Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
0
7
horas
1
8
minutos
0
1
Segundos
1
8
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

83. EL TREN Y MI MIRADA.

Al entrar en el compartimento me encontré con la pareja apaciblemente dormida. No había nadie mas, por lo que puede observarlos sin prisa.

Los brazos de él, la rodeaban y sus manos unidas como hebilla de cinturón bien ajustado. Ella, recostada en su pecho como junco inclinado, aun dormida, parecía saber que se encontraba segura y protegida.

Tenían una edad, por lo que pensé que su vida habría tenido varias etapas, como estaciones tiene el tren.

La niñez, tan importante, la juventud, tan preciosa y la madurez que es la suma de las dos anteriores y por fin, la otoñal, la dorada, que nos avisa y nos dice lo breve que es la vida.

Seguro que tendrían, como todo el mundo, vivencias alegres y tristes, duras y suaves, como balsa en el impredecible mar.

Volver a los diecisiete, después de pasar un siglo”

Se me vino a la cabeza la letra de aquella canción que tanto me gustaba de Violeta Parra. Si pudiéramos volver, seguro que seguiríamos tropezando, pero quizá no tanto con la misma piedra.

La pareja seguía dormida y pensé. Hay mucho que ver y sentir. Todo es mejor cuando alguien te da calor y guarda tu sueño.

82. EL TESORO

Una foto es un instante congelado. Una lágrima de tiempo o una gota de su rocío: triste o alegre, según, pero siempre detenido e inalcanzable.

“¿Qué llevas ahí?”. No contestó. En realidad ya nunca hablaba. “Ah, es una foto, ¿a ver?”. Se la quitó de las manos. La chica se arrugó; igual que la foto en la mano del muchacho. De pronto sonó el timbre y él perdió todo el interés: la tiró al suelo y salió corriendo a clase. En medio de la marea de gritos y niños poniéndose en fila, ella recogió su foto y escapó al baño: allí, con la seguridad del pestillo echado, la estiró obsesivamente sobre su pecho una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez…

La llamada del colegio sorprendió a la abuela poniendo la lavadora. Cuando llegó a recoger a su nieta la encontró hecha un ovillo en secretaría. Cogió su mano, le ayudó a guardar la foto en la mochila y, deshaciendo con amor ese nudo nervioso y triste en que se había convertido, se la llevó a casa.

Una foto es también un tesoro cuando es lo único que nos queda después del incendio.

81. Cruce de vías

Siempre ha tenido miedo a las travesías largas; pero él la convence de viajar en tren. Comprensivo, le ofrece el campo junto a la ventana. Su esposa reclina la cabeza sobre el hombro de él. Al ponerse la máquina en movimiento, el viejo rememora esos cincuenta años de matrimonio.  El frac impecable. La noche de bodas. Los tres hijos. El bautizo de su primera nieta. Un terrible estruendo hace que el tren de recuerdos se descarrile. Sus brazos se desabrochan del cuerpo de ella. En ese instante, surge una memoria inédita. De un tiempo en que ni siquiera eran novios. Discutían dentro del auto. Él frenó de improviso para callarla con el latigazo del cinturón de seguridad que nunca se puso;.en su lugar, la joven chocó contra el parabrisas. El ruido de cristales rotos y el aroma a sangre lo traen de vuelta al vagón volcado. No localiza a su mujer. El revisor afirma que viajaba solo. El anciano insiste en seguir buscando hasta que encuentra, entre las esquirlas de vidrio, el recuerdo degollado de una esposa que nunca tuvo.

80. Vagón en vía muerta (Virtudes Torres)

El tiempo ha pasado inexorablemente para mí. Soy viejo, estoy achacoso, me jubilan. No han bastado los remedios con los que, especialistas de una u otra materia, han tratado de recuperarme. He de ser consciente de que a todos nos llega el momento en que debemos de ser apartados para dejar paso a las nuevas generaciones.

No se piensen que esto lo digo con pesar, tampoco es tristeza lo que ahora siento. Puestos a sacar lo mejor de todo mi pasado me quedo con todos los recuerdos que, día a día, siempre cumpliendo con la labor que se me había encomendado, he ido atesorando.

