Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

87. DILEMA

Mi arte no tiene fronteras en lo profundo de mi mente, en la superficie de mi sensibilidad. Fuera de ellas estoy descubierto ante la intolerancia o la generosidad de la existencia misma, disfrazada con máscaras humanas devorando el tiempo y el espacio.

He terminado mi nueva obra a la que he dedicado una parte de mi vida, ocupando el lugar destinado al ritmo marcada por la indiferencia propia y extraña.

Tengo que saber vencer, de nuevo, este trance. De no hacerlo, es posible que no haya una próxima vez. O quién sabe, el problema puede ser que no sé salir de la mediocridad en la que creo ni siquiera del todo he caído, todavía.

86. Con los dedos de una mano.

-Uno, los colores que usa son perfectos. No hay paleta ni pintor que los iguale, su intensidad y luz no solo impresiona la retina sino que la traspasa, encandila el alma. La sobrecoge. Dos, canta y susurra por doquier, solo hay que parar y saber escuchar. Melodías inverosímiles de inimitable sonoridad te embriagaran. Tres, respiramos sin oler pues no es inherente lo uno a lo otro pero debes saber que emana olores que se diluyen en la sangre, te llegan al cerebro, te estremecen y te pueden erizar la piel con mil sensaciones distintas. Cuatro, tocar, ¡Ay!, tocarlo todo y acariciar. Maestra es de texturas de infinita sutileza, aunque soez también, una amalgama sin límite para trasmitir frescura, aspereza, suavidad, asco,…, e incluso risas te puede arrancar. Y cinco, paladear los majares que ofrece sin reservas es una explosión de intensos y diferentes sabores en tus papilas con indescriptibles matices. En fin, ¿es o no esto arte? –le dijo aún con la mano asida.

-Naturalmente abuelo –le respondió ávido.

-Pero recuerda, vívela intensamente con todos tus sentidos y cuídala pues tan bella es la obra como frágil y fácil su quebranto.

85. Mala señal

Se asegura de que nadie lo ve, se quita el pasamontañas y se pone el casco. Ha concluido a tiempo el primer reto con su hermano: el embellecimiento de las señales de «Advertencias acústicas prohibidas». Sonríe satisfecho viendo las corcheas sencillas y expresivas con las que ha adornado la silueta de la bocina. Quiere continuar mañana con las de la autopista. En «Surtidor de carburante» pintará el símbolo del euro y la taza de «Cafetería» destilará un humo delicado.
Pero el día amanece sombrío. Sube a su moto y mira contento la última señal, ahora mucho más hermosa. Arranca. Repentinamente todo se pone del revés y siente que flota entre mil notas recién pintadas. Entonces deja de verla. Está tapada por su condenada sonrisa, que pregunta con sorna si no ha oído el claxon. Aprieta los puños, porque sabe que Caín le ha ganado otra apuesta. Y esta es la última.

84. Vincent y Paul

Así como los girasoles buscan el sol, mi vida fue siempre un escudriñar la luz a cualquier hora y atiborrarme de colores hasta saciar mi hambre cromático.

Por cinco francos diarios y miles de sudores para pagarlos, alquilé una modesta habitación en Arlés, ideal para mirar las estrellas y curar mis males. Los pinceles brotaban en mi cabeza y los trazos parecían tener vida propia, algo que nunca me preocupó tanto como a mis perturbados psiquiatras.

Para restar soledades y sumar matices, compartí estudio con Paul. Acababa de volver de Tahití y en un yo te retrato a ti, tu a mí, sucedieron los meses hasta que ella se nos cruzó en una casa de lenocinio.  Nuestros egos se citaron en duelo. Él y su destreza con la esgrima acabaron con mi oreja. Todo se tiñó de rojo. Rojo burdel, rojo como mi pelo, como su ira.

