Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

2. LA CASA DEL SEÑOR (JAMS)

Aunque su vida transcurra diariamente en una franja hostil cercana al suelo, su salvación está allá arriba. De allÍ llega la voz de quien les guía, de quien dispone su existencia. Alzan la vista complacidos de poder servirle, señor de todas las cosas, artífice de todo lo bueno, pero también de lo peor; de la recompensa, pero también del castigo. Debidamente educados desde el primer camastro, asumen un antiguo principio que interpreta el origen de la sabidurÍa como la obediencia a su palabra, el temor a servirle acertadamente y la única esperanza de su reconocimiento. Así, ante el amo, elevan un ruego solícito por el sustento diario, y reclaman la justa indulgencia en el desempeño de sus mandamientos considerando su limitada naturaleza de pobres y desamparados hijos de perra.

1. SOY AILUROFÍLICO – EPÍFISIS

Oigo un ligero maullido, seguido de un ronroneo que me electriza, me dirijo al dormitorio, abro la puerta y me quedo en el quicio, admirándola.
Mi gata está encima del edredón, acicalándose las uñas, con un bufido, hace que me acerque y coloque un bol con champán a su vera, del que a lengüetazos lo vacía, eleva su cabecita, me mira y cierra sus ojos verdes, me atrae y empieza a rasgarme el pijama de seda con sus garras y dientes.
Me desnuda y empujándome, me tumba, se sube encima y frota su tripa peluda con la mía, marcando territorio y acerca su lengua a mi miembro, los dientecillos mordisquean mi escroto y me agarro al edredón para no caerme.
Sube y baja por mi cuerpo, me tira el champán por encima, me escuece y me gusta, no me da tregua, me araña, ya no puedo más, la agarro por el lomo.
Ahora soy yo el que bufa, Perla se da la vuelta y se me ofrece, terminamos y nos limpiamos a lametazos, arrullándonos y frotando nuestros cuerpos entramos en un sopor reparador.
Se incorpora, deja deslizarse por su cuerpo el disfraz de tigresa, se viste y saca la bacaladera.

123. Lugares comunes

Ya está, al fin pulsé la flecha verde de “enviar”.

Desde primera hora de la mañana ha empezado el goteo cansino de mensajes, felicitaciones, buenos deseos, fotografías, vídeos, gifs…

Mientras los leo no dejan de asaltarme duras imágenes de guerra, de refugiados, de ahogados en el mar, de niños llorando su horror con ojos de interrogación, de un planeta agonizando por nuestra depredadora civilización y que nos arrastrará con él al caos. Y me cuesta contestar.

No, la verdad es que no quiero que se cumplan nuestros deseos, ni nuestros sueños, ni que seamos felices el año próximo. Quiero que nuestra conciencia nos consienta un sueño reparador pero que, al despertar mañana, nos empuje a emprender un camino nuevo: que la humanidad triunfe sobre el miedo, la solidaridad sobre el ‘cubrirse las espaldas’, la empatía sobre la ceguera emocional, y que no podamos ser felices mientras haya un solo niño sufriendo sobre la tierra.

Así es que, como os digo, finalmente he enviado a todas mis amistades mi hermoso y nada perturbador mensaje navideño: “Que paséis una feliz noche y mis mejores deseos de paz, salud y amor para el 2017. Muchos besos”.

122. SOLIDARIOS

Fue en el amanecer cuando lo descubrieron:

El flautista luchando contra los molinos.

Alonso Quijano cuidando la frágil rosa del diminuto planeta.

Gepetto tallando el blanco lomo de Mobby Dick.

Y a los camellos que , ignorando la estrella cambiaron el rumbo para llevar a los magos hasta la larga fila de niños, que pisando barro y nieve, buscaban un refugio, siquiera humilde para guarecerse de la larga, eterna  noche.

121. La carta

 

La carta apenas ha tardado un par de días, en cambio a él le costó mucho más llegar hasta este país que le acogió con alguna reserva hace unos pocos años. En el fondo no le extraña. La carta es ligera, apenas un papel doblado en dos. Sin embargo, él traía consigo un peso infinitamente mayor: el de las imágenes de destrucción de todo lo que había formado parte de aquella existencia ya lejana, el peso de las vidas que quedaron allí quizá para siempre. Siente que, de nuevo, se hunde en el mar, le falta el aire… y, como entonces, sabe que sólo puede asirse a su propio corazón.

120. De ida y vuelta

La cubierta está dura y helada. La raída manta casi no les cubre. La humedad cala hasta los huesos. Qué mala suerte: toda la travesía lloviendo. No pueden pagar un camarote, pero no importa. Bienvenido sea el mes y pico de frío, lluvia, viento, hambre, mocos y tos con tal de dejar atrás la miseria de su Andalucía natal. Desde que cerraron la mina, el mísero jornal de recoger aceitunas no da para todo el año. No les queda otra que lanzarse a hacer las Américas.

 

Al bajar del avión María aspira hondo el aroma de azahar. Por fin regresan a casa. Han comprado el cortijo donde sus padres se deslomaban atendiendo al señorito. Está deseando sentarse frente a la chimenea del salón, esa que de niña solo podía fisgar a través de la ventana, ya que a los hijos de los jornaleros no se les permitía entrar en la casa.

 

A su lado, el pequeño Juan contempla emocionado a su padre, quien apenas puede contener las lágrimas, y agarra fuerte la mano de su madre. Allá en Argentina ha dejado muchos amigos, pero están cerquita, a ocho horas de vuelo. Parecen menos; es lo que tiene viajar en business.

