Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

39. Emociones incontrolables (Aurora Rapún)

Aran era su mejor amiga. Solo se veían en verano en el pueblo de los abuelos, pero una vez que se encontraban no se separaban ni a sol ni a sombra. Por las mañanas, el primero que se levantaba iba a casa del otro para desayunar. Se pasaban el día recorriendo el pueblo y los alrededores. Iban al río a tirar piedras, a bañarse, a descubrir escondites y a cazar zapateros. Siempre se estaban riendo. Daba gusto verlos.
Un día, Aran llamó a la puerta de su casa triste y compungida. Su padre le acababa de informar de que había sido ascendido en su trabajo y de que tendrían que trasladarse a vivir a Australia.
Esa noche, y todas las siguientes Mario se hizo pis en la cama. Su abuela tendía las sábanas recién lavadas en el jardín e intentaba calmar su pena hablándole de futuros encuentros y utópicos viajes que lo llevarían al país en el que iba a vivir su amiga.
Hoy por fin, después de veinte años, Mario va a viajar a Australia. Se ha despertado emocionado y sorprendido al descubrir que, bajo su cuerpo, unas sábanas húmedas y calientes, evidenciaban la emoción del próximo reencuentro.

38. Sábanas (Asun Gárate)

El día que mi madre se suicidó, desayunamos juntos en su cama. Tortitas con sirope de chocolate. Yo manché las sábanas, pero ella dijo “no importa, cariño” y casi sonrió. No parecía más triste que otros días, solo igual de triste. Lavó las sábanas en la pileta, las colgó en la cuerda del jardín y a media mañana ya se habían secado. Sin embargo, siguieron tendidas hasta que las recogió alguien que vino a nuestra casa después del entierro.
Tuve que hacer la maleta e irme con unos parientes de la ciudad. Entre las pocas cosas que me llevé estaban aquellas sábanas y dormí en ellas todas las noches del resto de mi niñez. Luego me convertí en un muchacho horrible y las guardé.
Soy embustero, ladrón, camorrista. Soy alcohólico. Hoy me han dado una paliza en un callejón, dejándome roto por dentro y por fuera. A duras penas he logrado llegar a la pensión donde vivo. Sé que no aguantaré mucho tiempo. He sacado las sábanas de la maleta, las he puesto en la cama y me he acostado. He vuelto a mancharlas, pero mi madre ha dicho «no importa, cariño».

37 . Los reprochadores

Hay quien siempre juzga de un modo inclemente las acciones de otras personas, aún a sabiendas de que no hay nada que censurar. Señalan aquella mota de polvo en una grifería que brilla como un espejo o con la excusa de haberlos probado mejores, desaprueban un plato suculento. Mi familia, por el contrario, acepta las cosas tal como vienen. Mamá tolera los reproches resignada, unos están arriba y otros abajo, murmura a menudo. Mi padre se consuela diciendo que en realidad esa gente critica en los demás lo que no les gusta de sí mismos. Entonces me acuerdo de cuando la señora regañó a mi hermano al intentar coger una prenda del tendedero. El pobre me vino llorando porque ansiaba taparse para evitar las burlas por su pie fantasma. Aunque respeto mucho a papá, me cuesta creer que la señora también tenga un enorme vacío en la pierna más allá de la rodilla.

 

35. CULPABLE UNIVERSAL

Acostumbrado a ser considerado el responsable de todas las travesuras, Marco agachaba la cabeza cada vez que un dedo acusador le señalaba.
¡Estaba harto de ser el culpable universal! Y eso, que sus inquisidores habituales proclamaban a quién quisiera oírles, que él era un chico maravilloso: inquieto, divertido, con iniciativas y siempre alegre.
El pequeño no entendía como su madre y su abuela -las personas que más solían reprenderle- le acusaban de manchar la ropa del tendal; de romper los cristales de las ventanas; de atacar con frecuencia a las mascotas de la granja e incluso de comerse el chocolate y los pasteles de la despensa.
Pero, ¿cómo iba a hacerles entender a aquellos adultos cerriles que esas pequeñas diabluras eran obra de su hermano Agustín?
La única vez que se atrevió a acusarlo lo enviaron a la Iglesia. Le exigieron que se confesara con el señor cura mientras no dejaban de persignarse. Cuando osó decírselo, Don Amadeo le llamó blasfemo:
– Marco, hijo, ¿cómo puedes acusar a tu hermano muerto? Reza diez Padrenuestros y veinte Avemarías. A ver si regresa la razón a esa cabecita loca y dejas de acusar ya a fantasmas que solo tú puedes ver…

