Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

55. Manual para no enamorarse

La tarea no es fácil, pero intente mantener unas reglas simples. Procure alejarse de las salas de fiesta, de los amigos solteros, de la primavera. Si se cruza con una joven por la calle (una que usa un perfume distinto), cámbiese de acera. Si, sentado en un parque, ve a esa muchacha delgada y con el pelo largo leyendo en el banco de al lado, levántese y huya. Puede ir al cine, a museos, a la iglesia, pero siempre en las horas menos concurridas, más anodinas. Evite sesiones nocturnas.

Aun así, puede que, paseando por el muelle, se fije en unos pies descalzos que oscilan suavemente sobre el agua oscura, como el péndulo de un hipnotizador. Acaso recuerde esos pies más tarde, puede que por la cadenita roja del tobillo. No es habitual llevar una pulsera en el tobillo, razona usted; es lógico que le llame la atención, piensa, esa pulsera; entra quizá dentro de lo posible que ocupe su pensamiento día y noche, que sueñe con ella, que vuelva una tarde y otra al mismo lugar del muelle, esperando encontrarla de nuevo, atado el pensamiento a esa cadena sin poder liberarse de ella, porque ya es demasiado tarde.

54. LA PLAYA DE LOS DESEOS

Justo antes del amanecer, en esa hora difusa en que nada es lo que parece, sus pies, adornados con abalorios de otras tierras, se dejaban balancear por el vaivén del agua, y el resto de su cuerpo, de piel cobriza y sin ropaje alguno, reflejaba las últimas luces de la noche. A todo lo largo de la playa se podían ver siluetas semejantes, desnudas y con piel de avellana, pero solamente la suya tenía esa tersura sensual y apetecible.
No tardarían en llegar los veraneantes más madrugadores, de modo que, acercándola hacia mí, alivié con ella en un breve jadeo mi forzada abstinencia.
Cuando el cielo comenzó a clarear, me despedí de ella y recorrí con mis manos todo su cuerpo, terminando con un lento adiós, besuqueando los dedos de sus pies, menudos y arrugados. Ya era hora de marcharse, la oscuridad era compinche, tanto como rival era la luz.
Todo había ido bien, las olas de la noche trajeron a la costa los restos de un naufragio sin supervivientes para una orgía sin testigos ni acusados.

53. SITTING ON THE DOCK OF THE BAY

Perfectamente simétricos, hasta la arena pegada en la planta y ocupa en el pulgar de ambos pies, destacan sobre la oscuridad del mar. La pulsera del tobillo izquierdo, rompe el equilibro y da un toque ambiguo que me produce desazón. No debo moverme, puede que debajo de la superficie haya vida que esté mirando con apetito mis dedos.

Así pensaba tras su largo paseo diario, sentada en la escollera, escuchando música en su walkman. Un leve repunte del oleaje, algo mayor de lo que el espigón permitía, le llamó la atención. Se quedó inmóvil, como si esperara que subiera la marea  hasta limpiarle los pies y el ánimo. Vio como el agua se ennegrecía, los barcos buscaban el horizonte y el graznido de las gaviotas se tornaba amenazador. El nivel del mar subió, sin que nunca llegara a mojarla, a pesar de que el agua cubrió sus pies, rodillas y hombros, hasta sumergirla en el profundo silencio que acompaña al ocaso.

El viento arreciaba y sintió frío. Se levantó silbando unas notas de despedida. Cuando la canción acabó habían pasado cincuenta años.

52. Recuerdos

Sentados uno al lado del otro. Mirando al infinito mar. Sus piernas cuelgan sobre el abrazo salado de las olas al espigón. Detrás, la vida lejana de la ciudad. Atardece.

Me gustas…

¿Qué?

… por lo que me permites recordar.

¿Qué dices? ¡No te entiendo!

Me gustas por los recuerdos que me permites revivir. Por la posibilidad de volver a soñar. De reír de nuevo, de querer vivir, conocer gente  y salir de mi rutina. Me gustas por lo que me recuerdas que era antes…

No te entiendo. No sé lo que quieres decir. No…

No deseo nada más. No puedo pedírtelo. Mi falta de valor impedirá que me separe. Mi edad tampoco ayuda y, por encima de todo, tu juventud…

¿¡Mi juventud?! ¿Qué cosas estás diciendo?

… revosas energía y aún tienes muchas experiencias por vivir. Una historia conmigo te cortaría esa posibilidad y esa resposanbilidad no la quiero. Y tampoco te podré dar todo aquello que aún deseas conocer y hacer. Has de volar. Vivir. Experimentar la vida. Conocerla.

¡Vete a la mierda! Eso no lo decides tú. Me voy.

