Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

80. (IN) COHERENTE…

Y en una  última ocasión  lamió esa  gélida mano de soledad aparente, de tejidos raídos, que todavía desprendía ese regusto a  comida prestada.

79. NOBLEZA

Llevaba días viéndolo deambular por el parque. Como un barco a la deriva. Era un famélico galgo que huía de la gente. Por eso se sorprendió al ver que se abalanzaba sobre un ratero que intentó robarle la cartera. Y desde el instante en que sus miradas se encontraron, no pudo evitar ser compasivo ante la tristeza de aquellos ojos que demandaban ayuda. Y mientras con una mano le acariciaba, con la otra le libraba del trozo de cuerda ensangrentada que le colgaba del cuello. Incluso Honorato no dijo ni miau al verlo en casa, se limitó a mostrarle su lugar preferido en el sofá que compartieron.

Todo cambió la mañana en que aparecieron varias gallinas muertas. Sin pensarlo dos veces, metió al perro en el coche y lo abandonó lejos, en un descampado. Al día siguiente divisó a una comadreja merodeando por el gallinero.

Y una tarde en el parque, abatido, mientras contemplaba la puesta de sol, no se percató de la pequeña sombra que, a su espalda, avanzaba despacio hacia él. Pero en el momento en que sintió un roce en la rodilla, sus miradas se volvieron a encontrar. Allí estaba sin parar de mover el rabo.

78. TRÍO (Isidro Moreno)

Exhibe orgullosa su condición de ama de casa, manteniendo un orden y horario rigurosos en todas las tareas además de la atención a su esposo y al perro.

Ella y yo habíamos programado los paseos diarios de los tres: el matrimonio y el can.

También, ambos sabemos que la misión de sacar al perro es, en realidad, el paseo de su marido, mi amo y mi dueño que ahora ya no es dueño ni de sí mismo, pues ni su nombre recuerda y casi siempre, a ella —su mujer— y a mí —su mascota— nos mira como a auténticos extraños.

 

IsidroMoreno

77. BORDERLINE

Diez, pensarás, y mientras flotan en tu mente las cuatro letras morosas, me pedirás que me quede con Rufus, que tampoco tiene sitio en tu nueva vida.
—No, llévatelo —, argumentaré con esa poquita seguridad que tengo desde que sé que ha empezado nuestra cuenta atrás, el niño va a pasar más tiempo contigo.
—Voy a comprar un gato —, dirás olvidando que fue nuestro hijo quien se enamoró de aquel cachorro desgarbado, con el nueve acechando. O el ocho, si no te ha gustado que siga intentando bucear en tus ojos cuando repartamos las fotos y otros recuerdos, en un intento nulo de reflotar alguno de los pecios hundidos. Y sin darte cuenta, que el tiempo guillotina los minutos sin piedad, habrás llegado al seis, maldito número del diablo. Cinco, cuatro, y Rufus ladrará porque llegue el vecino. Tres, cuando encargues en la tienda de mascotas ese gato siamés o persa o bengalí; dos al recogerlo. En el preciso instante en que me pidas mi copia de las llaves de casa, por si acaso, acariciarás el uno, a la vez que yo me estrello contra el cero, y Rufus empieza a lamerme la mano.

74. SINESTESIA (Carles Quílez)

rosa rosa rosa

Bajo el sol poniente, el frío y las sombras empezaron a adueñarse del bosque.

rosa blanco blanco

Lincoln se detuvo ante el río y desanduvo unos pasos el sendero.

marrón marrón verdeoscuro

El agente Johnson llegó unos instantes después. Observó el desconcierto que asomaba tras los ojos de su amigo  y un viento gélido le trajo un mal presentimiento.  Sin pronunciar palabra, le ofreció el jersey que llevaba en la mochila.

ROSA

Lincoln regresó junto al agua y oteó a su alrededor.

verdeoscuro marrón blanco rosa 

Buscó un paso entre las rocas y cruzó a la otra orilla.

Verde rosa rosa

El rastro le llevó hasta la entrada de una gruta oculta entre el follaje.

rosa rosa

Aguzó el oído y escuchó la respiración de rosa, pero no estaba sola. Allí había alguien más. Asomó un tanto la cabeza.

rosa rosa ¿negro?

El agente Johnson llegó enseguida y, al ver gruñir a Lincoln, le espetó:

– ¡Ven!

El sabueso obedeció.

– Buen chico —le dijo Johnson, acariciándole la cabeza—. Ahora, me toca a mí.

