Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
3
7
horas
1
8
minutos
4
3
Segundos
5
3
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

59. CASTING

La habían llamado para un casting. Les gustaba su físico para hacer un papel en La boca crispada de las hadas. Acudió con un vestido blanco y vaporoso. Una joven le entregó el texto que tendría que representar. Tenía solo cinco minutos para prepararse. Leyó con atención, cerrando los ojos de vez en cuando para concentrarse en la expresión facial y en los gestos que utilizaría. Sólo le preocupaba la acotación tras la última frase.

Se descalzó y ocupó el centro del escenario. Toda la luz era para ella.

ꟷArrodíllense ꟷordenó, mirando severamente a la cuarta pared. Estiró su cuello de cisne hacia el cielo, a la vez que se ponía de puntillasꟷ. A la luz de la luna ꟷcontinuó con la mirada perdida en vuelo altoꟷ, una hiena adora lagartijas ꟷcontrajo su barbilla en un mohín de desconsuelo y orientó las comisuras de sus labios hacia sus pies descalzosꟷ, sobre psilocibina ardiente ꟷgritó, estiró sus brazos en alto con las manos abiertas y cayó desplomada sobre las tablas del escenario.

El director y su equipo aplaudieron con ganas. Ella permanecía inmóvil aunque ya no sonaban aplausos. Parecía muerta. Siempre se tomaba sus papeles muy en serio.

58. CONTAGIO

Fui una bella durmiente narcotizada por el sueño de hombres flácidos con billeteras de piel de dólar y pellejo sobre su carne decrépita.

¿Por qué me habrán descalificado del concurso de mises?

57. Salvando el planeta (Pepe Sanchis)

Llámenle intuición femenina, pero hace tiempo que tengo la certeza de que esta nueva obsesión de mi marido no acabará bien. Me lo acabo de encontrar llorando a moco tendido frente al televisor, donde Piqueras ha informado al mundo mundial del feliz nacimiento de un bebé gorila en el zoo de Sebastopol. Dice que es la mejor noticia que le han podido dar en toda la semana.

Y es que desde que lo prejubilaron lleva dedicando todo su tiempo libre, que es mucho, muchísimo, yo diría que demasiado, a informarse sobre todo lo relacionado con el calentamiento global y la desaparición de animalitos protegidos.  La otra noche me confesó que sufría mucho por el deshielo del casquete polar. Aprovechando la ocasión le lancé una buena indirecta, pero no se dio por aludido. Está seriamente preocupado por los osos polares y su futuro.

Entonces me acordé de Manolo, lo más parecido a un oso y/o gorila que conozco, y hemos quedado a esa hora de la siesta cuando echan los documentales de la 2. Al fin y al cabo, la reproducción de la especie humana también es un asunto preocupante…

56. VIGILANTES (Carmen Cano)

Voy encendiendo las luces de la casa para no tropezar en la oscuridad. Esto es la cocina. Hay un vaso sobre la mesa y una botella de agua. Bebo lentamente y observo las líneas de los armarios. Está todo recogido. Abro uno por uno. Aquí está. Parto un buen trozo y me lo llevo a la boca. Dulce, muy rico. Si me descubren, se enfadan. Él me vigila de noche. De día llegan ellas. Deben de ser mis primas, porque me cuidan bien y me preparan la comida y la ropa.

Orino y me lavo las manos. En el espejo ella me mira. Es mi madre, que ha vuelto. Lleva los cabellos recogidos, pero le caen algunas mechas encanecidas. Me mira con atención. Está a punto de decirme algo.

-Teresa, apaga ya la luz y ven a dormir, cariño.

Desaparece de pronto. Ahora me veo a mí misma, tragándome las lágrimas.

-Mamá, no me dejes aquí con este extraño .

55. Playa sin mar (Anna López Artiaga / Relatos de arena)

Pensé que me harían compañía y los llevé a mi nuevo apartamento. Drama y Comedia daban vueltas en su mundo transparente y golpeaban el cristal cuando me veían cerca. Yo los premiaba con unos copos de harina para peces  —gusanos, larvas e insectos, prensados y secos— y ellos los devoraban. Aunque debería decir que solo Drama tenía verdadero interés por la comida. Comedia prefería jugar: nadaba en círculos, hacía burbujas en la superficie con su boca redonda y roja, y saltaba —como si fuera un delfín amaestrado— haciendo sofisticadas piruetas.

Hasta que una mañana, encontré a Drama solo en la pecera. Golpeaba el cristal, como si pidiera comida, pero sus ojos de pez intentaban decirme algo. En el suelo, Comedia se retorcía y agitaba, intentando acostumbrarse a aquel nuevo elemento. No lo consiguió. Aunque lo devolví presurosa al agua, sus agallas se habían secado y resultaban inútiles. Flotaba, agonizante en la superficie, y no tuve valor para verlo morir. Lo cogí y lo lance al váter con rabia. Tiré de la cadena.

Después, le eché doble ración de comida al pez superviviente. Quizás un ambiente de abundancia lo convencería de que era mejor no explorar los límites de su prisión.

54. Títulos de crédito o el crédito del título

Era su turno, y como tantas otras veces salió al entablado para representar las escenas que le habían marcado.

¡Cuándo quiera!, oyó desde las butacas.

Todo eran escenas en las que una mujer, dotada especialmente para la alegría y la convicción, transmitía la felicidad incuestionable de la vida y daba un vuelco espectacular a las pesadumbres de los demás.

No lo hizo mal, pero la competencia era siempre muy fuerte, así que tampoco albergaba mucha esperanza.

Tras un gracias, el director le pidió que mientras un foco le iluminaba la cara en la oscuridad, se dejara llevar mientras pensaba en su pasado, su presente y el futuro que visualizaba.

