Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

58. Tullidos

El día en que ella no lo vio por primera vez, estaba en el muelle, sentada, con sus piernas suspendidas sobre el agua. Balanceándose. A él aún le duele ese recuerdo. Por una vez en su vida sintió un relámpago reptando por sus brazos invisibles y un calambre en el preciso lugar donde sus manos nunca estuvieron.

Se pelean por hablar, porque eso sí pueden hacerlo ambos. A él le apasionan sus descripciones de sonidos. El arrastrarse de un caracol. El estruendo del contenedor del vidrio, al vaciarse en un camión. El crichcrich del plástico rígido, el de los envoltorios de regalo. Él no le dice que nunca ha abierto un regalo. A cambio, él suele describirle el mar. Es torpe con las palabras: le dice que es azul, o gris. Ella, en su oscuridad y según el día, lo siente tibio, anguloso, esférico o áspero. Pero no le corrige.

Nunca se tocan, porque eso ya no pueden hacerlo ambos. Se sientan a una distancia exacta de cinco palmos (medidos con las manos de ella) y siete miradas (medidas con los ojos de él). Y así pasan las tardes. Esperando al día siguiente.

Para no verse.

Para no tocarse.

 

57. Promesas

En el cine parecen hermosas, pero son despiadadas. Por eso ya no hago promesas. Un verano, aquel chico y yo prometimos que, si tras un tiempo no nos había cristalizado ese amor de anillos y maternidad, cada treinta de agosto, volveríamos al embarcadero, cómplice inerte de nuestra despedida.
El tiempo y los desengaños arrastrarían revelaciones: que el amor fue aquel zarpazo inmaduro, aquella explosión cegadora, aquel ardor insoportable. De tan hermoso, lo creímos imposible. Y parecía obligado probar, conocer, vivir la vida de verdad.

Nada ha cristalizado. Regreso cada verano; nerviosa, dubitativa, ilusionada. Algunos, querría impresionarle; toda maquillaje y perfume. Otros, me descuido, fingiendo desinterés. Una medio jipi, puro caos vital.

Estos años he pensado en él, a menudo cuando enfermaba, imaginando si sería un marido de calditos y compresas frías o de los que toman cervezas de camino a la farmacia. Pero no, ya no hago promesas. Duelen demasiado. He pasado días enteros aquí sentada, reviviendo sus besos aprendices, aquel cosmos en sus pupilas, pujos y jadeos entre susurros. Y sigo viniendo, preguntándome si podría ser él aquella silueta escondida tras el eucalipto, aquel tipo con niños observando desde la barcaza o esas tímidas pisadas alejándose a mis espaldas.

56. Fruta verde sobre fondo de plástico

Sentada en la rama se mira los pies sucios. Más abajo, el plástico que cubre los invernaderos ondula como un mar caliente. Con la memoria del mar llega la de su madre. La de sus manos, que le trenzaban el cabello; que trenzaron la pulsera de cuero que abraza su tobillo derecho; que ahora ―está segura― trenzan algas, porque eran inquietas y no las habrá podido detener aquella noche de mar en cólera. En cólera como el encargado, que al principio le regalaba los tomates más dulces; que le regaló la pulsera de plástico que se le clava en el tobillo izquierdo; que hoy le ha regalado unos arañazos en las muñecas cuando ella se le ha escurrido entre las garras.

Se quita las lágrimas a manotazos y se lame los rasguños, como si a lametones pudiese arrancarse las capas de arena y tierra amontonadas sobre su piel tierna. Piel de fruta que allá los hombres consumen aún sin madurar, que aquí consumen madurada a destiempo bajo toneladas de plástico.

Fruta verde que a veces cede a su propio peso, cae y va pudriéndose en el suelo, entre pies sucios y restos de plástico comidos por el sol.

55. Manual para no enamorarse

La tarea no es fácil, pero intente mantener unas reglas simples. Procure alejarse de las salas de fiesta, de los amigos solteros, de la primavera. Si se cruza con una joven por la calle (una que usa un perfume distinto), cámbiese de acera. Si, sentado en un parque, ve a esa muchacha delgada y con el pelo largo leyendo en el banco de al lado, levántese y huya. Puede ir al cine, a museos, a la iglesia, pero siempre en las horas menos concurridas, más anodinas. Evite sesiones nocturnas.

Aun así, puede que, paseando por el muelle, se fije en unos pies descalzos que oscilan suavemente sobre el agua oscura, como el péndulo de un hipnotizador. Acaso recuerde esos pies más tarde, puede que por la cadenita roja del tobillo. No es habitual llevar una pulsera en el tobillo, razona usted; es lógico que le llame la atención, piensa, esa pulsera; entra quizá dentro de lo posible que ocupe su pensamiento día y noche, que sueñe con ella, que vuelva una tarde y otra al mismo lugar del muelle, esperando encontrarla de nuevo, atado el pensamiento a esa cadena sin poder liberarse de ella, porque ya es demasiado tarde.

