Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
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Relatos

68. Hijas de un dios menor (La Marca Amarilla)

Eran muy diferentes, aunque nacieran en el mismo parto.
Su madre, como casi todas las madres, aseguraba que quería a las dos por igual. El padre, en cambio, tenía debilidad por Coral, quizás porque ya desde pequeña los piropos siempre iban dirigidos hacía Ariel, una preciosidad, quizás porque reconocía que fue muy cruel para Coral nacer con las extremidades humanas, el torso y la cabeza de pez, en un mundo de perfectas sirenas.

67. Las calles de Marianne

Desde el pequeño balcón, Marianne ve partir a todas las calles. La primera, como los elefantes de la sabana, estaba llena de arrugas. Se maquillaba con polvo de tierra para esconder las marcas de la edad. Un día, sin más explicación, tomó el camino del osario. A la siguiente la llamaron a filas; se puso el uniforme y las botas que guardaba en los bajos del armario y fue alejándose en perfecta formación. Una mancha de silencio se expandió por la casa y caló las paredes. La que vino después fue la más luminosa; balbuceaba amaneceres y hacía trenzas con los veranos. Una tarde, jugando a esconderse, se subió en un coche de recién casados que arrastraba hileras de combas y balones. La que olía a salitre, extendió su vela mayor y cruzó un océano. Puede ver a lo lejos como agita aún su brazo el marinero que amaba a las sirenas. 

Marianne cierra el pequeño balcón y se va a pasear con la que ha prometido no marcharse sin ella.

66. NADIA (Javier Puchades)

Nadia, ese es mi nombre o eso pone en mi tarjeta de residencia. Nacida en un mes de abril, de un año que casi no recuerdo o que no quiero recordar. Sin profesión conocida y con esa ocupación no comen mis hijos. Sería mejor que pusiese: piel suave y pechos turgentes.

Cada día sacudo mis fantasmas y mis miedos oteando más allá del horizonte, buscando una esperanza, una respuesta. Pero solo observo, fondeados en la bahía, a los mercantes que esperan para entrar en el puerto. Detrás de mí escucho a la patrona gritarme: ¡Nadia, deja de airear tus miserias que con ellas tapas las luces de neón!  ¡Prepárate, que pronto desembarcaran los marineros! Esto me produce asco y náuseas, al pensar que volveré a sentir rezumar sobre mí ese sudor con olor a salitre, tabaco y alcohol. Entonces solo deseo que las gaviotas, en lugar de ocultar con sus graznidos mis silencios, me arranquen los ojos para apagar la amargura de mi mirada.

65. Sirena de río (Blanca Oteiza)

Se despidió desde el balcón, antes de desaparecer entre la marea humana que abarrotaba la plaza. Desapercibida con la multitud en fiesta, llegó hasta el muelle donde unas barcas desvencijadas bailaban al compás de las olas. Se subió a la que rezaba de nombre sirena y comenzó a remar.
En casa nadie la echó de menos hasta la hora de la cena, cuando la mesa no estuvo puesta. Para entonces, cargada con la maleta llena de ilusiones, navegaba contracorriente entre salmones. Bajo las estrellas soñó ser ella misma, a no tener que vestir como le dijeran, ni aparentar lo que no era. Durmió acompañada de la luna y arribó a puerto con la luz asomando por encima de los tejados. Cada noche vuelve a su barca y sigue caudal arriba.
Anónima, se siente libre cada mañana cuando el sol saluda en el horizonte. Nadie le cuestiona si debe reír o dejar aflorar la lágrima. Se levanta cuando quiere, trabaja cuando puede y habla con quien aprecia su conversación, allí donde amarra. Así es feliz, viviendo como una mujer pez sin escamas.
En el recuerdo queda la manta de sirena, que sigue colgada en el balcón de la plaza.

64. El regalo (Mª Asunción Buendía)

Margarita sacudió con fuerza la manta, con el orgullo que la prenda  merecía y el salero que ella sabía ponerle. No lo hacía temprano, para que todas sus vecinas la envidiaran. Se la mandó su novio, Eladio. Marga cuando abrió el tremendo paquete que había recorrido literalmente medio mundo quedó perpleja. Su madre, una viuda de carácter alegre, pero de mano suficientemente dura para gobernar la prole que le dejó su difunto y pendenciero esposo, en seguida sacó a todos del ohhhh con una sonora carcajada:

– Pero niña, ¿Qué esperabas?

– Madre, después de casi un año en América, ¿una manta? Con… con… ¿un pez?

