto de papá.

–¡Cómo me gustaría tener esa facultad!

–Y a mí, pero ella fue la única que no creyó que había muerto.

48. CAZA FOTOGRÁFICA (Enrique Ferrer Pérez)

 

—¿Dónde ha ido tu hermano?

—Se ha bajado a fotografiar a los pájaros.

—¿Otra vez está con esas manías suyas? Más le valía hacer algo de provecho.

 

Portaba un saquito de tela repleto de trozos de galletas rancias y migas de pan seco. Conforme avanzaba, esparcía el improvisado alpiste, atrayendo a gorriones y palomas. Estas últimas eran sus predilectas, pues sus pequeños competidores en rara ocasión permitían ser fotografiados cómo a él le gustaba. Marcando un camino totalmente premeditado, condujo a su séquito de aves hasta un paso de cebra muy transitado y vació allí la mitad de la bolsa que le quedaba.

 

—Tenemos que hablar.

—¿Qué pasa papá?

—No puedes seguir así.

—¿A qué te refieres?

—¡Sabes perfectamente de lo que te hablo! Esas malditas fotos. ¡Tienes que dejar de hacerlas!

—¿Qué tienen de malo?

—¿De verdad no ves que tienes un problema?

 

El hombre extendió las fotografías sobre el escritorio como prueba de sus palabras. Eran retratos de pájaros muertos.

47. NO RECUERDO SU NOMBRE

 

Era pequeña, esbelta, tenía una sonrisa agradable y los ojos del mismo tono de verde que los de su hermana mayor, mi compañera de oficina.  La primera vez que salimos a bailar, la besé, pero mantuve la conversación en un tono divertido e intrascendente como escudo para no comprometerme. Así y todo, esa noche terminamos en su cama.

Vivía en un apartamento mínimo, donde la cama sin pretensiones y una mesita de luz con portarretratos y  lámpara, eran todo el mobiliario. En las paredes casi desnudas, sólo colgaba un óleo muy colorido que, según me dijo, ella misma había pintado.

Cuando fue a apagar la luz, la convencí de dejarla encendida y, siempre con la luz, lo continuamos haciendo una o dos veces por semana. En nuestras acrobacias, muchas veces adoptábamos posiciones en que nuestros rostros quedaban separados y una noche ella descubrió que mientras la poseía, mi atención estaba en otro lado.  Fue la noche en la que al levantarse se le cayó el portarretratos, el que me apresuré a devolver a  su lugar.

Para nuestro siguiente  encuentro, había desaparecido el portarretratos  con la fotografía de su hermana. Esa noche me fui más temprano. Y no volví nunca más.

46. Procesador Fotográfico de Comportamiento Temporal

El Departamento de Justicia Experimental del Ministerio del Interior aplica la ley siguiendo el método diseñado desde que empezó a utilizar el controvertido Procesador Fotográfico de Comportamiento Temporal, conocido como TBPP (Temporal Behavior Photo Processor) por sus siglas en inglés. El procedimiento, muy criticado por su formulación paradójica, se basa en dos principios: el hecho irrefutable de que lo que tiene que ocurrir en el futuro va a suceder de manera ineludible, sin que ninguna circunstancia pueda modificarlo; y el propio TBPP, que puede registrar, analizar e interpretar trillones de conexiones neuronales de cualquier asesino convicto, de forma simulada, aunque extraordinariamente precisa, a partir de la digitalización de miles de fotografías tomadas de su rostro. El TBPP es capaz de descubrir, con una fiabilidad del 100 %, según numerosos estudios encargados a universidades independientes y las estadísticas anuales del experimento, si el sujeto sometido a observación habrá vuelto a asesinar en el futuro. Si la respuesta es negativa, es decir, que con toda certeza dicho sujeto no será responsable nunca más de una muerte violenta premeditada, la justicia dictamina su ejecución inmediata. Sin embargo, cuando esta es afirmativa, al asesino pendiente se le permite, de manera inevitable, que siga viviendo.

44. El eterno pasado (Antonio Bolant)

Hace tiempo que amigos y familiares sólo existen sobre una mesa, revueltos en trocitos de pasado inerte a los que el oscilar del péndulo de un reloj de pared proporciona un tenaz contrapunto. Sentado frente a la mesa, el anciano sostiene uno de esos recuerdos en sepia. No deja de acariciarlo con su pulgar, con la misma cadencia del péndulo, mientras sus pensamientos viajan tan hondo que no advierte que el reloj se ha parado al tiempo que las imágenes de las fotografías han comenzado a moverse: tiovivos y norias que giran, gente caminando por las aceras, ramas mecidas por el viento… Tampoco se da cuenta de que el paisaje tormentoso de la foto que sostiene empieza a relampaguear, ni que, refugiados bajo un porche, rostros nunca olvidados sonríen bajo el vaivén de su pulgar.

Cuando el péndulo reanudó su oscilar tras el fulgor de un último relámpago, el anciano ya no estaba allí.

Las facturas no tardaron en echarle de menos, pero sólo una cama deshecha y cacharros por fregar atestiguaban su presencia anterior. Repararon en las fotografías de la mesa, pero desde nuestra dimensión les resultó imposible observar cómo dentro de ellas se estaban sucediendo los reencuentros.

43. AMOR SUBMARINO

Con pudor  confesé  esta historia a  mis amigos, pero su  sonrisa suspicaz me hizo desistir del relato.  Sin la prueba de una fotografía,  enamorarme de una sirena tenía todas las papeletas para que me diagnosticasen algún tipo de esquizofrenia.

Tras el ataque japonés a Pearl Harbour, decidí enrolarme dispuesto a salvar a Europa de Hitler. Se acercaba la Navidad de 1941, jóvenes soldados besaban a sus novias. Multitud de fotos recuerdan las  despedidas antes de subir al crucero USS Indianápolis. Abrazos eternos como la eslora del barco.

