Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
3
4
horas
1
8
minutos
1
6
Segundos
2
7
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

69. Performances

Para qué negarlo: disfrazado de payaso mi atractivo se resiente bastante. Lo pienso a cada instante mientras contemplo a Hanna realizar su fantástica Gilda, en perfecto blanco y negro si no fuera por esa rosada e incauta lengua que a veces asoma entre sus labios. El caso es que el personaje me funciona mejor que ninguno hasta ahora. Suelen ser los niños quienes frenan a sus padres para observarme, aunque también hay adultos que lo hacen por propia voluntad, riendo como los más pequeños con los malabarismos, traspiés, despropósitos y bromas de mi restringido repertorio. Cariblanco, patoso, inocente, vulnerable…, está claro que así lo tengo mal para provocar en Hanna nada de lo que yo quisiera. En las horas de poca gente me acerco a darle un cigarrillo y hablamos un rato. Suele escuchar con gusto mis cosas, por simples que sean, y se ríe mucho con las ocurrencias y los chistes que de natural me salen, pero sobre todo, y ese es el asunto, de mi insistencia en quedar para vernos después. El jueves pasado se fue a dormir con Poseidón, y anoche la vieron besándose con el Discóbolo. Hoy no le quita ojo a Conan, el Bárbaro.

68. ODIO A STEVE JOBS (TON PEDRAZ)

El circo corre por mis venas. Mi abuela era la mujer barbuda, papá fue trapecista hasta que se jubiló, mamá quiere morir junto a sus leones, y mis hermanos levitan de allá para acá sobre el alambre. A mí, me tocó ser el payaso. Desde pequeño me dediqué a hacer reír a todo aquel que se cruzara en mi camino, dentro y fuera de la carpa, con mi semblante tristón, mis zapatones de charol, y mi traje de arlequín.

Pero ahora el circo agoniza y a nadie parece importarle. Algo me dice que, a pesar de mi esfuerzo por hacerles felices, nada volverá a ser como antes, nadie es capaz de prestarme su atención un instante, ninguno sabe vivir sin despegar la vista del teléfono móvil.

67. En el circo de la vida, perdemos la mirada (Yashira)

Comencé en esta profesión pensando que haría felices a los niños, pero la mayoría se asustan.

Los padres me contratan, y al llegar a la fiesta, he de explicar a los más pequeños que no deben llorar, que vengo a hacerles reír. Claro, ellos saben, te miran a los ojos y saben que tú no eres lo que aparentas. Por eso, cuando salgo del trabajo procuro rodearme de adultos, así puedo pasar desapercibido.

– Ah, que mi indumentaria te hacía pensar otra cosa ¿verdad? – Pues no, así vestido nadie se fija en mí.

Ya en casa, cuando me desprendo de pinturas, ropas y demás, me muestro. Con los años he aprendido a vivirme, aceptarme y disfrutarme, tal cual.

¿Y tú cuándo te quitas la máscara? ¿O has crecido tanto que ya nunca te miras a los ojos?

65. Condiciones intrínsecas (Salvador Terceño)

Mi abuelo murió diciendo que ningún payaso reía de verdad.

–Son intrínsecamente tristes –dijo. Y expiró.

Él siempre los había considerado grandes profesionales. Era su tema recurrente. Incluso así, nos costaba creerle, pero lo encajaba bien.

–Seguid a uno tras una función y observad su comportamiento –decía.

Pero era solo una niña y ningún circo frecuentaba nuestro pueblo.

Luego el tiempo lo devoró todo.

Cuando crecí, emigramos a una ciudad sucia, bastante miserable. Papá apenas trabajaba. Bebía demasiado y mamá y yo acabamos buscándonos la vida. Mamá conseguía dinero fácil pero cada día envejecía un mes. Yo robaba lo que podía.

Mamá murió de repente de una meningitis y me quedé sola. No pensaba meterme ninguna polla en la boca, así que compré un abrigo y una pistola. Me sentaban de fábula. Habitualmente, subsistía a base de monederos y carteras. Cuando debía meses de alquiler, me acercaba a alguna barra, asomaba el revólver y pedía con educación el dinero de la caja.

El día de acción de gracias me acerqué a la barra del Harry’s de Lincoln Avenue y, cuando iba a sacar mi pistola, tropecé con aquel payaso. Tenía la cara más triste que había visto en mi vida.

