Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

124. PARALELO PUNTO CERO

Salió de la habitación con los ojos rojos, sucio y desmejorado tras no sabía cuanto tiempo encerrado para concluir “La mujer herida”. Y por fin lo había conseguido.

Quería compartir la buena noticia, pero el silencio de su olor ausente tenía la intensidad sonora del portazo de Julia en la página 203.

123. Sueños de autor

Aparecen mientras duerme. Algunos esperan pacientes su turno al lado de la cama. Los hay que leen, que hacen crucigramas, que se llevan la labor, que se cortan las uñas, que trastean con el móvil o con cualquier artilugio aún por inventar. Otros, más apasionados, pretenden despertarle nada más llegar, llamar su atención. Menos mal que siempre hay quien les frena, quien pone cordura. Aunque a veces se encienden los ánimos, llegan casi a las manos, se insultan, se retan. No es extraño ver una gladius enfrentada a una catana o un duelo entre una Colt Dragon y una pistola láser. Ni ver a un panadero de Birmingham intentar seducir a la esposa de un Senador romano. Los más aplicados repasan su papel como si fueran a enfrentarse a una audición. Comienzan con un agradable murmullo que crece y crece y crece hasta convertirse en el clamor exagerado del histrión. A medida que avanza la noche la mayoría se desvanecen entre las sombras o salen de la alcoba montados en pompas de jabón, en coches fantásticos, en naves espaciales. Menos uno o dos que se cuelan en sus sueños y consiguen instalarse entre los renglones de su próximo relato.

122. Personaje invasivo

El premio al escritor revelación había dado un vuelco a su vida. Aquella novela le había abierto las puertas de las editoriales y del corazón de Marta, casi simultáneamente. Las primeras estaban sorprendidas con los índices de ventas entre el público juvenil, tan difícil de atraer. Y Marta había quedado subyugada por el creador de Alicia, la protagonista de su novela.

La convivencia con ella era sencilla, fresca y natural. Por eso le extrañó tanto aquel primer reproche que le espetó malhumorada. Buscaban un vestido de fiesta. Marta entraba y salía del probador con la ligereza de una mariposa y él siempre tenía algo que objetar: es muy largo, muy estrecho, muy holgado…Ella respondió con un airado  “El vestido es para mí, no para Alicia”.

A este reproche siguieron otros. Alicia, por alusiones y comparaciones, se interpuso entre ambos. Al principio con extremada sutileza y después con una rotunda presencia sobrenatural. El hogar, antaño acogedor, devino en un espacio inhóspito y sus moradores adquirieron tintes huraños.

Una noche Alberto despertó agitado gritando un nombre femenino que no era Marta. El equilibrio inestable de este peculiar trío se desmoronó. Desde entonces Alberto  añora y busca a las dos.

 

121. La gramática de los dioses

Te apasiona leer. Acabas de comprar una novela y no puedes esperar a llegar a casa para empezarla. Entras en el metro, coges la línea circular y, en cuanto encuentras un sitio libre en el vagón, la abres. Trata de un escritor que está escribiendo una novela sobre un tipo que a su vez está leyendo una novela sobre un escritor. De repente el convoy se detiene. Entonces, te das cuenta de que llevas horas y horas –el tiempo apenas transcurre cuando lees– dando vueltas en el metro. Levantas la cabeza. No queda nadie en el vagón. Intentas salir, pero las puertas no se abren. Por un momento piensas que a lo mejor no existes y que quizás solo seas un personaje más, producto de la imaginación de un escritor, que a su vez es imaginado por otro escritor, que todos yo, tú, él, incluso ella, somos seres de ficción, que el mundo, tal como lo conocemos, solo es una novela interminable y que eso que llamamos Dios es, en realidad, un escritor mediocre, hasta que por fin las puertas se abren y la vida –o la novela– sigue su curso.

