Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

71. Creación

Acababa un viaje de años y él lo sabía. Aquel era un día especial y no como esos otros en que vino a llorar aquí, pero sería el último. Aparcó sus grandes manos sobre los húmedos maderos y echó sus hombros hacia atrás,  el torso totalmente recto y sus interminables piernas estiradas al infinito, completamente desnudo. Decían sus amigas que era la postura perfecta y siempre quiso tomar el sol así. Aquellos primeros rayos solares recorrían ya sus facciones y toda su piel palmo a palmo, sentía perfectamente como la calentaba y la doraba.

Respiró profundo el salitre y por primera vez sintió paz y sosiego. Él había vertido aquí vejaciones, vacío, soledad y hastío, pero ya no. Hoy termina todo, piensa, catarsis finalizada, y ríe. Pasa largo tiempo, así, tomando el sol. Después abre los ojos, se levanta, no recoge su ropa, solo lleva en la mano un ligero pareo y comienza a caminar.

Atrás va dejando aquel inmenso mar de prejuicios y dolor, un mar engordado con sus propias lágrimas. Hoy comienza todo, fin del reseteado. Ahora, ella camina segura, orgullosa y con paso firme, pero contoneándose completamente desnuda.

70. Fotogramas sueltos

Fotogramas sueltos. La vida son fotogramas sueltos que lanzamos al aire vestidos de olas de metal. Pulgares arriba y smilies. Soy una yonki de los pulgares arriba. Nuestras fotos en la playa fueron diez. La boda nos trajo cien. La luna de miel en Bali, cincuenta. Los pies minúsculos y arrugados de nuestro recién nacido conformaron una explosión de quinientas dosis. También nos dieron cien corazones, aunque a mí sólo me gustan esas manos cerradas con la manga azul y con el dedo en alto.
Nuestro primer beso en público, en cambio, nada más que atrajo un índice acusador, una carrera por el centro comercial, una mujer conduciendo un coche y una farsa de adulterio. Tres pulgares abajo. Sigo colgada de esas malditas falanges, con la cabeza en una nube y los pies buscando firme.
Fotogramas sueltos. La vida son fotogramas sueltos que enviamos al cielo como palomas de microondas. Ojalá tuviera una cámara ahora. Sería mi primera foto desnuda, insinuante, con esta preciosa tobillera de Dior, la soga al cuello y tres gotitas de Chanel. Fotogramas sueltos. La vida son fotogramas sueltos.

69. Escamada

¡Qué susto! ¡Y qué vergüenza! ¡Si hubierais visto cómo corrí! En un instante comprendí lo que sucedía y a la velocidad del rayo escapé de allí. ¡Ay, Dios! ¿Qué habrán pensado de mí? Pero ¿qué otra cosa podía hacer si ya empezaba mi cuerpo a transformarse? Pensé que no lo lograría, que descubrirían mi impostura y para siempre me enjaularían como a un absurdo y vulgar monito de feria. ¿Y qué creéis que hubiera sucedido entonces? Expuesto mi secreto a la curiosidad malsana de tanto entrometido, mi vida ya nunca habría vuelto a ser la misma. Sé que yo no hubiera podido soportarlo y por eso fue que me asusté tanto. Sí, me asusté muchísimo, lo reconozco. Y pese a todo… ¡Ay! ¡Haber tenido que huir de esa manera! ¡Quién iba a imaginarlo! Y justo, lástima, cuando mi plan rodaba ya a las mil maravillas. Aquella hechicera maldita tuvo la culpa ¡mira qué confundir el embrujo…! ¡Las doce campanadas pertenecen a otro cuento! Todo el mundo sabe que nunca −¡nunca jamás!− tuvieron nada que ver con el mar y sus sirenas.

68. Puntería

El verano del 85 se marchó mar adentro, subido a la resaca de la última ola. Lo vimos alejarse, recostados en la barca, como si nuestros pies fueran punto de mira para no errar el tiro del arpón que debía regresarlo. Pero no éramos lobos de mar, sino grumetes atrapados en la red de nuestros cuerpos. Así que regresamos a la playa sin la presa y nos fuimos al hotel, paseando de la mano, unidos y distantes; como dos ciudades separadas por mil leguas de mundo y un océano de tiempo.

