Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

60. BUENAS NOCHES, MAÑANA MADRUGO (Toribios)

Suelo dormirme en los trenes, lo confieso. Me hago buenos propósitos, llevo lectura, repaso un poco los documentos de trabajo, miro la pantalla de plasma más cercana, pero acabo arrellanado en el sillón y pronto estoy flotando en el líquido amniótico de la ausencia.

Esta vez no podía ser diferente. Creo que al pasar por Campo Grande ya estaba en brazos de Morfeo. Pero he despertado y la estación no era la de siempre, con sus largas hileras y las escaleras mecánicas al fondo. Al contrario, me encuentro con un pequeño andén plagado de gente muy extraña; hombres con sombreros hongo o  gorras de visera, mujeres de faldas largas y mantón, maleteros voceando sus servicios, niños sucios y perros sin collar. Yo mismo visto un terno como  de terciopelo y llevo conmigo un pesado maletín.

Me espera una pareja de guindillas de postal, con su sable y su bicornio. Les sigo sin hablar. “Ya despertaré”, pienso mientras me llevan escoltado hasta el cuartelillo. “Es al amanecer en la plaza de la Paja”, me dice uno, y quedo solo. Es  entonces cuando abro el maletín y me encuentro los hierros. Escribo esto mientras voy cogiendo el sueño.

 

59. BUSCANDO UN DESTINO

El tipo avisó a los “bobbies”, y tienen acordonado The Mall, sus alrededores y hasta el St. James Palace. Pero es igual. Nosotras tenemos ya nuevo destino. No averiguará nuestro paradero ni Scotland Yard al completo. Y él deberá conformarse con lo hecho hasta ahora. Desde aquellas ojeadas aprobatorias en el Centro Comercial, hemos recorrido a su antojo cientos de kilómetros huyendo de sí mismo: Boston, New York, París, Londres…. Todo para engordar su estima, su estatus social o alguna otra meta cronométrica de esas que tanto adoran estos burguesillos raritos.

Estamos bastante consumidas, es cierto. Pero ilusionadas. Está bien cambiar de pareja de vez en cuando. Él tampoco cejará. Se buscará otras que crea más competitivas. Y seguirá huyendo. Porque como dijo el sabio, huir es el destino natural de todos nosotros. Ahora nos queda una ardua tarea: ayudar a un mantero a que no le pillen en plena faena. Volvemos al origen. Quizá estaba escrito cuando nos alumbraron en una oscura nave industrial del sudeste asiático. Sea como fuere, cambiamos de propietario. A quién se le ocurre. Descalzarse las Nike con la meta a reventar de curiosos. Y ponerse a pasear sobre el césped para ventilarse los pies.

58. EQUIPAJE DE SUEÑOS

El último viajero abandonaba la sala cuando Mati reparó en aquella maleta azul pasando una y otra vez por la cinta transportadora. Acercó hasta allí el cubo y la fregona y cuando el equipaje volvió a pasar por su lado, tiró suavemente de un papel que sobresalía por sus bordes mal cerrados y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta de trabajo. Resultó ser un sobre que contenía una crónica de Nueva York y fotos de un hombre en la gran manzana. Descubrió que dentro había muchos más, por eso desde que llevaron la maleta al almacén, ella sacaba un sobre cada día y así fue como vivió junto a él los atardeceres de Estambul, la emoción del Taj Mahal y las auroras boreales de Jökulsárlón. Después cerraba la maleta, no sin antes aspirar el aroma de las camisas de ese hombre al que ya amaba hasta el extremo de deslizar dentro de su equipaje una nota que decía “llévame contigo” Anoche se armó de valor y diciendo «ahí te quedas » a su marido, inició su búsqueda. Aún no sabía que la maleta ya no estaba en el almacén.

57. RAÍCES Y ALAS (JM Sánchez)

Desde la orilla del mar, donde reposaba mi barca bien anclada y segura, se veían las montañas con nieve en la cima, pero nunca les presté mucho interés hasta que de ellas bajó un día un extraño personaje, barbudo pero amable, de voz tonante y sin embargo cálida. Aquel tipo decía que tampoco él había sentido nunca demasiada curiosidad por las tierras bajas del valle, por sus puertos y por sus gentes. Le habían contado que las cascadas de las cumbres eran las lágrimas que las montañas vertían por los viajeros que se marchaban de allí. De modo que un día, para saber adónde iban esas lágrimas, decidió seguir el curso de los regatos, que pronto se convertían en grandes torrentes y que saltaban desde lo alto de las rocas hacia el vacío y luego se amansaban al llegar abajo. Y así, empapado pero satisfecho, llegó hasta el puerto, subió a mi barca y me enseñó que el ancla había que echarla allá donde no se enganchara mucho.