54. LA PLAYA DE LOS DESEOS

Justo antes del amanecer, en esa hora difusa en que nada es lo que parece, sus pies, adornados con abalorios de otras tierras, se dejaban balancear por el vaivén del agua, y el resto de su cuerpo, de piel cobriza y sin ropaje alguno, reflejaba las últimas luces de la noche. A todo lo largo de la playa se podían ver siluetas semejantes, desnudas y con piel de avellana, pero solamente la suya tenía esa tersura sensual y apetecible.
No tardarían en llegar los veraneantes más madrugadores, de modo que, acercándola hacia mí, alivié con ella en un breve jadeo mi forzada abstinencia.
Cuando el cielo comenzó a clarear, me despedí de ella y recorrí con mis manos todo su cuerpo, terminando con un lento adiós, besuqueando los dedos de sus pies, menudos y arrugados. Ya era hora de marcharse, la oscuridad era compinche, tanto como rival era la luz.
Todo había ido bien, las olas de la noche trajeron a la costa los restos de un naufragio sin supervivientes para una orgía sin testigos ni acusados.

53. SITTING ON THE DOCK OF THE BAY

Perfectamente simétricos, hasta la arena pegada en la planta y ocupa en el pulgar de ambos pies, destacan sobre la oscuridad del mar. La pulsera del tobillo izquierdo, rompe el equilibro y da un toque ambiguo que me produce desazón. No debo moverme, puede que debajo de la superficie haya vida que esté mirando con apetito mis dedos.

Así pensaba tras su largo paseo diario, sentada en la escollera, escuchando música en su walkman. Un leve repunte del oleaje, algo mayor de lo que el espigón permitía, le llamó la atención. Se quedó inmóvil, como si esperara que subiera la marea  hasta limpiarle los pies y el ánimo. Vio como el agua se ennegrecía, los barcos buscaban el horizonte y el graznido de las gaviotas se tornaba amenazador. El nivel del mar subió, sin que nunca llegara a mojarla, a pesar de que el agua cubrió sus pies, rodillas y hombros, hasta sumergirla en el profundo silencio que acompaña al ocaso.

El viento arreciaba y sintió frío. Se levantó silbando unas notas de despedida. Cuando la canción acabó habían pasado cincuenta años.

52. Recuerdos

Sentados uno al lado del otro. Mirando al infinito mar. Sus piernas cuelgan sobre el abrazo salado de las olas al espigón. Detrás, la vida lejana de la ciudad. Atardece.

Me gustas…

¿Qué?

… por lo que me permites recordar.

¿Qué dices? ¡No te entiendo!

Me gustas por los recuerdos que me permites revivir. Por la posibilidad de volver a soñar. De reír de nuevo, de querer vivir, conocer gente  y salir de mi rutina. Me gustas por lo que me recuerdas que era antes…

No te entiendo. No sé lo que quieres decir. No…

No deseo nada más. No puedo pedírtelo. Mi falta de valor impedirá que me separe. Mi edad tampoco ayuda y, por encima de todo, tu juventud…

¿¡Mi juventud?! ¿Qué cosas estás diciendo?

… revosas energía y aún tienes muchas experiencias por vivir. Una historia conmigo te cortaría esa posibilidad y esa resposanbilidad no la quiero. Y tampoco te podré dar todo aquello que aún deseas conocer y hacer. Has de volar. Vivir. Experimentar la vida. Conocerla.

¡Vete a la mierda! Eso no lo decides tú. Me voy.

Sólo quedan dos piernas en el espigón. Dos piernas que lloran. Dos piernas que desean desaparecer en el mar.

Anochece.

51. Premonición (Esperanza Temprano)

Sentada en el malecón imagino caminar sobre la alfombra que el agua teje bajo mis pies, mientras veo una moto que se acerca a gran velocidad por la carretera, derrapa en la curva y su conductora sale despedida estrellándose contra el guardarraíl. En ese momento mis piernas se hunden en el agua a la altura de las rodillas y ya no consigo dar un paso. Después me despierto sudando y angustiada y compruebo que es la misma pesadilla de siempre solo que, esta vez, estoy en un hospital y a pesar de que estoy moviendo los pies no consigo adivinar sus perfiles bajo las sábanas.

