Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
0
9
horas
0
4
minutos
3
4
Segundos
3
4
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

118. Ensoñaciones en torno a la misantropía de los gatos

Alguien dijo que no eran más que el anticuerpo que había generado la materia para contrarrestar la infección vírica en la que se ha acabado convirtiendo la humanidad; volvió a cobrar fuerza la hipótesis de que en realidad eran extraterrestres.

Lo cierto es que un día, como si desde siempre hubiesen estado preparándose para hacerlo, todos los gatos del planeta rompieron a maullar, con ese sonido lastimoso que parece el inconsolable llanto de un bebé, como si no hubiera otro motivo para su existencia que la emisión de aquel maullido, como si la Tierra entera se hubiese convertido en una cuerda de violín vibrando a perpetuidad.

Hubo quien reaccionó de inmediato, como si también ellos llevasen toda la vida esperando aquel momento para arrojarse al instante al vacío, empujados por un mandato que les brotaba directamente de las entrañas. En otros, sin embargo, no producía más efecto que una turbación indefinible que les hacía sentarse a contemplar la lluvia de cuerpos sobre el asfalto como en una lenta ensoñación.

Se veía en sus miradas sin objeto que no comprendían lo que estaba pasando, que no sabían que es así como llegan los finales: sin avisar.

117. ANGEL DE LA GUARDA

Negrete, el perro de Don Daniel, era el habitante más odiado del asilo. Allá donde se dirigiera el can, provocaba a su paso miradas de aversión y a él iban dirigidas las peores maldiciones.  Tanto era así, que  a  todos los ancianos sin excepción se les había pasado alguna vez por la cabeza  la idea de envenenarlo.

La razón era el extraño don que poseía: Predecir la muerte.

Si Negrete se sentaba  en el umbral de la puerta de una habitación, quien la habitaba amanecía muerto.

El día que Don Daniel Murió, Negrete siguió al coche fúnebre hasta el cementerio y una vez sepultado su amo,  se tumbó sobre su Tumba.  Nada pudieron hacer por echarlo de allí.

Transcurrieron dos semanas sin ningún fallecimiento y en el asilo habían comenzado a olvidarse de él hasta que una noche, mientras todos dormían, apareció en la puerta principal ladrando como un poseso.

Uno a uno, todos los ancianos  fueron saliendo al patio hasta tenerlo rodeado.  Entonces, uno de ellos tiró la primera piedra y los demás le siguieron.

116. DE LA TERRAZA AL SALÓN.

Ni me lo regalaron ni lo encontré abandonado en la calle. A Django lo compré simple y llanamente porque me apetecía. Comenzamos teniendo una relación tímida y formal. Él vivía en la terraza y yo le ponía la comida a un cachorro pastor alemán que conforme iba creciendo asomaba su hocico por la puerta reclamando mi atención. Y así, pezuña a pezuña te fuiste adentrando en mi hogar. Abacoraste el sofá granate donde echabas largas siestas. Dejé de ver programas del corazón a cambio de documentales de animales que con curiosidad observabas. Construí enormes pasillos y pinté las paredes con paisajes realistas para que galoparas por ellos. Comías exquisiteces varias que arruinaban mi bolsillo. Yo me volví adicto a los palitos de carne. Tantos años echándome en cara mi madre lo perro que había sido y a mis cuarenta descubría mi  auténtica vocación. Llevábamos una vida de ensueño: dormir, comer, corretear, burlarnos de las gatitas desde el balcón…Te inscribí en el Registro con mi apellido. Ahora éramos más que colegas, hermanos. Pero lo que mayor felicidad me aportaba era apagar la luz  y que desde la cama jugueteases con mi pelo mientras yo me quedaba dormido en el suelo.

 

115. PERROS CALLEJEROS (Yolanda Nava)

Era un cabrón. Un auténtico hijo de perra. Como tal murió una noche cualquiera en un antro de las afueras a manos de no se sabe quién. Unos dicen que lo apuñaló un yonki al que le disputaba el territorio. Otros que se lo cargó el chulo de la última puta a la que rajó la cara… Pronto dejan de comentar contentos con haberlo perdido de vista.

No hay flores sobre su tumba. Solo hay un perro cada vez más escuálido que lanza al aire una pena animal cada vez más exánime.