Así lo fue haciendo, envuelta en un silencio que atronaba y que poco a poco clavaba alfileres en los corazones que no se escuchaban.

Tras unos cinco minutos, el director no pudo más. Hizo un gesto para que encendieran las luces y otro para pedirle que podía retirarse.

Tardó un buen rato en recuperar el habla: Ella será la protagonista en caso de que aún pueda atreverme a dirigir esta película de mierda.

 

 

 

53. Las mejores críticas (R. L. Expósito)

La joven Cate cumplía el sueño de actuar en un festival de teatro griego. Aguardaba su turno entre bambalinas cuando advirtió, demasiado entusiasmada, que las gradas de piedra del hemiciclo estaban repletas. ¿Cómo iba a defender su monólogo lleno de llanto contenido, si salía al escenario sonriendo? Sería el principio perfecto de una carrera truncada… Para evitarlo, se tragó la sonrisa —revoloteaba en su estómago— y entró en escena fingiendo aplomo.
Caminaba con la túnica al viento, sofocada porque aquella tarde veraniega hacía bochorno y porque su sonrisa regresaba pecho arriba, le hacía cosquillas en la garganta. Apretó los dientes, contuvo la risa. Si ahora cediese, ¡¿arruinaría su interpretación con carcajadas tragicómicas?!
Afligida, desquiciada por tener aquella euforia a flor de piel, Cate miraba al cielo suplicando algún milagro… y divisó los nubarrones de una tormenta inminente.
El corazón le dio un vuelco, derramó su última esperanza. Luego empezó a recitar —la inercia de meses de ensayo— y su rostro se deshizo en pucheros tan amargos, tan genuinos, que el público asistió sobrecogido —mientras pudo— a la actuación más convincente que jamás hubiera imaginado.
Por eso en la prensa del día siguiente, a Cate le llovieron las mejores críticas.

52. CAPTACIÓN ANULADA

Muecas absurdas es un rostro sin color: no veo mejillas arreboladas, ni ojos cargados de pena. ¿De verdad crees que vas a engañarme con un mohín infantil? ¿Acaso crees que no percibo ese brillo malicioso que te distingue?

Cuando se miente por costumbre pierdes la fe de tus semejantes. Y aunque pienses que algunos hombres que rozan los setenta en soledad van a caer rendidos a tus pies y tus encantos dándotelo todo, la próxima vez cerciórate de que no tenga hijas. Al menos una como yo.

 

51. Soledad

Se levanta de una cama arrugada. Sus pies desnudos no reconocen el suelo que pisan. Observa la espalda desnuda que la acompaña. Imágenes inconexas pueblan su cabeza. Se yergue y observa el anillo que un día le colocó su marido. Lo abandona con la mirada para dirigirse al baño.

“¡No he hecho el amor!”                            

Enciende la luz del baño. Una luz juzgadora, cegadora. Es un instante. Se mira en el espejo y no sabe que decirse. Todo es nuevo. Mira al techo del lavabo decepcionada, asustada.

“¡Ni siquiera he follado!”

Recuerda conversaciones con amigas. Mensajes y fragmentos de películas y novelas románticas. Artículos, canciones,… Nada de lo que ha podido ocurrir esta noche se asemeja a lo que ella había imaginado que ocurriría. Y este despertar menos. Esta sensación extraña de no saber, de no sentir, de no pensar, nadie se la había explicado.

“¡Me he dejado follar!”

Decide ducharse aprovechando su desnudez. Es lo que hace cada mañana en la soledad de su casa. En su hogar que no es este lugar de paso. Y al que acudirá cuando se vista para llevar a su hija al colegio y regresar a sus rutinas laborales, una vez más sin él.

50. Incontinencias (Raquel Lozano)

Me tilda de exagerada y me pide paciencia la malhumorada rechoncha de ojos saltones que me precede en la cola del baño. Retuerzo mis piernas y las ganas de decirle algún improperio y aprieto la musculatura del suelo pélvico. Para más INRI, el grifo gotea como la canción que suena afuera, des pa ci to.

Mi vejiga no puede soportar tanta presión así que golpeo la puerta de la rechoncha, que ya ha entrado y que a tenor del sonido, alberga las cataratas de Iguazú bajo su falda.

Una vez dentro descubro que ha agotado todo el papel higiénico, supongo que en limpiar sus inmensas nalgas; que no ha tirado de la cadena y que ha olvidado su móvil sobre la papelera.
Cuando mi esfínter se relaja, lo hacen también mis ojos al ver cómo navegan sus datos al presionar, yo sí, el mecanismo para vaciar la cisterna.

49. Jani murió de sabañones

Según la ciencia debí conocer a Jani a la edad de 3 o 4 años. Recuerdo que un día yo estaba sentado en el suelo jugando con un Fort Apache de empalizada de madera (no de plástico) con su torre de vigilancia, su saloon y sus soldados de uniforme azul y pañuelo amarillo al cuello.

Supongo que en algún momento debimos discutir o quizá Jani no estuvo a la altura de mis expectativas. El caso es que me levanté y fui a la cocina a contarle a mi madre que Jani había muerto.

—¿Y de qué ha muerto?

—De sabañones —respondí.

Imagino ahora sus esfuerzos por mostrarse cariacontecida, aunque la verdad es que no hacía falta.

En esa época los sabañones eran una constante, como también el papel el Elefante, los gorgojos en las lentejas a granel, los cables de la luz trenzados recorriendo las paredes o las cisternas a la altura del techo. Y a mí, tanto oír hablar de ello, tener sabañones debía parecerme una enfermedad terrible que ocasionaba la muerte. En consecuencia, maté al pesado de Jani a base de sabañones, porque, bien mirado, lo maté. Yo lo había creado y yo lo desterré de mi imaginación.

Nuestras publicaciones