Entonces,  aquella chica rubia me abordó, sonrió enigmática  y dijo:           

Bésame como si quisieras ahogarme. Veo en tus ojos que deseas mis labios. Hazme sentir que soy de carne y hueso.  No quiero volver al mar, pero si zarpas en  ese barco… te seguiré.

Cuatro años después,  mientras miraba por la barandilla del barco, descubrí entre las olas su rostro. Nadaba veloz acercándose al casco y gritó  ¡busca un salvavidas, rápido, se acercan  torpedos japoneses! Dos explosiones retumbaron a estribor. Conseguí un chaleco.  Se hundió en minutos. Mil  marineros perecieron.  El capitán del buque no me creyó entonces, pero yo, transcurridos setenta años, sigo intentando que alguien crea que un beso me salvó.

 

42. Fotos (Susana Revuelta)

En la bolsa de rafia, de cuadros blancos y rojos, metió todas sus cosas y todavía le sobró sitio. Se habría llevado también el brasero, pues empezaba a sentir humedades en los huesos. Y el butacón, que aunque con algún muelle roto y lleno de quemaduras de cigarrillo, ya había cogido la forma de su cuerpo y dormía ahí muy a gusto.

Pero al asilo solo podía ir con lo imprescindible: el transistor del que no se despegaba nunca, el gabán descolorido, las mudas más nuevas y el jersey de rombos. Con la ropa que llevaba encima tendría para quita y pon. El tabaco de liar lo había escondido abajo de todo. Y, por supuesto, las fotos de la estantería de la mansarda sin baño ni cocina, donde se había refugiado hacía un tiempo, y sobre la que iba a ejecutarse una orden municipal de derribo.

La de la boda era su favorita. Y la del bautizo del primer hijo, la del verano en Benidorm, la de todos posando felices junto a un Ford Fiesta azul. ¡Cuánta compañía le habían hecho estos últimos años! Ojalá, pensaba mirándolas con cariño, hubiese tenido él una familia así.

41. Los ojos de Manuela (Rosy Val)

«Esta tarde les oí hablar en la cocina. Mamá decía que al volver del mercado se había encontrado con el niño de la casona —creo que se refiere a ese que nació tan malito, el que llevaron a curar al extranjero—. Que iba con un señor que trabaja en su casa y que le lleva a todos los sitios. Que se imaginaba —por la funda de violín que llevaba en la mano—, que iban a clases de música. Y hablaron de ti, de lo mucho que te gustaba la música. Igual que a mí. Pero que nosotros no podíamos permitirnos esas cosas. Dijo que tenía mi mirada. Y la tuya. Que sus ojos eran bellos y claros como el día, igual que los míos. Y los tuyos. Entonces mamá se puso a llorar y papá la consolaba. Que no llorase, que nada podían hacer, que los que tenían dinero y abogados eran ellos, que ya era hora de olvidar que habían pasado diez años… qué casualidad, pensé, los mismos que hace que desapareciste tú. Te quiero mi gemelita, buenas noches».

Besa la manoseada foto y la guarda en el cajón junto a las ganas de que un día aparezca. 

40. LO QUE EL TIEMPO SE LLEVÓ

Se reían de ti siempre que, con simulado rubor, sacabas la foto en blanco y negro que guardabas en la cartera; un apuesto joven frente al mar del que, según tú, fuiste pareja en los años cincuenta. Cuando te alejabas, los dedos índices de algunos giraban sobre la sien, y otros sin consideración te gritaban loca. Nadie desconocía que el hombre de la foto era un famoso actor.
Cuando en la televisión anunciaron su muerte, las lágrimas mojaron tu vestido y luego, como una niña sonreíste, en el momento en el que un periodista mostró una foto en blanco y negro que el actor guardaba en su cartera; una joven rodeada de cámaras y ramos de flores, aplaudida y divinizada por el éxito de su última película.

39. CAPTURA DE UN SUEÑO

Aquel día de verano de 1945 se casaron”. Ambos miran con afecto al anciano. “Lo que le brillan los ojos, como si las reconociera”. “En esta, un año antes, pasean cogidos de la mano por la orilla del Sena; ella se quedó prendada del “beau espagnol” que vio por primera vez sonriendo abiertamente encima del tanque”. “Fueron muy felices aunque él no lograra su sueño».

El niño se queda pensativo y sin decir nada corre hacia su ordenador, volviendo al rato con una foto que coloca en el álbum; en ella un soldado encaramado a la Cibeles, ondea una bandera republicana, agosto 1947.

38. NOVIAS DE FOTOGRAFÍA (Ginette Gilart)

Después de una travesía que se hizo eterna y no sin contratiempos, por fin el barco entró en la bahía de San Francisco. Hacía semanas que mis compañeras de viaje y yo habíamos dejado nuestro Japón natal para ir al encuentro de los que serían nuestros futuros maridos, durmiendo hacinadas en camastros en la entrecubierta. Al llegar al puerto nos instaron a bajar rápidamente; con mi petate en una mano y la foto de mi prometido en la otra descendí por la pasarela mirando el muelle donde una masa de hombres esperaban impacientes.
Por medio de un megáfono clamaban los nombres de las pasajeras para que acudieran al control: «Yoshiko Omiya, Hana Uchida…, Shizuko Kudoh». Al oír mi nombre me dirigí al puesto a entregar mi documentación. Fue entonces cuando me presentaron a mi novio.
Un anciano desdentado, arrugado como una uva pasa, que por lo menos me doblaba la edad, se acercó a mí con ademán de ayudarme. Nada que ver con el joven apuesto de la fotografía que posaba ante un flamante coche.

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