Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

85. Sincronías

A Martina la primera sangre le vino el día en que se produjo el terremoto. Como siempre había sido una niña especial e hipersensible sus padres comentaron esa coincidencia sin prestarle mayor atención. Sin embargo, cuando a partir de entonces empezó a sangrar con puntualidad invariable y al mismo tiempo que sucesivamente tuvieron lugar, mes tras mes, la erupción del volcán, las inundaciones, el incendio, el huracán y el impacto del asteroide, se sintieron más inquietos. Consultaron al pediatra, que restó importancia a sus temores y alivió la conciencia de una compungida Martina. Dijo que esas sincronías eran algo habitual, propio de su naturaleza femenina, que si contase las que había visto en la sanidad privada nunca lo creerían, que se tranquilizasen y dejaran de preocuparse.

Aunque… quizá no sean capaces ni puedan evitar un creciente desasosiego cuando:

Cinco días antes de que llegue su siguiente periodo un compañero de clase le tire de las trenzas y la llame «Fea».

Cuatro días antes llore sin consuelo durante toda la noche.

Tres días antes le sacuda un fortísimo dolor en el vientre.

Dos días antes la fiebre le suba a 40º.

Un día antes su cuerpo comience a sufrir convulsiones. Incontrolables.

 

84. ¿Y ahora qué?

La vida no devuelve los comodines que has gastado. Me ha costado llegar hasta el final del juego para descubrirlo pero ya solo me queda guardar las cartas. Aquí los naipes no se recogen de forma ordenada en una caja más o menos conservada por el paso del tiempo. Las reglas, al parecer, son muy distintas.

Llevo un discurso aprendido que, aun siendo fiel a mis propias convicciones, no sé si seré capaz de reproducir en voz alta, aunque lo repito una y otra vez a medida que me acerco a lo que hoy solo me parece una casa de papel, tristemente ennegrecida por el humo de un incendio provocado de forma voluntaria por ti.

Y ahora, al abrir la puerta, una única realidad quema un suelo que soy incapaz de pisar. Siento cómo me invade el olor animal de tu piel y, al ver la sombra de tu silueta reflejada en la alcoba, es cuando dudo: reír o llorar, hablar o callar. Una y mil preguntas se disipan en mi mente, pero un «qué» taladra mi voluntad.

En este momento debería barajar y elegir entre: roja, quedarme y abrazarte o negra, dejar las llaves y salir corriendo.

 

83. Llorar por no reír (Mónica Rei)

Acudió al velatorio como el resto de sus compañeras de la fábrica: animada por sus jefes. Cuando ella llegó la fila de afligidos daba la vuelta a la manzana, todo muy sobrecogedor, muy dramático. Según se acercaba al ataúd donde el Almirantísimo descansaba, por fin, de cuerpo presente, decidió darlo todo y, deteniéndose delante de la caja un segundo más de lo que estaba permitido, se plantó con solemnidad, luego comprimió con fuerza todos los músculos de la cara y por último armó uno de sus mejores pucheros, el que le había copiado a Manolito. Lo intentó con todas sus fuerzas, pero lo de la lágrima, pensó, era para profesionales.

82. Será un paréntesis

Cuando está triste ríe, para parecer contenta. Cuando está alegre llora, para no presumir. Y canta, queda, cuando me coge la mano. Y baila, calma, cuando se acerca a la ventana. Y me besa, lentamente, con labios de polvo tibio. Y me acaricia, largamente, con dedos de pétalo húmedo.

Lo hace desde el día en que llegué. Llegamos.

Y nunca se cansa.

Sabe, solo ella lo sabe, que cuando ríe y llora yo también lloro y río, aunque siga quieto. Si me guiña brinco sin auparme, si me lanza un beso lo atrapo sin manos, si tuerce el gesto la regaño sin hablar. Sabe que me mueve, aunque no me muevo.

Estamos tan estrechamente separados que me duele esta unión. Pero si me rindo nos dolerá más. No sé cómo despertar, cómo abandonar esta cama, cómo pedir que me quiten estos tubos.

Yo, a veces, sí me siento cansado.

81. RETRATOS

Estaban en la parte alta, junto a la pared del fondo del estudio,  esas cajas polvorientas, ocupaban toda la estantería. Ella, llevo hasta allí la escalera con el firme propósito de ver que había en su interior.