120. LA TRATANTE

No me des la espalda, te lo advierto. Puedo y quiero ser barro entre tus manos de alfarero, barco y nube para llevar tus sueños. Aire, agua, tierra y fuego, pero no me ignores, te lo advierto. Puedo ofrecerte, sin castigo, el placer de todos los pecados, la dulzura de todas las virtudes. Te interesa. Conmigo conseguirás la gloria. Yo desplegaré mis alas de ángel o demonio si tropiezas o despeñas. Saciaré tu sed y tu hambre, tendrás poder y dinero. Solo te pido el alma. Dime un precio. No puede interesarte un amante despechado ni un asesino insatisfecho. Te prevengo.

¿Te acuerdas de nuestro primer romance? Llegaste sediento, me cogiste entre tus manos, me acariciaste, y yo te abrí de par en par las páginas de mi piel. Te enseñé mis rincones más secretos, recorriste los campos infinitos de mi espalda, los agrestes montes de mi sexo, las galaxias de mi cerebro y todos los abismos y oquedades de mi cuerpo. Te saciaste, ¿recuerdas?

¿Por qué te empeñas en buscar otros cuerpos? ¿No ves que son cuerpos inodoros, digitales e insípidos? Vuelve. Me estoy cubriendo de polvo y de suspiros. No tardes. Se me está agotando la paciencia.

119. Epitafio (Anna López Artiaga / Relatos de Arena)

Siempre temí que se descubriera mi falta de talento, la ausencia completa de imaginación. Que alguien señalara aquellas frases que le copié al gran Gabo para mi primer libro; o los personajes, hurtados a Lope, en la novela que me consagró como escritor. Lector voraz y aficionado a los puzles, supe encajar las descripciones precisas de Pla y el sentido del humor de Cervantes, en un argumento sacado de la telenovela de moda.

Cómo no iba a caer rendido a mis pies el mundo entero, si le daba de comer el mismo rancho que servían en televisión, vestido de etiqueta y regado con el mejor Rioja. Simpleza callejera y belleza hurtada a los clásicos olvidados.

Sí, soy un fraude, pero me ha ido tan bien que no voy a cambiar ahora. Llegada mi senectud, he comenzado a frecuentar los cementerios. Allí donde me lleva la promoción de mi última obra, visito el camposanto, paseo por sus jardines y busco las tumbas de los prohombres. Así me nutro de frases póstumas, me las pruebo, me engalano con ellas y me contemplo en el espejo. En cuanto encuentre una que me caiga bien…

Mi muerte va a ser un éxito.

118. COMUNICACIÓN ESCRITA

Aquella afamada pareja de escritores solamente vivía para sus letras. El hastío fue cubriendo poco a poco su relación con un velo de indiferencia. Solo se comunicaban mediante títulos de libros.

Cada atardecer coincidían en su sala de lectura. Mientras permanecían allí, únicamente el susurro de las páginas al pasar cortaba el muro de silencio que los separaba. Entonces alzaban sus ojos y por un instante cruzaban sus miradas.

En su última conversación eligieron  la misma autora, la escritora de novelas románticas Megan Maxwell. Él le envió “Te esperaré toda mi vida”, entonces ella decidió contestarle con la novela “Ni lo sueñes”.

Jamás volvieron a verlos juntos de nuevo.

117. TRAGEDIA

Al cabo de unos días, cuando el lector ya se ha olvidado del libro y lo devuelve al estante, ambos despiertan. Siempre al alba. En ese momento termina su farsa. Sacan su cuerpo apretujado, como pueden, de entre las páginas y después de recomponerse un poco, hurgan silenciosamente en los armarios, cuando todos los de la casa duermen. Los dos eligen ropa cómoda; vaqueros, cosas así; y  aunque a él le resultaban más cómodas sus mallas, ella está encantada.
Antes – hace mucho – lo intentaban caminando, pero ya han descubierto que a una pareja tan joven, cogida de la mano, la llevan sin problema haciendo auto stop. El viaje suele ser muy largo, y hasta ahora nunca lo han conseguido, porque alguien siempre, en sabe dios qué lugar del mundo, vuelve a abrir el libro y los aleja, una vez más, de su querida y añorada Verona.

