Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

93. Incongruencias

Desde que tuvo uso de razón no entendía por qué en el barrio le llamaban hijo de perra. Cuando Chispa tuvo perritos ninguno se parecía a él ,se parecían al perro del vecino que muchas veces venía a su casa, y él se parecía a su madre que era una señora muy guapa.

Cuando su madre le dio un hermanito volvieron a decir que también era un hijo de perra y él seguía sin verle el parecido a los perritos de Chispa.

Lo que seguía sin entender era porque los hijos de su perra decían que eran unos cachorrros en lugar de decir que eran unos hijos de perra y a él le llamaban hijo de perra en lugar de llamarle hijo de madre. Cosas de los mayores le respondía su madre cuando se lo preguntaba.

92. Vidas devaluadas

Grito desde la ventana, pero estás muy lejos. La niebla convierte la ciudad en un puzle y los bordillos parecen montañas para tus patitas, sin embargo, has conseguido regresar. Te veo lamer una lata a los pies del contenedor y recuerdo que se me olvidaban todos los problemas del colegio cuando llegaba a casa y me lamías así. O cuando te colabas para acurrucarte a mi lado si papá me castigaba en la habitación. Ahora mueves la cola, porque están subiendo el contenedor al camión y uno de los basureros te ha mirado con ganas de acariciarte. Pero no lo hace. Algunos adultos piensan que hay emociones que no merecen la pena. Otros creen que hay vidas que tampoco. Pero mañana me las ingeniaré para meterte en mi mochila, y nos escaparemos. Ahora te veo olfatear. Quizás notes que acaban de asfaltar la calle, o el rastro del gato de la esquina. O quizá estés oliendo cuánto te echo de menos. O a lo mejor te confunde el humo de tanto coche. Yo grito. Grito fuerte para avisarte de que uno de ellos viene muy deprisa. Pero estás muy lejos.

90. por sentir

Por sentir, sentir; sintió un no .Era profundo, agudo, mas sus labios pronunciaron un si.

Entonces todo fueron sonrisas falsas y palmaditas en la espalda.

Con el paso del tiempo el si , empezó a ser fuego. Un fuego que corroía sus entrañas ,arañándole el estomago.

Parecía que su mismísima alma aullaba junto a su discreto perro, que de pulgoso había pasado a ser lindo.

Juntos los dos, contando sus penas ,sus miserias, bajo la magnitud del enorme globo blanco que reinaba en el cielo, en algunas noches de verano.

En una de esas noches, recordó a Lucy, aquella preciosa gata persa que agotó sus siete vidas.

Al fin pudo entender. Había agotado una, mas le quedaban seis.

89. Ángel de mi guarda, dulce compañía… (Yashira)

Hace años vivía en nuestro barrio una familia muy conocida y temida, se contaban historias escalofriantes que presuntamente habían protagonizado.

Aquella tarde de junio, camino del instituto, vi venir un chico en bicicleta, inquieta descubrí que era uno de ellos, miré a mi alrededor, nadie a aquella hora transitaba por allí. Valoré la situación: correr no serviría, ni gritar tampoco. La ansiedad se había apoderado de mí cuando unos ojos negros se posaron en los míos, alto y enjuto se posicionó a mi lado; el joven malhechor nos alcanzó, me miró, le miró, y un seco gruñido salió de su belfo amenazadoramente levantado. Aquel granuja, sopesando que no merecía la pena arriesgarse a una dentellada, retomó su camino; él permaneció pegado a mí hasta que el ciclista desapareció. De nuevo aquella cálida mirada y cuando quise reaccionar ya no estaba. Ni le vi llegar, ni le vi marchar.

Durante semanas lo busqué para darle comida y cobijo. Nunca lo hallé.

Hoy mi hijo se suelta y corre hacia la carretera, escucho un sonoro frenazo, grito angustiada, corro y descubro al niño bajo aquel conocido, delgado y peludo cuerpo, sus cálidos ojos se posan en los míos.

88. Caninoterapia

¡Nos han dicho que enseñaremos a leer a un perro!

