Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

35. EN TIERRA MAYA

Un joven delgadísimo nos da golpecitos en las rodillas con una vara en la guagua: «¡Apretaditos!» Me arrimo a mi vecina de asiento, una india maya que viaja a Chichicastenango para vender su artesanía.

El mercado es un bullicio de colores, mientras que en el interior en penumbra  de la iglesia comienzan a dejarle ofrendas al santo. Vestido con traje de chaqueta y un puro en la boca, se halla rodeado de licores e incienso. «Pídanle un esposo que no tome y que no les pegue. El santo cumple.»

En el lago Atitlán comemos en casa de Yalit. Mientras damos cuenta de los frijoles, nos contempla de pie, como una madre complaciente. Su hijastra Rosalinda nació sordomuda. Le daban miguitas de pan al loro y las que no comía eran para la niña, para que aprendiera a hablar. Pero lo hizo antes el loro. Por eso Rosalinda está interna en un colegio de la capital y ella ofrece comidas para pagarlo.

«Parecen gringas porque son blancas, pero hablan muy bien el español.»

Cuando nos retiramos a dormir, no sé si hemos viajado a otro continente o a las desbordantes páginas del realismo mágico.

34. Tormenta perfecta (Blanca Oteiza)

Las hojas en blanco descansan aguardando los nombres de ríos, montes y ciudades aún sin colocar. Fue una tarde de tormenta, cuando una ráfaga de aire previo a los primeros truenos abrió la ventana y se llevó las letras. Desde entonces los mapas han quedado inconclusos. Voy buscando el lugar donde descansar del viaje indefinido por senderos que no sé a dónde me guían queriendo acabar con la mudez de la cartografía que porto de compañera. En mi mochila guardo la esperanza de quien reza cada noche mirando las estrellas, en los bolsillos escondo la ilusión de los niños en la noche víspera de reyes. Camino por bosques, cruzo arroyos y deambulo por pueblos cuyo nombre no conoce nadie.
El aire agitado me abraza con fuerza haciendo volar mi sombrero, en la lejanía se escuchan los primeros truenos mientras las nubes grises me cierran el paso. La oscuridad se cierne a mi alrededor cuando la lluvia comienza a caer sobre mi cabeza, pero es una lluvia diferente, ésta no moja. No es fría ni cálida, son letras de todos los tamaños y colores imaginables. En mitad de la tormenta un arcoíris letrado se pasea por el horizonte adornando mi destino.

32. Viaje de familia

Cambiamos. Después de aquel viaje ninguno de nosotros volvió a ser el mismo. Ni Mario. Ni los chicos. Tampoco yo. Aprendimos a vivir mirando hacia otro lado, a olvidar, a esquivar los ojos de los otros al hablarnos. Agosto se convirtió en un mes maldito. Beto se encerraba en su habitación a escuchar mis viejos discos de la Janis, de Led Zeppelin, de Patty Smith, de los Stones. A retuitear fotos y frases obscenas. Nando se pasaba el día en el gimnasio. Algunas tardes volvía con heridas en la cara o en los brazos, con los nudillos desollados, con la mirada olvidada en un semáforo. Mario me llamaba siempre desde la oficina. Una reunión de última hora. La visita inesperada de un cliente. Balances, inventarios, cierres. Volvía tarde, oliendo a Chanel rancio y a whisky de garrafa. Debía creer que me chupaba el dedo. O le daba igual sencillamente. Yo, a pesar de estar de vacaciones, procuraba mantenerme ocupada. Me dedicaba a la casa, a preparar las clases del curso siguiente. A veces leía o encendía el ordenador para perder el tiempo en Facebook. Entonces caía en el error de revisar las fotos, de intentar descubrir qué nos había pasado.

31. El sueño de Deyemira

Mamá fue a conseguir comida y nunca más regreso, una bala le corto el camino de vuelta a casa. Entonces cogí a la pequeña Deyemira y decidí escapar, Ala nos protegió del fuego cruzado de la ciudad en llamas, de la sed al cruzar el desierto, de las olas del mar en la noche màs oscura, pero no nos pudo librar de la codicia de los hombres.
Y mucho antes de llegar a ninguna parte, nos quedamos ancladas en tierra de nadie, en donde no podíamos avanzar pero tampoco podíamos volver.
Y allí bajó abrasadoras lonas de plàstico, quemadas por un sol ardiente, soñaba mi hermanita con mundos helados en donde sólo existía la noche y en donde la luna flotaba sobre un cielo pintados de intensos colores. La hija del desierto soñaba con auroras boreales…..Entonces supe cuál sería nuestro destino, mucho antes de que nadie lo escribiera . Mientras los niños duermen Dios traza en ellos la ruta de su viaje …Dos años después llegamos a Finlandia.

