Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

131. Herencia (Patricia Collazo)

– Yo no puedo hacerme cargo

– Yo menos aún. Ricardito es alérgico…

– No esperaréis que yo, con un piso de treinta metros cuadrados…

Luna giraba sus atentas orejas mirando a uno y otro. Esperaba que alguien pronunciara la palabra mágica.

Pero durante unos tensos minutos no hablaron. Sentados en los sillones, nadie palmeaba un hueco libre a su lado para invitarla a subir, como él hubiera hecho.

Llamaron a la puerta.  Sus ladridos no fueron bien recibidos. Tuvo la esperanza de que él hubiera regresado. Aunque él nunca llamaba, él ponía la llave en la cerradura de un modo inconfundible.

Un hombre con olor a madera y hojas entró diciendo algo sobre llevarse muebles.

– ¿Usted no la querrá? Es mansa y educada. Nunca hace pis adentro y…

Luna volvió a mirar a unos y otros sin entender por qué él no estaba allí. Por qué nadie pronunciaba su nombre. Por qué ese individuo la miraba y negaba con la cabeza.

– Pues entonces no quedará otro remedio – dijo alguien mientras la cogía en brazos y la sacaba de su casa, sin darle tiempo a olisquear por última vez las zapatillas vacías que estaban junto a la cama.

130. LAS ANDANZAS DE LUCA

Me siento de nuevo dichoso. Que me quieren y he aprendido a quererles. Hasta están consiguiendo que olvide las vicisitudes pasadas. Pero aún recuerdo… Mi escaso volumen y proximidad al suelo, me dio cierta facilidad al abordar barcas repletas de gente, caminar sin caminos, entre barro, alambradas. Ir de hoguera en hoguera, acurrucarme de tienda en tienda del campamento de refugiados del momento. Esquivando inquietos bosques de piernas, botas, zapatos o desnudos pies. 

Ya en el Centro de Acogida del nuevo país, tampoco se mitigó demasiado mi existencia. Los más grandes dominaban, eran los que comían e implantaban sus normas. El pavor a la limpieza con manguerazos de agua. De nuevo cambió todo cuando ellos me acogieron, hasta mi nombre, Luca. Tengo alfombra, sofá, bañera, nuevo hogar. Pero no logro que entiendan, el porqué de mi pánico a los sonidos estridentes, petardos, cohetes. A mí me siguen pareciendo disparos o bombardeos. Tratan de convencerme de que no pasa nada cuando ocurre. Me acarician y atusan, nos miramos a los ojos. En los suyos atisbo que es verdad, no pasa nada. Pero no puedo evitar el temblequeo y el tirar de la correa para esconderme con el rabo entre las patas.

129. PEDIGRÍ (Sergi Cambrils)

Un perro y una gata bien avenidos tenían una servicial y cariñosa camarera en su casa. Cada día la sacaban a pasear para que se acostumbrara a hacer sus necesidades fuera, y la soltaban en un parque cercano para que corriera y jugara. Allí se reunían más razas: abogados, electricistas, profesores, músicos, arquitectos, informáticos… Siempre con sus respectivos amos. Un día, sin esperarlo, apareció una cuadrilla de políticos callejeros, rabiosos, deseosos de abordar a su dulce camarera. La pareja trató de ahuyentarlos, pero uno de los políticos se colocó tras ella y la montó, sin reparar en las consecuencias del cruce.

128. El Valiente

Érase una vez una familia de campesinos que vivía cerca de un bosque oscuro, atravesado por un río de aguas frías y turbulentas.

El otoño tocaba sus últimos acordes, cuando los chicos notaron, en el hueco de un árbol, dos luces fosforescentes.  ¡Un gato! exclamaron. ¡Un gato salvaje! Éste dio un salto y aterrizó a sus pies. Era inmenso, pero se mostraba manso. Lo adoptaron en seguida. El Valiente pasaba felizmente los días, cazando ratones e incluso serpientes.

Al caer la nieve, los chicos lo metieron en casa. Pero El Valiente no tenía buenos modales: aveces hacía sus necesidades bajo la cama y arañaba las muebles. El padre decidió deshacerse de él y lo llevó a la otra orilla del río. Los chicos lloraron mucho, pero con el tiempo empezaron a olvidarle.

El próximo invierno, por la Noche Buena, el menor de los chicos oyó un maullido y abrió la puerta. Ahí estaba El Valiente, delgado y hambriento: había cruzado el río congelado y había vuelto a casa. Todos estallaron en lágrimas de alegría, especialmente el padre, que nunca más lo alejó desde entonces.

