Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

8. ALFOMBRA MÁGICA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Con gesto resignado, se pone el delantal y ata un pañuelo en su cabeza. Trapea los pisos de mármol del gran salón y pasado el mediodía frota, una a una, las lámparas que colecciona el sultán. Maravillosas para el sultán pero muchísimas para ella… ¿acaso terminará algún día?
Franela al hombro, con la manga, se seca el sudor. Abre la ventana en busca de aire y, mientras tanto, aprovecha a colgar el tapiz que retrata a un pez.
“Parece un leviatán a punto de engullirme”, piensa al tiempo que sacude.
Sacude y el pez avanza hasta que sólo le ve la cola. Una cola iridiscente que se mueve. Que ella mueve. Libera su cabeza del pañuelo, se saca el delantal. El tapiz queda colgado, ventana arriba. Y ella se va gozosa, corriente abajo.

7. RÍO REVUELTO (Ángel Saiz Mora)

Cualquiera puede enamorarse, pero pocos admiten que la razón se anula.

El tiempo aclaró la superficie que no le permitía ver el fondo y emergieron sus errores.

Cada vez le quedaba menos oxígeno. Él, por el contrario, tras sus navegaciones erráticas de barra en barra, se sentía como pez en el agua al llegar a casa, patriarca de un océano a su medida con sirvienta. Los insultos, que se habían hecho costumbre, sentaron el cimiento de las primeras agresiones.

Oprimida por un pez demasiado grande, que amenazaba comérsela, le nacieron escamas de rencor y miedo.

Un día hizo acopio de todas sus agallas, para no dejarse llevar por esa corriente tóxica. Su rebelión fue reprimida con más violencia que nunca. Magullada, le faltaron fuerzas para huir, mientras escuchaba el respirar de su sueño etílico. Cuando el ritmo cambió, no pudo o no quiso moverse. Quién era ella para contradecir a la sabia naturaleza, que hace que por la boca muera un pez borracho, ahogado en su propio vómito.

Antes de que llegase el médico para certificar el fallecimiento, la mujer salió al balcón para colgar, liberada, un delantal que nunca volvería a ponerse.

6. METAMORFOSIS

(A Nuria Rubio González)

Permanecíamos expectantes en la plaza, frente al balcón del ayuntamiento. A la alcaldesa la habíamos elegido por su cintura mareante, sus piernas letales, y por tener los pies bien pegados a la tierra ellas. Guardábamos un silencio planetario.
«Vecinos y vecinas de Piscis, ciudad puerto de mar. Tienen ustedes que cumplir con su obligación, mas nunca a toda costa y como si fueran islotes. Les agradecería que, de vez en cuando, mordieran el anzuelo de la fantasía, dejándose arrastrar por la ola en pos de la orilla hojaldrada. Mejor que pescado, coman verduras, fruta, carne. No les escamen naderías y prueben los baños con algas. Menos tranquilizantes y más escuchar el rumor narcótico de una caracola. Que no deba certificar que son unas quisquillosas o unos pedazos de atún. Disculpen que aparezca con posidonias enredadas en la melena. Estoy muy contenta, pero mi gozo sería mayor de encontrarme en una piscina, junto a los delfines, haciendo las delicias de los niños. Jamás en la lonja o en una pescadería, partida por la mitad».
Con los desplazamientos de la regidora cuando viniese a saludarnos, valga decir a pie de playa, esperábamos escuchar el imaginario chapoteo; pero le crecieron alas y voló.

5. CUANDO PC NO SIGNIFICA ORDENADOR PERSONAL (María José Sánchez)

Hoy amanecí sirena; mañana, ni idea, quizá patinadora o contorsionista. La imaginación y las ansias de vivir la vida y realizarme como ser humano siguen intactas. Aunque haya quien piense que solo soy un mueble al que transportan de un lado a otro.

Planeo el futuro. Y sí, me veo casada… Si pudiera ser con Quique, compañero de clases de danza inclusiva, mejor aún. Noto que me mira. Percibo su brillante aura cuando nos acercamos, cuando nuestras sillas se aproximan al compás del “Despacito”. En esos momentos, mi corazón parece querer saltar para acurrucarse junto al suyo, pues, además, suelo experimentar lo que provoca la pasión desenfrenada hacia alguien. Sexualmente, estoy más que viva. A veces, hasta me asusto de las reacciones de mi cuerpo ante ciertos estímulos.