– Marga, el Eladio es un hombre, ¡un hombre!, ¿Qué va a saber él de regalos para enamoradas? Ahora una cosa te digo, te quiere de verdad. Sus buenos cuartos le habrá costado, y qué mejor gasto que una manta pa toda la vida– luego en un aparte, más bajito prosiguió con un mohín pícaro– De seguro también ha pensado en lo que vais a hacer bajo ella.

– Madre ¡Parece mentira!– se escandalizó su hija, mirando a sus hermanos que, cual radares, abrieron los ojos de par en par y las contemplaban sin perder palabra.

63. La Humanidad (dedicado a la pérdida y a la esperanza)

Año 2119.

Nadie recuerda que significa ser humano.

Todo se ha perdido en un caos institucionalizado por el orden que gobierna nuestras mentes deformadas y sustituidas por un cerebro artificial que controla nuestros movimientos, pensamientos e impulsos.

No existe ninguna emoción. Todas fueron eliminadas al desaparecer la mortalidad del ser humano y la construcción de los puentes cuánticos que permitían transportarse a otros tiempos paralelos y obtener otras vidas.

No consta la existencia de elementos rebeldes. Aquellos que no acataron la orden del cambio cerebral, desaparecieron en las ciénagas de la oscura y lóbrega nada.

Año 2119.

Nadie es humano.

No existe la humanidad. Sólo diferentes formas del ser. Ciborgs, Mutantes, Robots, Sirenas, Centauros, Jugadores de Realidades Virtuales, Influencers y youtubers carcomidos por la fama de su propia imagen, Razas perdidas, Arcanos, Demiurgos, Coachs de un futuro que nunca llegó, Yonquis del Capital y de la Modernidad y, los temidos Brainners o Cirujanos cerebrales.

Año 2119.

No existe la vida. Se clonan seres artificiales y los mitos de antaño. La inmortalidad ha provocado una herida mortal a la ya inexistente muerte. Y las Sirenas enmudecen en balcones de piedras sin que nadie pueda admirar su belleza.

62. Daños colaterales (Rosy Val)

«Para malvivir entre pucheros, no te dio Dios esa cara y ese cuerpo», le piropea el boticario cuando la ve sacudiendo la alfombra por la ventana.
«Tonterías, yo no valgo para otros menesteres –contesta mirándose las manos–, han pasado penuria, hambre, no son las de una señorita…».
Y su mente vuela hasta Mercedes en la puerta del colegio. Cuántas mañanas la enviaba a su casa a limpiar el zaguán y las botas de la montería de su marido y la cuadrilla. Después, sentadita en el patio entre claveles y gitanillas, le sabía a gloria el trozo de pan blanco con su chorreoncito de aceite y una cucharada de azúcar. Por la tarde, mientras los gemelos hacían los deberes y su madre amamantaba al pequeño, ayudaba en las faenas de la casa; era la mayor y la única hembra de cuatro hijos. También recuerda la primera vez que la llevaron al campo a varear y recoger la aceituna, y cómo iban muriendo los días, sin tiempo ni ganas para otras tareas. Aún hoy sigue escuchando la voz áspera de su padre…
«Eres la más torpe de tus hermanos; todos saben leer y escribir y tú apenas te apañas con tu nombre».

61. AMOR DE MAR (Pilar Alejos Martínez)

Nació un atardecer a la orilla del mar. Los brazos de su padre, tatuados por el sol y el salitre, fueron su primera cuna, donde la mecía con la cadencia de las mareas. Se acostumbró a dormir al arrullo de las olas, bajo la luz de la luna.

Jamás echó de menos a su madre, porque nunca supo quién era. Le bastaron las caricias de su padre que le dejaban en su piel olor y sabor a mar. Aprendió a cantar con el sonido escondido en las caracolas. Pensaba que se las regalaba su padre, envueltas en encajes de espuma, cuando salía a navegar. Así le dolía menos su ausencia.

Con el tiempo, le creció el cabello y su piel se cubrió de escamas. Se sentía más cómoda dentro del agua que fuera de ella y permanecía largo tiempo sumergida sin necesidad de respirar.

Un día amaneció con las piernas pegadas y los pies con forma de aleta. No pudo entender qué le había ocurrido hasta que escuchó cantar a esa dulce voz de coral, que la atrajo hasta la playa.

Imposible resistirse a aquella sirena. Nadó hasta alcanzarla. En el calor del abrazo descubrió el amor de su madre.

