Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

60. DULCE ESPERA

Sus balcones eran los mejor engalanados de la ciudad, y por ello, su casa siempre estaba en la ruta de los visitantes ilustres.
Ella se esmeraba para que fueran los más bellos y sorprendentes cuando alguna autoridad visitaba la urbe o se celebraban fiestas o procesiones.
La mujer del alcalde, bella y radiante, les decía a sus criadas que se ocuparía personalmente de esa tarea.
Un mes antes del evento mandaba pintar balcones, ventanas y la fachada. Además encargaba a los jardineros que plantasen las flores más perfumadas y hermosas para que sus invitados se sintieran en el Paraíso.
Luego, con una paciencia infinita, elegía en las tiendas de telas la más brillante y espectacular.
Pero esta vez, además de a sus vecinos pretendía sorprender a su antiguo amante, un capitán de navío al que años antes había abandonado para casarse, y que ahora, había regresado a la ciudad.
Cansada de su aburrido marido, quería regresar con él, pues continuaba amándolo en secreto.
Por ello, cuando contempló en la mercería aquella tela con la cola de una sirena, supo que el marino comprendería su mensaje.
Solo tenía que colocar la colgadura en su balcón y esperar…

59. AVENTIS (Fuera de concurso)

Nos reuníamos en la escalerilla que salvaba el desnivel con la avenida. Julio, Ramiro y yo, Toñoco el Loco. Me gustaba contar historias, y la llegada mansa de la noche lo propiciaba. Las luces de los coches al pasar alargaban nuestras sombras sobre la fachada desvencijada de la casa de enfrente. A veces sale una chica a la ventana, decía Ramiroco. Y Julioco –nos gustaba motejarnos así–, que no que ahí no vive nadie desde hace mucho. Y entonces yo aseguraba haber visto a la chica dragón. ¿La chica dragón?, repetían los otros al unísono. Sí, una chica raptada por la mafia china, y ahí empezaba una enloquecida sucesión de hechos sombríos, que iban desde la amputación de miembros al uso de muchachas para extraños rituales de bestialismo y sangre. Las voces de nuestras madres, llamándonos para cenar, solían interrumpir la historia en el momento más crítico, forzando un brusco “continuará”. La noche siguiente solía dar una vuelta de tuerca intoduciendo algún vampiro. Así hasta finales de verano. Por octubre llegaron al barrio varios coches de la policía. En los corrillos, se comentó que habían encontrado en la casa abandonada el torso sin piernas de una joven.

58. El cuento (Marta Trutxuelo)

«Y colorín colorado…  Y ahora, a dormir, campeón».

Cierra los ojos, bucea hasta el fondo de la cama y el niño se deja engullir por las fauces de ese monstruo suave y feroz llamado edredón. «Una princesa sola en la torre más alta de un castillo, esperando a que la rescaten, con un dragón al acecho. Llega un príncipe, la salva y se la lleva lejos del castillo, del dragón, de todo lo que conoce… ¿por qué?», musita el pequeño. Aquella mañana, camino del colegio, confiesa su preocupación a su padre. «¿Y si ella ya fuera feliz?». Éste le recuerda que se trata de un cuento, pero le sigue el juego: «Dame una razón para que una princesa sea feliz con un dragón». Y el niño señala una ventana en lo alto de un edificio: una doncella de dulce rostro, grácil busto y ¡una exótica cola de dragón! «¿Y si no fuera un cuento?», replica el niño… Pero, como por arte de magia la hija de la princesa y el dragón vuelve a ser la criada que recoge la recién desempolvada alfombra tapizada con una impresionante extremidad de reptil que colgaba del alféizar de la ventana.

57. TRAMPANTOJO (Rafa Olivares)

Era media mañana, hacía muy buen día y la ventana del hotel daba a una calle muy concurrida. Por eso fueron muchos quienes lo vieron. Incluso alguien fotografió la escena. Todos coincidieron en decir que se trataba de una sirena auténtica, aunque demasiado bien sabían que esos seres míticos de la literatura clásica solo existen en la ficción. Su ofuscación les impidió aceptar, aunque fuera palmario, que se trataba de un tritón –no por divino exento de reacciones humanas– alérgico a los ácaros, quien, sintiéndose atacado, ascendió rápidamente por la pared y por la colcha estampada y se zampó a la kelly por los pies mientras sacudía el polvo de la gamuza. Ella, hasta que desapareció su mano engullida en la boca del monstruo, estuvo tratando de terminar su tarea para que le computaran los dos con cuarenta euros de aquella habitación.

