Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

17. HOY VOY A MORIR (Sandra Sánchez)

Se levantó de la cama con esa idea clavada. Como si fuera una tarea inaplazable. Hizo una mueca delante del espejo a ver si lo ridículo del gesto le quitaba hierro al asunto, pero el pensamiento siguió ahí fijo, punzante, amenazador…
En el coche aguzó los sentidos; cualquier volantazo,adelantamiento, distancia u otra cosa la llevaría irremediablemente a un accidente mortal. No fue allí. Subió temblorosa a la tercera planta de su trabajo temiendo que se descolgara el ascensor; tomó el café sorbo a sorbo por miedo a un atragantamiento fatal; llegó a pensar, incluso, en la idea absurda de que un compañero la empujara por las escaleras. Nada. La obsesión le agujereaba de tal manera el cerebro que casi podía sentir el daño; pero la muerte no llegaba y la tensión, la estaba dejando exhausta. Al anochecer se relajó un poco – no del todo, un derrame cerebral o un infarto no tiene hora-  pero el baño caliente le estaba viniendo bien, así que dejó que el pensamiento se fuera deslizando lentamente por el desagüe. Antes de acostarse, se asomó a la ventana. Estaba todo tranquilo, en calma. Ella también. No se había muerto. No pudo evitar cierta desilusión.

16. El verdadero rostro ( Paz Monserrat Revillo)

Tú no quieres ir. No crees en brebajes, sangrías o fórmulas mágicas. Nada te asusta más que entregarte con pasividad a una intromisión. Pero estás desesperada y acudes a él. Después de someterte a sus rituales,  aquel que tiene en sus manos tu destino y tu dolor, quien conoce lo que tú solo adivinas,  te envía con una tarjetita y una recomendación a otro de su especie. Y resulta que en ese lugar, sin necesidad de recurrir a ninguna bola de cristal, te muestran tu futuro. Entretejido con tu presente y tu pasado. Descubres la imagen genuina de tu ser, sin caretas ni disfraces. Sonrisa encantadora o mueca absurda. Un retrato de tu esencia para toda la eternidad, con sus recovecos, sus abalorios y sus amalgamas. El oro y el  plomo de una vida, pura alquimia y metamorfosis.

Una vez vislumbrado tu verdadero rostro en la ortopantomografía que te solicitó el dentista, ya nada es igual.

15. ALGO MÁS QUE UNA INTUICIÓN (A. BARCELÓ)

Amalia Sanz transmitía una seguridad apabullante: su tono de voz era alto y firme, en ningún momento apartaba la mirada de Su Señoría y su posición corporal, con las manos apoyadas sobre la mesa, le confería un aire de autoridad fuera de duda.

−Teniente, no tiene ninguna prueba sólida y la acusación que está haciendo es muy grave.

−Tengo muchísimas pruebas Señor Juez, lo que pasa es que son tan sutiles que escapan a la vista del ojo no entrenado para verlas.

−Teniente, yo necesito pruebas físicas para autorizar lo que usted me está pidiendo.

−Señor Juez, créame si le digo que la aflicción de esa mujer es impostada y que ella no tiene nada de víctima, sino todo lo contrario.

Su Señoría guardó silencio, apoyó el codo sobre la mesa y extendió el antebrazo; su barbilla quedó sustentada sobre el puño cerrado; el dedo índice cruzó sus labios hasta tocar la punta de su nariz; la mirada se desvió hacia un horizonte perdido y su ceño se frunció. Pasaron unos minutos hasta que dio síntomas de haber resuelto su conflicto interior y se dispuso a hablar. Amalia no precisaba escucharle, porque su lenguaje corporal ya había pronunciado su decisión.

14. LA COARTADA DEL OLVIDO (Salvador Esteve)

La mujer, con mano temblorosa, empieza a teclear los números del teléfono: 0… 1… 6…  Pero el miedo atenaza sus dedos, la vergüenza cerca su valor y la culpa aplasta su ánimo.

Con el cuerpo púrpura de dolor y el andar renqueante, continúa haciendo las tareas del que fue su hogar, ahora sarcófago de su alma.  Quiere gritar, pero sus cuerdas vocales siempre le niegan auxilio.

 

Poco a poco, el blanco cano invade su cabello negro azabache, y las arrugas brotan en su piel ocultando secretas cicatrices.

