Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

84. Cualquier día

Mi padre fue viajante de comercio. Succionaba colillas de Ducados, sudoroso, ausente. Mi madre siempre estuvo sola, fundamentalmente tras conocerle. La pobre lloraba sobre llorado.

–Siempre estaré contigo –recitó él en el altar.

La mañana siguiente salió a hacer la ruta de la Sierra Norte.

–¡Cualquier día me largo con el primero que pase! –repetía ella, ignorando que yo observaba.

Solía espiarla porque había escuchado a dos tipos jurándose que tenía aquel cuerpo porque era una zorra. A mí me parecía una madre bastante normal, pero necesitaba descubrir si disimulaba.

Así andábamos cuando apareció aquel viajero. Mi padre estaba fuera. Yo hacía divisiones y mamá limpiaba la barra, sorbiendo mocos. El tipo tenía no sé qué aires de buscavidas, canoso, moreno, barbudo. Pidió café. Dio coba a mamá, preguntándole por qué lloraba. Le dijo que era hermosa como su primera novia, con tacto, nada grosero. Mamá sonrió. Siguió soltando tonterías, que tenía aroma a orquídeas y manos de pianista, y ella soltó la bayeta…

Entonces, subí corriendo al apartamento. Minutos después, bajé y aguardé expectante algún indicio de movimiento. Ellos me observaban sin comprender qué hacía allí plantado con mi vieja maleta, inquieto, como si fuera a perder algún tren.

83. El viaje

Abierta sobre la cama, todavía vacía, la maleta sonríe amenazante. El muchacho la contempla con una asfixiante sensación de vértigo en el estómago. Tanto tiempo como lleva soñando con el viaje, tantas noches en vela, tanta ilusión. Y ahora… ese miedo que a traición se le cuela entre las tripas, ese miedo que implacable martillea sus sienes. Pero no puede echarse atrás, ya no. No habrá otra oportunidad, lo sabe. Es este su momento y debe aprovecharlo. Marchar, descubrir el mundo, volar lejos muy lejos del hogar y un día, tal vez, regresar.

《¿Listo? nos vamos, prepárate》, muy suave y muy bajito le reclama una voz al otro lado de la puerta.  Su corazón entonces se acelera, lo siente latir sin control y una inoportuna sensación de claustrofobia lo asalta por sorpresa. Nunca le gustó la oscuridad, sólo fingía ser valiente pero no es ya tiempo de arrepentimientos ni lamentos.  Resignado, muy asustado, respira hondo del modo en que ha practicado durante los últimos días, la angustia cede poco a poco, se desviste, murmura una plegaria triste y dolorida y, al fin, con una pirueta digna del mejor contorsionista, se acurruca dentro de la vieja maleta y cierra los ojos.

82. Nómadas

Huir del viento. Abandonar las casas de paja, y de madera. Apretarse después entre paredes frías, muros quizás, con vistas a ninguna parte.

Saber que el lobo nunca se marcha.

81. Dar la vuelta al mundo y acabar en el sofá

Cuando se jubiló, decidimos que no sería uno de esos viejos que se quedan solos en casa todo el día sin hacer nada, que salen en pantuflas a la calle y cada día caminan más encorvados, como queriendo escuchar lo que el suelo tiene que decirles, así que le compramos unos billetes de avión y le mandamos a conocer mundo.

No se crean ustedes que se marchó con una sonrisa en la cara. Todavía le recuerdo cargando con las maletas y la mochila de madrugada, en la terminal del aeropuerto, diciendo que tenía sueño y quejándose de la cola para facturar. Nos quedamos viéndole cruzar el control de seguridad y atravesando el duty free con cara de pasmado.

Volvió tres meses después con una maleta de más llena de souvenirs comprados en los aeropuertos y las estaciones. Nos contó mil y una anécdotas de hoteles, taxistas y bufés, siempre resoplando y quejándose.

—En la mitad de los hoteles no cogía ni una cadena en español.

Cuando deshizo las maletas y se sentó en el sofá, sonrió por fin. “Como en casa no se está en ninguna parte”, dijo. Había recorrido medio mundo y no había entendido nada.

80. Raíces

Las piernas de Silvia estaban hundidas en la tierra. Sus muslos se tornaron oscuros y acorchados, y en los nudos de los dedos de sus manos florecían pequeños brotes.