114. Salvaje (María Rojas)

Hay días en que amanece de malas pulgas y bravucón, gruñe, marcando su privacidad. Lo entendemos. Pasó parte de la infancia entre un grupo de ultras. Sin embargo hace meritorios esfuerzos por superarlo, lo noto cuando me sigue, protegiendo mi sombra. A mi mujer la mira torcido, pero es que siendo un adolescente, en una feroz pelea callejera perdió el ojo izquierdo. Pero cuando ella se mete en sus fogosos ejercicios de baile, se echa a su lado, llevando el ritmo con la cola. Al llegar los niños del colegio, corre todo lo que dan sus patas y los lame cuan largos y anchos son. Aunque, para no perder su condición de malevo, les arranca con mordisquitos cariñosos los trozos de galletas que ellos le dejan en los bolsillos. Las noches oscuras sube a la azotea y, nostálgico, lanza lastimeros aullidos, llamando a sus parientes lobunos.

113. REMIGIO (M.Carme Marí)

En su cabeza los años han tejido nudos que le impiden guardar nuevos recuerdos. Pero aún le quedan los antiguos. Y por eso le duele el alma desde que lo han separado de su Rufus.
-Es por tu bien, papá. Aquí te cuidarán pues con nuestros horarios no podemos atenderte.
¿Por su bien?, piensa el anciano. Por su bien no dejaría su casa, sus tierras, su pueblo y el cariño de su compañero de fatigas.

Remigio se queda adormilado sentado al sol de media tarde, tras la cristalera desde donde contempla el tráfico de la gran ciudad que le abruma. Cuando el brazo le resbala del sillón espera inútilmente el lametón de Rufus, que le ponía una ancha sonrisa en la cara. Ahora es una arruga nueva lo que se instala en su rostro… ¡cuánto añora su vida!

El único rayo de esperanza que vislumbra es Andrés, su nieto. El chico ha cambiado en sus juegos los trenes por tractores, y escucha entusiasmado al abuelo cuando le habla del campo y las cosechas, la meteorología y las épocas para cada trabajo. Si Remigio aguanta un poco más, espera trasladar su pasión por la tierra al muchacho. No todo está perdido.

112. EL PERRO

“Debidamente entrenado, el hombre puede llegar a ser el mejor amigo del perro».
Corey Ford.

Noto que ya nada es como antes. Me sirve igual que siempre mi plato de comida, pero desde hace unos días algo ha cambiado. Ahora va siempre acompañada de un ingrato e incómodo silencio. Yo devoro cada bolita de carne con la misma ansiada impaciencia de siempre pero cuando termino ya no acaricia mi lomo, ya no se dirige hacia mí con la dulce entonación que acostumbraba.

Mi instinto me dice que algo no va bien. Puedo oler la amargura que brota de sus ojos en forma de lágrimas y saborear su derrota cuando deja caer la mano que antes los restregó y ahora lamo en el intento de succionar hasta la última pena. Pero todo es inútil. Algo me insiste por dentro que se acerca la tragedia y por más que me vacío en mis ladridos no consigo que nadie acuda en mi ayuda, en la suya, la de mi compañera de juegos, de complicidades, de ternuras infinitas al calor de una chimenea, nadie acude y yo quedo solo contemplando como se balancea el cuerpo de mi dueña colgado del techo de la cocina.

111. Angora

Lo encontré una noche de cielo lóbrego. Desvalido, famélico, magullado, herido, indefenso, solo, perdido y probablemente, abandonado.

Con  aquellos zalameros ojos azules y su pelaje hecho jirones, comenzó a acurrucarse entre mis piernas, a enmarañarme en sus deseos, a embaucarme con sus ronroneos. Me dejé seducir y no por lástima, sino porque probablemente necesitaba sus caricias más que él.

Me lo llevé a casa. Cicatricé sus heridas, le di todo lo que pude o supe darle, hasta que su aspecto mejoró, hasta que se sintió fuerte.

Ahora las cosas han cambiado. Me ha enseñado sus garras, sus afilados dientes y ahora soy yo la que se siente magullada, indefensa y perdida

Mi gato es un tirano, un déspota, pero ya no me duelen sus heridas, lo que realmente me lastima es que cada vez se parece más a ti.

110. AYUDA CON PARTIDA

Aquella mañana, Pingo vino a despertarnos sobresaltado: ladraba y movía el rabo sin parar. Salimos de la cama al unísono y echó a correr.  Lo seguimos. Nos condujo a la cocina. Allí, mi marido y yo nos encontramos desayunando a nuestro hijo Antonio y a otro joven idéntico a él, ¡y era imposible distinguirlos…!  El de la izquierda se levantó, nos dio un beso y un «buenos días» -lo abracé-. El de la derecha siguió sentado, mojando galletas en la leche, como si no hubiera nadie más allí.  Entonces, me acerqué sin que me viera, pegué mi mejilla a su mejilla y lo rodeé con mis brazos, con el respaldo de su silla haciendo de parapeto.  Segundos más tarde, mientras el otro Antonio recogía la mesa y sacaba a pasear a Pingo, fue a colocarse mejor el tupé.  Al terminar, vino al vestíbulo, se subió a la espalda del Antonio que ya había vuelto de la calle y esperaba con la mochila con los libros colgada, y marcharon hacia el Instituto.