56. Palermo oculto (Javier Ximens)

Se dice que en las noches oscuras de Palermo, algunas de las momias mejor conservadas de las Catacumbas de los Capuchinos abandonan su eterno enterramiento y visitan la Fontana Pretoria. Allí contemplan las hermosas estatuas desnudas, acarician con sus manos de hueso y carne reseca los brazos fuertes, los pechos tersos y los rostros suaves de mármol. Envidian su desnudez, su vida de sol, su blancura y las miradas de gozo que los turistas han dejado reflejadas en las aguas de la fuente. También se dice que en las tardes tórridas de verano, cuando los visitantes se refugian en los hoteles, algunas de las esculturas de la fontana recuperan la movilidad, estiran las piernas y bajan a las catacumbas. Allí admiran los cadáveres mejor momificados, sus vestiduras, los rostros desencajados, las mandíbulas sonrientes, el color marrón de la carne, la tibia temperatura y las miradas de miedo de los turistas prendidas en las paredes.

Este trasiego de momias y estatuas no es percibido por los humanos, pues solo se produce cuando la dracaenae Campe, asomada al balcón, agita el pañuelo para indicar la soledad de las calles. En ocasiones, como fruto de estos encuentros, se engendran nuevos seres fantásticos.

 

55. Proceso artístico

El arte estriba en saber ver la realidad con otros ojos. Discernir, desentrañar, modificar la escena hasta lograr la perfección. Una mujer que tiende la colada, la armonía de sus gestos, su enigmática sonrisa, y esos movimientos aparentemente aleatorios. Solo tengo que mover un poco el coche para que la visión sea perfecta. Así. Ya. Con solo otra perspectiva las realidades cercenadas se unen en una única silueta. Arte inesperado.

Ahora sale del portal para tomar el camino de los cañaverales y, sosegando mis emociones, la sigo. Las sombras del atardecer, los pobres rayos entre la bruma del río. Escenas incompletas. Paro el coche, y desde la cuneta me inundo de la mezcla. Discernir, mirar con otros ojos, desentrañar. El olor a humedad, la luz atenuada, música de piano, de violines cósmicos que aguardan alrededor. Me acerco, poso mi mano en su hombro, en su boca, en su cuello, y la melodía se acelera violentamente. Brillos plateados, riachuelos carmesí, fragancias que se acentúan… hasta que todo, al fin, se detiene. Y puedo componer la escena a mi antojo, paladeando cada momento. Discernir, desentrañar, modificar.

Disfrutar de la obra al fin acabada.

54. Marina

Una madrugada cayó en mis redes… O eso pensaba yo. Aceptó gustosa mi invitación a bailar. La profundidad abisal de sus ojos azules, la radiante sonrisa coralina, la suave brisa producida por sus movimientos y la manera de mecerme con el tono de su voz, fue lo que me atrapó a mí. Esa primera noche también descubrí sus besos.

Lo que no estaba a la vista era mucho más valioso, más grande… Tenía una personalidad iceberg. Se quedó en mi vida tan sólo unos meses. Conocí su lado más tempestuoso y también su cara más afable. Navegué por su cuerpo, me asomé al perfil de sus acantilados, disfruté recalando en sus más íntimas calas. Un día, mientras visitábamos a unos amigos, se asomó a la ventana del salón y, según sus propias palabras, sintió que había encontrado su verdadera identidad. Quiso llevarme consigo, pero fui un cobarde. No me atreví a destrozar mi matrimonio, siguiéndola. Se despidió con un simple beso que me dejó un bouquet de salitre. Aquel día, a mí me dio vértigo su misteriosa inmensidad y ella supo que no podía echar raíces.

53. El pueblo silencioso

El día que murió Félix, el viejo pescador, su sirena, a la que todos creían muda, comenzó a entonar un canto melancólico y se negó a irse de su hogar. Los hombres parecieron despertarse entonces de un profundo letargo, y al querer responderle con sus voces oxidadas, las mujeres se armaron de uñas y coraje para enganchar las olas que rompían en la playa más cercana y poder arrastrarlas hasta la vivienda del difunto. Por la noche, la marea alta terminó su trabajo mientras ellas amarraban a los maridos con sus cuerpos de mujer tras la llave del dormitorio.

A la mañana siguiente el pueblo volvió a amanecer en calma. Una marca húmeda en la pared, bajo la ventana desde la que a ella se la oía cantar, delataba dónde había llegado el oleaje. Las mujeres dijeron que el mar pudo haber recuperado lo que le pertenecía, pero cada una se aseguró sellando algunas noches más los oídos de su hombre con palabras de novia enamorada que adormecían el eco de aquella voz. Y aunque ellas no tardaron en enmudecer, la rutina se encargó de cercenar los días poco a poco, poco a poco, haciendo olvidar también su silencio.

51. Volveré (Carmen Cano)

Él partió una madrugada. En sus ojos, la querencia del mar; en la banda de babor, el nombre de su adorada.

-Escribe. Te esperaré.

