Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

115. Decadencia (towanda)

Acudió al Café Literario con tiempo suficiente. Adoraba ese lugar colmado de nostalgia, de tardes de tertulias. Sentada frente a una taza de café, lió un cigarrillo. Sus torpes dedos desatinaban colocando la boquilla al abrigo del papel. Aguardando una temblorosa lengüetada y el chasquido de la piedra

Tras un ansioso humo, adivinó su figura.

—No volveré más. La amo y no puedes cambiarlo.

—Desagradecido, sin mí no habrías tenido ninguna oportunidad…Te di ojos, pelo y ese porte distinguido. Te ofrecí una vida y descarné mi alma creando tu personaje. Me perteneces.

—Dejé de hacerlo hace mucho tiempo, cuando perdiste tu rumbo entre las páginas de algún capítulo inconcluso que embarraste de alcohol.

—Maldito seas. Solo eres ficción; un personaje inventado…

El estallido de la taza contra el suelo hizo que una camarera le recriminara por molestar con sus voces a los clientes.

Desde la pared, una fotografía de aquella escritora que algún día fue pareció reprobar la escena cuando sus miradas se cruzaron. La mujer escondió sus ojos y avanzó cabizbaja, arrastrando los pasos entre las mesas, en dirección a la calle.

Poco después, se escuchó una detonación, como estaba  escrito en la página doscientos del último manuscrito inacabado.

114. Emily

Oculto entre la niebla, etéreo y espectral, se perfila el contorno rocoso de los páramos. Siempre su refugio. Perfecto escondite para la niña huraña y en exceso sensible que alguna vez fue. Consuelo ahora para el imposible anhelo de libertad de una joven que, a fuerza de soledad, conoce como nadie los tormentos y recovecos del alma humana. Atrapada en la poesí­a del paisaje, su corazón sangra lejos de allí­. Y allí­, entre nieves y ventiscas inclementes, esta mujer rebelde y solitaria, cautivada por los versos de Lord Byron y Walter Scott, rara al decir de sus vecinos y objeto de miradas compasivas por haber quebrado un dí­a la senda ancestral que marcaba su destino, sueña otros mundos, inventa amores transgresores e infernales, pasiones turbulentas, delirios que jamás conocerá. A lo lejos, mientras tanto, la tormenta se cierne amenazante sobre unas cumbres heladas, románticas, abruptas, fantasmales y eternamente borrascosas.

113. RINCONES SOMBRÍOS

Un apocado escritor que no duda en arrojar a la chimenea cualquier página donde se atisbe un personaje dispuesto a ejecutar proezas para él inalcanzables.

Un escritor libertino que se niega a pernoctar con mujeres, por temor a desvelar en sueños la trama de esa novela que lleva años fraguando, y que bien le pudieran plagiar.

Un viejo escritor amancebado con una joven deslumbrante que, sin embargo, necesita de otras relaciones paralelas para seguir ensanchando su universo literario con nuevos personajes, escenas conflictos.

Un escritor de bestsellers eróticos que, noche tras noche, se encierra en el despacho y aguarda hasta que las lámparas vibran levemente con los ronquidos de su frígida esposa. Invoca entonces a las protagonistas de sus relatos, y suplica que le susurren obscenidades al oído.

Un escritor ignorado por los críticos, que utiliza como confesor y psicólogo a M.C, alter ego de su incomprendida obra al que, igual que a él, le encanta citar a Freud entre trago y trago de ginebra.

Todos ellos en manos de otro escritor repudiado por su aspecto abominable, que se deleita narrando dulces derrotas para encubrir sus rincones sombríos.

 

112. Aquí de nuevo

Hoy vuelvo a la construcción. Hoy vuelvo a ensuciarme las manos tras años de ausencia. No me preguntéis el por qué de esta vuelta, porque tampoco sé el motivo de la ida.
Hoy me siento capaz de levantarme, de no quejarme y de comprometerme a terminar lo que empiezo, no sé a qué viene eso de tanto medio cuento.
¿De qué sirve una canción sin final? O ¿Dejar una historia sin contar? ¿No os ha pasado nunca empezar a contarle una historia a tu pareja o a un amigo y que en medio de toda la emoción te diga “Sí, pero sigue, cuéntame más…” Y tú le digas «No, es que no hay más»?
Me ha pasado. Escuchar una y otra vez ese “¿Por qué? Ahora me vas a dejar con toda la intriga».
Tienen razón, ¿Por qué crear un mundo lleno de vida para luego mandarla al destierro?
Hoy me comprometo, con estas primeras letras a no escribir para entregar mis letras a una pira de fuego. El fuego arrasa con todo, incluso con tu creatividad. Intentaré apagarlo párrafo tras párrafo, antes de que éste me apague a mí.