¡Qué chulo, no!

Sí, pero, ¿Cómo puede leer un perro?

No sé, no soy ningún experto. ¿Por qué no se lo habéis preguntado?

Da igual. Déjame en paz.

Llego. Acompañado de María. Veo el patio. Me asusta. Mucha gente. Demasiados niños. Se acercan. Intento esconderme. Me quedo quieto. Me tocan las orejas. EL hocico. Mi lomo. María les dice algo. Nombra a alguien. No veo el patio y decido tumbarme. Me rodean.

¿Conseguisteis hacerle leer?

¡No! Era un timo. Sólo escogía las letras que les decíamos y así, formábamos palabras.

¡Bueno, no está mal! ¿Qué es lo que no te ha gustado?

¡Él no leía! Leíamos nosotros!

Bueno, algo es algo, no

¡Déjame en paz!

Marcho. Les he cogido cariño. Lo sé. Hemos aprendido cosas juntos.  Yo les he dado a alguien a quien cuidar y querer. Marcho triste. Ya no estoy asustado. Me gustaría volver para pasear con ellos por la playa, correr por el bosque y enseñarles nuevas palabras. Acariciarles y recibir sus abrazos. Marcho.

¿Qué te ocurre?

Nada. No sabes cuándo volverá, ¿verdad?

¿Por qué no lo preguntasteis?

¿Volverá?

Tal vez. ¿Estás triste?

Sí.

Y se abrazan.

 

 

87. Ladrar mediterráneo (Javier Ximens)

Tantos días pasó en la playa ladrando hacia África que los payasos del circo, conmovidos, se lo llevaron en sus risas. Todo empezó meses antes con un «¡Que te vayas, perro bobo!», que le gritó quien había sido su amo desde que fuera cachorro. Luego le lanzó una piedra. Pero, al animal le daban lo mismo tanto las pedradas como el palo que acababa de tomar. Lo siguió durante toda la jornada, el joven hizo un gesto de desesperación y desistió de ahuyentarle. Cruzaron sabanas, pantanos y desiertos, durmieron bajo el cielo estrellado, compartieron la comida y llegaron a un bosque junto al Mediterráneo. Una noche, seis meses después, lo ató a un árbol, «Te lo dije, debiste quedarte en la aldea». Cuando a la mañana otros jóvenes lo desataron, corrió hasta la orilla y comenzó a ladrar hacia el mar. Los días pasaron y su amo no volvió, mas él no dejó de lanzar lamentos a las olas. Vagabundeando llegó al puerto, encontró un hueco en la valla. Acurrucado entre las patas de un caballo de cartón piedra cruzó el estrecho de Gibraltar. Cuando los feriantes acamparon, el perro corrió a la playa y prosiguió aullando al mar.

86. I CAN (Rafa Olivares)

Hacía días que observaba al dubitativo Don Diego cavilando sobre dimensiones, luminosidad, colores y composición, cuando no esbozando bocetos que nunca le terminaban de complacer. Fue en un arrebato de impaciencia cuando me apoderé de sus pinceles y paleta de pinturas. Enseguida, y con extrema rapidez, plasmé sobre el lienzo, con trazos precisos y seguros, una de las obras que le harían inmortal y le granjearían el favor del Rey y la admiración de la Corte. Tuve la deferencia de no olvidar incluirlo en el cuadro con las mismas herramientas en la mano que, en ese momento, yo manejaba con gusto y destreza. Y aunque no lo firmé, ni siquiera con mi huella, dejé muestra de mi autoría representándome, con el gesto sereno y satisfecho de quien ha hecho un buen trabajo, tumbado a cuatro patas delante de las meninas.

85. Gala (Ton Pedraz)

Cuando la fragancia a lavanda de abuela se extinguió, Gala, su perrita Can de palleiro, renunció al regazo junto a la cama. La cola entre sus patas, y la derrota, bañando su mirada de miel, pregonaron la desazón rumbo al banco situado bajo la parra.

