Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

88. Resurrección

Indefinible edad, patillas descuidadas, cintura en carnes: mi víctima. El peregrino. La vida a lomos de un viejo Cadillac persiguiendo mi fantasma, de fracaso en fracaso, durante miles de millas por los tugurios del desierto, hasta este cruce de la 49 con la 61 para entregar su alma al diablo.

Aún del otro lado, me miro en sus pupilas. Cegadas por el brillo de las lentejuelas y el bourbon barato, miran sin verme; abstraídas en culminar su fláccida erección en la boca de la prostituta que hace las veces de abnegada admiradora, derrama sobre ellas su luz roja el aviso intermitente del camerino.

Tres minutos.

Momento para encarnar mi estrella sin cuerpo en su cuerpo vencido de rey sin reino e insuflar mi espíritu en su sangre desde el más allá. Atusar a tiempo mi tupé ante el espejo y aceitarlo.

Al ritmo de Jailhouse Rock, ya soy en él cuando pisa el escenario. Son mis caderas las que vibran enfundadas en su traje de ajustado satén. Prehistórico pájaro blanco abre sus alas. El público enloquece. Estoy vivo de nuevo.

Tell me dear, are you lonesome tonight?

No temas, nena, baila conmigo bajo el cielo de Memphis.

87. VIAJERO EMPEDERNIDO (Isidro Moreno)

Ayer, ante la torre Eiffel iluminada y recortada sobre la mágica noche parisina, recordé cuántas veces, ante esa imagen, había intentado seducir a preciosas mujeres que, en su momento, creí que serían mi gran amor de por vida. Cada destello dorado de su iluminación se me antojaba un guiño de ojos, quizás de Adèle que marchó de Erasmus y jamás regresó, o tal vez de Brigitte que me abandonó por un pintor de Montmartre, aunque los recuerdos más evocadores fueron de Marie, quien nunca me llegó a amar.

Hoy, tras unos días de saturación de viajes, de rememorar vivencias y anhelar lugares no visitados, me he detenido ante la estatua de Julieta en Verona. Un turista le acariciaba las tetas mientras posaba para la foto. Otros esperaban turno para hacer lo propio, confiando en encontrar el verdadero amor o, al menos, poder regresar a Verona según marca la leyenda.

Mi lágrima resbaló sobre el rostro de Julieta y, de mi torpe mano, cayó la postal mojada. Como contagiadas, cayeron el resto de postales.

Junto a las ruedas de mi silla, diseminadas por el suelo, aparecían la Tour Eiffel, la estatua de la Libertad, el Coliseo, el Big Ben…

 

IsidroMoreno

85. Las barricadas misteriosas

                                                                                                                    A François Couperin

Bajo el mismo sol que alumbró a Marco Polo, Admundsen, Stanley o Livingstone, supongo que mi sombra se hace más grande y solitaria desde que nos distanciamos.

Me acostumbré a cruzar los desiertos del Sahara, a buscar un cielo protector ante las lluvias de Iquitos, a surcar las aguas del río Congo, a atravesar el corazón de las tinieblas de Tierra de Fuego, a la pasión del cazador solitario.

Bajo el mismo cielo sobrevolé caricias de Bangkok, frutas cimbreantes del Caribe, curvaturas de los valles del Rift, temblores de las desnudas cítaras de Samarkanda, pieles abiertas de los desiertos de la Antártida, abismos voluptuosos del Tepuy. Ensayé con las manos de Couperin su arte de tocar y me despedí con las de Rimbaud y su indiferencia.

Al volver a casa, improviso destinos, zozobro entre la valentía de dejarme llevar y el refugio cobarde de mis libros. Esbozo el plan de una nueva aventura en cada línea trazada en el mapa que conduce al periplo recurrente, al viaje negado, al retorno imposible de tu nombre.

84. Cualquier día

Mi padre fue viajante de comercio. Succionaba colillas de Ducados, sudoroso, ausente. Mi madre siempre estuvo sola, fundamentalmente tras conocerle. La pobre lloraba sobre llorado.

–Siempre estaré contigo –recitó él en el altar.

La mañana siguiente salió a hacer la ruta de la Sierra Norte.

–¡Cualquier día me largo con el primero que pase! –repetía ella, ignorando que yo observaba.

Solía espiarla porque había escuchado a dos tipos jurándose que tenía aquel cuerpo porque era una zorra. A mí me parecía una madre bastante normal, pero necesitaba descubrir si disimulaba.