Las bajó todas al suelo,  limpió el polvo acumulado en Dios sabe cuántos años. La primera que abrió,  estalla llena de amarillentas fotografías,  ordenadas por años, envueltas en grueso papel y cogidas por gomas. Siempre le dijeron  que su abuelo era muy meticuloso y ordenado.

Año 1928, fotografías en blanco y negro, una señora sentada en una silla, con un niño en brazos, a su izquierda un señor de pie, con aspecto circunspecto y un crespón en el brazo. En otra una joven en un jardín, otra, jovencitas que parecen jugar al corro… Muchas más fotografías, unos serios, otros sonrientes,  cada una con su historia.

Ahora los tiempos son otros, todos los componentes de este grupo están muertos, pero ella lleva sus genes. Miró detenidamente esos retratos buscando un poco de parecido, quizás los ojos, la nariz, la boca, las orejas…

No encontró nada, el alma nunca sale en los retratos, y estaba segura que es lo qué más se hereda.

80. Quieto

Lucía tiene una cita diaria. Antes de que el sol comience a disipar las últimas sombras de la noche, llega a su destino, donde la está esperando su fiel socio. Le pone un bigote postizo, una peluca y un sombrero de copa raído por el paso del tiempo. Tras guiñarle un ojo, se sienta a esperar que la calle se llene de vida para pregonar su desafío: por cada moneda apostada, devolverá cinco a quien haga reír a Gustav. Los transeúntes se sacuden el pudor unos instantes y dibujan sus caras con muecas ridículas, rogando que un pequeño temblor afloje los pómulos de aquel tipo y, de paso, el bolsillo de la chiquilla que les retó con tanto descaro. Sin embargo, nadie atisba el más mínimo movimiento de quien los mira desde una tarima cubierta por sábanas negras, que dan aún más solemnidad a su gesto imperturbable y adusto. Una vez terminada la jornada, Lucía recoge las ganancias, le quita el disfraz y deposita un beso en su mejilla. Luego, observada tan solo por la luna, descubre con cuidado el pedestal donde vive Gustav, en el que se puede leer, bajo unos números romanos: A la memoria del inmortal Mahler.

79. La última… y me voy (Rosy Val)

«¡Bah!, una buena capa todo lo tapa» farfulla Matilde mirándose en el espejo al tiempo que guarda sus lamparones en el abrigo. Pellizca su cara de viernes y se ahueca el pelo. Después, mete la lista de la compra en el monedero junto a dos billetes de cincuenta y unos euros sueltos. Desde el descansillo clama a sus hijos, varias voces después, entran en fila india en el ascensor. A su derecha el carrito. Al otro lado Daniel, el más pequeño, se aferra a la manga de su abrigo. Los mellizos, delante, cuchichean sin parar, saben que en la calle caminarán sin tregua hasta la puerta del colegio. Con un adiós en la mano y prisa mañanera se aleja de ellos. 

Apenas entra en el bar sus ojos avanzan hacia ella —no puede por menos, su música y colores la embelesan—. Tras aparcar el carro entre su voluntad y un paragüero le pide un café bien cargado con un chupito de olvido al camarero. Saca unas monedas…

 

No es hasta el mediodía, cuando entra en casa, que cae en la cuenta. La cartera está limpia, el carrito vacío y su remordimiento por los suelos.

78. UNA PEQUEÑA DIOSA (Belén Sáenz)

Últimamente pienso bastante en las consecuencias de la venganza por mi derrota contra Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ojo al dato: tres contra una. Quizás sea eso que llaman arrepentimiento o el síndrome premenstrual, no me importa rebajarme a caer en el tópico. También podría alegar en mi descargo que me arrebataron la custodia de mis hijos. Antes de abandonar el tablero de juego primigenio tracé, con el lápiz mordisqueado por la furia, una tachadura continua desde los Tiempos Oscuros hasta las Edades Medias y desterré a los filósofos nonatos para que languidecieran en profundas cuevas. Allí perviven en un laberinto sin horas, confundidos con duendes y trasgos en la memoria de sus hermanos humanos, que se vanaglorian de su ignorancia. Los chiquillos traviesos que se pierden en el bosque les sirven de alimento, y con esta materia se han ido revistiendo de una carne blanca, fría, cartilaginosa. Con olor a pollo crudo. Y como tampoco quise que se extinguiera la esperanza, por el momento he decidido permitirles medrar y que aprendan a contar usando los dedos.