Aquella noche, el cielo derramaría su llanto sobre la aldea, pero a Gala no pareció importarle. Allí, ovillada, custodió las zuecas, un bastón de avellano, y el sombrero de paja usado por su ama en los paseos por el castiñeiro.

Tras el entierro me acerqué para engatusarla, deseoso porque volviera al hogar. Aunque ella, desde el mohín en sus ojos y los pliegues de la trufa enarcados, desaconsejó mi atrevimiento.

Inmóvil, se dejó sustentar tres días gracias al rocío que, desdeñado por los racimos, regó su piel canela, mientras los aromas a uva madura se mixturaban con la pena.

Al cuarto día, recién levantado, un perfume intenso a lavanda espoleó mis sentidos. Confuso, corrí hacia la cocina, a indagar desde la ventana. La parra amanecía huérfana. Entonces, enseguida, eché en falta las zuecas, el bastón de avellano, y aquel sombrero de paja al que la abuela jamás renunciaba durante sus caminatas por el castiñeiro.

 

 

 

84. El gato que está triste y azul

Odio a Roberto Carlos. Por su culpa no puedo dejar de tararear esta maldita canción, que ni tiene sentido ni me gusta. ¿Triste y azul? ¿Cómo puede un gato estar triste y azul? ¿Dónde se ha visto eso? Lo de triste lo entiendo, porque a veces he escuchado maullar a los gatos con un sentido que rompe el alma. El otro día, sin ir más lejos, escuché a uno llorar de pena con tanto sentimiento que pensé que se estaba muriendo. La que murió fue su dueña, de la paliza que le dio su marido. Ella sí que estaba azul. Pero un gato… Jamás lo he visto azul.

83. Enemigos íntimos (Anna Lopez / Relatos de arena)

Lo de Ramón venía de lejos. De niños fuimos amigos, jugábamos en la calle, apedreábamos gatos y atábamos petardos a la cola de los perros callejeros. Pero todo eso cambió el día que ella llegó al pueblo: tenía unas trenzas muy largas y una nariz —sembrada de pecas—, que arrugaba en una mueca deliciosa cuando algo la disgustaba. Era la hija del nuevo veterinario.

En cuanto Angelita frunció su linda nariz, Ramón me señaló como el artífice de aquellas salvajadas. Era su oportunidad y no dudó en aprovecharla: ella dejó de hablarme, dejó de mirarme, y una tarde, cuando sabía que yo los espiaba tras la ventana, le dio un beso a Ramón que se me clavó en el hígado.

No volví a torturar a ningún animal, lo prometo. Pero a Ramón se la tenía jurada: primero puse pegamento en su gorra; después, para hacer las paces, compré unos bombones  que rellené con laxante; y, finalmente, rompí los frenos de su bici y le reté a una carrera del valor frente al barranco del Diablo.

Ganó él.

Yo recuperé la esperanza, durante un tiempo. Hasta que Ángela adoptó una nueva mascota: un galgo del refugio, al que llamó Ramón.

82. Paseo por el parque

Mientras los perros se olisqueaban excitados, el amo del gran danés calculaba las probabilidades de lamerle el hocico a la dueña del chiguagua  y así compensar de alguna manera la incompatibilidad racial de los canes.

81. CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE MEJOR

Tal vez fuera más humano que animal. Las historias que se han ido contando en la familia a lo largo de los años, lo corroboran. Mi antepasado cuidó de él, no como se hace hoy poniéndoles abrigos y botas, pero sí con el interés de atender su hambre y cansancio, que debió ser mucho a juzgar por las andanzas de su dueño. Aquel perro tuvo que soportar caminos polvorientos, pero era compensado con el calor de los establos en las quinterías que su amo visitaba. Mendrugos de pan y agua en bacías fue el sustento ,para después encontrar cobijo en los pies de su señor, mientras este disparataba en cantinas. Como compañero fiel, como amigo, siendo testigo de los delirios de Quijote, se mantuvo a su lado. Tal vez sospechaba que otra suerte hubiese corrido de haber nacido siglos después, llegándole la muerte colgado de un árbol que en ocasiones le ofreció su sombra.

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