83. DIOS NO JUEGA A LOS DADOS

De camino a la Moraleja, Lucio Hidalgo, alias “el Peluche”, consumado experto en el arte de saquear grandes mansiones, no puede resistir la tentación. Con sus escurridizas manos de ofidio pega un cambiazo de mochilas al tipo de al lado –un joven barbudo, de tez oscura, que escucha música a todo volumen–. Los dos descenderán en la misma parada de metro y continuarán sus respectivos caminos. En los asientos libres encontrará el siguiente pasajero un osito de felpa con lazo rosa en el cuello, célebre marca con la que “el Peluche” va jalonando su itinerario de fechorías y hurtos.

Imagínense ahora la cara sudorosa del concejal que desvía fondos para viviendas sociales a sus cuentas ficticias en el Caribe, cuando el chófer engominado le abra la puerta de su lujoso Audi y descubra su chalet con piscina climatizada hecho añicos. A su familia y al desconocido artista del hurto bajo los escombros, y un fuerte hedor a dinamita inundando la parcela.

Imagínense después la cara de los críos de una céntrica escuela infantil cuando descubran bajo su tobogán favorito una mochila llena de osos de felpa, con sus lacitos rosa en el cuello.

Aten por último los dados sueltos.

82. ¡A la de tres!

Lorenzo, el chico de los recados, había convertido la profesión de manitas en todo un arte. Parecía tener el don de la ubicuidad. Siempre que alguien le reclamaba, fuese para lo que fuese, de inmediato hacía acto de presencia en el lugar requerido. Montado en su motocicleta, se personaba para entregar un paquete, colgar un cuadro, lijar una puerta, posar desnudo para los artistas del pueblo, sustituir a un enfermo en una operación de fimosis… accedía hasta para no dejar a medias a las esposas de los que somos eyaculadores precoces. Nunca nos daba un no por respuesta ni nos dejaba insatisfechos. Así se ganaba la vida el pobre, hasta que solicité sus servicios para atreverme a tirarme de la azotea. Contamos juntos 1, 2 y… 3. Mientras él caía al vacío, supe que yo siempre sería un cobarde.

81. Pinceles a flor de piel

Lentamente devoró su alma la tristeza. La desesperanza, el abatimiento, la desilusión… aquella tan oscura e inexplicable atracción suya por el daño y la derrota, ganaron para siempre la batalla. Un corazón frágil y herido dejó a destiempo de latir. Perdió el otoño sus colores, a su pintor la poesía y entre ardientes campos de trigo, demacrados campesinos, cálidos y dorados girasoles, bajo el amparo incierto de la memoria del arte y del tiempo, vaga desde entonces el espíritu atormentado, siempre sombrío, de un hombre al que un sueño de luz, emoción y color, de improviso, embrujó; de un hombre torturado con pasión por un anhelo de belleza que, sin saberlo, un breve instante, muy breve, rozó. Furia, belleza, abismo, delirio, melancolía… Impresiones errantes, hipnóticas, doloridas, fugaces… Desgarradas, malheridas y sublimes, pinceladas de eternidad.

80. Tácet

El plazo vencía pronto. Se había empeñado en enviar su propuesta al concurso literario, pero era incapaz de hilvanar una frase.

Lo había intentado todo. Su búsqueda febril de inspiración comenzó en un manoseado catálogo de arte ruso de vanguardia. El cuadrado blanco sobre fondo blanco de Malévich evocaba en él todo un mundo de emociones contenidas, limitadas por sus vértices puntiagudos. Una falsa alarma. Nada. Ni una línea, ni una mala anécdota remotamente chejoviana.

Después probó en una sala de cine al azar, entrando a tientas cuando la sesión había comenzado. Proyectaban The artist, la película muda de Hazanavicius, un experimento oscarizado que le sumió aún más en la perplejidad. Decidido a no rendirse se coló en una sala de conciertos, algo experimental… ¿por qué no? No hubo fortuna tampoco. Abandonó la sala a trompicones sin llegar al final de la obra de John Cage, más de cuatro minutos de silencio, una pieza extraña con un intérprete cabizbajo e inmóvil frente al teclado del piano.

El tiempo se agotaba. Regresó a casa al borde de la desesperación y tecleó en el formulario sus datos con un escueto “Sin palabras” como brevísimo título, antes de pulsar el botón de enviar.