Mario no se sorprendió al contemplar la escena, en varias ocasiones la había visto enterrar sus pies hasta los tobillos bajo la fina arena de las playas de Kuta. Pero esta vez parecía serio. Sin tiempo que perder, corrió a la choza, hizo a trompicones las maletas de los dos y regresó a por ella.

Cuando regresó ya asomaba la luna. Silvia estaba serena y parecía dormir. Le habían crecido nuevos brazos en sus dedos y la fronda de su cabellera refulgía como la plata.

Mario notó cómo su cuerpo menguaba poco a poco, cómo se iba transformando.

Al amanecer, empezó a seleccionar ramitas con el pico.

79. Triste lección de Astronomía (María José Escudero)

En la casa, en apariencia abandonada, reina un silencio doloroso. Nadie duerme ni de día ni de noche. Nadie sueña. Sólo Jana suele mirar el cielo a través de una rendija, y en su cara de niña hambrienta se dibuja una sonrisa secreta. Ha leído que, en verano, hay lluvia de estrellas y  que  son tantans que  está segura de que  alguna de ellas se hará cargo de su deseo. Pero, en agosto, los soldados golpean con fiereza  la puerta; arrastran a su padre y humillan a su abuelo. Luego, abren fuego sin piedad y sin ningún  decoro. Y, mientras se escuchan carcajadas estridentes e inhumanas, unos trazos luminosos se desploman  sobre los muros del gueto de Cracovia.

Ahora Jana viaja en un tren abarrotado de  meteoros exhaustos que suspiran resignados. Junto a ella, una mujer, que no es su madre, la agarra sin fuerza de  la mano, y una estrella estafadora se le ha prendido en la solapa del vestido que antes fuera  de su hermana.

78. Vivencias extremas

Marta entrechocaba las palabras hasta que salían oliendo a chicle de fresa. De vez en cuando una pompa rosa explotaba junto a un: «¿y si robamos un banco?», «¿y si después nos vamos lejos?». Juancho asentía, condescendiente, mientras pensaba que vaya locuras se le ocurrían.

«Si no hubiese estado tan colado por ella ahora todo sería diferente», rememoró mientras deslizaba la mopa por los pasillos. Al principio fueron pequeños hurtos en el pueblo. Ya en la capital se atrevieron con una joyería. La huida los llevó a Francia y desde ahí fue un no parar: una sucursal bancaria en Nancy, otra en Bruselas… Se sentían invencibles, demasiado confiados. En Suiza subestimaron el tiempo de respuesta de la policía y tuvieron que escapar a toda prisa por la azotea. Marta calculó mal el salto y a él lo encerraron allí.

Un enfermero se acercó e introdujo dos pastillas en su boca entreabierta.

Arrastrando torpemente la mopa, Juancho se afanaba en continuar inventándose recuerdos: Eugenia y él sobre el rompeolas, después de trepar entre resbalones y risas las piedras. Ella señalando hacia el puerto con una repentina idea enardeciendo su voz: «¿Y si birlamos aquel velero y nos echamos a navegar?».

77. VACACIONES INOLVIDABLES

Cuando él le preguntó si era capaz de subir hasta la cima de la Gran Peña, ella, sin vacilar, respondió: «Pues claro».
Ya verás que vistas más maravillosas vas a observar, dijo él.
Y allí estaba aquella mañana de mediados de Julio, mochila a la espalda, dispuesta a la hazaña.
Bajo un sol de justicia comenzó el ascenso. Al principio leve, pero a medida que el camino se estrechaba y la pendiente aumentaba empezó a notar el aguijón de unos rayos que una y otra vez les atormentaban.
No sólo tenían que soportar aquel sol abrasador que les caía de plano, sino también aquellos rayos que al reflejarse sobre las calizas rebotaban contra ellos.Y para más «inri» ella iba vestida con bermudas y camiseta de color negro.
Sintió cierto alivio cuando el azul cobalto del cielo comenzó a cubrirse por un velo de blancos cúmulos que lentamente ascendían hacia las cumbres.
Tras más de tres horas de duro ascenso llegaron a la cima.
Lo que observó le hizo recordar un famoso cuadro de un pintor alemán.