 

60. DULCE ESPERA

Sus balcones eran los mejor engalanados de la ciudad, y por ello, su casa siempre estaba en la ruta de los visitantes ilustres.
Ella se esmeraba para que fueran los más bellos y sorprendentes cuando alguna autoridad visitaba la urbe o se celebraban fiestas o procesiones.
La mujer del alcalde, bella y radiante, les decía a sus criadas que se ocuparía personalmente de esa tarea.
Un mes antes del evento mandaba pintar balcones, ventanas y la fachada. Además encargaba a los jardineros que plantasen las flores más perfumadas y hermosas para que sus invitados se sintieran en el Paraíso.
Luego, con una paciencia infinita, elegía en las tiendas de telas la más brillante y espectacular.
Pero esta vez, además de a sus vecinos pretendía sorprender a su antiguo amante, un capitán de navío al que años antes había abandonado para casarse, y que ahora, había regresado a la ciudad.
Cansada de su aburrido marido, quería regresar con él, pues continuaba amándolo en secreto.
Por ello, cuando contempló en la mercería aquella tela con la cola de una sirena, supo que el marino comprendería su mensaje.
Solo tenía que colocar la colgadura en su balcón y esperar…

59. AVENTIS (Fuera de concurso)

Nos reuníamos en la escalerilla que salvaba el desnivel con la avenida. Julio, Ramiro y yo, Toñoco el Loco. Me gustaba contar historias, y la llegada mansa de la noche lo propiciaba. Las luces de los coches al pasar alargaban nuestras sombras sobre la fachada desvencijada de la casa de enfrente. A veces sale una chica a la ventana, decía Ramiroco. Y Julioco –nos gustaba motejarnos así–, que no que ahí no vive nadie desde hace mucho. Y entonces yo aseguraba haber visto a la chica dragón. ¿La chica dragón?, repetían los otros al unísono. Sí, una chica raptada por la mafia china, y ahí empezaba una enloquecida sucesión de hechos sombríos, que iban desde la amputación de miembros al uso de muchachas para extraños rituales de bestialismo y sangre. Las voces de nuestras madres, llamándonos para cenar, solían interrumpir la historia en el momento más crítico, forzando un brusco “continuará”. La noche siguiente solía dar una vuelta de tuerca intoduciendo algún vampiro. Así hasta finales de verano. Por octubre llegaron al barrio varios coches de la policía. En los corrillos, se comentó que habían encontrado en la casa abandonada el torso sin piernas de una joven.

58. El cuento (Marta Trutxuelo)

«Y colorín colorado…  Y ahora, a dormir, campeón».

Cierra los ojos, bucea hasta el fondo de la cama y el niño se deja engullir por las fauces de ese monstruo suave y feroz llamado edredón. «Una princesa sola en la torre más alta de un castillo, esperando a que la rescaten, con un dragón al acecho. Llega un príncipe, la salva y se la lleva lejos del castillo, del dragón, de todo lo que conoce… ¿por qué?», musita el pequeño. Aquella mañana, camino del colegio, confiesa su preocupación a su padre. «¿Y si ella ya fuera feliz?». Éste le recuerda que se trata de un cuento, pero le sigue el juego: «Dame una razón para que una princesa sea feliz con un dragón». Y el niño señala una ventana en lo alto de un edificio: una doncella de dulce rostro, grácil busto y ¡una exótica cola de dragón! «¿Y si no fuera un cuento?», replica el niño… Pero, como por arte de magia la hija de la princesa y el dragón vuelve a ser la criada que recoge la recién desempolvada alfombra tapizada con una impresionante extremidad de reptil que colgaba del alféizar de la ventana.

57. TRAMPANTOJO (Rafa Olivares)

Era media mañana, hacía muy buen día y la ventana del hotel daba a una calle muy concurrida. Por eso fueron muchos quienes lo vieron. Incluso alguien fotografió la escena. Todos coincidieron en decir que se trataba de una sirena auténtica, aunque demasiado bien sabían que esos seres míticos de la literatura clásica solo existen en la ficción. Su ofuscación les impidió aceptar, aunque fuera palmario, que se trataba de un tritón –no por divino exento de reacciones humanas– alérgico a los ácaros, quien, sintiéndose atacado, ascendió rápidamente por la pared y por la colcha estampada y se zampó a la kelly por los pies mientras sacudía el polvo de la gamuza. Ella, hasta que desapareció su mano engullida en la boca del monstruo, estuvo tratando de terminar su tarea para que le computaran los dos con cuarenta euros de aquella habitación.

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