Con la puerta abierta de par en par, observamos cómo se alejaban… Pingo y mi marido, perplejos. Yo, sonriendo, feliz de ver a Antonio cargar con nuestro hijo.

109. El gato de Raimundo

Todavía me río al recordarlo huyendo escaleras abajo con el gato. Fue por mi noche de cumpleaños. Raimundo Cantalapiedra apareciendo con un magnífico regalo envuelto en lila, tras haberme dejado plantada días antes con una amiga en común a quien denominaba “la putita esa”. Aún me hace gracia. Se quitó el sombrero de Armani. Desenvolvió el gato. Lo puso sobre la mesa, dijo “miau”, y el peluche le imitó. Yo aún aguardaba alguna disculpa. Nada. Algún topicazo de cumpleaños, y poco más. Hasta el gato había enmudecido. Y entre tanto silencio, observé al peluche y descubrí el regodeo. Para entonces su mano buscaba ya mi trasero; y también mi perdón, ahora. Que perdonar refuerza mucho la autoestima, decía. ¡Qué gracia! Sonaba filosófico. Un refuerzo para mi autoestima, vacía como un pollo destripado. Preferí dejar a la pobre tranquilita. Aparté su zarpa de mi culo, y le pregunté si había liquidación de gatos. Sonrió, debió atisbar algún preludio de reconciliación. Salió a toda mecha con su gato, se lo merecía. “Tráeme uno real, diputado”, le grité. Qué creía. Que debemos reírles las gracias cuando a ellos les dé la ventolera. Como si no supiera que “la putita esa” tenía otro igual.

108. Fui galgo corredor

y bien asendereado corrí tras mi amo. Sepan vuesas mercedes que, si no se recoge mi presencia en sus historias, se debe a que él mismo prohibió a Cide Hamete que me mentase, con el achaque de que no solían los caballeros ir acompañados de canes en sus andanzas. Yo hinqué mis dientes en los tobillos de Juan Haldudo, gruñí a los gigantes, puse en fuga a unos pastores que hirieron con sus hondas a mi señor y recibí caricias de la gentil Dorotea. Con todo, tengo por mi mayor trofeo haber arrancado −y arrastrado como pendón rendido− un trozo de falda de aquella duquesa que se atrevió a burlarnos, dejando al descubierto ante la corte sus pantorrillas. Se me abrió el cielo cuando mi amo, derrotado, decidió convertirse en pastor. Imaginé una vida regalada, cuidando ovejas y escuchando tocar la zanfoña al buen Sancho, mas poco duró el regocijo, que murió mi señor por la pena de abandonar la caballería. Ahora yazgo en el zaguán rumiando recuerdos, solo me despabilo cuando olfateo al bachiller en la distancia. ¡Si no me tuviera el ama atado, ya habría probado mis colmillos ese bellaco que, vestido de falso caballero, causó nuestra desgracia!

107. Lucy

Me llamo Lucía. Un nombre precioso ¿no creen?. A mí me lo parece y odio por eso que me llamen Lucy. Pero… todo el mundo lo hace. A estas alturas sé bien que ya perdí la batalla y trato de no darle demasiada importancia. Aunque lo odio, ya digo, el dichoso diminutivo. Pero, discúlpenme, no vine a hablarles de mí.  ¿O quizá sí?.

Quería yo contarles de Anna y difícil me resulta no colarme en su historia porque es ella mi mejor amiga. Mi amiga del alma. ¡No saben cuán extrañas suenan en mi boca estas palabras!. Ustedes apenas me conocen y esto que les digo buena impresión no les ha de causar, lo sé, pero sinceridad obliga y debo reconocer que siempre fui algo huraña y desconfiada. Nunca me gustaron mucho los humanos, cierto es y poco importa ya la causa.

Anna, les decía, tiene diez años. Es una niña alta, pecosa, enamorada de la música y los libros. Y la chiquilla más valiente que conozco. La única razón -al fin comprendí- de mi aprendizaje y mi canina existencia. Un laberinto de peligros cada día juntas sorteamos. Siempre yo su luz entre las sombras. Sus ojos y su guía.

Nuestras publicaciones