Los veranos, después, llegaron como llega el oleaje de un mar sin disciplina. A veces llegaban varios juntos, y se iban vacíos con sus peces escuálidos. A veces llegaban solos, y subían a la barca para bambolearse en el eco de tu risa desatada por mis torpes intentos de enfocar el objetivo. Aún guardo esa foto de tus pies sobre el mar, apuntando al horizonte. A veces me cruzo con ella, cuando intento organizar mis desordenes domésticos. Y entrecierro los ojos. Y apunto entre tus dedos. Y aprieto el gatillo. Y tiro de la maroma de aire hacia mi pecho hasta que regresa, aquel 85, con el arpón clavado.

67. Medidas de divorcio (Manuel Menéndez)

Dos años de preparación para un golpe de quince minutos. Cien millones de euros a repartir entre cinco profesionales. Un chalet en Barbados de medio millón. Una colección de coches valorada en novecientos mil euros. Una piscina olímpica de cincuenta por veinticinco. Una rubia de noventa, sesenta, noventa a juego con la piscina, la casa y los coches. Una previsión de vida de más de medio siglo… y todo se me viene abajo por contratar a un abogado mezquino, negociar una pensión de divorcio ridícula y abrir la puerta a una exmujer despechada armada con un cuchillo de la Teletienda de nueve con noventa y nueve.

 

66. Alma mater (La Marca Amarilla)

Los celos son esas ondas concéntricas que aparecen en el agua queda cuando algo perturba la superficie; primero aparece una, insignificante, que se va haciendo más grande, después aparece otra…
Ella creía que aquello de los celos lo había superado con los años de matrimonio, porque de novia lo pasó muy mal y en más de una ocasión apareció la fiera en que se convertía. Creyó olvidarlos definitivamente con la llegada de Samuel, su príncipe, el único hombre sobre la tierra que, este sí, eternamente sería suyo.
Pero la vida no siempre está en calma, como tampoco el agua de un lago, y la suya estalló precisamente el día en que él le había regalado aquella preciosa pulsera para el tobillo. Ella ahora sabe que no debería haber actuado así, pero entonces no pudo soportar, débil como era, que él paseara de la mano con aquella mujer, una mujer que no era su madre.

65. ATARDECERES EN EL LAGO (Isidro Moreno)

Cada tarde, sentada al borde del embarcadero, con los pies colgando, veo ponerse el sol tras la montaña. Los reflejos sobre el agua del lago, el color del crepúsculo y la melancolía que me inunda, hace que cada tarde, ante tan insinuante pose de suicida atormentada, se me acerquen, como moscas, buenos samaritanos, curiosos o ligones. A veces son realmente apuestos los que se me pegan y entonces, con ellos, alargo la conversación y el rato mágico de la tarde.

Ya no quedo con mis amigas. Ligo mucho más al borde del embarcadero que en los paseos pueblerinos viendo las mismas caras día tras día. ¡Dónde va a parar!

Hoy ha sido desconcertante pues he visto, de reojo, a un guapo joven que hablaba con unos señores de blanco y señalaba hacia mí. Al rato han venido esos hombres de bata blanca y me han puesto la camisa con correas de la que no puedo zafarme.

Mañana tendré que escaparme otra vez.

 

IsidroMoreno

64. La vecina del quinto (Mar González)

Confieso que, de un tiempo a esta parte, esperaba ansioso sus publicaciones en Instagram. Siempre marcando tendencia, siempre a la moda, siempre ideal y, siempre, esquiva. Nunca muestra su rostro. Sólo manos.. y, especialmente, pies. En un banco, en la hierba, en el mar… 

El mar. Una pasión que nos unía. Yo solo he estado una vez en Benidorm, pero ella… Ella ha recorrido mundo. Aguas turquesas, azul intenso, verdosas, transparentes, tranquilas, agitadas…. Siempre acompañadas por lindas palabras, etiquetas viajeras y sentimentales que dejaban volar la imaginación. 

Me gusta. Me gustaba. Hoy vi su última foto publicada en las redes. De hecho ya la había visto. Pero ahora estaba en el telediario y con imágenes de mi calle y mi edificio. 

Han encontrado el cuerpo en su domicilio. Todavía no se sabe cuándo o cómo murió, ni por qué dejó programadas tantas entradas en las redes sociales. Montajes. Todo falso. Hasta tenía una tela verde en una pared del salón.  

Al volver a casa he subido hasta el quinto. Esta vez no he podido entrar. La puerta está precintada como en las películas. 