Una mañana, un viento montañoso preñó las velas para llevarnos lejos, y al alejarnos, la montaña lloró como nunca y a nosotros la cascada nos salpicó en la cara.

56. LA CHICA DE AYER

Me duele la rodilla y arrastro el alma por la acera esquivando los contenedores de basura. Es noche de verano en Madrid y hace calor. Las farolas iluminan la calle de La Palma como las traviesas de las vías del tren y la gente se amontona bulliciosa en las puertas de los locales igual que las polillas atraídas por la luz. «¿No sabes qué hora es?» Antonio ya no responderá, es demasiado tarde.

Soy turista en la memoria.

Sobre el compás de los pasos la melodía del recuerdo de su voz marca la distancia. Y ahí está la mirada que descubre el invierno en mis sienes y se contempla en el reflejo de unos ojos cansados que no han conseguido acostumbrarse al abismo. Ella sigue a mi lado sin saber por qué. Y la siento, y sueño con la tormenta.

Atrás queda El Penta, pero no la sed.

Hay nieve, hay fuego y el aire está impregnado en deseo. El camino lleva y empuja hacia arriba donde la calle se abre como una ventana. Alguien comenta que la chica de la canción se fue con cincuenta y tantos. Con los ojos cerrados pienso «no es verdad, ella me espera en casa».

55. Viaje alucinante al fondo de la literatura (La Marca Amarilla)

La verdad es que he viajado muy poco por el mundo real, casi nada. Toda la vida he estado metido en casa dedicado a crear la máquina del tiempo literario y, cuando por fin pude terminarla, entonces comencé a ser turista ocasional de un montón de joyas editadas; personaje secundario, anónimo, de paisajes narrativos. Por ejemplo, recuerdo con mucho cariño aquel día que estuve en la Mancha, muy cerca de Sancho Panza, o las entrañables excursiones por Macondo, a donde he ido en varias ocasiones. También navegué tras Moby Dick y viajé en el Nautilus, aunque me mareaba y tuve que volver pronto. Inolvidables fueron las visitas al colegio Hogwarts, los días que estuve junto a Gregorio Samsa, en casa de Raskólnikov o con la Dama de las Camelias, entre tantos y tantos lugares y personajes. He visto cosas que vosotros también habéis visto, sí ¡pero yo de verdad! Y ahora que la edad casi me impide manejar mi invento secreto, estoy pensando en mostrarlo y compartirlo con todo el mundo, aunque mientras me decido creo que me quedaré unas semanas en este cómodo relato que esta noche te cuento.

54. “Volverán las oscuras golondrinas” (Petra Acero)

Yo no quise a mi hermano como lo querían la abuela, mamá, Sansón, la hija del panadero o nuestros vecinos del quinto. A mí no me impresionaba su afán por volar. Por eso, no lloré cuando su experimento falló, aunque esperé y esperé a que cumpliera su palabra —mientras Marga, repeinada, despachaba cruasanes y magdalenas entre coqueteos y sonrisas, los del quinto jugaban a volar cometas desde la azotea, Sansón ronroneaba al cartero, y mamá y la abuela sufrían, cada tarde, por la huérfana de la telenovela—. Así, cada uno a lo nuestro, pasamos el verano. Luego, en el colegio, estudiamos a Bécquer, y me ilusioné en la espera: los poetas saben de fantasmas y golondrinas. Llegó la primavera y abrí el balcón de par en par, me asomé a cada ventana, busqué en el alero del tejado, subí a la azotea, rebusqué en las alturas. Pero, mi hermano mayor no regresó. Era un mentiroso: ¡menuda golondrina de mierda estaba hecho! Me alegré de no quererlo tanto como lo querían los demás. Saqué, de debajo de mi cama, sus alas de alambre y cartón. Pedacito a pedacito, rasgué el recuerdo de aquella golondrina. Una de esas que… ¡no volverán!

