Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

90. ME FALTA EL AIRE

Nací sirena. Mi voz y mi cola de escamas plateadas eran la envidia del abismo, donde mis padres, venidos abajo tras la crisis del mero, consiguieron el alquiler de una grutilla a bajo precio. Cansada de tanta miseria decidí pasear por los barrios altos a lucir melena, con tan mala suerte que quedé enganchada en el ancla de un viejo pesquero. El patrón, un rudo marinero, me rescató. En ese instante supe que mi destino estaría ligado al suyo. Me sumergió en una bañera semi oxidada, me llevó al almacén de un cliente suyo y allí, sobre una mesa de operaciones, cortó mi cola y me colocó unas hermosas piernas articuladas. Mis escamas plateadas se embalsamaron y fueron a parar al escaparate de un prestigioso restaurante japonés en Manhattan. Afortunadamente, mi voz quedó recogida en un gramófono antes del corte fatal. Me envolvió en algas para parar la hemorragia y me llevó a su casa.

Ya han pasado quince años. Cada vez que aireo la colcha que nos regalaron por la boda y me reflejo en la cristalera de la antigua fábrica de salazones, me asalta el recuerdo de aquel bondadoso y pobretón besugo de ojos saltones.

89. Desear lo mismo (Calamanda Nevado Cerro)

Vaya coincidencia. Se asoma a la calle  por  la ventana abierta de su cuarto a la misma hora que yo. Está preciosa. Haría cualquier cosa para  conocerla.  Además de explicita  su visión de píe frente a mí, es amistosa. No se le habrá  aparecido nada igual ni al mismísimo Kafka. Gracias a  mi objetivo gran angular puedo acariciar  el hipnótico encanto de su seducción.

Gustosamente le ordenaría a  su manta con dibujo cola de sirena     no la tape,  recobre vida, huya del balcón  y de su talle y  me  la deje  ver completa  subida a sus piernas largas y hermosas.  Son de vértigo. Invitan en secreto a arrodillarme a su lado. Entre  todas las mujeres que  me cruzo por ahí, es el ejemplo de chica que ocupa la relojería de la  cabeza.  El amor empieza por algo así. Luego se rien juntos,   se desvela algo  concreto sobre la vida sexual, te besas, discutes, amas, te besas  ¿Le mando una postal inventándome algún parentesco?  ¿La  cojo del brazo ingenuamente mientras tropiezo? Qué ocurrencias más idiotas. Quítate el pijama, toca en su puerta; abrirá, y confiésale: Eres una espía que sabe hacer ruido y yo uno terco y sin compasión. Voy armado.

 

 

 

 

 

88. Por la borda

La veo todos los días asomada al balcón, desde el estacionamiento, cuando llego a trabajar. Al mediodía, durante la ronda en planta, la encuentro cuando ya ha entrado a la habitación. Se sienta y dobla despacio la mantilla que le regaló Juan, la que cada amanecer extiende en la baranda, antes de mirar al mar para comenzar su charla de la mañana.
Vengo incluso los domingos, porque así puedo pasar visita sin la compañía de las enfermeras. Intento que me mire, pero nada ha cambiado en estos tres años: no desvía la vista de la ventana, no me deja oír su pensamiento.
Quise estar con ella cada día y lo he conseguido. Pero no imaginé que la vería como mi paciente. Ni que ella no olvidaría. Guarda su voz y su mirada para él. No lo entendí aquel día de pesca. Decidí mal y no quise afrontarlo mientras navegaba de vuelta, yo solo, mientras atracaba el bote, sin Juan, mientras gritaba hacia el muelle pidiendo ayuda.

87. LO QUE SE DEJA ATRÁS (GINETTE GILART)

Los días de mucho viento Sara aprovechaba para ventilar su casa y colgar del balcón la horrible alfombra —regalo de boda— con la intención de que un golpe fuerte de aire se llevara para siempre aquel monstruo marino que detestaba.
Eran tiempos convulsos y otro monstruo iba a sobrevolar las ciudades de Argelia. Muy pronto Sara se vería obligada a dejar su casa y con lo puesto embarcar, junto a miles de compatriotas, rumbo al puerto de Marsella.
No se imaginaba lo mucho que iba a echar de menos su alfombra tan odiada.