Esta tarde, hemos quedado. Iremos a tomar algo. Después, al parque para visitar a los gansos. Contemplaremos la puesta de sol, mientras nos observamos con recíproco embeleso. Quisiera formalizar la relación. Llevamos poco pero intenso. Sé que es todo y yo soy todo.
Por ahí viene. Siempre, tan galante.

Ya de madrugada, en la soledad de mi cama ortopédica, alguna lagrimilla furtiva se escapa por no poder achucharlo como desearía: ¡fuerteee, fuerteeeee!

4. LEYENDA URBANA (A. BARCELÓ)

La sala de fiestas La Sirena era un antro inmundo situado en mitad de un barrio infame. Enseguida me arrepentí de haberme dejado arrastrar hasta allí por unos amigotes para rematar una noche de parranda con pésimo alcohol y peor compañía. Tras varias copas de veneno y un par de conatos de bronca sofocados in extremis, decidí marcharme solo, ante la negativa de mis colegas de dar por finalizada la fiesta. Al salir de aquel tugurio, ya había amanecido, en el edificio de enfrente una rubia preciosa, asomada a una ventana, tarareaba una hipnótica melodía. Sin saber cómo, ni por qué, acabé metido en su cama de agua. Desperté, ya por la tarde, confuso y atribulado. El único rastro que quedaba de ella eran unas escamas doradas que, de no haberse desintegrado por completo minutos más tarde, ahora, serían prueba irrefutable de que esta historia no es fruto de un sueño etílico.

2. NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA (MARÍA JOSÉ VIZ)

 

Hoy voy a lucir la de la cola de sirena. En cuanto la cuelgue, ya verás cómo se agolpan bajo mi ventana los curiosos. Me admirarán por la magnífica selección de toallas playeras que poseo. La de la semana pasada, con una pantera enseñando sus garras, fue muy popular. Pero ninguna ha sido tan comentada como la del ornitorrinco. ¡Era tan extraña y tan bonita! Todos los que se atreven, me preguntan que dónde las consigo, pero yo jamás les desvelo el secreto. Contesto con evasivas, diciéndoles que me las encuentro por las noches cuando vuelvo del trabajo y que todas vienen con este mensaje: «Muéstrame al mundo, querida, sin pudor». Y así lo hago.

Esa madrastra cruel de mi infancia se quedaría atónita, si me viera. Aún recuerdo a la malnacida poniendo mi sábana en la ventana, cada mañana. Y todos aquellos curiosos, quizás los mismos de ahora, observando con sarcástica mueca.

1. Penélope (Jesús Garabato)

Los recuerdos, engarzados a sus  sueños  por  los arpegios tristes del laúd, apacentaban la dulzura de la tarde. Una vez más. Acuciante, la doncella  la despertó avisándola de la llegada del  heraldo. Las buguinas,  todavía lejanas,  lo anunciaban. Débilmente, pidió a su criada y al músico  que  la dejaran sola. «¿Cuántos años habrán pasado desde la última vez?», se preguntaba; aun así, no conseguía  evocar su cara, su voz, su mirada, su olor… Se acercó  hasta el arca de la cámara buscando algunos  ropajes sencillos que parecieran acentuar  su sumisión. Mientras, escuchaba cómo las voces  de la comitiva se aproximaban. Debería salir  al mirador para recibir al mensajero. Del fondo del baúl  cogió lo que creía el último de sus regalos. Debajo quedaban  los restos polvorientos del  emisario que lo había traído.  «¿Cuánto tiempo hará ya?», se preguntó apartando  los huesos de todos los demás. Para hacer sitio.

 

 

128. El peso del sol

Sé que mi sombra me pertenece tanto como todos los sueños a los que me abrazo, y que se siente traicionada cuando uno a uno se van diluyendo en la realidad. Por eso, para escapar de tristezas pasadas, deja de acompañarme, y yo dejo pasar los días por inercia mientras vaga sin rumbo disfrutando de esa felicidad vulnerable a la que ya he renunciado. Hasta que abrumada también ella por el peso del sol que trata de fijar su silueta, cada vez más negra y densa, detrás de mí, se debate entre seguir soñando o despertarse, como si creyese que fuese posible decidir. Y cuando echo la vista atrás la veo agazapada en cualquier esquina con sus pies orientados hacia al futuro al tiempo que mira la última de nuestras desilusiones, sabiendo que si se queda ninguno de los dos volverá a ser nunca la sombra de lo que fuimos. Pero siempre regresa para escoltarme —qué puede hacer ella frente a la luz del sol—, siempre regresa a la fragilidad de mi cuerpo, al lugar al que le corresponde. A su prisión.

