Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

18. EL GRAN DIRECTOR (Edita)

 

Desde que mis padres nos llevaron a la plaza del pueblo a ver el teatrillo ambulante, supe para qué había venido a este mundo. Estoy convencido de que en Calanda nací dos veces: cuando mi madre me parió y ese día que descubrí el cineasta que llevo dentro.

Aunque vivimos lejos, regresamos cada verano a nuestra querida tierra turolense, el lugar perfecto para desarrollar mi talento. Con precariedad de medios, imaginación a granel y mis seis hermanos menores como elenco de actores voluntarios, sobornados si es preciso, monto teatros de sombras aprovechando las sábanas del tendal a contraluz. Ellos van pasando por detrás y actúan a mis órdenes.

Esta tarde, mis gritos exagerados hacen asomar la cabeza de nuestra madre por la ventana, y acude rauda a proteger su ropa blanca impoluta. Todos escapamos a tiempo menos Alfonso, que aguanta petrificado el chaparrón. Cuando ya me creo a salvo en el mejor escondite, aparece mi padre (no sé cómo) y me lleva de una oreja ante la dramática escena:

─No le riñas al pequeño que la culpa es toda de este artista.

─¿Otra vez con tus fantasías, Luis? Recuerda que te apellidas García y no Buñuel ─sentencia ella, rotunda.

 

17. MIRACOLO (Susana Revuelta)

Ni por asomo se le habría ocurrido a nadie llamar «lamparones, cagarruta y pis» a las manchas del sudario… hasta que vino la signora Albertina desde Palermo a visitar a su sobrino el obispo.

Nada más llegar se puso a curiosear por el patio, y al ver las sábanas y toallas agitándose al viento en el tendal se quedó maravillada. Eran de un blanco tan inmaculado que cegaban. Ya preguntaría a las monjas qué le echaban al agua para conseguir ese albor. Pero luego, cuando entró en la iglesia, se cabreó muchísimo al descubrir aquella tela toda sucia dentro de una vitrina. Obsesiva con la limpieza, porfiada y medio sorda, no oyó lo de la santidad de la sábana y urdió un plan para esa misma madrugada.

En cuanto se aseguró de que no había luz en ninguna de las habitaciones, bajó a la capilla con un trozo de esparto y una garrafa de sosa cáustica. Pero el aleteo de un ser translúcido, surgido como por ensalmo del retablo, y al que Albertina confundió con un tábano descomunal, hizo que olvidase su misión y saliera persiguiéndolo por el claustro, por los jardines, dando bastonazos al aire, intentando espachurrarlo.

16. MALDITAS MINAS (Jesus Alfonso Redondo Lavín)

Junto a la fuente del Cerizo, bajo la Iglesia de Santiago, en el barrio de la Quintana de Orejo, hay un lavadero. Ya nadie lava allí, pero se mantiene visible y limpio de maleza por el cariño nostálgico de los vecinos del concejo. Es más, no es extraño encontrarse a paisanos con garrafas de plástico surtiéndose de la fuente para llevarse el agua de aviar cocidos montañeses y bebida, supuestamente milagrosa, para sus enfermos.

Muchos días de los veranos de mi infancia los pasé en los alrededores de aquel lavadero, mientras mis primas y tías cepillaban las boñigas de los pantalones de los hombres y tendían sábanas añiladas y pañales sobre la hierba o al viento en el tendal.

Todo queda en el recuerdo. Dejé de ser niño, pero siguieron lavando.

Fue su segundo verano en tierras de Cantabria. Le recibieron de nuevo, como el año anterior, sus papás españoles y le seguirían acogiendo hasta que cumpliese la edad en la que ya no le fuera permitido salir del poblado de jaimas saharauis.

─ Akil, obedece, te ha dicho el médico que tienes que llevar la prótesis de la pierna durante todo el día. Cariño, tienes que fortalecer el muñón.

15. Infancia de un genio (Ginette Gilart)

Otra reprimenda se ha llevado Pablito, ha manchado la sábana tendida al sol con sus manos llenas de barro dibujando no sé sabe qué.
No lo puede evitar cuando ve un lienzo blanco a su alcance algo le empuja a rellenarlo.
—En lugar de tantas regañinas no será mejor apuntarle a un taller de pintura —aconseja la abuela.

13. “HÁGASE”, DIJO ÉL…

Desde entonces, existo y soy. Viajo rápido— trescientos mil kilómetros por segundo— y mi edad es incalculable— tengo tantos años como la distancia que recorra en trescientos sesenta y cinco días.

Estuve ahí, en la prehistoria y en el fuego, alumbrando al hombre de las cavernas. Ahí, tras la pantalla de papel, con las sombras chinescas. En el obturador de la primera cámara y en el haz de la primera película.

Estuve ahí, en los rayos equis, revelando vísceras y huesos, y estoy aquí, en la foto, con las sombras del niño y de su madre estampadas en la sábana y en mí.

“Hágase”, dijo Él. Desde entonces existo y soy. Luz es mi nombre.

©Mariángeles Abelli Bonardi

12. Alternativa nº37 para sobrellevar mi fin del mundo (Nota: solo quedan dos más en la lista)

Ayer decidí mudar mi universo a la despensa. Aunque no tiene ventanas —que eso ayuda bastante—, he tenido que sellar la puerta para convertir este espacio en una piscina de galaxias. A ratos la ilumino con una bombilla de sesenta vatios, incandescente, y así juego a ser Dios. Basculando el interruptor paso del día a la luna nueva. Nada que ver con los ocho minutos que los rayos del Sol tardaban en llegar a nuestra terraza y bañar la piel de Yolanda. Esto es inmediato; amarillo, negro y vuelvo al amarillo con el que moldeo su silueta femenina sobre la pared. Orbito mis brazos alrededor de la trayectoria ideada por el filamento, como en el teatro chinesco de un eclipse. Aunque no me queda más remedio que abandonar mi refugio para ir al baño. Preferiría vivir allí —por pura comodidad—, pero es imposible aislarlo por la claraboya del techo. Antes de salir de esta despensa, arranco la cinta americana de las rendijas y me pongo la careta de soldador para protegerme de la luz, de los millones de lúmenes que se cuelan con el ruido callejero. De ese resplandor tan brillante como la oscuridad y que ilumina todo de recuerdos.