86. Excepción (Siigonis)

Como cada diez años, todos los jóvenes se reunieron en el puerto y salieron al mar con sus barcas. Era una tradición centenaria. Los muchachos apuestos, de voz suave y que mejor cantaban se llevaban a las más hermosas. Él, en cambio, poseía una voz distinta, dura, rota. Al igual que los demás, la había entrenado desde que alcanzó la madurez. Sus profesores le reprendían y aseguraban a sus progenitores que llegado el momento fracasaría.
Empujó su barca y remó lejos de la orilla. Sus compañeros cantaban al unísono. A los pocos minutos, empezaron a aparecer. Rubias, pelirrojas, castañas… todas preciosas. Algunos volvían ya con la suya, recibidos entre vítores de sus familias. Él cantaba una melodía oscura y nostálgica. Apenas quedaban unas pocas barcas en el agua cuando apareció ella, mirándole curiosa asomada a un costado del bote. No había visto nada igual: sus ojos no eran azules como el mar, sino negros como la tormenta. Sus escamas no eran suaves, parecían de piedra fina. La ayudó a subir y remó con ella hasta la orilla.
Muchas regresaron al agua poco después. Ella se quedó; se desprendió de sus escamas y las colgó en el balcón.

85. No se le conocía novio

Las había mejores, pero cumplía y nunca faltaba. En tres años jamás había enfermado. Tampoco se le conocía novio, quizá porque tenía una personalidad excéntrica y a veces hacía cosas raras. El martes pasado, cuando el señor partió a trabajar, comenzó a barrer el recibidor y siguió barriendo el descansillo y las escaleras, hasta el zaguán. ¡Hay quien se excede solo por dejar mal a las demás!, le grité, vomitando un oscuro runrún por el hueco de la escalera.

El miércoles a mediodía, entre las dos y las dos y cuarto, se asomó cuarenta y seis veces al balcón, con esa mirada triste, tan suya, atrapada al final de la calle. Las conté. Salía a sacudir colchas, a despeluchar la escoba, a refregar las persianas, a sacar las plantas, a otear las nubes, a sopesar el viento… A las siete y trece salió a vaciar una bolsa de agua caliente y mojó a la señora que regresaba cojeando del podólogo. Estaba siendo severamente amonestada por ella cuando apareció el señor, que, ejem, siempre llegaba a esa hora. Pase a mi despacho, le dijo severo. Y ella pasó. Nerviosa. Alisando su uniforme. Recomponiendo su pelo. Sonrojada. Sonriendo, la muy descarada.

84 . Alfombra voladora

 

Desde la ventana de nuestra torre de marfil, como cada mañana, observo cómo te diriges calle abajo a tu puesto de trabajo. Caminas despacio con un imperceptible balanceo al que te obliga tu pierna derecha, pero lo haces con paso seguro, pues sabes que te estoy mirando; te detienes, te giras y alzas el brazo agitando la mano, sin más, sigues andando. A pesar de que no me ves, correspondo al saludo con la mía que sostiene un paño azul, lo agito hasta que empequeñeces y desapareces absorbido por la multitud. No llegas a distinguir la mueca que los labios han trazado sobre mi boca, una sonrisa disimulada.

Y es este instante el que anhelo cada día, en el que en soledad puedo soñar e imaginar. No quiero ser Julieta añorando a Romeo. Ni una soñadora de sueños. Ni estar muda ante los dioses. Y menos una mujer atormentada por no ser princesa. Quiero agujerear tu red y escapar hasta un océano infinito, en el que la única posibilidad que tengas para encontrarme, fuese que te transformases en alfombra voladora surcando los aires hasta penetrar en nubes en libertad.

83. ERROR DEL GPS

Al submarino le falló el GPS. Escaparon peces de colores, calamares y algas cuando emergió de las aguas gélidas del mar y acarició una góndola.Ella sacó su medio cuerpo de mujer por la escotilla y no acertó a disculparse. Su vergüenza era mayúscula y no la supo esconder al ver los ojos de cine del gondolero. Él no reaccionó ante tal hermosura.
Trás su encuentro casual empezaron su rutina después del desayuno. Ella le gritaba-nos vemos a las tres-, él sonreía y se quedaba mirando hasta que el submarino se sumergía entre globitos de agua sin espuma. Habían decidido casarse cuando ella pudiese bailar fuera del agua.

82. La tondue (Manuel Menéndez)

Recuerdo nítidamente el último instante de felicidad plena que viví. Asomada a la ventana despedía a Hans que doblaba la esquina rumbo a su cuartel. Pocas horas después mi fuerte y joven amante agonizaba, tras haberle arrancado de cuajo una bomba casera aquellas poderosas piernas que tanto me hicieron gozar al entrelazarse con las mías. Aquel día pensé que había agotado mis lágrimas. Pronto la vida se empeñó en demostrarme lo equivocada que estaba.