Cada amanecer ella se asomaba a la baranda azul del balcón. Al principio llegaban cartas desde playas de arenas finas, puertos remotos y acantilados azotados por las olas. Las palabras de amor sabían a inmensidad, a brisa cálida o a dulces bahías.

Una mañana halló en su baranda el rostro astillado del mascarón de proa. Su corazón quedó sin timón ni remos. Soñaba con oleajes, con mares de espuma amarga. Pero descubrió una estrellla prendida en la balaustrada y otro día, un caballito y, más tarde, caracolas con el rumor del océano.

Ahora pasea descalza por el muelle.

-¡Ahí va… la loca del náufrago!

Su amante submarino la colma de extraños peces, de ramos de posidonia y de lejanos corales. Ella desoye las voces ajenas y hace sonar las conchas de sus collares. Es dichosa porque se sabe la novia del ahogado que siempre vuelve.

50. La otra Elena (towanda)

Tres cabellos, su cepillo de dientes y algún objeto especial de la difunta. Para evocar sus recuerdos. La empresa aseguraba satisfacción absoluta .

Estaba ansioso por abrirlo, pero aguardé que Candela regresara del colegio. Desenvuelto el fardo, quedé paralizado. Era idéntica. Quizás, el pelo más largo o los ojos, aunque copias exactas, me parecieron distintos. Alegres. Candela se aferró a su pierna sin dejar de llamarle ‘mamá’. Esa noche permanecí mudo, examinándola fascinado. Acostó a la pequeña y se dirigió a la alcoba. Nervioso, fingí dormir. Ella me besó.

Al amanecer, quiso salir a nadar. La otra Elena dejó de hacerlo hacía años. Dije sí a nadar; a bailar desnudos sobre la hierba; a volar cometas; a manosearnos bajo la mesa; a comer palomitas; a hacerle y deshacerle el amor… A todo.

Semanas después, la encontré asomada al balcón. Tenía medio cuerpo fuera y acariciaba aquella manta infantil. Mirando como el otro otoño… Temí que todo se repitiera. Que los viejos demonios hubieran emponzoñado ese objeto especial que yo mismo elegí… Grité. Desesperado. Exánime. Presa del terror. Como entonces.

Se giró despacio. Estremecida. Dijo haber sentido un impulso extraño por volar, pero, oyéndome temblar, supo que ese recuerdo no le pertenecía.

49. COMO LA GRACE KELLY (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

─ Un nuevo día de primavera. Este año será diferente. Mi suerte va a cambiar. Siento que la fortuna me ronda. Me escogerán en el casting. Luciré modelos de modistos ilustres. Se enamorará de mí un futbolista famoso o un actor de moda o un político con futuro. Nadie tiene la elegancia de mis andares. Seré la reina de las pasarelas. Seré portada de revistas del corazón. Viajaré al otro lado del mar.

─Que me dé el sol en la garganta, en el sitio en que se juntan mis clavículas, en ese hoyo donde dicen que anida el alma. Que el aire del mar llene las branquias de mis pulmones. Soy un pez volador sobre lagos azules.

─ Irene, espabila, que vas atrasada ─tronó la voz autoritaria de la gobernanta.

Vuelta a la realidad. Otro día más y la leche de las ilusiones derramada por el suelo y la herrada caída, rota, desvencijada de tablas y herrajes.

─Lagos azules, sí, azules. En mi vida solo habrá un lago, el que llena el cubo de esta fregona. Camarera de piso, una kelly de 400 habitaciones al mes a dos con quince euros cada una, con horario de entrada pero no de salida.

48. VACUIDAD

Embozada en una gruesa bufanda de lana gris mi hija recitaba, como en un susurro, el mantra de Yakir Aharonov. Yo la escuchaba en silencio. La seguí con la mirada cuando con decisión abrió las contraventanas, curioseó unos instantes a través del cristal y con un movimiento liberó los ventanales que se desplegaron de par en par. Fuera, gruesos copos como algodón se descolgaban suavemente del cielo. Ella salió al balcón engalanado. En la calle la multitud aplaudió y un joven desenfundó su cámara y llevándosela al rostro hizo una foto. «Aquí se la dejo, ha quedado muy bien» y la acepté guardándola con todo cuidado.

¡Om!

Al atardecer un aire cargado de polvo acarició paramentos, buscó huecos entre los sillares y recorrió estancias. Llenó de caracolas una plaza sin vida. Los perros no ladraban, las torres estaban arruinadas y el cielo era azul. «Soy prisionero de este presente porque hay un futuro» pensé.

Y la rueda giró una vez más.

Unos arqueólogos de hábiles dedos limpiaron aquel pequeño tesoro: la imagen de una bella mujer mitad pez que sonreía desde el principio de los tiempos. Entonces decidieron llamar a aquella tierra, en su honor, el Mundo de la Sirena.

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