52. Viaje sin parada (Manoli VF)

Hoy he viajado en el tren de la memoria. Los abetos que rodean el sendero lucían llenos de luces y cintas de navidad. Las águilas que custodian la inmensa cancela estaban engalanadas con coronas de acebo. Desde la entrada, bajo el contraste de sombras del atardecer, pude ver que las luces de la casa comenzaban a encenderse. Tu habitación, con las cortinas de encaje y la lámpara de perlas tenía la luz prendida. Te imaginé, con tu carita de niña enmarcada por el negro azabache de tu pelo, tus ojos azules como el cielo a mediodía. Por un momento, el tren se detuvo y estuve a punto de bajar. Pero la memoria no es lineal y se desplaza, caprichosa, de uno a otro lugar, conjuga tiempos jugando con nuestro corazón y, mirando de nuevo por las ventanas del tren, pude ver el sendero abandonado, los abetos fundidos con la vegetación, las águilas llenas de madreselva, la cancela cubierta con la herrumbre del olvido, la casa en ruinas y tus ojos, cerrados para siempre en el camino.

51. VIAJES LOW COST (GINETTE GILART)

Cada mañana, a la misma hora, aparecía en la estación de tren, se dirigía al andén y allí se sentaba en un banco. Se quedaba observando el ir y venir de los viajeros subiendo o bajando del tren. Luego sin quererlo se quedaba traspuesto un buen rato; cuando volvía en sí se sorprendía un poco e inmediatamente miraba el reloj que colgaba de la pared, «todavía hay tiempo» murmuraba y seguía entretenido viendo a la gente pasar. Hacia el mediodía un hombre joven se acercaba a él: «ya es hora de regresar a casa, seguro que tendrás hambre», le ayudaba a levantarse y caminando juntos hacia la salida le preguntaba: «cuéntame, abuelo, ¿a qué lugares has viajado hoy?».

50. «Paseo nocturno»

El reflejo de la luna llena se colaba entre las persianas formando un camino adoquinado de luz que acariciaba el lugar donde se encontraba.

─“Todos duermen, no se darán cuenta y volveré a tiempo de despertarles”

Recorrió ascendiendo el haz que conducía a una estancia delimitada por muchos pilares sin fin. Y allí permaneció hasta que una presencia se hizo visible a su lado y le habló así:

“Bienvenida de nuevo, soy Óbide, tu guardián de hoy. Aunque no lo recuerdas, ni recordarás, vienes aquí cada luna llena a escuchar nuestras historias, reposan en tu memoria y cuando llega el momento, te llaman y las escribes para otros”

La próxima vez no se me olvidará

Mientras, repetía internamente:

“Recuerda: un lápiz y un papel, un lápiz y un papel, un lápiz y un papel…”

Ni Óbide ni sus otros guardianes observaron que, cuando despertaba, la noche dejaba en ella una especie de barrunto que se iba convirtiendo en huella y pasado el tiempo lo asoció al plenilunio.

Un día, aparecieron dos imágenes de manera persistente en su mente.

Lápiz y papel”

Y sin certeza alguna, se acostó con ellos fuertemente agarrados.

“Por eso, ahora sé”

49 – Gaviotas

Se sentó sobre una maraña de redes, para mirar cómo se suicidaba la tarde. El mar abrió su inmensa boca y el agua se volvió roja de saliva y sangre. Levantó la barbilla. El horizonte, afanado en su quehacer eterno de mantener las ilusiones a distancia, se reía con graznidos de gaviota. Olía a lágrimas estancadas, salitre y pescado.

«¿A qué distancia estará el horizonte?»

«Volveré», dijo su amante cuando zarpó camino de su Troya particular, y ella se quedó tejiendo redes y dibujando quimeras sobre una estela de plata.

«Esperaré», contestó. Y en ese instante sus senos comenzaron a marchitarse, desinflarse como una vela sin viento.

En ese instante.

Cientos de sueños rondaron su cama, y en sus ojos aparecieron cíclopes, secretarias, sirenas, más secretarias, y ese dios injusto y despiadado que necesitaba veinte años de lágrimas para llenar sus mares y que sin duda había confundido el rumbo de su vendedor de sueños.

Una mañana de invierno, alguien pronunció su nombre. Una gaviota le ofreció sus alas abiertas mirándola con sus ojos cansados. Ella utilizó los suyos. Sus ojos vacuos porque era invierno.

Los suyos.

«No te conozco», le dijo, y se volvió para seguir abrazando al horizonte.

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