En mi retiro recordaré viajantes cargados de maletas y otros ligeros de equipaje, rememoraré historias de amor, de desamor, besos, llantos, miedos, sonrisas, suspiros; llegarán hasta mí caritas angelicales y rostros arrugados por el paso del tiempo. Todos estos recuerdos quedarán grabados en mi piel y, sobre ellos, aquella última escena, aquel beso entrañable, de los dos enamorados antes de ser detenidos y devueltos a sus residencias.

79. Sangre de su sangre (Vicente Fernández Almazán)

La primera vez que te vi, sentí la alegría del desierto bajo la lluvia. Había saltado al tren estacionado junto a la tapia, dispuesto a recuperar el adoquín preferido de mamá. «Se me escapó», mentí. Recuerdo tus ojos aterrados inspeccionando la ventanilla rota y el silbato del maquinista, antes de bajar a tierra. Te deseé tanto, que me prometí descerrajar a pedradas el convoy de las 6:30 de cada martes. Desde entonces, sólo sueño con atravesar juntos el gollete del tiempo, grano a grano, como la arena volteada en los relojes. Gracias a que mamá estaba detrás. Ella me aconsejó practicar mucho para afianzar mi puntería y calcular mejor la alineación correcta de los vagones al pasar. Eso, y saber esperar. ¡Y vaya si aprendí!: desde cantos de granito y mármol labrado, hasta crucetas de hierro forjado; de todo lancé, con tal de clausurar vías y cercenar rumbos… ¡Y aquí estás al fin!, tan callada y tan pálida y, no empero, eclipsando este bullicio de raíles desvencijados. Tan guapa que, hasta mamá, vestida con su pareo negro y su risa seca, trepó a los despojos de la locomotora como un Lawrence de Arabia, para aullar orgullosa su nuevo recuento.

78. 1995 (MARIA JESÚS BRIONES ARREBA)

Bodas de oro. Mismo recorrido y paisaje de invierno, no el mismo tren.
Sara, apoya la cabeza sobre el hueco del hombro de él, erosionado por el peso del violín. Todavía percibe el sonido quejumbroso de cada cuerda. confundido con los gritos:

-Excedente humano.

Sus miradas acuosas se cruzaron aquel «Mayo del 45», cuando las alpargatas de esparto carcomido se amontonaban en las entradas a las duchas y de fondo se escucharon pisadas militares de botas bostonianas.

(Este relato no participa en el concurso)

77. ¿Dónde estoy?

Los días que voy a una estación de tren lo hago para encontrarme con algún indeciso de los que anhelan poner un final literario a su vida, con uno de esos borrachos que merodean por allí tambaleándose entre los andenes, con un niño distraído…, con cualquiera al que baste dar un empujón hacia las vías en el momento preciso.

Pero hoy, mientras espero junto a los viajeros la llegada del expreso, una pareja de ancianos que no dejan de sonreírse ha tropezado conmigo. Nunca desatiendo los dictados del azar, y por eso los he seguido hasta el interior del vagón, donde vigilo cómo se acomodan.

El viaje es tan tranquilo que terminan por dormirse abrazados. Para entonces he decidido que con ellos sea un infierno. Que recuerden que puedo destruir una felicidad cuando quiera. Presiono mi mano sobre la cabeza de la mujer hasta que el traqueteo monótono y fluido del tren se detiene de forma brusca en la siguiente estación. Ambos se despiertan sobresaltados y ella pregunta:

–¿Dónde estoy?

El hombre cree que aún sigue adormilada, pero yo sé que sus recuerdos ya han empezado a enredarse, igual que mis dedos huesudos entre su pelo.

76. Fotos de perfil

En nuestras calles borramos los números de las puertas y pusimos fotografías. En algunas aparecemos ataviados con disfraces estrafalarios, de espaldas, viendo un amanecer a contraluz, o tapándonos la cara. En otras mostramos un perro, la luna, manos entrelazadas, o fachadas anónimas con ventanas de colores. Detrás de cada una se esconden dos tipos de historias: las que queremos enseñar y las que ocultamos, para evitar visitas que alteren nuestra rutina. A veces, un despistado se pasea buscando a algún conocido, pero, después de arrugar el entrecejo ante nuestras imágenes, mueve la cabeza de un lado a otro mientras se marcha derrotado por la incertidumbre y la extrañeza.
Los últimos que adquirieron una casa fueron Paco y Margarita. Nos contaron que sus familias y amigos los abandonaron, y estaban seguros de que nadie vendría a verlos. Tras pedir permiso, les dejamos que colocasen su foto más actual, a pesar de no estar camuflados. La revelaron en la estación donde pararon a comer y a reirse, imaginando las caras y carreras del personal del asilo al descubrir sus camas vacías. Poco después, reanudaron el viaje hasta nuestro barrio, donde llegaron, tras descarrilar el tren, en un abrir y cerrar de ojos.