30. Trotamundos – Luisa Hurtado González

De entre todos los viajes, el que más importa es el que se hace hacia atrás y hacia adentro. En mi caso, a primera vista, se ve una señora de unos cincuenta años, ancha de cintura y necesitada de un buen tinte; pero, si se profundiza, en sucesivas capas, puede encontrarse una mujer que se esconde en el baño para hablar con los espejos, una chica que mira al sol de frente y no guiña los ojos, una niña que persigue con la mirada los globos de la feria que deja que se le escapen entre los dedos, un bebé que crece deprisa y se transforma de un día para otro, y un alien, por decirlo de algún modo, saliendo del vientre de la fregona que se atrevió a compartir caricias con un ser extraño y verde.

Sin embargo, de ese viaje que es el mío, la última etapa nunca la cuento. Sé quién es mi padre, desde hace años me comunico con él telepáticamente; pero mi mundo, ponga como se ponga él, es este.

29. LECCIONES EXTRAESCOLARES (Belén Sáenz)

Había estudiado Magisterio y era la única en aquel pueblo que sabía hacer quebrados. Para mí —once años— era «La Chiflada». Llevaba turbante y una túnica aguamarina bordada con pavos reales. La raya negra le huía del párpado hasta el nacimiento del pelo. En el patio de la abuela, donde el banco de azulejos, nos servían la merienda antes de la lección. «Leche manchada con café para usted, caballerete». Yo me encallaba con la geografía y exigía más claridad a aquella boca de carmín marchito. Y entonces ella sonreía y me mostraba el pez dorado que se había tatuado en la Atlántida. O la llave de la tenebrosa prisión de Zenda. La gigantesca pastilla de jabón que robó del hotel en Brobdingnag. Un cartel de su recital poético ante el apuesto rey de Shangri-La. Era una gran narradora, si bien algo atolondrada. Cuando se agostaba agosto y notó que elevaba la mirada desde las turgentes magdalenas hacia las tetas de Fuenciscla, me paseó orgullosa por Macondo y Comala. Nunca soñé mejores viajes que aquellos. Tan vívidos son aún, tan evocadores, que, pese a consultar varios mapamundis y sonrojarme en algunas agencias de viajes, no renuncio a seguir buscando las Chimbambas.

28. Confidencias sobre raíles (Luisa Novelúa)

Dos hombres y un mismo destino. Dos billetes de tren y una conversación. Juan y Pedro intercambian anécdotas, muchas de ellas hilarantes, aunque hayan sido momentos incómodos, incluso dramáticos. Es lo que tiene viajar y conocer gente. Podrían escribir un libro entre los dos y se forrarían, dice Pedro, o planificar un crimen perfecto y deshacerse de aquellas personas que les amargan la vida, bromea Juan.

Una estación, dos números de teléfono, un hasta pronto. Cada uno retoma su camino. Pedro se dirige como un autómata hacia la zona comercial de la ciudad; Juan consulta en un mapa la localización de los monumentos más emblemáticos y callejea con la cámara de fotos colgada al cuello. Uno fantasea con la libertad del viajero; el otro, con el hogar que espera al viajante. Cuando al día siguiente se vuelven a cruzar, se saludan con una sonrisa y siguen de largo. Demasiadas confidencias y un inesperado rubor.

27. La maleta carmesí

Era roja y pequeña, con unas ruedas transparentes que transmitían liviandad. Sus cremalleras doradas tintineaban graciosas cada vez que la agitaba. Le bastaba con mirarla e imaginar su contenido: jamás se atrevió a abrirla. Había aterrizado en el Prat desde Cracovia, vía París. No tuvo corazón para dejarla allí, indefensa, dando vueltas infinitas sin ser recogida. Sintió el impulso  irrefrenable de adoptarla.

Dejó su trabajo y a sus amigos para viajar con ella por el mundo. Planificaba las rutas siguiendo una febril inspiración que no acertaba a reconocer como propia y se apresuraba a descender de los aviones para que nadie creyera que estaba abandonada en la cinta de equipajes.

Un día, camino de Múnich, un agente de aduana se empeñó en inspeccionarla. Mientras descorría temblando la cremallera, contuvo una inexplicable ira asesina que solo se disipó cuando el interior quedó a la vista.

Ni en sus más locos sueños habría adivinado que transportaba aquello.

El funcionario, decepcionado tras una detenida ojeada, cerró la maleta y le instó a avanzar en la fila. Él, estupefacto, decidió quedarse en tierra y dejar que continuara sola.

Aquel extraño y minucioso diario de viajes, escalofriantemente actualizado, sólo podía ser cosa del Diablo.