116. Poema anónimo

Dio por terminado el largo poema compuesto, con determinación y entrega, durante años; inspirado por cada una de las mujeres que en secreto había amado y perdido. Quizá demasiadas. Pero por fin había concluido la que sin duda sería su obra cumbre. Se sentía plenamente satisfecho y sabía que volvería a aparecer en los diarios. Tras tatuar el último verso sobre el cadáver desnudo de María, se apresuró a borrar toda huella.

115. Decadencia (towanda)

Acudió al Café Literario con tiempo suficiente. Adoraba ese lugar colmado de nostalgia, de tardes de tertulias. Sentada frente a una taza de café, lió un cigarrillo. Sus torpes dedos desatinaban colocando la boquilla al abrigo del papel. Aguardando una temblorosa lengüetada y el chasquido de la piedra

Tras un ansioso humo, adivinó su figura.

—No volveré más. La amo y no puedes cambiarlo.

—Desagradecido, sin mí no habrías tenido ninguna oportunidad…Te di ojos, pelo y ese porte distinguido. Te ofrecí una vida y descarné mi alma creando tu personaje. Me perteneces.

—Dejé de hacerlo hace mucho tiempo, cuando perdiste tu rumbo entre las páginas de algún capítulo inconcluso que embarraste de alcohol.

—Maldito seas. Solo eres ficción; un personaje inventado…

El estallido de la taza contra el suelo hizo que una camarera le recriminara por molestar con sus voces a los clientes.

Desde la pared, una fotografía de aquella escritora que algún día fue pareció reprobar la escena cuando sus miradas se cruzaron. La mujer escondió sus ojos y avanzó cabizbaja, arrastrando los pasos entre las mesas, en dirección a la calle.

Poco después, se escuchó una detonación, como estaba  escrito en la página doscientos del último manuscrito inacabado.

114. Emily

Oculto entre la niebla, etéreo y espectral, se perfila el contorno rocoso de los páramos. Siempre su refugio. Perfecto escondite para la niña huraña y en exceso sensible que alguna vez fue. Consuelo ahora para el imposible anhelo de libertad de una joven que, a fuerza de soledad, conoce como nadie los tormentos y recovecos del alma humana. Atrapada en la poesí­a del paisaje, su corazón sangra lejos de allí­. Y allí­, entre nieves y ventiscas inclementes, esta mujer rebelde y solitaria, cautivada por los versos de Lord Byron y Walter Scott, rara al decir de sus vecinos y objeto de miradas compasivas por haber quebrado un dí­a la senda ancestral que marcaba su destino, sueña otros mundos, inventa amores transgresores e infernales, pasiones turbulentas, delirios que jamás conocerá. A lo lejos, mientras tanto, la tormenta se cierne amenazante sobre unas cumbres heladas, románticas, abruptas, fantasmales y eternamente borrascosas.

113. RINCONES SOMBRÍOS

Un apocado escritor que no duda en arrojar a la chimenea cualquier página donde se atisbe un personaje dispuesto a ejecutar proezas para él inalcanzables.

Un escritor libertino que se niega a pernoctar con mujeres, por temor a desvelar en sueños la trama de esa novela que lleva años fraguando, y que bien le pudieran plagiar.

Un viejo escritor amancebado con una joven deslumbrante que, sin embargo, necesita de otras relaciones paralelas para seguir ensanchando su universo literario con nuevos personajes, escenas conflictos.

Un escritor de bestsellers eróticos que, noche tras noche, se encierra en el despacho y aguarda hasta que las lámparas vibran levemente con los ronquidos de su frígida esposa. Invoca entonces a las protagonistas de sus relatos, y suplica que le susurren obscenidades al oído.

Un escritor ignorado por los críticos, que utiliza como confesor y psicólogo a M.C, alter ego de su incomprendida obra al que, igual que a él, le encanta citar a Freud entre trago y trago de ginebra.

Todos ellos en manos de otro escritor repudiado por su aspecto abominable, que se deleita narrando dulces derrotas para encubrir sus rincones sombríos.

 

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