Así andábamos cuando apareció aquel viajero. Mi padre estaba fuera. Yo hacía divisiones y mamá limpiaba la barra, sorbiendo mocos. El tipo tenía no sé qué aires de buscavidas, canoso, moreno, barbudo. Pidió café. Dio coba a mamá, preguntándole por qué lloraba. Le dijo que era hermosa como su primera novia, con tacto, nada grosero. Mamá sonrió. Siguió soltando tonterías, que tenía aroma a orquídeas y manos de pianista, y ella soltó la bayeta…

Entonces, subí corriendo al apartamento. Minutos después, bajé y aguardé expectante algún indicio de movimiento. Ellos me observaban sin comprender qué hacía allí plantado con mi vieja maleta, inquieto, como si fuera a perder algún tren.

83. El viaje

Abierta sobre la cama, todavía vacía, la maleta sonríe amenazante. El muchacho la contempla con una asfixiante sensación de vértigo en el estómago. Tanto tiempo como lleva soñando con el viaje, tantas noches en vela, tanta ilusión. Y ahora… ese miedo que a traición se le cuela entre las tripas, ese miedo que implacable martillea sus sienes. Pero no puede echarse atrás, ya no. No habrá otra oportunidad, lo sabe. Es este su momento y debe aprovecharlo. Marchar, descubrir el mundo, volar lejos muy lejos del hogar y un día, tal vez, regresar.

《¿Listo? nos vamos, prepárate》, muy suave y muy bajito le reclama una voz al otro lado de la puerta.  Su corazón entonces se acelera, lo siente latir sin control y una inoportuna sensación de claustrofobia lo asalta por sorpresa. Nunca le gustó la oscuridad, sólo fingía ser valiente pero no es ya tiempo de arrepentimientos ni lamentos.  Resignado, muy asustado, respira hondo del modo en que ha practicado durante los últimos días, la angustia cede poco a poco, se desviste, murmura una plegaria triste y dolorida y, al fin, con una pirueta digna del mejor contorsionista, se acurruca dentro de la vieja maleta y cierra los ojos.

82. Nómadas

Huir del viento. Abandonar las casas de paja, y de madera. Apretarse después entre paredes frías, muros quizás, con vistas a ninguna parte.

Saber que el lobo nunca se marcha.

81. Dar la vuelta al mundo y acabar en el sofá

Cuando se jubiló, decidimos que no sería uno de esos viejos que se quedan solos en casa todo el día sin hacer nada, que salen en pantuflas a la calle y cada día caminan más encorvados, como queriendo escuchar lo que el suelo tiene que decirles, así que le compramos unos billetes de avión y le mandamos a conocer mundo.

No se crean ustedes que se marchó con una sonrisa en la cara. Todavía le recuerdo cargando con las maletas y la mochila de madrugada, en la terminal del aeropuerto, diciendo que tenía sueño y quejándose de la cola para facturar. Nos quedamos viéndole cruzar el control de seguridad y atravesando el duty free con cara de pasmado.

Volvió tres meses después con una maleta de más llena de souvenirs comprados en los aeropuertos y las estaciones. Nos contó mil y una anécdotas de hoteles, taxistas y bufés, siempre resoplando y quejándose.

—En la mitad de los hoteles no cogía ni una cadena en español.

Cuando deshizo las maletas y se sentó en el sofá, sonrió por fin. “Como en casa no se está en ninguna parte”, dijo. Había recorrido medio mundo y no había entendido nada.

80. Raíces

Las piernas de Silvia estaban hundidas en la tierra. Sus muslos se tornaron oscuros y acorchados, y en los nudos de los dedos de sus manos florecían pequeños brotes.

Mario no se sorprendió al contemplar la escena, en varias ocasiones la había visto enterrar sus pies hasta los tobillos bajo la fina arena de las playas de Kuta. Pero esta vez parecía serio. Sin tiempo que perder, corrió a la choza, hizo a trompicones las maletas de los dos y regresó a por ella.

Cuando regresó ya asomaba la luna. Silvia estaba serena y parecía dormir. Le habían crecido nuevos brazos en sus dedos y la fronda de su cabellera refulgía como la plata.

Mario notó cómo su cuerpo menguaba poco a poco, cómo se iba transformando.

Al amanecer, empezó a seleccionar ramitas con el pico.