76. HEMBRA ALPHA (Beto Monte Ros)

Mientras se alejaba volteó, para mirar por última vez el hermoso lugar donde conoció al hombre del que se enamoró. Ambos estaban a cargo de atender el jardín y les iba muy bien; pero como ella era mala siguiendo instrucciones el dueño, enojado, la echó junto con el amante.
El aire olía a manzana recién cortada cuando emprendió un viaje, cargada de incertidumbres, con un compañero de escasas habilidades, quien prometió protegerla. Durante años deambularon sin rumbo y, a pesar de las vicisitudes, su determinación la ayudaba a sortear los inconvenientes que encontraban. Tuvieron hijos que, tan pronto alcanzaron la edad para cuidar de sí mismo, se fueron. Una mañana, al despertar, estaba sola. Creyó que él había salido a buscar comida, pero pasaron los días y nunca regresó.
Sobrevivió como pudo, hasta que no aguantó más el peso de la soledad y la vida también la abandonó. Cuando la encontraron, de su cuerpo solo quedaban los huesos. Lograron identificarla por las costillas, dijeron que se llamaba Lucy.

75. La viajera

Dicen que camina silenciosa por senderos de tierra, que sube calles empedradas y baja avenidas de asfalto, y que sobre la piel lleva tatuados los mapas de mil paisajes recorridos. Nadie sabe de dónde partió ni hacia qué lugar se dirige, pero jamás se detiene.
Los niños juegan al borde de un camino que ella dibuja con sus pies y se aventuran tras su rastro, como ratoncillos bajo el encantamiento de una flauta. Solo las mujeres, con su instinto maternal, acuden prestas al rescate y le ruegan que marche pronto.
No conoce la soledad. Siempre encuentra algún joven temerario que decide tomar su mano en las rutas más escarpadas. Pero es ella la que  escoge a quien dormirá al abrigo de su cuerpo cuando llega el ocaso.
Hoy, cuando las agujas del reloj marcaban la hora más oscura, vimos su sombra cruzar la plaza del pueblo. Entonces supimos que padre nos dejaría esa noche para emprender, de su mano, un último viaje.

74. El viaje de Lucas

El Rey Dragón agachó las cabezas. Lucas bajó a través del cuello, usando las escamas del bicéfalo para decelerar la caída. Frente a ellos, el Mar de Niebla se perdía en el infinito. Acababan de llegar de la Tierra del Fuego. Gracias al chico, los dragones pudieron repeler el ataque de los gigantes de cristal. Su Majestad, como recompensa, prometió transportarle donde Lucas quisiera. Pero ambos sabían que el tétrico mar era impenetrable. Para alcanzar la Torre Etérea, se debía atravesar el inmenso azul con el único apoyo de unos remos. Si alguien intentaba hacerlo de otra forma, vagaría para siempre sobre el oleaje, sin encontrar jamás puerto.

Veinte minutos más tarde, Lucas estaba exhausto. El agua semejaba acero líquido. De repente, un sonido tintineante se escuchó en la lejanía. Parecía aproximarse a gran velocidad. Segundos después, una mano se apoyó en su hombro. El chico dio un respingo…

—Es hora de cerrar. Ya has escuchado la campana, chico —le dijo la bibliotecaria con una sonrisa.

Lucas cerró los ojos. Revisó las batallas vividas y las tierras conquistadas, y pensó en los imperios por descubrir. Sonrió. Mañana reemprendería el viaje.

73. El jinete

Subió al corcel de madrugada mientras la luz seguía prisionera de una niebla tenaz. Llevaba pañuelo mal anudado, con mal remedo de las trazas de un gaucho y un sombrero muy calado, refugio sobrado para una cabeza de bajo calibre. Galopó hasta una llanura, se apeó frente al abrevadero y el animal bebió. Él también mojó los labios en un beso furtivo dado a la cantimplora. En un alto divisó las siluetas de unos forajidos que no tardaron en bajar. Hubiera luchado, pero le faltaron agallas. Asustado, cabalgó veloz largo rato sin mirar atrás. Cuando se sintió seguro, resopló el caballo y soltó él un relincho de alivio. Asustado reconoció en uno de los rostros su adversario desde la guardería. Se durmió después sobre el jamelgo, que mostraba también signos de cansancio. La claridad matutina anegó el cuarto. El pequeño quijote, agarrado a las crines de madera, enzarzado en sueños en un combate feroz contra los secuaces de la clase de primero y los gigantes ciclópeos de la escuela, quedaba a la espera de las caricias de una dama. Se abrió entonces la puerta de la habitación y apareció su mamá. Venía a despertarlo para llevarlo al colegio.

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