El destino, cruel embajador de la vida, le guarda otra profunda sombra en su existencia: el monstruo del olvido.  Su universo se va difuminando, una niebla va engullendo sus recuerdos.  En los espejos, ve reflejado un rostro que hace muecas de tristeza.  Lo observa, le es familiar, mas no lo reconoce.

Al escuchar la cerradura de la puerta, un escalofrío recorre su cuerpo, su vello se eriza; ignora por qué.  El hombre entra y mira a su mujer con ira, su aliento destila maldad.

Ella sonríe.

13. LA BLANCA OSCURA (Paloma Casado)

Había deseado tanto tener una niña que contemplarla cada día en su cunita me hizo más llevadera la pérdida de su madre. Y es que Blanca al nacer rompió el molde. Literalmente.

Pronto descubrí que dentro de Blanca había muchas Blancas y para cada una componía un gesto diferente. Me gustaba la alegre y desenvuelta, también la tímida e incluso la terca, pero no podía soportar a la iracunda ni a la apesadumbrada. Por eso, jamás la regañé ni le negué nada, a pesar de las protestas de sus hermanos. Ni siquiera cuando la descubrí jugando con las plumas recién arrancadas del canario ni al ver correr al gato con la cola en llamas. Pobres Cantor y Pirulo.

Me costó mucho no preguntarle sobre los restos blanquecinos del vaso que encontré en la mesilla de los abuelos. Quizás habían planeado el suicidio a pesar de parecer tan felices. Esta vez, nos limitamos a llorarles en silencio.

Después murieron mis hijos: Carlos cuando limpiaba la escopeta y Andrés por culpa de una avería en los frenos del coche.

Me he quedado solo con ella y aunque no dejo de culparme por mis recelos, cada noche echo el pestillo de mi cuarto.

 

12. Transparencias (Miguel A. Paez)

La mujer que hace pucheros ha conocido por internet al hombre que hace muecas.  Los dos han conectado rápidamente.  La mujer que hace pucheros pone morritos de pato y le pregunta al hombre de las muecas, si le gustan los gatos.  Ella tiene tres.  El hombre responde que le encantan, poniendo una mueca de asco.  Después, arruga la nariz, frunce el ceño y cerrando un ojo, le pregunta a ella, si le gustan los tatuajes. Él tiene tatuado en el pecho un corazón borroso, que intentó eliminar con lejía.  Ella, hipando suspiros de rechazo, contesta que le vuelven loca los tatuajes. Los dos se han confesado  que, en realidad,  el físico les importa muy poco, que lo único que aprecian de verdad en las personas, es la sinceridad. Por eso, no tienen foto en sus perfiles. Por eso, sin más preámbulos han quedado a las 18h, en una cafetería que ambos saben que cerró hace años. Por eso, ella, arrugando la barbilla y poniendo cara de pena,  ahora busca  alguien musculoso con la piel libre de tinta, y él con la boca contorsionada y un hilillo de baba,  remarca que las prefiere sin mascotas y con los pechos grandes.

11. Una mujer

Una mujer se encierra en una habitación, enciende las lámparas, ensaya diferentes poses, le desagradan las sombras que envejecen su rostro, no es la realidad que desea percibir de ella misma, está empecinada en fotografiar algo más atemporal, sin la rigidez que acompañan los autorretratos. Apaga las luces, en la oscuridad enciende un cigarrillo, se convierte en una observadora pasiva. Las imágenes parecen cápsulas del tiempo, se proyectan a una velocidad de un segundo por un segundo, día tras día, desde la primera fotografía hasta la última. Enciende la luz cenital y de pronto se siente completamente iluminada, encuentra en ese baño de luz una nueva concepción del espacio y el tiempo. No ha cambiado la historia de nadie, pero ha dejado vestigios, mensajes físicos, desgastados y rotos debido al paso de los años. Levanta la vista, frunce el ceño, no deja de pensar que dentro de poco tiempo se convertirá en otra fotografía antigua y que desaparecerá como los carruajes, las farolas, los hilos telegráficos, los antiguos caballeros y las virtuosas doncellas. Por eso no quiere ser captada con cara de nostalgia, así que acciono la cámara y puso su mejor cara de puchero.