11. SOMBRA DESVAÍDA (Purificación Rodríguez)

Han pasado años, pero todavía recuerdo aquella bronca, mamá. Atardecía, y tú estabas tan enfadada conmigo por mi última travesura que no reparaste en que yo, como me ocurría últimamente, estaba ya muy lejos, viviendo la escena como un espectador aburrido de asistir, una y otra vez, a la misma función.
Y yo no reparé en que esa regañina iba a ser la última y que ya no vería más tu dedo amenazador, ese que, al final, nunca me dejaba sin mi postre favorito.
Te llevó por delante un coche inoportuno cuando cruzabas la carretera con tu habitual prisa distraída.
Y hoy, te echo tanto de menos que, en mi memoria, yo soy la sombra desvaída que deberías ya ser tú.

10. En-tender

Lunes, día de colada. Le pregunté a mamá que por qué se decía «colada», y me explicó algo sobre ceniza y agua hirviendo, pero no la entendí del todo. También le pregunté si los martes no podían ser días de colada. Me dijo que no, que si quería poder utilizar las cuerdas de Maruja, nuestra vecina, para tender, tenía que lavar el lunes. Una especie de acuerdo entre las dos.

—Son más largas y más altas que las nuestras, y para las sábanas es mejor —precisó.

Era fácil de entender, no como lo de la ceniza para blanquear.

—Y por eso quieres mucho a Maruja y le diste un beso con lengua —cavilé en voz alta.

Entonces mamá escupió la pinza que apretaba entre sus labios, igual que cuando escupo las coles que son un asco.

—Deja de inventarte cosas —me gritó—, o te lavo la lengua con agua hirviendo y ceniza.

Luego se puso a llorar, y antes de que le preguntase que por qué lo hacía, me señaló dos o tres motitas negras en una de las sábanas.

—Ves, crees que está todo impecable y mira, mira… cagadas de mosca.

 

 

09. CUANDO ABRES LA VENTANA Y VES BRILLAR EL SOL (María José Viz)

¡Niña, no pongas tus manos sucias en la ropa tendida! Estas sábanas de lino de organza son delicadas, pero es hora de que sepas que también reflejan años de humillación. Tú eres muy pequeña, por eso desconoces que estos bordados tan hermosos encierran demasiado dolor. Tu abuela se dejó la vista en tan minuciosa tarea. La señora nunca estaba satisfecha con su trabajo. Madre falleció y a aquella vieja bruja también le llegó su hora, pero la esperanza de un renacer se frustró cuando su hija tomó las riendas de su despiadado mandato. Tú y yo, Anita, dormimos con un áspero cobertor sobre nuestros cuerpos, mientras que los señoritos disfrutan de la suavidad de estas sábanas que clarean al sol recio de la meseta.

Mírala cómo nos observa tras la ventana, ¡la muy harpía! ¿Sabes que te digo, hija? ¡Coge más barro y frótalo con todas tus fuerzas por la colada! He pensado que si seguimos aquí esta blancura nos volverá el alma muy negra… ¡Corre, Ana, no te detengas! Es momento de alcanzar nuestra ansiada libertad.

08. CAMBIA EL TIEMPO

Uno de los juegos preferidos de mi amigo Pablo era adivinar el tiempo que haría. Se le daba tan bien que hasta don José, el párroco, le consultaba antes de sacar en procesión a la Virgen de los Dolores el día de la patrona. Pero con lo que más disfrutaba era cuando toda la pandilla jugábamos al escondite en el tendedero de su casa y él aprovechaba para disfrazarse con la ropa recién seca de su hermana. Escondidos entre las sábanas que se clareaban al sol a todos nos sorprendía lo bien que le sentaba, sobre todo la minifalda roja.

En vacaciones íbamos casi todos los días, y nos divertíamos hasta que nos pillaba su madre, que, cara a cara, le suplicaba que dejase de hacer aquello, porque no le gustaba a su padre, ni a ella tampoco.

Un día, siendo adolescentes, abandonó el pueblo, y no volvimos a saber nada de él hasta hoy, cuando uno pronunció su nombre en la taberna mientras señalaba la televisión. Boquiabiertos pudimos comprobar que era cierto, que allí estaba, completamente vestida de rojo, pronosticando que hoy, en su tierra, la borrasca del atlántico descargará rayos y centellas.

07. Tendederos

Desde mi envidiable perspectiva, veo el contraluz que dejan los rayos del sol al acariciar los perfiles de nuestra casa. Mi hijo da de comer a las gallinas, al tiempo que mira cómo descuelga la ropa su madre. Un gesto con la mano, acariciándose la mejilla, le sugiere que se le escapa alguna lágrima; pero ella, al sentirse observada, lo transforma en un saludo a medias. En el horizonte aún permanece el rastro que dejaron los caballos de los blancos que vinieron a visitarme anoche. Por el otro lado del camino, después de dar un rodeo para que el pequeño Sam no se percate de su presencia, mi padre se acerca sigilosamente, apoya la escalera en el tronco de nuestro único árbol, sube con cuidado, me besa, y saca su navaja para cortar la soga en la que dejé mi último aliento.

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