Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

143. Felis silvestris

Algunas personas opinan que tengo un carácter arisco y que saco las uñas a la mínima,  como los gatos. Puede que tengan razón. Y puestos a comparar, yo me veo más parecido a Garfield que a catwoman. Prefiero atusarme los bigotes a depilármelos. Lo de corretear por los tejados me parece arriesgado y cansadísimo; yo soy más de siesta en el sofá. Y por la noche, que todos los gatos son pardos, a la cama, a dormir. Tampoco me va el rollo del látigo, me gusta más que me acaricien detrás de las orejas. Me encanta comer cualquier cosa a cualquier hora, lo de las dietas tampoco es para mi. Y la ropa ajustada… uff, no, mejor andar por ahí en cueros, pero de los otros.

142. Calicó

            En verano me gusta dormir en la habitación que da al patio de luces, es más fresca y el murmullo de las conversaciones de los vecinos me arrulla, tal como yo hago con Calicó. El se comporta como un dios con su actitud indolente al paso del tiempo, sentado sobre sus patas traseras con la cola enrollada sobre las mismas. Esa noche, sin embargo, fue diferente. Estaba casi dormida, cuando un ruido de cristales rotos me despertó. Del piso de arriba brotaban ruidos de muebles al caer, gritos y sonidos de lo que a todas luces parecían de una pelea: «te voy a matar», «por dónde has entrado», «mátale, que se escapa» fueron frases que escuché perfectamente.

            Aterrada, llamé a la policía conminándoles a que llegaran lo antes posible. Después, busqué a Calicó para encontrar en él consuelo a mi desasosiego, pero no lo encontré hasta que llegó la policía.  

–Policía, ¡abran!

            Cuando mi vecino abrió la puerta dejó al descubierto un campo de batalla. Muebles destrozados, cristales rotos, cortinas por los suelos y para nuestra sorpresa, mi gato salió caminando con la elegancia de un emperador de la China mientras jugaba con un ratón entre sus fauces.


141. Catus

Catus

 

Esa mañana me sentí observada. El sol golpeaba con toda su furia sobre el vidrio del ventanal, las plantas de la sala abanicaban sus hojas amenguando el calor. La vereda emanaba vapor y los que la transitaban no paraban de quejarse mientras se secaban los sudores.

Después de unos cuantos minutos, corrí la cortina transparente y al inclinar mi torso nuestras miradas se encontraron. Allí estaba guarecido bajo el follaje, con el cuerpo estirado como un elástico, la cabeza erguida y la vista clavada en mí.

Pasaron los días, y yo seguía con mi rutina, conmovida por su presencia y la profundidad de sus ojos amarillos que se mezclaban con la espesura de sus rayas.

Una tarde al terminar mi jornada, salió silenciosamente de entre las ramas. Con paso corto y movimientos lentos comenzó su andar. La cabeza se le caía entre las patas.

Decidí seguirlo. Hicimos una cuadra, llegamos a la esquina, cruzó la calle y se detuvo en la puerta de una casa deshabitada. Recorrió los rincones, dio media  vuelta y se fue.

Cada vez que abro la alacena y veo la caja de su alimento, la boca se me llena de saliva imposible de tragar.

 

Alas de viento. 2017.

140. TERAPIA DE GRUPO

-Bienvenido Mut, ahora eres parte de nuestro grupo.

No he sido capaz de traspasar la verja, pero puedo oír la reunión mensual de Gatos Ladradores. Lince me habló de ella el otro día cuando estábamos en la peluquería felina. Son un grupo de gatos que se sienten perros. Me aconsejó acudir porque según él mi cerebro está atrapado en el cuerpo de un ser que no le corresponde. Tiene razón. Lo que no le he confesado es que esta desazón la arrastro desde la época de Tutankamón, cuando al morir junto al faraón éste me concedió un alma eterna, y desde entonces me reencarno cada cincuenta años en una raza de gato distinta a la anterior.