127. Olvidé mi nombre

«¿Puedes ayudarme?».

Fui pintada en plena calle, un grafiti en la pared. Soy la sombra de una niña que camina hacia delante, con el cuello y la cabeza del revés, a dos palmos de una esquina que despierta mi interés.

«Dime qué sucede al otro lado».

Mucha gente no se fija, otros tantos ni me ven. Hay algunos que me evitan por temor o desagrado, pero siempre llega quien se para y me contempla, reflexiona y toma fotos, quiere capturar mi esencia. Luego, como todos, continúa su camino; ignoro a donde van.

«¿Qué hace el joven del paraguas, el que acaba de pasar?».

Cautiva de la piedra, imagino sus finales: oyen cantos de lujuria que proponen precio y trato; sufrirán el bofetón de un vendaval; el umbral de alguna casa que les pide credenciales; un atracador, navaja en mano, tiembla dispuesto a matar…

«¿Y si sólo avanza por la acera con la vista vuelta atrás?».

Pues tiene mérito mi padre, un artista conceptual, el anónimo talento que a la hora del bautismo, ya me acuerdo, me llamó…

«Curiosidad».

126. ENCUENTRO (María Ordóñez)

Hoy te vi

Caminabas mirando al piso

Como siempre

Como buscando algo que nunca vas a encontrar

Nunca más.

 

No así.

 

Porque lo que perdiste quedó arriba

Más arriba de tus hombros

Más arriba de tu pelo

Más arriba de tus pensamientos.

 

Y ni lo imaginas

Porque el dolor empequeñece las cosas

Los lugares

Las almas.

 

Porque el dolor aniquila las ambiciones

Aniquila la luz de los recuerdos

La desaparece.

 

Porque el vacío que deja inunda los senderos

Empuja hacia abajo la crisma

Confundiendo los caminos

Confundiendo los destinos.

 

No quiero verte más

La lealtad nunca fue tu ley.

 

Sigue perdido para siempre

Que tus veredas se enmarañen

Y no sepas si adelantas o retrocedes

No me importa.

 

Yo seguiré mi senda

Yo tengo luz

Yo ya tengo luz.

 

No fue fácil encontrarla

Pero aquí está

En mis entrañas

En mi cerebro

Y también

En este pedacito de amor

Que aún guardo para ti.

125. LA DE LA ESQUINA (Sara Lew)

Soy la sombra de una niña perdida. Una mancha negra que se retuerce sobre sí misma intentando despegarse de las paredes, de los adoquines mugrientos o de las tapas de alcantarilla. El reflejo burdo de algo que ya no existe, porque aquella chiquilla que se soltó solo un momento de la mano de su madre desapareció hace más de veinte años. Yo soy lo que queda de ella. Soy su sombra, pero también su cuerpo, demasiado usado y transitado, no solo por sus raptores. De la niña, sin embargo, nunca encontraron los restos.

124. AGORAFOBIA

Lo siento, dijeron, no sabe cuántas veces sucede esto, más de las que imagina. Y desaparecieron sin haberlo colocado sobre mi pecho, sin darme la opción a sentirme madre ni un solo segundo. Solo recuerdo ajetreo a mi alrededor y aquella aguja intentando remendar desgarros imposibles. No quedó superviviente tras la tragedia. Naufragué sola y me convertí en huérfana, viuda, ermitaña, en mujer deformada por un ser invisible y superviviente a la fuerza del mayor desastre de mi vida.

La agorafobia vino después, cuando las hormonas se desequilibraron del todo y me dio por proyectar la sombra de lo que pudo ser a través de la ventana del dormitorio (imagen cuya apariencia provocaba, a menudo, las más suspicaces sonrisas). A través de ella busqué la sinceridad humana, una señal capaz de arrancarme de mi maldita jaula. No la hallé. Y tampoco volví a salir del dormitorio. Lo que sí hallé, al final de mis días, fue un recorte de periódico, en el cajón superior de la cómoda familiar, que vino a definir mi esencia natural y a justificar el rechazo a la vida de mi mortinato: Las fobias, como las sonrisas, inician su desarrollo en el interior del vientre materno.

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