El agente desenfundó su arma y, situándose frente a la cueva, gritó:

– ¡Policía! Suelte a la niña y salga con las manos en alto.

72. Mi familia

Saltaba a la vista que Katja y yo no éramos hermanos. Ella tenía unos ojos azules que parecían aún más grandes en su cara famélica y a pesar de la suciedad que la calle había acumulado en su pelo casi blanco, aún tenía un aire elegante; en cambio yo, con mis greñas negras y mis andares toscos no dejaba de parecer lo que era, un pequeño vagabundo muerto de miedo.

Dormitábamos acurrucados uno contra el otro, protegidos del frío y de los extraños por unos cartones, cuando mamá nos descubrió. También era obvio que no era nuestra madre. Ella vivía en una casa y nunca había pasado hambre, pero tenía la mirada tan perdida y tan triste como nosotros, quizás por eso no nos dio miedo.

Apenas recuerdo ya aquella época, pero si la revivo en sueños, corro desesperado sin moverme de la alfombra, gimoteando y ladrando; entonces mamá me rasca detrás de las orejas y su voz cálida y el ronroneo de Katjia me acarician hasta que me vuelvo a dormir hecho un ovillo.

71. Nanay

Miró la hora en la pantalla y la fecha en el calendario: las 9am del 9 de enero. Se consideraba un policía dispuesto a echar una mano arrestando golfos callejeros o desmantelando bandas organizadas, tanto le daba. Pero aquella infinita disposición de ánimo derivó en costumbre y la costumbre en etiqueta. Por la comisaría empezaron a llamarlo La Fuerza, y para más inri, su mujer le preguntó si estaba ayudando a los de la brigada canina, porque se le estaba poniendo la cara de perro. De modo que el lunes 9, a las 9am., cuando le pidieron reforzar en la manifestación, les contestó que nanay, que reforzara la nueva, y bla, bla, bla… ¿Oye, pero? Ni perros ni gatos, les espetó, y como viera que se quedaban pasmados esperando no se sabe a qué, él mismo preguntó a Isabel -la nueva- si le importaba reforzar, Isabel que reforzaría lo que tuviera que reforzar, Maldonado que gracias Isa, Isa que gracias Maldo, y Maldo que asunto solucionado, tíos. Se giró en la silla para seguir en lo que estaba y se sorprendió canturreando un colorín colorado, esta historia se acabó antes de haber empezado. ¿Cara de perro, yo? ¡Ja!

70. NEY


NEY
NEY… mi fiel amigo…
Prácticamente  crecimos juntos.
Un domingo por la mañana muy temprano,  un sonido extraño llegó  hasta mi dormitorio, en silencio me levanté  sin sospechar que ese sería  el principio de una vida repleta de momentos  compartidos.
NEY… negro como el azabache, una bolita de pelo suave y temblorosa, un amigo  de los que no se encuentra, un incondicional.
La vida desmadejada en hebras alborotadas, con el sonido de tus patas mis sonrisas, y en tus mejores años mis mejores recuerdos.
NEY… mi fiel amigo, un incondicional.
– ¡ ven aquí !
¡ eres un perro que no deja títere
con cabeza !
No sé  qué voy hacer contigo… solo piensas en jugar… que ganas tengo que crezcas y te relajes…

Cada cachorrada cometías… ja ja ja,  como cuando te enamoraste  de tu imagen, una mirada por un lado… y los ladridos llamandote la atención.

¿ Cuantos años han pasado amigo mio ?ocho…diez?
Los años transcurren con la costumbre  del que no es consciente que quien está, un día se va.
Desperté y un sabor amargo regurgito hasta mis ojos, que se inundaron de mares salados en ausencia de tu calor.

69. Temporada de caza

Era una tarde de invierno cuando desapareció la bestia. Mis ojos estaban a punto de vaciarse, pero ella me apretó contra su pecho y, allí mismo, debajo del olivo, sentí el bálsamo de sus palabras y la ternura que me devolvió la vida. Nos quedamos largo rato tumbados. Ella llorando, yo en silencio. Ella acariciando mi cuello, yo lamiendo los cardenales y heridas de su cuerpo.

Han pasado varios meses con aquel recuerdo agarrado a mi garganta, y cuando llega la tarde, le pido que me ponga de nuevo la correa al cuello. Es su cuello. Me suelta luego en el campo abierto, y cuando pasamos junto al olivo lo hacemos muy juntos, muy en silencio. Una sombra parece esconderse todavía en su tronco retorcido.