Saco el móvil. Me hago un selfie y comparto con su hastag póstumo: #LaMuertadeInstagram

63. Transparencias

Tengo casi sesenta años. Y el recuerdo de cuando tenía diez, once, doce. De cómo bajábamos al río y me ponía en el tobillo la pulsera de cuentas de cristal. Era buen nadador. Jugaba mal al fútbol. No me gustaba coger cangrejos, pero lo hacía. Ni ranas o lagartijas, y también lo hacía. Luego comenzaron las charlas de chicas. Ellas me gustaban, a mi manera, y eso me ayudaba a disimular. Poco a poco necesité algo más para sentirme bien, y dejé de usar la tobillera.
Esta tarde voy de compras. Algo corto y con encaje. Diré, como siempre, que es un regalo para mi mujer. Ahora, pasado el tiempo, sé que nunca volveré a sentirme como con aquella pulsera en mi pie. Podía llevarla por la calle sin que nadie mirara.

62. Vértices

La contundencia del padre no admitía negativas: Aquí solo hay miseria y va a seguir habiéndola cada vez más. Yo ya no me voy a ir, pero tú debes marcharte cuanto antes. Hazte un hatillo con lo que puedas y llégate a algún lugar donde encuentres otros posibles. Busca una vía de tren y escoge el camino que quieras. Verás que aunque los raíles van paralelos se juntan en el horizonte, pero eso no indica un final, dicen que es un efecto óptico fuera de mis entendederas. Tú no desesperes y sigue sin volver la vista atrás; olvídate de mí y de este maldito lugar como si nunca hubiéramos existido.

 

En algún momento, vuelve a bajar a sus pies desnudos. Tras besarlos unos instantes, le separa las piernas y comienza a ascender muy muy despacito, sin parar de acariciar y lamer esos miembros casi interminables.

Cuando ya está en el ángulo donde los muslos se funden, y antes de seguir jugando, repite su característico ¡ya he llegado!

–Lo sé, lo sé siempre –manifiesta la mujer entre una tenue risa y un placer acomodado.

Él, en realidad, eso no se lo dice a ella.

 

 

 

61. La chica del trampolín

Después de una recta de varios kilómetros, una curva, y tras ella un pueblo. Su calle principal: dos líneas de casas que titilan en la reverberación del sol en el asfalto. Parecen ir del brazo y andar a pasitos desacompasados como viejas reumáticas. Luego, unas cuantas granjas más repartidas al tuntún entre retama y rastrojos. Sentada en lo alto del trampolín del falso edén de arena caribeña inaugurado por el alcalde —para que nuestros jóvenes no tengan que irse a buscar otros divertimentos por ahí, había dicho con voz engolada—, y con los ojos entrecerrados por la luz inmisericorde, la joven del bikini azul eléctrico mira por encima de los cipreses guardianes del edén. Aún les queda por crecer si quieren poder rivalizar un día con los del cementerio. Abajo, el chico de las Ray Ban de espejo no la mira, nunca lo hace. Sin embargo hoy se siente guapa. Ha podido cogerle el bikini a su hermana, el que deja las nalgas muy al aire y tiene algo de relleno para las tetas. La chica del trampolín mira el agua. De repente le llega el olor pestilente de una nave avícola cercana. Frunce el ceño. Se tira.

 

60. DONDE ME LLEVEN (Belén Sáenz)

Otro año más empieza el peregrinar del ánade real hacia los humedales del sur, a sus tardes soleadas. Otro año más estoy sentada sobre la madera fría del embarcadero, estudiando cómo propulsa sus patas anaranjadas del agua al aire, juntando mis pies en sintonía. Y no lo entiendo. Por más que papá diga que tengo dos pies izquierdos yo los veo diferentes, más allá de su simetría en el espejo. La disposición de los dedos, la curva del empeine… Todo normal. Por no disgustarle llevo en el tobillo la pulsera de cuentas que me regaló. «Así –me explicó– sabrás que tienes que adelantar primero el que está desnudo. Plantarlo bien en el suelo. Uno primero y otro después. Nunca los dos a la vez». Luego me llamó pato mareao, y nos reímos. Hoy he amanecido con la sospecha de que me quiere suya, como ave anillada. Los años pasan y no me convierto en el cisne prometido. Mis pies han formado una punta de flecha que indica una dirección. Un lugar compartido por el cielo y el mar. Y entonces lo entiendo, y salto con los dos pies juntos, y comienzo a correr sobre las aguas, y remonto el vuelo…

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