139. El chucho y la niña bien

De entre todos los rasgos físicos disponibles en los infinitos cruces que habían dado lugar a aquel chucho, las reglas de la herencia genética parecían haberse confabulado para adjudicarle justamente los menos bonitos. Tampoco le beneficiaba mucho su pelaje sucio y tiñoso, ni el sinfín de heridas y cicatrices que tenía en su flaco cuerpo, y mucho menos el chaparrón que le había caído encima momentos antes de que aquel Rolls Royce frenara en seco para no atropellarlo.

Vestida con su uniforme del colegio mayor, Candelaria estaba ahora frente a él tras haberse bajado del coche. Casualmente ella deseaba tener un perrito desde hacía tiempo, aunque había pensado en uno a juego con su lujosa realidad, y no en algo como lo que tenía delante. Aún así permaneció un buen rato allí, mirando pensativa cómo temblaba, observando su mirada suplicante… Porque hay que decir que Candelaria, bajo su apariencia frívola, atesoraba virtudes y valores más que suficientes para que esta historia acabara bien. Sin embargo decidió regresar al vehículo y ordenar al chófer que continuara.

Camino de casa, toda su riqueza interior palpitaba desbocada bajo la superficie. Pero sus bien cuidadas uñas ni nunca antes ni tampoco ahora quisieron rascarla.

138. LEALTAD

 

Siempre he mantenido mi lealtad, pese a que en más de una ocasión he sido el blanco de su ira, como aquel día que persiguiendo una mariposa por el campo me metí en un charco y me manché de barro, cuando regresé a casa además de recibir unos buenos azotes por ensuciar el suelo, me dejó el cuenco vacío de comida durante tres días, menos mal que pude desenterrar del jardín algunos tesoros escondidos y así logré sobrevivir.

Hoy cuando su carácter se ha ennegrecido tanto como su visión, su única compañía somos la oscuridad y yo, que sigo siendo su fiel perro guía.

137. JUANITA

Juanita no era nuestra mascota, sino un miembro más de la familia. Se acomodaba con nosotros en el sofá, haciéndose primero un ovillo para después esparrancarse sin ningún pudor. Como si tuviese el sentido de la oportunidad venía a nuestra cama cuando Eduardo estaba de noches y dormíamos juntas. Estaba encantada con la mudanza y nosotros disfrutábamos al verla hacer equilibrios malabáricos en las ramas de los arbustos o perseguir sin tregua a las pequeñas alimañas que se cruzaban en su deambular por el acotado jardín de nuestro nuevo hogar. Nos sorprendió verla una tarde haciéndose arrumacos con un imponente gato de vistoso pelaje. Las visitas del felino se hicieron asiduas y los ojos de Juanita brillaban de dicha. Una tarde observé restos de sangre seca en su inmaculado pelo blanco, pero no le di importancia. Empezó a no querer salir al jardín. Su pelo fue paulatinamente perdiendo brillo y sus ojos mudaron a tristes. Ayer llegó temblorosa y se acurrucó en mi regazo, escondiendo su rostro. Hoy Juanita yace desgarrada en el umbral de casa, aunque nunca computará en las escalofriantes estadísticas de violencia de género.
Dolores Asenjo Gil

136. La vieja de los gatos

Cuando me mudé al casco antiguo me llamo la atención la casa en ruinas que había junto a la mía, parte del tejado estaba hundido y sus muros agrietados amenazaban con derrumbarse.
A veces salía de allí una anciana decrépita, desaliñada, de pelo enmarañado y vestimenta decimonónica. Lo más curioso de todo era la presencia de cientos de gatos que invadían las tapias, ventanas, aleros y portales, en cuanto aparecía la vieja señora. Un día decidí seguir a la añosa dama con su corte de mininos, fueron hasta un barrio abandonado de las afueras.Tras torcer una de su maltrechas calles, reducidas a escombros, perdí su rastro, como si se hubiean esfumado en un instante.
Un día, tras una semana de lluvias torrenciales, un gran estruendo anuncio el desplome de la maltrecha vivienda.
Tras llamar a los servicios municipales, expresé mi preocupación de que dentro estuviera la anciana, entonces mis vecinos me dijeron, que allí no vivía nadie desde hacía más de 30 años. La última persona que la hábito, había sido una vieja demente por culpa del desamor, que consagró los últimos años de su vida a cuidar cuidar a los gatos del barrio.