Al mes siguiente llegó la liberación de París. El júbilo inundó las calles, pero no era suficiente. El pueblo también quería venganza y alguien decidió que el enemigo éramos nosotras: las mujeres que habíamos cometido el pecado de amar a alguien nacido en otro país. Fui insultada, golpeada y arrastrada desnuda por las calles. Mis vecinas me escupían, los niños reían y los hombres me lanzaban miradas lascivas. Tras una farsa de juicio público me raparon mi hermosa melena negra mientras ellos camuflaban su deseo y ellas su envidia gritando un conjuro universal: ¡PUTA! Puta por ser bella. Puta por amar. Puta por vivir.

Mis cabellos crecieron de nuevo, mi fe en la humanidad yace aún esparcida por aquel suelo de París.

81. Cómo conocí a mi esposa (R. L. Expósito)

Yo deambulaba por el barrio y ella abría las ventanas de un balcón. Me atrajo su descaro al asomarse: agitaba un trapo sucio, llovían las pelusas y miraba hacia otro lado. Me senté en un banco en la acera de enfrente y saqué mi cuaderno de bocetos, pero apenas hice los primeros trazos, ¡ella se metió de nuevo en casa! Recuerdo mi inquietud. Recuerdo que esbozaba de memoria. También recuerdo… que ya me costaba olvidarla.
Todavía dibujaba cuando regresó y colgó del pasamanos una alfombra. ¿La imagen estampada? Una cola de sirena. ¿Y su cuerpo? Como estaba justo encima, lo ponía ella. Dejé escapar una sonrisa mientras capturaba entre mis redes, de papel y carboncillo, cada escama de tan insólita quimera.
«¡Con qué vigor sacude el polvo!», pensaba embelesado…
Solamente cuando se tomó un descanso, advertí que teníamos un público imprevisto: ¡eran gatos! Estaban por todas partes y acechaban con sigilo y avidez, albergando la esperanza de cazar al vuelo media sardina gigante.
—Largo de aquí, yo la vi primero —les dije en voz baja, pero sus maullidos de protesta resultaron delatores; ella nos miraba—. Idiotas, puedo darme por pescado.
Y ambos, al escuchar aquello, reímos un buen rato.

80. ELEGIDA

Llegar a ser Primera Ministra en un mundo dominado por hombres le había costado sangre, sudor y lágrimas, pero al final lo había conseguido. Desde su incorporación, muchos años atrás, a las juventudes del partido, su entrega, sacrificio y renuncia habían sido constantes, y tras años de perseverancia, tesón y esfuerzo, de evitar zancadillas, ardides y trampas, había conseguido llegar a lo más alto.

 

El balcón, engalanado con mimo para la ocasión, estaba preparado para su primer discurso. Las decenas de miles de votantes congregados en la plaza corearon al unísono su nombre cuando la vieron aparecer. Sonrió y saludó con su pañuelo de tul ondeante. El movimiento del pañuelo fue suficiente para que el francotirador calculara la velocidad del viento. «Corto mandato», pensó y apretó el gatillo. La bala atravesó limpiamente el holograma astillándose contra la pared. Tres disparos casi simultáneos acabaron con la vida del francotirador. Demasiados años de traiciones a sus espaldas como para no estar prevenida.

79. Cantos de sirena

Una mirada, una sonrisa, un baile, una caricia. Fugaz, remoto, dulcísimo espejismo de un amor que hasta aquellas tierras la condujo. Atrapada para siempre en su leyenda, impasible y resignada, ella oculta su derrota. Y recuerda… Tal vez, en secreto −ahogado y profundo rumor de sollozos− su añoranza sueña. Cangrejos y caballitos de mar, algas y olor a sal, arenas blancas, arrecifes de coral, vaivén de olas que vienen y van.
Hasta el fin del mundo marchó su príncipe a buscarla. No importaba la distancia ni los riesgos del camino. Y cuando al fin la encontró, de una ilusión con pasión se enamoró.
Intentó quererla. No fue capaz.
Cubierta ahora su alma está de escamas. Encogido su cuerpo de frustración y desaliento. Tristezas, desconsuelos y abandonos, de espuma inundan sus ojos. Antes de nacer −amargo conjuro− en su garganta mueren las palabras. Y, en silencio, en la opresiva, siempre insomne, quietud de sus noches, a la perversa hechicera que su juventud, su inocencia y su alegría un mal día por embrujo secuestró, sin fe ni esperanza, suplica el milagro de su canto y el regreso de su voz.

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