26. Dolor que canta -Calamanda Nevado

Gracias a Samuel que sigue muerto. Me  contesté mil veces que no hacía ese viaje por excitarlo. Quería ser yo,  leerme tres o cuatro libros en silenciosa concentración y no dormir a su lado.

El suspiro intelectual con el que me lancé se extinguió cuando al cabo de unas horas  observe aquel mar turquesa,   esos bailoteos sensuales de aldea que estrechan la cintura y mi rostro con flores gualdas y rosas colgadas. Decidí poner mi lectura a descansar en la playa nudista.

Corría por  la arena  observando la comitiva  de cuerpos, cuando choqué con los  pechos y  perros de una pintora. Nos hicimos reproches mutuamente hasta que se levantó y se fue. Comenzó a presionarme el estómago como en momentos claves.  Examiné la realidad, y me negué a mordisquear la suerte, quedaban diez  días para regresar al tajo y debía librarme de  entrañas tontas.

Mis tripas no se rendían   ante aquel encantamiento.  Yo sí. El tiroteo, sin silenciador, de miradas lo comenzó ella. El alborozo lo pusimos las dos.

Un horizonte nos reprochó  distraídamente: -Cuánto vais  a esperar.-

Y desplegué    enormes alas en   mi vejez.  Antes  de ese  premio nobel contemplaba el poniente y el naciente con peluca, y sola.

 

25. Teorías gélidas (Rubén José)

Llenaba la maleta con sumo cuidado, con los miedos propios del primer viaje. Sabía que no era por gusto, tampoco por iniciativa propia, solamente por necesidad; el motor primitivo del ser humano.
Cuando depositó la última prenda en la maleta la cerró con delicadeza, como cuando se dice adiós al ser que amas.
Miró la estancia y quiso que cada rincón de aquel lugar se le quedara grabado a fuego en su retina, para poder obtener consuelo cuando las fuerzas le flaquearan.
Cerró la puerta de su casa, se subió al taxi y le indicó al conductor que le llevara al aeropuerto. Allí cogería un vuelo a Siberia, para llevar a la práctica una teoría que desarrolló en la universidad; si quería mantener su plaza y su sueldo, no tenía otra opción.
Según subía al avión pensaba, con lágrimas en los ojos, que la próxima teoría sería en algún lugar del caribe.

24. RELEYENDO A MONTERROSO

Era la primera vez que realizaba un vuelo transoceánico. Me aconsejaron dormir para paliar el jet lag. Antes de subir al avión, tomé varios güisquis, acompañados de somníferos. Aquel cóctel estaba causando efecto. Le solicité a la azafata  una almohada, cogí un libro de mi mochila y me puse a leer.

La aeronave era un maremágnum. El pasaje, la torre de Babel. Por los auriculares escuchaba algo relacionado con un asteroide y las pantallas mostraban imágenes de un dinosaurio. En el hilo musical sonaba el “Pizzicato-Polka” de los Strauss. Caí en un gran sopor.

Entre la bruma de los sueños, comencé a escuchar: ¡Mayday! ¡Mayday! El estómago se me iba a salir por la boca. Parecía subido en una montaña rusa. Algo me golpeó en la cabeza. Luego un impacto, como cuando te tiras de un trampolín. Un silencio hueco… La oscuridad…

Y al despertar, el dinosaurio todavía estaba allí.

 

23. En cautividad (Nuria Rubio González)

Desde la distancia, Lana contempló al nuevo inquilino. Pese a estar privado de alimento por olvido del dueño, el pececillo parecía feliz, desplazándose dentro de aquella redonda y pequeña cárcel de agua. Abandonó el sofá y anduvo unos pasos. Podía masticar la angustia. Deseosa de descubrir el secreto de tan envidiable dicha, clavó los ojos en Walter con mayor intensidad e imprudente cercanía, provocando, de forma involuntaria, la agonía del indefenso ser sobre un acuoso lecho cristalino. De pronto, percibió ese familiar ruido que anunciaba la inminente presencia de Peter en casa. Corrió hacia la puerta y se arrojó amorosamente en sus brazos. Él reaccionó con desconcierto y fría indiferencia. Lana, nerviosa, comenzó a dar vueltas por aquel reducido espacio en el que permanecía presa gran parte del día. Exhausta, se desplomó sobre su propia orina, con la correa de paseo apretada entre los dientes y el vacío comedero rozándole el hocico. En sus dilatadas pupilas, nadaban vivaces pececillos, en limitado pero jubiloso viaje circular. Lejanamente, con la mirada perdida, el anciano Peter deambulaba por los ensombrecidos senderos de su memoria, intentando recordar la identidad de los dos extraños que yacían en el suelo.

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