135. Comportamiento animal

Cuando abrió la puerta, yo estaba que no podía aguantar más: tenía la vejiga a reventar. Salí del maletero de un salto y eché a correr. Oriné en el tronco del primer árbol que encontré. ¡Qué alivio! Cuando terminé, miré alrededor y advertí que me encontraba en medio del campo. Busqué al amo con la mirada, pero no le vi. Sin duda se había quedado junto al coche. Volví brincando al sitio donde había aparcado. ¡Se había ido! Sin duda al amo le había avergonzado mi comportamiento y me había dejado allí como castigo. Ladré de pena. Ladré pidiéndole perdón.

134. Psicólogos

Acababa de sumarme al club de hombres con perro. Ahora tocaba darle cariño, criarlo, educarlo y darle las pautas necesarias para su integración en la sociedad. Resultó ser un perro inteligentísimo. Poco a poco dejó de ser mi mascota y mi compañero para pasar a gobernar mi vida. Sus pautas eran mis pautas. Decidía todos los momentos de mi vida, puso horario a cada una de las actividades diarias, colocó actividades en cada uno de los ratos que el trabajo me dejaba libre. Un amigo, del club, me sugirió llevarlo a un psicólogo canino. El diagnóstico fue claro: complejo de amo. NI aquel psicólogo ni los que le sucedieron encontró remedio a ese trastorno. Pero yo tenía que solucionar ese problema que se había incorporado a nuestra relación. Ahora formo parte de otro club, el de hombres apegados a un psicólogo. Diagnóstico: complejo de mascota. Sin tratamiento eficaz. Pero formamos una gran pareja.

133. La carrera (Marta Trutxuelo)

Ella aparta la mirada, él percibe su tibieza; el sol del mediodía anuncia la hora de ponerse en marcha. Ella va un paso por delante, atenta. Él la sigue, confiado. Han llegado. La carrera va a comenzar.

Ella ha llegado la primera, exhausta, pero ligera; demasiado ligera; una vez más, mira hacia atrás. Él no está. Vuelve la cabeza hacia adelante, a un lado, al otro, da vueltas en círculo. ¡Él no está! De su garganta se escapa un gemido largo, agudo y desgarrador. Los demás participantes acuden en su ayuda. Está sola. ¿Y su pareja? Mientras organizan una batida de búsqueda ella ha desandado los pasos del recorrido. Observa a su alrededor, mira cada recodo, estudia las curvas… y en un repecho encuentra el dorsal. Se desliza bajo el talud y allí está él, tumbado, parece dormido. Ella no se aparta de su lado. Él despierta y le acaricia el pelo.

– No puede subir, lo siento —rechaza el conductor de la ambulancia.

– Es su compañera. Hoy ha ganado algo más que esta carrera —dice el organizador del canicross, ayudando a subir junto al herido a su perra-guía, radiante con su banda ganadora en el lomo.

132. El perro

Llueve. En la más recóndita esquina de un callejón sin luz, busca refugio. Entre basuras, jadea con la lengua que le cuelga inerte. Herido, tiene el pelambre sucio, con sangre seca. Huye de las alimañas como de un mal sueño. La oscuridad y la jauría le cierran el paso. Inquieto, duda entre saltar y seguir la huida, o quedarse agazapado. Le agitan las sombras, las gotas que caen desde la voladura de las cañerías, son un aviso. Tiene un mal presagio. Evoca su pasado; su hijo y esposa, también los otros, socios y enemigos. Todo por un ajuste de cuentas. Suelta el maletín y se restriega la cara. Con la mano agarra fuerte la pistola, el índice en el gatillo. Ladrador y perdedor, agachado sale y sube la calle; con el rabo entre las piernas.

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