79. Triste lección de Astronomía (María José Escudero)

En la casa, en apariencia abandonada, reina un silencio doloroso. Nadie duerme ni de día ni de noche. Nadie sueña. Sólo Jana suele mirar el cielo a través de una rendija, y en su cara de niña hambrienta se dibuja una sonrisa secreta. Ha leído que, en verano, hay lluvia de estrellas y  que  son tantans que  está segura de que  alguna de ellas se hará cargo de su deseo. Pero, en agosto, los soldados golpean con fiereza  la puerta; arrastran a su padre y humillan a su abuelo. Luego, abren fuego sin piedad y sin ningún  decoro. Y, mientras se escuchan carcajadas estridentes e inhumanas, unos trazos luminosos se desploman  sobre los muros del gueto de Cracovia.

Ahora Jana viaja en un tren abarrotado de  meteoros exhaustos que suspiran resignados. Junto a ella, una mujer, que no es su madre, la agarra sin fuerza de  la mano, y una estrella estafadora se le ha prendido en la solapa del vestido que antes fuera  de su hermana.

78. Vivencias extremas

Marta entrechocaba las palabras hasta que salían oliendo a chicle de fresa. De vez en cuando una pompa rosa explotaba junto a un: «¿y si robamos un banco?», «¿y si después nos vamos lejos?». Juancho asentía, condescendiente, mientras pensaba que vaya locuras se le ocurrían.

«Si no hubiese estado tan colado por ella ahora todo sería diferente», rememoró mientras deslizaba la mopa por los pasillos. Al principio fueron pequeños hurtos en el pueblo. Ya en la capital se atrevieron con una joyería. La huida los llevó a Francia y desde ahí fue un no parar: una sucursal bancaria en Nancy, otra en Bruselas… Se sentían invencibles, demasiado confiados. En Suiza subestimaron el tiempo de respuesta de la policía y tuvieron que escapar a toda prisa por la azotea. Marta calculó mal el salto y a él lo encerraron allí.

Un enfermero se acercó e introdujo dos pastillas en su boca entreabierta.

Arrastrando torpemente la mopa, Juancho se afanaba en continuar inventándose recuerdos: Eugenia y él sobre el rompeolas, después de trepar entre resbalones y risas las piedras. Ella señalando hacia el puerto con una repentina idea enardeciendo su voz: «¿Y si birlamos aquel velero y nos echamos a navegar?».

77. VACACIONES INOLVIDABLES

Cuando él le preguntó si era capaz de subir hasta la cima de la Gran Peña, ella, sin vacilar, respondió: «Pues claro».
Ya verás que vistas más maravillosas vas a observar, dijo él.
Y allí estaba aquella mañana de mediados de Julio, mochila a la espalda, dispuesta a la hazaña.
Bajo un sol de justicia comenzó el ascenso. Al principio leve, pero a medida que el camino se estrechaba y la pendiente aumentaba empezó a notar el aguijón de unos rayos que una y otra vez les atormentaban.
No sólo tenían que soportar aquel sol abrasador que les caía de plano, sino también aquellos rayos que al reflejarse sobre las calizas rebotaban contra ellos.Y para más «inri» ella iba vestida con bermudas y camiseta de color negro.
Sintió cierto alivio cuando el azul cobalto del cielo comenzó a cubrirse por un velo de blancos cúmulos que lentamente ascendían hacia las cumbres.
Tras más de tres horas de duro ascenso llegaron a la cima.
Lo que observó le hizo recordar un famoso cuadro de un pintor alemán.

76. HEMBRA ALPHA (Beto Monte Ros)

Mientras se alejaba volteó, para mirar por última vez el hermoso lugar donde conoció al hombre del que se enamoró. Ambos estaban a cargo de atender el jardín y les iba muy bien; pero como ella era mala siguiendo instrucciones el dueño, enojado, la echó junto con el amante.
El aire olía a manzana recién cortada cuando emprendió un viaje, cargada de incertidumbres, con un compañero de escasas habilidades, quien prometió protegerla. Durante años deambularon sin rumbo y, a pesar de las vicisitudes, su determinación la ayudaba a sortear los inconvenientes que encontraban. Tuvieron hijos que, tan pronto alcanzaron la edad para cuidar de sí mismo, se fueron. Una mañana, al despertar, estaba sola. Creyó que él había salido a buscar comida, pero pasaron los días y nunca regresó.
Sobrevivió como pudo, hasta que no aguantó más el peso de la soledad y la vida también la abandonó. Cuando la encontraron, de su cuerpo solo quedaban los huesos. Lograron identificarla por las costillas, dijeron que se llamaba Lucy.

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