Sólo quedan dos piernas en el espigón. Dos piernas que lloran. Dos piernas que desean desaparecer en el mar.

Anochece.

51. Premonición (Esperanza Temprano)

Sentada en el malecón imagino caminar sobre la alfombra que el agua teje bajo mis pies, mientras veo una moto que se acerca a gran velocidad por la carretera, derrapa en la curva y su conductora sale despedida estrellándose contra el guardarraíl. En ese momento mis piernas se hunden en el agua a la altura de las rodillas y ya no consigo dar un paso. Después me despierto sudando y angustiada y compruebo que es la misma pesadilla de siempre solo que, esta vez, estoy en un hospital y a pesar de que estoy moviendo los pies no consigo adivinar sus perfiles bajo las sábanas.

50. VACIARSE

Sentada en el bordillo del estanque, Candela se vacía. Gota a gota resbalan de su corazón a sus pies los pesares. No debió engañar a sus seres queridos diciendo que se iba de viaje; ni romper con Marcos por asegurar que la vida sigue. Alegrarse de la lumbalgia que impidió a su vecina visitarla y dejar que la desidia se cobrase todas las plantas de la casa, tampoco estuvo bien.
El agua es ya de un gris plomizo. Con el último «plof» se propone encender el teléfono, subir las persianas, despintar de azul la habitación y donar los juguetes.
Pero hay una gota que va creciendo conforme rueda hasta su vientre, que se detiene en su pubis y avanza hasta llegar a los pies, pero en lugar de caer, retorna diamantina hasta alojarse allí donde el corazón se tornó cuna.

49. Abuelofobia (towanda)

Afirma mi terapeuta que, en este instante, la mitad de abuelos del mundo duerme. Eso me tranquiliza aunque, segundos después, siento escalofríos pensando en los que siguen despiertos.

Mis pies han crecido mucho, casi quince años, pero mi mente permanece enfangada en mi niñez. En puertas cerradas. En manos dibujando mensajes en mi piel; en dedos lengua labios gateando sinuosos entre mis piernas, recorriendo como procesionarias mis intimidades de lactante. En el perverso juego de los secretos; en una puerta abierta por sorpresa. En el esbozo de sonrisa de mamá avisando para la cena; en su desgarrado grito; en su llanto loco que terminó empañándole el juicio… En papá. En su escopeta corriendo desdibujada. En aquel ensordecedor disparo.

Necesitaba regresar al lago. Al embarcadero. He conseguido acercar los pies al agua. Significa un gran avance. Si me esfuerzo, puedo recrear un mapa en blanco. Acelero sístoles. Sosiego diástoles. Pero, de inmediato, adquieren protagonismo estampas macabras que me torturan desde entonces: las manos, el humo oliendo a pólvora, aquella piedra enrojecida del parterre, la sucia soga que anudaron a su cuello, el abuelo arrojado hacia la más negra sepultura… Y papá saltando tras él. Masticando un infierno que no supo adivinar.

48. ÚLTIMA CARICIA

Llegué al malecón cuando apenas amanecía. Me senté lejos de los pescadores con la caja a mi lado. Colgué mis piernas, como un guiñol dejé que empezaran un débil balanceo. Miré mis pies que dibujaban reflejos de sol en el agua. Era un día de otoño limpio como nuestro primer beso, ¿recuerdas?, nuestros labios inconscientes se buscaron cuando llegaba el autobús. Limpio como el vestido de novia, ¿recuerdas?, desafíamos al sacerdote, desoímos consejos, y llevé un vestido blanco con nuestro hijo dentro.Limpio como el parquet del piso nuevo¿recuerdas? lo inauguramos bailando nuestra canción favorita. Limpio como el juego de sábanas bordadas con nuestras iniciales. Limpio como el día en que nuestro hijo embarcó para hacer su vida lejos. Limpio e infantil como tú y tu mirada vacía del último año. ¿Recuerdas?, te cogía la mano, la besaba confiando en que mis caricias estuvieran en tus recuerdos. A veces, durante escasos minutos me recordabas y decías con lágrimas – mi vida -. Acallo mis pensamientos, seco mis lágrimas, abro la caja. Entre mis dedos te deslizas al limpio mar.

47. Soñando despierta (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

¿Y si la madre Tetis convirtiera en cola de sirena mis piernas?

Sería maravilloso aletear en el fondo del mar, en las Canarias, levantando tras de mí nubes de arena, haciendo tirabuzones con mi cuerpo dejando que los sebadales pulieran los brillos de mis escamas. Y en el Mediterráneo, sensual, arrastrarme entre los filamentos suaves de las posidonias que peinaran mis cabellos y lamieran mis pechos.