34. PARASOMNIA, PARA QUÉ (EPÍFISIS)

Durante varios años, en el orfanato, la cuidadora, se acercaba sigilosamente a mi cama y retiraba de golpe la ropa de cama. Muchos días, la mancha amarillenta delataba que me había hecho pis.
Las risas y los dedos acusadores aún me persiguen y no he conseguido hacer todavía una vida normal. Durante toda la jornada las sábanas y el colchón de lana se iban secando y el escarnio duraba durante el estudio y en el recreo.
Por la noche, el olor y la humedad retrasaban mi sueño, eso y los ruidos del dormitorio, pues mi meada era la única defensa cuando los chicos mayores abusaban de mi cuerpo. Muchas veces me pillaron dormido y entonces las vejaciones eran asquerosas. Entre varios me sujetaban y me tapaban la boca y otros me sodomizaban o se corrían en mi cara.
Las duchas me aterraban, me llamaban gorrino y todo eso era para ser menos apetecible a los sátiros de mis compañeros del hospicio.
Recuerdo las reprimendas mientras se oreaban las sábanas al viento y yo, sin poder decir nada pues mi vida correría peligro. Ahora soy profesor de primaria.

33. BUENAS COSTUMBRES

Mi infancia y la de mis hermanos están llenas de recuerdos prohibidos. Nuestra madre insistía en que ciertas diversiones eran exclusividad de las mujeres de la casa. Pero nosotros, que habíamos salido rebeldes, barríamos a escondidas, nos colábamos en la cocina a fregar los platos a la hora de la siesta y fantaseábamos con pasar el día entre fogones.

Merecía la pena arriesgarse, pero el castigo si nos pillaba era cruel. Nos mandaba a jugar al fútbol en el jardín y, cuando ya teníamos las botas embarradas, nos hacía entrar por la puerta principal y ponerlo todo perdido de fango. Recuerdo las risas de mis hermanas limpiando de rodillas el salón y las escaleras mientras nosotros las mirábamos con envidia, sin nada divertido que hacer el resto de la tarde.

El día que mamá nos descubrió tendiendo las sábanas al sol se enfadó tanto que nos amenazó con contarle nuestro vicio a todos los amigos. Ya nos podíamos olvidar de encontrar una novia como Dios manda, menudas eran las chicas de nuestro pueblo.

Pero nos corregimos a tiempo y nos casamos los tres. Y así seguimos. Apartados de las tareas domésticas, honrando su memoria, aguantándonos las ganas.

 

 

32. EL DEDO DE DIOS (Belén Sáenz)

No lo entendí hasta el viaje de fin de curso a Italia, en tercero de BUP. Me había soltado de la mano pegajosa de Eva y estuve mucho rato clavado en el centro de la Capilla Sixtina. Contemplaba el fresco envuelto en susurros de una babel de lenguas que giraba a mi alrededor hasta llegar a marearme. Entonces llegó el big bang de la revelación. El índice divino no está creando al hombre, sino que lo señala. Señala a Adán, padre de Caín, que acepta indolente la designación. En mi pasado hubo muchos dedos fallidos dirigidos contra mí: una maestra que me tenía ojeriza, el acusica de mi hermano. Tampoco faltaron en mi etapa adulta un jefe de Contabilidad demasiado perspicaz o aquella novia malagueña con la que tuve el gatillazo. Pero el de mamá fue primero y verdadero. Dedo de Dios que encauzó mi camino hollado de sangre y dolor. Madre-Dios que no sólo me dio la vida, también me eligió con su dedo extendido. Y es por mandamiento suyo que el mío propio se dirige ahora hacia ti. Con él te elijo y luego lo flexiono, regocijándose la yema en el todopoderoso gatillo. Amén.

31. Mamá

TRES
Eres un inútil.
DOS
El dedo, siempre ese maldito dedo, mil veces amenazando.
UNO
No vales para nada.
CERO
Nunca valdrás para nada.