Era otra tarde de invierno cuando apareció la bestia y volvieron los rugidos, las heridas y los cardenales. Era una tarde plomiza, de gritos y cuchillos. La sombra enseñó sus dientes y yo salí corriendo buscando el campo abierto. Encontré el olivo. Sus ojos me miraban desde lo alto, desorbitados… vacíos.

Aquella tarde maldije mis inútiles dientes, mis inútiles saltos y el aullido sordo y cobarde que se atascó en mi garganta.

68. Mascara y secreto Calamanda Nevado

Ahí estabas todo empapado, maltrecho, con espantosos  moratones por alguna pelea.  Te seguí encendido   aunque  mi  dolor se prolongara más allá de mí mismo, contagiabas extraña paz.

Los dos víctimas, los dos con ojos enrojecidos, la boca hundida tristemente en el rostro, y la garganta sin saliva rajándose de arriba abajo; mirábamos con los ojos del corazón.  Acomodados  al silencio unos  gritos  entrecortados nos  tensionaron alejándonos hacia  un paraje, resultaba extraño y la flor de la noche  lo mostraba nauseabundo de olor. Decisión equivocada, pensé tosco, pero te habías juntado conmigo y éramos arrabal y sombra solitaria.

Paramos unos minutos detrás del cementerio,  levantaste la cara  y la pusiste frente  a  mí  regalándome tu aliento;  te instigué a beberlo como si llevara azúcar. Obedeciste con muecas humanas.

Trotando me  enredé en unos largos sarmientos.  Se acabó, decidí  serio y vago. Esta será  mi jaula y mi cárcel.  Rompiste  las ramas y tiraste de mí en silencio. Lastimero y sin  algarabía te pedí marchar. No comprendías la ruina y desproporción de  mi enfermedad, y te quedaste.

Aullé   bajo la luna llena. Cuando volví a la realidad estabas todo desangrado, inmóvil.

Nunca olvidaré aquella noche. Mi corazón sigue malo y  cruzado.

67. Óliver y Vega (Mª Asunción Buendía)

Ladridos a medio camino entre fieros y desesperados me despertaron. Esta vez era una joven la que se acercaba al refugio. Estaba asustada, evitaba mirarnos, pero cuando lo hizo se fijó en Golden. Mal asunto. Su apariencia inocente ocultaba a un verdadero asesino. Llegó molido a palos y estoy seguro de que mereció todos y cada uno, pero es perro viejo y sabe embaucar. La muchacha pregunta y le señala. No puedo permitirlo, me adelanto, doy muestras de afecto e interés. Consigo mi objetivo y me lleva a mí a su casa. Por el camino me bautiza, Óliver.

Vega me presenta a su madre, ella es el verdadero motivo de que yo esté allí. Soy su último cartucho. Debo hacerle compañía y sacarla del mutismo en el que se hunde cada vez más. Gesto ausente, pero semblante sereno. Me acerco, olfateo, rozo mi trufa húmeda en su rodilla y cruzamos nuestras miradas. Posa su mano en mi lomo, como si siempre hubiera estado junto a ella. Me dejo hacer mirando de reojo a su hija, que por primera vez sonríe ilusionada. Yo sonrío también por Vega, siento que ella es la verdadera rescatada. Por fin todos encajamos en el puzle.

66. Repitiendo comportamientos (towanda)

Me convertí en el tipo más feliz del planeta cuando papá apareció con ella. Era una hembra menuda de pocos meses y, aunque timorata, conseguí que se acercara a comer de mi plato. En nuestro primer intercambio de miradas hubo flechazo. Mamá torció el hocico y rezongó. Odia las mascotas, dice que ensucian mucho.

Parece lista, pero no aprende a aliviarse en la hierba y recogiendo pises y cacas mamá no tiene respiro.

Pasan las semanas; tarda en asimilar nuestras costumbres y es rara: odia rebozarse en barro. Hubiera preferido un macho. Cuidarla, cuando mi pandilla corretea, es un fastidio; además, hay alguien que me gusta y necesito todo mi tiempo para cortejarla.

Le están saliendo los dientes y pringa todo de babas. Mamá vuelve a estar preñada y sus hormonas, revueltas. Ayer soltó el ladrido más tenebroso que escuché nunca. No aguanta más.

Atardecía cuando le vi echársela a las espaldas. Lloré, forcejeamos…, pero ya estaba decidido. En un lugar alejado la depositó en el suelo. Pobre inocente, cómo sonreía. Papá lamió su cabeza y lanzó, lo más lejos que pudo, su muñeca favorita. Ella gateó apresurada para buscarla mientras yo, agazapado entre la maleza, no moví un músculo.

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