 

Érase una vez…

111. A la sombra del mañana

Seis mujeres cargan el féretro sobre sus hombros. El difunto camina tras ellas, con los ojos cerrados, como adivinando el sendero. Llueve. Algún que otro paraguas se abre en la procesión, pero la mayoría preferimos ocultar nuestras lágrimas en la lluvia. Las mujeres se detienen, bajan el féretro a la fosa, lo abren. Cada uno de nosotros recibe uno de los libros que lo colman. Treinta y siete títulos en cuarenta años, buenos números los del difunto. A mí me toca de manos de Alexandra, “A la sombra del mañana”, donde ella apareciera por primera vez. Sonrió. Alexandra es aún más bella de lo que había imaginado. Cuando los libros se acaban, el escritor ocupa su lugar en el féretro. Alguien le pide que hable. Él se pierde en el laberinto de una larga parrafada sobre la importancia de la mujer en sus novelas. La lluvia cesa, y las seis heroínas carraspean al unísono. Él cruza sus manos sobre el pecho y calla. Me concedo ser el último en arrojar un puñado de tierra sobre el féretro. Entonces una voz dice: “Hace frío”. Es Alexandra. Le ofrezco mi saco, y ella me invita a revivir juntos su primera vez.

110. Maldito bestseller

La pesadilla se repetía una y otra vez. Volvió a despertarse empapada en sudor, y no pudo evitar un llanto desconsolado. Se levantó de la cama y encendió un pitillo. Había dejado de fumar, pero los nervios superaban a su fuerza de voluntad. Con manos temblorosas llenó un vaso de agua y lo bebió de un sorbo. Después de hacer pis, volvió a acostarse deseando olvidar esa horrible historia. Un sueño reparador hacía presagiar que todo había terminado, pero… Un nuevo lector llegó a la página que la obligaba a despertar empapada en sudor.

109. El desengaño (Calamanda nevado)

 

Estas doscientas páginas, dijo nuevamente mi jefa de editorial,  escogidas. Sin tocar temas de sexo, pobreza extrema, gente alimentándose de contenedores, reclamaciones a banqueros,  al gobierno, a  la oposición, refugiados, o   cambios   en la ley electoral; hilvana una historia  sin rituales satánicos,  sectas, ni timos  de franquicias.  El carácter del   libro no  puede ser tan realista,  más bien de tono cautivador, ameno.

¿Se volvía a quedar conmigo? Me concentré en   alumbrar ideas  livianas  de    contenido vano,  disfracé  injusticias que no golpearan a lectores honestos  o ingenuos, y venía  con esas.  Mi razón montó ese último puzle con sudor frío y dijo basta.  Después de depositar mi última  motivación en el teclado  no pude entregarlo. Rompí mi contrato y mi camino por  aquellos pasillos sin oportunidades para buscar  consuelo en   mi vieja profesión: Contar situaciones  reales,  personajes cargados de vida, temas a los que no hay que resignarse, incluso existenciales,  y malvivir de arrebatos; feliz o infeliz.

Una mañana el viento le largó una extraña propuesta a mi mano trabada.  Era oro líquido, no dejaba de correr por   mi sangre; avanzaba indócil  como un tiro de pistola.

Y   me ofrecí a disparar trasfigurado por la esperanza. No sé si me entienden.

108. Esta noche te cuento

Aquella noche, Hans Christian no podía conciliar el sueño convencido de que algo extraño habría de pasar. Y en su inquieta duermevela, tras unas de las tantas vueltas que dio sobre su cama, se le apareció a sus pies el soldadito de plomo indignado. El personaje le reclamó algún tipo de compensación por tener en su cuento un final tan cruel; siempre acababa en el fuego. Hans, después de la sorpresa inicial (aunque ya estaba acostumbrado a tratar con musas y hadas), le quiso tranquilizar hablándole de metáforas, elipsis, moralejas y mensajes. Pero no tuvo éxito, en un momento aparecieron el Emperador desnudo, la Sirenita, el Patito feo y la Reina de las nieves, todos con quejas y reclamaciones, no entendiendo cómo podían ser personajes de cuentos de hadas y pasarlo tan mal. Hans Christian, ignorando si estaba en un mal sueño, intentó capear el chorreo como pudo, pero se derrumbó cuando apareció aterida de frío la pequeña Cerillera. Ahí ya no pudo más, y se puso a llorar como un niño abandonado, o con los juguetes rotos. Sus personajes intentaron consolarlo, pero un Hans abatido sólo se preguntaba por qué diablos no se había dedicado a la literatura erótica.