Aquí, en esta bahía, buscaría asubio en covachos, bajo los acantilados del Palacio o del faro, aunque, cada mañana, los graznidos de las gaviotas me despertaran en el puntal. Después, en la bocana, trastearía entre los pecios que tempestades, guerras o la mala estiva hundieron en tiempos de Maricastaña.

Pastorearía rebaños de delfines desde Pesués a Oriñón, haciéndoles cabriolar envueltos en sus chasquidos entre espumas de galernas. Y en las noches de verano, desde los tajamares del puente contemplaría las luces de romería de San Vicente de la Barquera. Y luego, en penumbra, resquilaría, ora nadando ora a pie, el río Miera para besar los labios de bronce del hombre pez.

─ ¡Susana, hija, estás pasmada! Espabila, cálzate las sandalias. Vamos, que ya va a salir la lancha de Pedreña. Arrea, que no espera.

46. Fetiche (Susana Revuelta)

Fue verla entrar por la puerta y caer rendido a sus pies. Al principio metafóricamente, claro. Se llamaba Vanessa. No le pregunté el nombre, qué va. Fue la vieja que iba con ella quien refunfuñó:

—Tacones ni de coña, Vanessa, que pareces un pato mareao con ellos.

Vanessa, Vanessa, paladeé. Anduvo merodeando por las estanterías, cambiando de sitio los zapatos, revolviéndolo todo, y yo detrás, ordenándolo otra vez. ¡Ay, Vanessa, reina mía! En cuanto se hubo decidido, se giró y dijo «eh, tú» y yo acudí presto y feliz a su lado. Después no sé qué pasó, porque nada más entrar en su campo magnético perdí la noción del espacio y el tiempo. Un trance delicioso. Recuerdo ofrecerle una silla, arrodillarme, quitarle una chancla, sujetarle delicadamente el tobillo y deslizar en su piececito, cual Cenicienta, una sandalia de charol negro. Lo siguiente fue despertar de un zapatazo en la sien.

—¡Mamaaa, este tío asqueroso me está chupando el pinrel! —gritaba mi diosa.

Y la bruja, con mirada asesina:

—¡Tú eres gilipollas o qué!

Y tirando de mi Vanessa, Vanessa, salió dando un portazo

Después, lo de siempre. Carta de despido y vuelta a buscar empleo en otra zapatería.

45. Soy una buena persona (María Rojas)

Relajada, con los pies al aire, se quedaba absorta en el ondeo de la tela.
Repentinamente, su pensamiento salía desbocado y guiándose más por el corazón que por la cabeza, atravesaba el Atlántico y se plantaba con el vestido de flores gastadas en el patio de los abuelos.

El señor Morton la cogía por el brazo y ordenaba:
—Venga pa’ acá morena, ahora vamos a nuestro asunto.
La llevaba hasta la mesa, en la que extendía las armas. Ella las revisaba y con tino de asesina y las manos del hombre en su cintura, las iba probando.
—Mira con qué ferocidad brillan estas atrapamundos. Dinero, poder, sexo y violencia —decía Morton.

Ella dejaba los fierros en el armario de la habitación de los niños de las madres imposibles. Los colocaba pegaditos a la caja del instrumental quirúrgico, con el que realizaba con profesionalidad las intervenciones.
En las tardes, entre trapos ensangrentados, iba borrando los números de las armas. Cuando la luz se volvía tenue, veía brincar los corazoncitos de los infantes desperdiciados, como brincan los peces atrapados en una patria tiránica e inaccesible

44. Crónica conmemorativa (Rosy Val)

Le dejará la mochila en la entrada con el almuerzo dentro –hoy toca bocata y pera—, puede volver de repente y olvide llevársela a la escuela. 

Igual que cada mañana se asomará al mar. Le buscará entre las olas, querrá saber si antes de bañarse se mojó la nuca y las muñecas. 

Colocará su cubierto en la mesa, un mediodía más, por si aparece con un apetito voraz. 

A la hora de la merienda escalará montañas. Gritará su nombre, lástima que el eco ya afónico no tenga ganas de réplica. 

Calentará su cama, como si no intuyera que esta noche también la pasará fuera, y por si vuelve hecho un Adán, ropa limpia, como si no supiera que donde está no necesita vestimenta.

Antes de acostarse le dejará las llaves bajo el felpudo, por si aún no ha aprendido a traspasar puertas y mojará su almohada imprecando al cielo y le lloverán ángeles, a cientos: Yéremi, Jonathan, Sonia, Amy, Mariluz, Gabriel…

Entrada la madrugada se quedará dormida. Por muchos sueños que pasen nunca entenderá por qué se lo han robado.

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