79. MALABARES

En la calle, Malena hace dibujos por cinco euros a las personas que pasan. Trazos firmes o delicados según lo requiera el contorno del rostro. Tiene destreza con el lápiz, y el carboncillo no guarda secretos para ella. Malena no quiere que posen, les dice que miren el escaparate de la tienda de al lado o que observen las palomas que se amontonan en el banco de enfrente. A veces retrata tristes a las personas aunque sonrían, y es que Malena dibuja lo que ve un poco más allá de ese velo de piel que, en ocasiones, llevamos todos puesto como un burka.
Migue hace malabares en la esquina. De vez en cuando, le echan unas monedas en el gorro de lana que Malena le tejió el invierno pasado. Ahora Malena ha vuelto a tejer; unos patucos y una mantita para la cuna que Migue está haciendo. Cuando él trabaja, ella dibuja esa cara de cierta preocupación que Migue no puede disimular mientras lija la madera, pero el carboncillo de Malena esboza una sonrisa; una sonrisa enorme aunque los dos sepan que los verdaderos malabares, para sacar adelante a su gran obra de arte, comienzan ahora.

78. Colores efímeros (Alberto BF)

Abrió los ojos repentinamente, y bajó del catre, meditabundo. Una voz le susurraba.

Estiró el dedo en el aire y comenzó a hacer círculos desiguales. Primero lentamente, luego con más ritmo y cada vez más grandes, hasta donde sus brazos podían abarcar. La voz le servía de guía. Este en azul, aquel en verde… trazo a trazo iba dejando su impronta en el pesado lienzo de su esquizofrenia.

El oscuro entorno se fue llenando de vida en cada pulsión disfrazada de pincelada.

Giró sobre sí mismo emulando a un derviche, con las manos convertidas en brochas rebosantes de pintura de infinitos colores. El círculo cromático al completo embadurnó las paredes de su estancia, esa en la que se debatía entre la anodina cordura y la estimulante pérdida de juicio. Se sintió orgulloso de su arte.

Un golpe seco en la puerta y la aparición de aquel altivo enfermero le hicieron aparcar su creación momentáneamente. Portaba una bandeja con agua y algunas pastillas, y al acercarse no mostró ningún aprecio por su obra. Fue como si no la viera.

La voz se transformó entonces en un grito de ira insoportable. Y el llanto posterior restituyó su fugaz colorido en difuminada decepción.

77. Revelación

Entre bambalinas, la Muerte curiosea.

Cuando la bailarina se mueve, hechiza el aire. De sus brazos nacen músicas inefables; de sus piernas, misterios lejanos; fuegos de rebeldía en los giros. El auditorio vanguardista aplaude estupefacto los felices años veinte y grita su nombre: Isadora Duncan.

Al bajar de las tablas, Cotton Club y diadema, Bugatti, charleston y lentejuela. En la herida del deseo, los amantes se turnan entre plumas de mujer fácil y despedidas de artista difícil. Vive de forma urgente como si sus huellas y saltos, mezclados con lunes de alcohol, se disiparan en el olvido. Se tornarán ceniza tras un accidente de automóvil. Su recuerdo tiene el tacto frágil de un calendario y enseña que es menos complicado ser artista que mujer.

La Muerte se contempla bella imitando los pasos de danza de Isadora. Pero se turba al escuchar al mismo tiempo extraños ecos que desconoce.

 

76. CORAZÓN DE ARCOÍRIS

Tranquila y silenciosa, te envuelve como una caricia. Todo lo observa con curiosidad, a través de esa mirada de noche estrellada que vive en sus ojos y luego lo guarda en el universo infinito que ha creado en su interior.

Siempre intenta pasar desapercibida. Se oculta en su caparazón mientras afila sus lápices de arcoíris y entonces, es cuando fluye su magia. Diseña e imagina otro mundo, donde sus creaciones son su lenguaje y el paisaje se cubre del color de su imaginación.

Brilla con ese halo de luz que solo poseen los artistas, pero su humildad demuestra la grandeza de su arte y la belleza que esconde su corazón.

Es tan especial que es inolvidable.

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