77. Adiós, madre

Ya se han ido todos y nos hemos quedado solas. El oficio ha sido corto; el sacerdote no te había visto mucho por la iglesia y ha hecho lo justo para darte sepultura cristiana. No ha asistido mucha gente tampoco; no hiciste muchos amigos desde la muerte de padre. Siempre el gesto torcido, las palabras envidiosas, el olor agrio en tu aliento. Tengo que hablarte antes de que tu espíritu me abandone definitivamente, ahora que tu cuerpo ha regresado a la tierra y que enseguida una losa sellará para siempre. Debo decirte lo que nunca me atreví, por no hacerte daño, por lástima, quizás por cobardía. No fuiste una madre al uso y yo me moría, a veces de vergüenza, a veces de envidia, al ver el cariño de otras madres con sus hijas. Decías querernos a tu manera, pero sabíamos que igual querías a tus joyas o a los muebles, y mucho más a ti misma. Te cuidé por deber, te acompañé porque era lo esperado.

Y si nunca conseguí amarte, ¿por qué siento ahora esta infinita tristeza?

76. No es descortesía, es homicidio (Patricia Collazo)

– Vamos a ver, dice usted que cuando sucedieron los hechos, se hallaba cruzando la avenida

– Así es

– ¿Está usted segura? ¿No estaría usted cruzando miraditas con algún transeúnte?

– No, señor

– ¿Y puede asegurar que el coche en que se desplazaban estos cinco señores, se saltó el semáforo en rojo?

– La señal para peatones estaba en verde… supongo que…

– No nos ofrezca sus teorías. Limítese a relatar lo sucedido

– Pues, yo estaba cruzando la avenida, con el semáforo peatonal en verde, cuando un coche a gran velocidad me atropelló levantándome por los aires…

– Entonces ¿lo disfrutó usted? Muchas mujeres disfrutan con las atracciones de feria…

– ¿Cómo lo voy a disfrutar si he terminado desnucada contra el bordillo?

–  ¿Eso quiere decir, que disfrutó usted del vuelo, pero se sintió molesta por la caída?

– ¿No ve usted que me han matado brutalmente y se han dado a la fuga? – grito impotente, señalando las fotos de la autopsia.

– Acabáramos… Lo que usted no puede aceptar es que mis clientes, estos respetables caballeros, no hayan sido corteses con usted. No más preguntas, señoría.

Los cinco observan burlones mi aspecto fantasmal.

75. Juegos de soledad

Pienso en unicornios y colchonetas para dar vueltas de campana mientras miro la esfera blanca fijada a la pared. El tiempo no se multiplica por siete en las salas de espera de los veterinarios donde van a morirse los gatos; la manecilla grande escapa a cada hora de la pequeña, alejándose torpemente en círculos, para ser atrapada de nuevo.
Fuimos hasta el último segundo antes de que te marcharas. Después el reloj los fue escupiendo uno a uno, lanzándolos al socaire de la casa, ingrávidos como copos de nieve. Al principio los dejé volar por las habitaciones, mirando acurrucada como aterrizaban por todas partes, calando de frío la ropa que con la prisa dejaste olvidada sobre la silla del dormitorio. Pasé días viendo como se acumulaban poco a poco, haciendo montoncitos en los quicios.
Mato el tiempo recogiéndolos muy despacio, apilándolos en el centro del salón; promontorios de ausencia, sobre los que a veces me tumbo haciendo ángeles.

74. El plan B

¿Que has ideado una estrategia perfecta para ganar dinero fácil? ¡Caramba! Pues ya me la explicarás con detalle. Así de primeras suena bastante bien desde luego. Te anticipo que no seré yo quien ponga trabas a semejante iniciativa. Aunque no sé, si de verdad piensas, como dices, jugártelo todo a esa carta, creo que deberías antes ponerte un poco en lo peor. Calla, escúchame. Llámalo funesta coincidencia, alineación fatídica de los astros, aciago despropósito, mala suerte…, pero podría ser que alguno de tus planteamientos no funcionara según lo previsto —quién te dice que no—, o tal vez que el rumbo que adquiriese tu existencia no acabara de satisfacerte, que te cansaras de ciertas cosas o que de repente anhelaras una ocupación más edificante de tu tiempo; de manera que por falta de éxito o de alicientes, por desencanto, hastío o simple desidia, todo terminara yéndose al garete. Te convendría disponer entonces, ya lo sé, en tan improbable caso, de un recurso de emergencia, de una alternativa que te permitiera salir de esa lamentable situación, ¿no crees? Así que no me hagas perder más la calma. ¡¡Acábate de una vez la merienda y vuelve a tu cuarto a estudiar!!

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