107. Naufragio

Inspiración… y espiración, porque para parir una historia primero hay que saber respirar, que por algo se dejó los ahorros en los cursos de preparación al parto. Inspiración…, un café en el centro de una habitación negra, rodeado de un océano de Word, en blanco, y unos cascos insertando lejanos murmullos de música clásica. Cuatro ideas, tres personajes, dos lugares y una moraleja, con los que tramar una barca, lanzarse a la deriva. Y espiración… de la niebla surge un insecto inesperado. Y después otro, seguido de miles. Y sus manos se aferran el remo, pero el extremo está desapareciendo. Carcomida, la madera se desploma lentamente en el mar. Inspiración…, es inútil, el bote se hunde de nuevo, y suenan pájaros que no son gaviotas. Relojes, cisternas, murmullos, pasitos y una tostadora. Espiración…, la luz de la calle va borrando lentamente las olas que nunca existieron y, cabizbajo, sale de la barca. Un día más, un día menos. Inicio, apagar sistema.

106. Carta desde el viejo café Gluck (Juana Mª Igarreta)

Querido Stefan:

Cuando una densa y selectiva sombra fue asolando Europa, supimos que huiste en busca de refugio a lugares lejanos. Pero cuando el corazón es perseguido en la tierra que le enseñó a latir, cabalga herido, errante y desarraigado, y ningún lugar de exilio le es propicio para hallar la paz interior.
Siempre te mostraste temeroso ante la vejez; horizonte que tus ojos, avezados vigías de otras vidas, no gustaban observar en la tuya, y menos en mundos, aunque solícitos, extraños.
No pudimos impedir que te entregaras a la desesperanza junto a tu fiel e incondicional Lotte. Ella, como si se tratara de revisar un capítulo más de uno de tus libros, tampoco esta vez se negó a acompañarte. Y aquella malhadada noche del 23 de febrero de 1942, acordasteis despojaros de porvenir y, con vuestras manos entrelazadas, abrazar la muerte.
Nosotros, aquejados de prematura orfandad tras tu ausencia, fuimos arropados por los que, ávidos de conocerte conociéndonos, han hecho que tus letras no sean presa de la fugacidad y el olvido.

En nombre de todos los que fuimos concebidos al ritmo trepidante de tu máquina de escribir. Con gratitud,

Mendel el de los libros

105. «El Principito»

Fui el Príncipe de mi pequeño Reino hasta que me derrotó la responsabilidad de mi gobierno y su exigencia, entonces decidí huir.

Viajé de planeta en planeta y conocí muchos mundos y a sus dueños, mas no me apeteció quedarme en ninguno de ellos porque sus vidas me parecieron muertes.

Al fin llegué a una Tierra enorme en la que me hice amigo de un hombre sencillo. A diferencia de los otros, Antoine reconocía que estaba perdido y sabía que no era capaz de ver bien la realidad, sin embargo no huía y ponía todo su afán en reparar lo que estaba estropeado, era la única manera de cambiar el paisaje desértico en el que había dejado que se conviertiera su vida.

El tiempo que pasé en este planeta me hizo comprender la importancia y el valor del propio reino y que, a pesar de que a veces sólo estemos capacitados para sentir el dolor de sus espinas, tras éstas se esconde tanta belleza como la de una rosa.

Quería volver a intentarlo, aunque en esta ocasión no había sabido aún tendría más oportunidades.

Y ya no lo olvidaría: lo esencial es invisible a los ojos, pero no al corazón.

104. Quijotadas.

«Cambiar el mundo, amigo Sancho, que no es locura ni utopía, sino justicia»

 Miguel de Cervantes Saavedra. Don Quijote de la Mancha.

-¡Que no es un gigante! -le increpaba con hartazgo.

-¡Cuánta ignorancia la tuya!, siempre diciéndote «…que es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la Tierra», pero nada, tus cortas entendederas no dan para más, zoquete -manoteaba encolerizado-. ¿No ves ahí al más ruin y despiadado de todos?, bajo su disfraz no hay corazón ni principios, solo codicia -y en diciendo esto, se lanzó a la batalla sin atender a más razones ni palabrería.

Apeado el amigo hacía rato le gritaba con desgana: -Te equivocas loco -y negaba con la cabeza al mismo tiempo que marcaba el 112 en su móvil.

La sucursal bancaria quedó destrozada. También el cuatro latas al que un día empezó a llamar Rocinante y que fue lo único que conservó tras el desahucio. Bueno, también un viejo ejemplar del Quijote.

Tuvo suerte, aquel escuálido y metálico corcel le sirvió de inverosímil armadura; también que los servicios sanitarios llegaron prestos al lugar y salváronle la vida pues quedó muy maltrecho aquel insólito justiciero.

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