10. ANTINATURAL

De todas las fotografías para las que he posado, esta es la que más me gusta.
Ventiladores que agitaban mis vestidos vaporosos, miradas felinas en Atacama, bikinis en la Antártida, pieles naturales en Gobi, pijamas a medio abrochar en Wall Street, tacones de ejecutiva en el monte Bolingo.
Cientos, miles de fotografías y en todas, sin excepción, mi rostro impoluto, como una manzana recién cortada, sonrosada y sin arrugas incipientes que hicieran presagiar la tan temida oxidación de la epidermis y por ende, mi decadencia.
Esta es, sin duda,la mejor, una oda a la vida, en ella muestro mi lado más humano y más travieso. El que hace mohínes para provocar risas o carantoñas de gatito que busca una caricia mimosa.
Repeinada y despeinada, sin rulos, sin planchas, sin tintes, sin máscara.
La llevo siempre conmigo porque cuando alguien desea recordarme qué soy y cómo debo comportarme, al primer comentario soez, jocoso, impertinente o envidioso, la miro reiteradamente, con insistencia, la fijo y la aprendo de memoria, luego me concentro unos segundos y como una contorsionista, estiro y tenso mis músculos, los elevo y lo relajo y haciendo combinaciones imposibles, consigo que hasta las arrugas que no tengo afloren.

9. LO QUE TE MATA TE HACE MÁS FUERTE TAMBIÉN

Por fin terminé el dichoso informe con el que el jefe me había tenido ocupada durante el último mes. Como no podía ser de otra manera, debido a ese inmenso y terrible amor propio heredado de papá, me dejé alma, corazón y vida en cada página del mismo. Apenas dormía, comía ni sentía. Pasé treinta días y sus correspondientes noches frente al ordenador, sin coger el teléfono, haciendo las compras por internet y duchándome los domingos. Tanto el perro como el gato fueron instalados en casa de mis padres. Incluso renuncié al plan de entrenamiento para alcanzar el peso saludable. Pero lo peor fue asistir, impotente, al desplome de mi matrimonio, ya tocado de por sí. Carlos, mi marido y mi gran y único amor, me lo advirtió varias veces: “Por ahí vas mal, vas muy mal… ”
Ahora, me sobra el tiempo. Del divorcio a la depresión; de la depresión al abismo. Y del abismo he pretendido regresar varias veces, aunque no encuentro cuerpo disponible. Lo voy a intentar con esa rubia que mira hacia acá con gesto desconsolado. Será mi puente para llegar hasta él. En resumidas cuentas, la belleza reside en el interior. Y allí, estaré yo.

8. Nunca supe nada (Esperanza Tirado Jiménez)

Escribo estas letras para despedirme porque en su momento no lo hice. Había demasiada gente alrededor. Yo estaba siempre cerca de ti y de todo, pero hacía como que no me enteraba de nada. La rubita angelical, me llamaban los de Seguridad. Aunque de ángel no tenía un pelo. Supe siempre cuál era mi sitio. Después con la otra se formó tal escándalo…

Nadie lo ha sabido. Hasta ahora. Cuando lo cuento, normalmente en ‘petit comite’, nadie me cree. Algunos me tachan de mentirosa, otros de buena actriz. Y se ríen. Tal vez podría usarlo en un monólogo y hacerme famosa en la televisión. A lo mejor conseguía ser trending topic en Twitter unas horas. Y después… ¿Qué?  Ni yo misma lo sé.

Recuerdo pasear por la Casa Blanca como si fuera una exploradora, descubriendo algo maravilloso. Los viajes a tu lado en el Air Force One eran emocionantes. Ahí me di cuenta de que, efectivamente, las noticias vuelan. Lo más aburrido del mundo era Camp David. No había más que árboles y nubes.

No estoy segura de si merece la pena sacarlo a la luz. Dejémoslo estar.

6. A MI PAMPANITO ADORADO (Paloma Hidalgo)

Ahí, en la segunda arruga junto a los labios, le crecían alegrías fucsias, las de haber sido madre tres veces. La hierbabuena había arraigado en el surco más profundo de la frente, llevaba años sin probar la ginebra. Tenía un par de lianas asomándose en el brillo de sus ojos, que adoraba a mi padre, y que siempre supo que él a ella nunca llegó a quererla. Pero lo que más me gustaba de ese retrato estaba detrás, en la dedicatoria, ese tronco de secuoya esponjoso y rojo al que me acercaba si quería volver a sentirme bien conmigo mismo, cuando alguien me decía que era un bicho raro por encontrar margaritas en las sonrisas, o pétalos de camelia en una caricia.

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