Con un punto de rabia contenida, ésa que jamás afloró, pulsó el botón verde.
La anciana apuntó con su dedo al camarero, añadiendo un rictus de desprecio en su boca.
La inmensa deflagración elevó como plumas dos vagones. El resto del convoy descarriló.
Le escupió: mi gyn tónic siempre es con 6 hielos, y cualquiera con dos ojos cuenta cinco.
Cientos de muertos, incontables heridos fue el recuento oficial. La policía lo encontró sentado, junto a las vías, absorto, observando el dantesco espectáculo. Lo único que consiguieron de él es que repitiera una y otra vez: Mamá, ya no soy un…
En el bar del lujoso hotel la anciana colocó el dedo sobre la fotografía del periódico en la que aparecía su hijo, esposado como autor de la masacre del tren.
Apuró un largo trago de su gyn tónic, ahora con 6 hielos.
Eres un inútil, susurró.
Observó que el camarero la miraba fijamente.
Y tú también.

30. TENDALES

Los días soleados las cuerdas de mis vecinos se llenan. Del tendal de Paqui, la peluquera del primero, cuelgan un tío cachas y otro trajeado con pinta de comercial, de esos que llevan el maletín lleno de tintes y mentiras, así, zarandeados por el viento, sujetos con pinzas fosforito, parecen dos peleles.
Las cuerdas de doña Angustias, la viuda del segundo, con sus vestidos hambrientos de colores, semejan un ramaje lleno de cuervos.
En el tercer piso, el que ocupa el joven estudiante de solfeo, una partitura, posible pasto involuntario de la lavadora, reparte acordes que al capricho del viento se cuelan por las ventanas abiertas y suben hasta la azotea.

Pero el tendal que más llama mi atención es el que tengo debajo. Está lleno de bodys, pijamas diminutos y patucos con olor a vida. No puedo evitar sentir envidia mientras lleno el mío de estériles grises y rutina.
Le comento a Miguel lo afortunada que es esa chica pese a estar sin pareja, él asiente y agita el periódico que finge leer pegándolo aún más a su cara.

28. La culpa al trasluz (La Marca Amarilla)

Mi madre sólo me puede ver tras unas sábanas tendidas. Y sólo ella me puede ver.
En ocasiones espera a que hagan la colada en el manicomio y cuando la tienden me busca como una loca.
Pronto descubre mi delicada silueta al trasluz, como el aura del niño que nunca debió nacer, y rauda se acerca a besarme y abrazarme, siempre entre lágrimas, algunas de alegría otras de tristeza otras de arrepentimiento.
Y cuando vuelvo a decirle que no llore, que no tuvo la culpa, ella me regaña por hacer enfadar a papá, el hombre del que nunca se tuvo que enamorar.
Pero yo sé que la culpa de que aquellas sábanas torpemente anudadas no soportaran mi peso al intentar huir sólo fue de mi padre, de sus humillaciones y de su inhumana agresividad.
Como es habitual, al instante viene una enfermera que con amable cuidado se lleva a mamá.
Entonces se despide antes de volver a su culpa.

27. PARTITURA

Los miedos de Catalina se disiparon cuando el bebé lloró al nacer. Su marido cantaba nanas al niño. Ella miraba cómo dormía. A los pocos meses Catalina y su hijo esperaban a papá para que le leyera el cuento en voz alta. Sus ojos ávidos aprendieron a leer los labios de mamá, tocándolos con sus manitas. Cuando empezó a andar corría detrás de mamá.Era un espectáculo verlos en la terraza. Catalina, hipertérrita, miraba las manos de su hijo garabatear notas musicales en las sábanas.Cogía las pinzas como batutas. Otras veces los vecinos lo veían bailar, a lo largo de la terraza, encima de los pies de mamá. En el cole el hijo de catalina chinchaba a sus amigos. Decía que era trilingüe, porque iba a clases de inglés, cantaba con su papá, con voz de barítono, y hablaba con las manos con mamá;a ella le enseñó que se oía por dentro: como los latidos del corazón pu-pum.Tuvo una infancia envidiable.En su adolescencia tuvo piano en casa, tocaba para mamá.El hijo de Catalina no quiso estudiar periodismo, como quería su padre. Es director de la orquesta sinfónica. Su madre, abonada fija, aprendió a sentir la música.

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