64. A las cinco, café con pastas (Juana Mª Igarreta)

El sábado que Osman inauguró el restaurante, invitó a los vecinos a tomar café con pastas. Y puntuales acudieron a la cita de las cinco, incluida doña Remigia, la octogenaria del tercero, a pesar de que “el turco” no era santo de su devoción.
Osman se lo había currado. Él mismo se encargó de elaborar las tarjetas que anunciaban la apertura del local, para luego depositarlas en los correspondientes buzones. Además convenció a Urko, con quien había entablado amistad hacía poco tiempo, para que se vistiera de payaso y amenizara un poco la tarde. Después de la actuación, seguro que serían muchas las monedas tintineando en su sombrero.
Urko fue alternando los números que mejor se le daban. Pero las risas que consiguió arrancar en un principio, al tiempo que la gente le daba la espalda, enmudecieron.

¿Habrían reconocido bajo aquel raído disfraz y aquella voz distorsionada al viejo cerrajero? ¿Sería capaz de retener a los vecinos de Osman el tiempo suficiente para que su “socio” terminara el trabajo puerta a puerta?

Lo sentía por Osman, que era un buen muchacho. Pero ¿un parado de larga duración puede vivir de hacer el payaso?

63. Ausencia

Te envío la foto; así podrás cerciorarte tú misma de lo que hablamos. Han pasado muchos años y ya es tiempo de cerrar la herida. Por mi parte, he hecho lo que me pareció adecuado y no me arrepiento de nada. Mamá se encargó de disfrazar la realidad, nos dio su versión y hemos vivido a gusto con ella. Pero ¿qué quieres te diga? A mí, no me basta. Tenemos derecho a saber la verdad. La imagen como muy bien puedes comprobar en el reverso, es de los setenta. Así que papá no murió como ella nos había contado. ¡Y pensar que hemos tenido el retrato toda la vida delante de nuestras narices! Siempre me fijé en el payaso triste, hasta se me ocurrió recorrer los circos de Europa para ver si lo encontrábamos. ¡Quién iba a decir que nuestro padre era el hombre de la izquierda. A saber por qué lo echó de casa! Son muchas preguntas. Y de momento solo nos tenemos a nosotras. Y a papá, que estará en algún sitio y que quizá también nos ande buscando.

62. Alivio (Patxi Hinojosa)

Hoy he vuelto a fracasar, me doy por vencido. Dicen que no se puede ganar siempre; matizaría que hacerlo, aunque fuera una sola vez, no estaría de más.

Estoy cansado, necesito un café cargado antes de regresar a casa solo. La cafetería tiene buena pinta. Entro. Me dirijo a una mesa libre que incluye prensa. Mientras espero al camarero, echo una ojeada al mostrador y en ese instante se me para el corazón. Consigo reiniciarlo tosiendo con violencia y me concentro en la escena. Estás ahí, en esa concurrida barra, con la mirada perdida de costado. Veo tu cara en blanco y negro en contraste con tu figura, enfundada en ese disfraz multicolor. Eres tú, un par de decepciones mayor, y unas lágrimas que creía extinguidas aparecen por mi rostro yendo a mojar el periódico. Lo cojo y me parapeto detrás de él esperanzado; al contemplarte me sumerjo en tu tristeza, que siempre será la mía, porque hacer reír nunca garantizó felicidad, ¿no es cierto?

Entonces suspiro hondo, aliviado al fin, pues tu mirada carece ahora de aquella carga de soberbia con que te dirigiste a nosotros cuando juraste desaparecer para siempre y no seguir jamás mi vocación de payaso.

61. Diver<>gente (Mel)

No quiero volver al mundo de los muertos. Nunca. Aunque eso suponga que nadie aprecie mi sonrisa ni entiendan que un rombo es un cuadrado bailarín, no algo prohibido. No quiero estar siempre quieto, anclado a un trabajo gris y a la moda en blanco y negro. Quiero ser el arlequín que esconde mi corazón. Nunca más ser el borrego que come pavo cuando toca dar gracias, a Dios o al diablo, ni beber Coca Cola, la droga que nos pega al sueño americano. Es que no quiero ser de aquí ni de allí, quiero ser yo, y mirarle a la cámara de la vida de frente, saboreando lo que me ofrezca cada mañana y sabiendo que mi piel y mi alma tienen colores, aunque muchos me vean en negativo. Sé que hay más como yo y sé que esto es estar vivo.