Ésta es una historia real, que mi mamá solía contar durante las noches de invierno.

127. El papel del galgo

Al parecer fue el tedio de las tardes en su oficina lo que lo llevó a adoptar la costumbre de dibujar despreocupadamente en toda clase de cuartillas figuras de objetos, plantas y animales mientras telefoneaba o tomaba notas de cualquier asunto. Cada vez con mayor esmero, de modo que llegó a alcanzar sorprendentes cotas de realismo, intensidad y plasmación del movimiento.
En cuanto a su obsesión por los galgos, pudo tener su origen en la vívida impresión que le produjo la retransmisión en directo por televisión del magnicidio del jeque-presidente Al Minsur. Sucedió durante una carrera de galgos a la que asistía cada año el prohombre. Los conjurados habían dispuesto un mecanismo mediante el que la liebre que adopta el papel de señuelo, cambiando súbitamente su trayectoria, era repentinamente propulsada hacia la tribuna de autoridades justo al pasar frente a ella, de modo que los galgos perseguidores se abalanzaron tras la presa y acabaron destrozando la garganta del desgraciado.

125. El muro

El abuelo siempre habla de Maxi, el pastor alemán que cuidaba su casa. No ha podido olvidar el día que vinieron a por él.

La abuela tenía un gato. Nino. Se escapó antes de que comenzaran las redadas, o eso le dijo su padre.

Nadie recuerda cómo empezó todo. Los medios hablaban de agresiones a personas, de perros que mordían a niños. Y los animales de compañía dejaron de serlo.

No fueron los únicos en desaparecer. El abuelo habla de la ley de vagos y maleantes, pero la abuela sigue buscando a Martín, el hombre que pedía en la puerta de la Iglesia y al que llevaba las sobras de la comida. Todavía hoy guarda en el bolso un currusco de pan y algo de fruta, por si vuelve del otro lado.

Papá y mamá son ya de la generación del muro, que asumen como un elemento del paisaje.

Nosotros tenemos el deber de saltarlo o derribarlo. Eso dice Manuel. Él es mayor y me habla en secreto de derechos y libertades. Yo solo quiero tener un perro, como el abuelo. O que la abuela pueda volver a tener un amigo y un gato.

124. Amo y señor (FUERA DE CONCURSO)

Tire el palo, tire el palo, venga, tire el palo hacia la fuente, no, hacia los arbustos, que hay más sitio para correr. Eso es, coja impulso y… ¡Bravo! Qué bien sienta trotar, sentir el viento agitando mi pelo, pero… ¿dónde demonios está?, no lo veo, ¿¡no será que…!? Lo ha vuelto a hacer, ¡lo tiene en la mano! Vamos, ahora sí, no juegue con mis sentimientos, tire el palo hacía los arbustos y después me callaré. ¡Lo prometo! Llevo esperando este momento desde ayer, tengo las piernas agarrotadas, he pasado todo el día sentado en la oficina. Solo una vez, por favor, solo necesito una buena carrera.

123. CAMBIO DE DUEÑO

Aquel coche antiguo me adelantó sin un ápice de cordura. Sólo me dio tiempo a ver, fugazmente en su bandeja trasera, un agitado movimiento oscilante. El conductor seguía con sus maniobras imprudentes poniendo en peligro al resto de usuarios de la vía. De repente, apareció la silueta dorada y elegante de un gato. Su cuerpo crepitó bajo las ruedas del temerario que ni se inmutó. Por el retrovisor pude ver cómo se esfumaba, posiblemente, la última de las siete vidas del felino y unas lágrimas inundaron mis ojos. Se detuvo en un área de servicio. Yo también. Y durante su ausencia rompí con una piedra, envuelta en mi pañuelo, el cristal trasero – lo había visto en una película, hacía menos ruido – Su cabeza, ahora, estaba quieta. Lo cogí en mis brazos y nos dimos a la fuga… Me alegro de haberlo raptado. ¿Qué futuro le esperaría a un perrito, que mueve su cabeza, con alguien desposeído totalmente de ella…?

122. COMO PERRO Y GATO (Concha García Ros)

Los ronroneos al oído eran su debilidad, junto a esos andares sigilosos a los que no se acostumbraba, hasta el punto de sobresaltarse al descubrir que estaba allí, a su lado, cuando la creía en cualquier otra habitación de la casa.