75. Deuda saldada

Ella aun pudo enfocar unos minutos los árboles que discurrían por la ventana. Su mente quería capturar la imagen, pero todo empezaba a resultar lento, muy lento. Cuando el revisor llegara en la mañana, quizás pensara en dejarles dormir un poco más, y ¿después?… ¿Qué diría la prensa? “Un hombre y una mujer, al parecer amantes, se encuentran muertos en el tren sin signos de violencia”. A primera vista, sus cuerpos enlazados así lo confirmarían. Enseguida, sin embargo, sus identidades alertarían sobre su condición fraternal y durante unos días especularían sobre el tema en la prensa del corazón. Ya daba igual; desde el momento en que él le ofreció hacer el viaje definitivo, “el que nos debe la vida”, ella entendió. Durante unos días han dejado de esconderse, han paseado de la mano y se han mirado a los ojos en plena calle, sintiéndose una pareja como las demás.

Anoche, cuando regresaban a sus vidas, ella agradeció la copa de vino que ambos compartieron.

74. CRUCE DE VIDAS (Javier Puchades)

La familia entera ha acudido a despedir a los abuelos. Todo son abrazos. Solo Juan, el mediano de sus hijos, murmura entre dientes: Ya era hora. María, la mayor, llora desconsoladamente. Sus nietos enarbolan una pancarta con un colorido: Os echaremos de menos.

Suben al vagón y ocupan sus asientos. Como equipaje tan solo portan un sobre, cada uno. En su interior, unas pegatinas con su nombre y la dirección de uno de sus hijos.

Durante el viaje no dejan de abrazarse. Ella, con la mirada perdida a través de la ventanilla, va dejando fragmentos de su vida agazapados tras los árboles que pasan. Él se atormenta con una pesadilla recurrente: todas aquellas cosas que podría haber hecho y que no pudo o no quiso hacer.

El convoy se detiene al llegar a un cruce de vías. El revisor avisa que falta poco, que se preparen para apearse. Instintivamente, como un resorte, todos los ancianos se abrazan con mayor intensidad.

Antes de proseguir la marcha el tren hacía su destino final, deja pasar a una locomotora que arrastra un único vagón, cargado con cientos de urnas etiquetadas con pegatinas como las que ellos llevan en sus manos.

73. LA ESPERANZA DE UN TIEMPO NUEVO

El cansancio hizo mella en nuestros viejos cuerpos. Atrás dejamos duras vivencias, tiempos oscuros y peores recuerdos.
Por fin, a salvo, en este destartalado vagón de tercera, logramos relajarnos y dejarnos vencer por el sueño.
Aquí he vuelto a sentirme protegida, reposando mi hombro sobre el tuyo. Y he regresado, aunque solo sea en mis pensamientos, a nuestro pequeño apartamento de Moscú, donde llevábamos una vida apacible y feliz.
Pero eso ocurrió, antes de que tú, una eminencia en energía atómica, te negases a compartir tus terribles descubrimientos con el Ejército ruso.
Ese fue el inicio de nuestra desgracia. A ella le seguirían las degradaciones profesionales, las presiones de todo tipo para intentar doblegarte y, finalmente, tu envío al Gulag, en Siberia.
Gracias a tus contactos con intelectuales extranjeros conseguimos que nos deportaran a Alemania del Este. Desde allí, en este viejo tren, espero que al fin alcancemos la libertad…

72. Billete de ida (Blanca Oteiza)

Como en un viaje en tren, nos acurrucamos viendo pasar el paisaje. A veces verde, otras estéril como la vida que se termina. Frente al ataúd el canto de los pájaros ajenos al dolor, rompen el silencio del llanto. Nos abrazamos fuerte mientras se cubre de tierra su cuerpo inerte.
Como en un viaje en tren, subirá más allá de las nubes y se reunirá con papá. Nos acurrucamos para seguir contemplando el paisaje, ahora ya sin guía ni faro dónde mirar.

Nuestras publicaciones