50. VACIARSE

Sentada en el bordillo del estanque, Candela se vacía. Gota a gota resbalan de su corazón a sus pies los pesares. No debió engañar a sus seres queridos diciendo que se iba de viaje; ni romper con Marcos por asegurar que la vida sigue. Alegrarse de la lumbalgia que impidió a su vecina visitarla y dejar que la desidia se cobrase todas las plantas de la casa, tampoco estuvo bien.
El agua es ya de un gris plomizo. Con el último «plof» se propone encender el teléfono, subir las persianas, despintar de azul la habitación y donar los juguetes.
Pero hay una gota que va creciendo conforme rueda hasta su vientre, que se detiene en su pubis y avanza hasta llegar a los pies, pero en lugar de caer, retorna diamantina hasta alojarse allí donde el corazón se tornó cuna.

49. Abuelofobia (towanda)

Afirma mi terapeuta que, en este instante, la mitad de abuelos del mundo duerme. Eso me tranquiliza aunque, segundos después, siento escalofríos pensando en los que siguen despiertos.

Mis pies han crecido mucho, casi quince años, pero mi mente permanece enfangada en mi niñez. En puertas cerradas. En manos dibujando mensajes en mi piel; en dedos lengua labios gateando sinuosos entre mis piernas, recorriendo como procesionarias mis intimidades de lactante. En el perverso juego de los secretos; en una puerta abierta por sorpresa. En el esbozo de sonrisa de mamá avisando para la cena; en su desgarrado grito; en su llanto loco que terminó empañándole el juicio… En papá. En su escopeta corriendo desdibujada. En aquel ensordecedor disparo.

Necesitaba regresar al lago. Al embarcadero. He conseguido acercar los pies al agua. Significa un gran avance. Si me esfuerzo, puedo recrear un mapa en blanco. Acelero sístoles. Sosiego diástoles. Pero, de inmediato, adquieren protagonismo estampas macabras que me torturan desde entonces: las manos, el humo oliendo a pólvora, aquella piedra enrojecida del parterre, la sucia soga que anudaron a su cuello, el abuelo arrojado hacia la más negra sepultura… Y papá saltando tras él. Masticando un infierno que no supo adivinar.

48. ÚLTIMA CARICIA

Llegué al malecón cuando apenas amanecía. Me senté lejos de los pescadores con la caja a mi lado. Colgué mis piernas, como un guiñol dejé que empezaran un débil balanceo. Miré mis pies que dibujaban reflejos de sol en el agua. Era un día de otoño limpio como nuestro primer beso, ¿recuerdas?, nuestros labios inconscientes se buscaron cuando llegaba el autobús. Limpio como el vestido de novia, ¿recuerdas?, desafíamos al sacerdote, desoímos consejos, y llevé un vestido blanco con nuestro hijo dentro.Limpio como el parquet del piso nuevo¿recuerdas? lo inauguramos bailando nuestra canción favorita. Limpio como el juego de sábanas bordadas con nuestras iniciales. Limpio como el día en que nuestro hijo embarcó para hacer su vida lejos. Limpio e infantil como tú y tu mirada vacía del último año. ¿Recuerdas?, te cogía la mano, la besaba confiando en que mis caricias estuvieran en tus recuerdos. A veces, durante escasos minutos me recordabas y decías con lágrimas – mi vida -. Acallo mis pensamientos, seco mis lágrimas, abro la caja. Entre mis dedos te deslizas al limpio mar.

47. Soñando despierta (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

¿Y si la madre Tetis convirtiera en cola de sirena mis piernas?

Sería maravilloso aletear en el fondo del mar, en las Canarias, levantando tras de mí nubes de arena, haciendo tirabuzones con mi cuerpo dejando que los sebadales pulieran los brillos de mis escamas. Y en el Mediterráneo, sensual, arrastrarme entre los filamentos suaves de las posidonias que peinaran mis cabellos y lamieran mis pechos.

Aquí, en esta bahía, buscaría asubio en covachos, bajo los acantilados del Palacio o del faro, aunque, cada mañana, los graznidos de las gaviotas me despertaran en el puntal. Después, en la bocana, trastearía entre los pecios que tempestades, guerras o la mala estiva hundieron en tiempos de Maricastaña.

Pastorearía rebaños de delfines desde Pesués a Oriñón, haciéndoles cabriolar envueltos en sus chasquidos entre espumas de galernas. Y en las noches de verano, desde los tajamares del puente contemplaría las luces de romería de San Vicente de la Barquera. Y luego, en penumbra, resquilaría, ora nadando ora a pie, el río Miera para besar los labios de bronce del hombre pez.

─ ¡Susana, hija, estás pasmada! Espabila, cálzate las sandalias. Vamos, que ya va a salir la lancha de Pedreña. Arrea, que no espera.

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