60. El espectáculo debe continuar (Antonio Javier Álvarez)

La obligación del verdadero artista es dar un paso más allá, fijarse en los detalles y no repetir demasiado los números. En tres ocasiones me satisfizo la función especial para niños. En otras dos, gocé ante público anciano. Una vez, reconozco que fui ritual y aburrido.  La camarera sirve el café con sonrisa labiodental. Pensé: “Podría amarte”, y ella dijo: “¿Solo o con leche?”. Muevo la cuchara y rostros comunes se revuelven en los espejos frente a la barra, como mutilados en serie. Hundo el azucarillo y un codo frío de mujer se clava y me empuja hacia adelante.

El remolino del café me arrastra a un cero en espiral, al objetivo del fotógrafo, al cañón de la pistola guardada en mi costado. Extrañamente excitado, he vertido ocho gotas de café en mis pantalones estampados. Una vez que el fotógrafo pulse el botón, comenzará el espectáculo.

59. Flores en la papelera

Se me cayó la sonrisa al suelo… y el ramo… las flores… las arrojé a la papelera… Ni me reconocieron al pasar junto a mí… Juntos… Salían juntos de nuestra casa… La tomaba de la cintura como si él fuera yo y acabáramos de celebrar nuestro quinto aniversario entre las sábanas… Me sentí el marido payaso más ridículo del mundo…

Conseguido que mi compañero aceptara cubrirme un par de horas, había corrido para ponerme el disfraz y pasar por la floristería directamente para ganar tiempo… Después de darle la sorpresa y arrancarle unas risas vestido de esta guisa, quería que pudiéramos disfrutar juntos un aquí te pillo aquí te mato matinal… como los de antes… cuando me llamaba al trabajo cada dos por tres inventando urgencias para que acudiera a casa de inmediato. “Cuestión de vida o muerte…”, susurraba (que en nuestro código era algo así como ven corriendo a romperle las bragas a tu mujercita y hazla tuya)… “Hazme tuya…”, me decía al colgar…

Es lo que le dije para que se volviese antes de entrar en el coche, comisario. Después… le disparé a él…

Con el arma reglamentaria… sí… En la papelera, junto a las rosas…

58. Tierra de sueños y libertades


Cuando escapamos de Varsovia creímos llegar al paraíso pero, después de cinco meses aquí, nos sentimos como gusanos en una gran manzana. Las miradas de soslayo acompañadas de murmullos a nuestro paso muestran que seguimos siendo forasteros del mundo. Para evitar las inclemencias de las normas establecidas, Yair, más señalado que yo, decidió recurrir al camuflaje. Desde entonces, cada mañana nos tomamos una taza de café en el bar de Sam, donde prefiero pasar desapercibido al fondo de la barra. Sin embargo, a Yair le gusta el bullicio y se mezcla entre los demás clientes para sentirse ignorado, mas si lo vieran sin alguno de sus estrafalarios disfraces tras los que se oculta, llamarían a un agente para que lo detuviera o ellos mismos lo echarían a patadas. Antes de irnos se mete en el lavabo más grande para retocarse la pintura de las manos y no perder el color que tanto le cuesta conseguir. Luego, nos despedimos y seguimos nuestro camino: yo me dirijo a la sinagoga mientras él se va a contemplar la ciudad desde los autobuses que la recorren, aspirando bocanadas de una fugaz libertad, sin tener que sentarse en los oscuros asientos de la parte trasera.

57. Charly revelado

Cuando lo del incendio yo no trabajaba aquí, pero se lo he escuchado contar al dueño muchas veces. A mí me contrató después de reconstruir el dinner y ya el primer día me advirtió que ese taburete, el que siempre había ocupado Charly, debería permanecer vacío como homenaje a su recuerdo. Charly era un payaso triste que se ganaba malamente la vida en fiestas infantiles después de que cerraran el Gran Circo Americano. Al jefe le debía de dar lástima y se le ocurrió que actuara en el cumpleaños de su hijo para la familia y los amigos del chaval. Ese fue el día de la desgracia. Un cortacircuitos en la instalación eléctrica provocó las llamas que enseguida se extendieron por todo el local. Todos corrieron hacia la calle para escapar del fuego menos el niño, que quedó atrapado. Fue Charly el primero que se dio cuenta de que faltaba y sin pensárselo dos veces, entró a rescatarle. Consiguió sacarle con vida, pero las quemaduras que sufrió, acabaron con la suya en el hospital.

Claro que puede tomar una foto señor, resultará curiosa con un asiento vacío en medio del local abarrotado.

Nuestras publicaciones