A Pedro le gustaba olfatear su ropa, abandonada en el butacón, después del largo día. La veía estirarse panza arriba sobre la cama y salivaba sólo de pensar en tocarla. Al principio le gustaba ir de acá para allá trayendo todo lo que ella le pedía. Cuando  le increpaba por cualquier nadería él agachaba la cabeza y una profunda tristeza le dominaba.

Con el paso del tiempo la vista de Pedro se aguzó, a fuerza de tratar de abarcar un mayor ángulo de visión y prevenir los descontrolados ataques de Martina, cuyas uñas eran cada vez más afiladas. No llevaba nada bien lo de los arañazos. Le costaba soportar sus chillidos histéricos que percibía con gran  intensidad.

Un día, ella, como buena gata, le dio el zarpazo definitivo. A lo que él, como buen perro, respondió con una mordida que resultó letal.

Ahora, los vecinos escuchan los aullidos lastimeros de Pedro  todas las noches de luna llena.

121. Ayuda

Repito, por si alguien me escucha, soy Miguelón, de Requena, un pueblo de Valencia y no tengo tiempo.

Ella llegará en cualquier momento y lo hará, como siempre hace, volando bajo, cortando el aire con acrobáticos zigzags para llamar la atención. Luego revoloteará con aspaviento hasta posarse sobre mi cabeza, para acabar salpicándome de mierda las orejas, los ojos y el hocico.

Sí, han oído bien: hocico ¿Quién lo diría? ¡Yo, con hocico!

En fin, que solo cuando ella crea que me ha humillado ya lo suficiente, se marchará conforme vino, dejándome en el aire su habitual “¡te lo advertí!”

Y tanto que lo hizo…

Fue la tarde que mencioné lo del divorcio. ¡Ni muerta!, gritó. Estaba frenética y conducía como una loca. No vio que el semáforo cambió.  Yo tampoco. Solo vimos el camión. Luego fue el túnel hacia la luz, realmente un tobogán angosto y resbaladizo que conduce directamente al Karma, esa especie de Juez etéreo que, dicho sea de paso, no es imparcial. Para nada. De serlo, ella no volaría libre en el cuerpo de una paloma y yo no estaría aquí, atrapado en la estatua del gato que hay en el parque de Requena.

¡Ya viene!

120. MI PERRITA EN LA PLAYA

Con mi perrita de solo tres meses paseé hoy por la playa cuando ya el sol iba cayendo por el horizonte. Ella no pudo terminar toda la caminata con sus cuatro patitas y la mitad del tiempo buscó refugio sobre uno de mis brazos, que llegó casi dormido al término del paseo.

A estas edades mover las piernas y hacer trabajar el resto del cuerpo todos los días, tras estar más de ocho horas sentado frente a la máquina derrochadora de textos, informes, cálculos y mensajes llamados electrónicos y que acercan a la gente de manera llamada virtual, se hace necesario y hasta obligatorio.

¡Ah, se me olvidaba!, un loco de casi un metro noventa nos había salido en la playa en mitad del paseo; llegó corriendo apuntándonos con un trozo de madera que semejaba una pistola. Mi perrita ni corta ni perezosa, cuando él me iba a golpear en la cabeza, hizo una llave de judo que dejó al pistolero con la pistola de madera colgando como un pendiente de una oreja.

Es que hoy en día no es que haya más locos, es que las perritas no son como las de antes.

119. Leyenda (Patricia Mejías)

Antaño existió una princesa maya que era la mejor pescadora de agua dulce de los reinos del Quetzal. Pero quería más presas. Se contaba que tras las Puertas Sagradas existía un río gigantesco, cuya orilla se situada al otro lado del mundo. Y aunque era tabú, la princesa franqueó la entrada. Ante ella se extendía el océano. En la caña de pescar, prendió un ratón como carnada.  Extrajo de las aguas un animal desconocido que hacía miau. Esta vez, con carne por sebo, lanzó la cuerda. Obtuvo un gran perro lanudo y su coro de guas. No se parecía en nada a los pelones y mudos chichis que se servían en las ceremonias acompañados de jícaras de chocolate. En esta otra oportunidad, probó con su anillo de oro y atrajo un hombre. Aquel se veía salvaje con el vello dorado relumbrando en el rostro blanco y, sin esperar su aquiescencia, le hizo el amor en la playa. Pero atraídos por el oro, llegaron más hombres como aquel, con la cruz y la espada. Así cuentan los indígenas de tierras altas, se inició la conquista española en tierras americanas. Por culpa de un perro, un gato y una mujer curiosa.

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