119. N O S E ( de MEL)

Sus ciento cincuenta años nunca le habían pesado pero cuando la última mota de polvo toca el asfalto y el coche de la única familia que quedaba en el pueblo se pierde en el horizonte, en ese preciso instante, se sabe viejo y por primera vez en su vida  le duelen los rayos de sol sobre su piel. El viento le azota, como cada día,  y se estremece, y no es solo por la tramontana.  Algo se resquebraja dentro de sí, y ve la letra N rebotando por la tejas del cimborrio. Ha perdido el norte, en toda su extensión. Y comprende que a la mezcla de herrumbre y rocío que resbala por su cuerpo otros lo llamarían lágrimas.  Pierde el equilibrio y  todo él cae desde lo más alto de la iglesia, rompiéndose a cada golpe, para ir a clavarse de pie, con su única patita en el centro de la plaza, ahora y por siempre vacía, preguntándose a donde ha ido la gente, mientras las cuatro letras de los confines del mundo lo rodean en un círculo.

118. Graceland

Despedirse de los viejos fue duro. Obligados por las circunstancias a quedarse, sabíamos que aquel abrazo sería el último. Se movían inquietos entre nosotros sin saber qué hacer. Su mayor preocupación parecía haberse reducido a que pudiéramos olvidar algo, de manera que sus frases de recordatorio, repetidas nerviosamente hasta el absurdo, sustituían con frecuencia a las de la despedida.

Salimos al alba en silencio, cargando en brazos con los más pequeños, aún dormidos, y arrastrando únicamente los enseres necesarios. El barro helado del camino, marcado de huellas de carros, dificultaba nuestro avance, obligándonos a parar más de lo deseado en espera de los rezagados; nada que hiciera flaquear nuestra determinación de seguir, de alejarnos como fuera del hambre y la guerra, del frío extremo…

El grupo iba creciendo al paso por los pueblos. Los nuevos hablaban con entusiasmo del Continente Milagro, La Tierra de la Gracia, donde ahora la vida florecía por todas partes en una abundancia sin límites. Sabíamos que, tras llegar a la costa, cruzar el mar exigiría una interminable y tortuosa espera a la que muchos no sobrevivirían. Afortunadamente, al menos, ya no quedaba nada de aquella barrera hiriente que una vez nosotros mismos levantamos.

117. El recordatorio

Gracias a la picardía del conductor, con el largo desvío pudo ver las calles llenas de edificios nuevos, negocios en otros idiomas y aquella iglesia que se mantenía como un faro para reconocer el barrio. Caminaba por la acera, añorando el olor a serrín de las carpinterías, la grasa, el humo flotante de las gallinejas, zarajos y casquería, desterrados ahora por pizzas, kétchup, curry y otras especias que embriagaban las aceras entre una manzana y la siguiente.

Preguntó por Pedro, el dueño de la cafetería. La camarera indicó que se encontraba en el salón del fondo. El anciano se asomó por la cortina y lo vio, acompañado de su mujer, los hijos y algunos amigos. Después se acercó a la barra y encargó una botella del mejor champán para que se lo entregara con un sobre. La camarera descorchó el espumoso y se lo sirvió a los invitados al cumpleaños, mientras Pedro observó la tarjeta que contenía con la fecha de su nacimiento y esa nota con una escueta frase:

– ¡Felicidades, hijo!

La camarera le devolvió al viejo los papeles hechos pedazos. El hombre, resignado, consultó la hora, salió fuera y llamó  un taxi para regresar al aeropuerto.

116. Nosotros bien, a Dios gracias (Pablo Núñez) (Fuera de concurso)

Después de unos años, al fin nos hemos acomodado en este país. Desde que dejamos apartados los sentimientos, todo ha sido más fácil. A veces nos miran con recelo, pero ya estamos acostumbrados; lo mismo hacían en el pueblo cuando su hija Margarita se quedó preñada antes de la boda y poco nos importaba. Por cierto, que al niño lo verá pronto: no aguantó este clima y se lo hemos enviado.

Nos hemos enterado de que al final se perdió la guerra. Aquí llegaron noticias confusas, pero el Padre Genaro nos escribió y, además de contarnos lo suyo, nos lo confirmó. Lo que no nos ha quedado claro es quién la ganó; si es que alguna vez las gana alguien.

Paquito lleva en el bolsillo derecho del pantalón, junto a esta carta, el dinero que nos pide el cura para que no acabéis en la fosa común. Esperamos que sea suficiente y os metan en un nicho acogedor. Sentimos que no pueda ser la tumba que deseaba con su lápida de mármol, pero no contábamos con los gastos que nos iba a suponer el traslado de su nieto, aunque seguro que le compensa su compañía. Cuídese. Cuídelo.

115. El negro del AhorraMas (Juancho Plaza)

Su nombre es Mbaye. Cuando está solo deja que golpee las paredes de su cabeza: «Mbaye, Mbaye, Mbaye…».  Ya nadie le llama así, ni siquiera en la casa ocupada en la que vive con otros que, como él, tuvieron que abandonar su tierra. Se ha acostumbrado a mentir, a cambiar de nombre y de nacionalidad, a inventar parientes y profesiones, a decir que está bien mientras la pena avanza despacio y en silencio dentro de sus tripas. «Mbaye, Mbaye, Mbaye…», rebota de la sien a la nuca, de la frente a la coronilla, igual que aquel balón, repleto de cicatrices de bramante, que chutaba con sus amigos contra la cerca del protectorado. Después la guerra. Muchos cambiaron el balón por un machete, los juegos por pistolas. A los más grandes les armaron con fusiles y tacharon la palabra amigo de su vocabulario. No quedaron más salidas que el ultraje, el éxodo o la muerte.

Mbaye ofrece la palma de su mano y su sonrisa a quien se acerca al súper.  Contrasta su blancura con lo negro de su piel, con la sombría gravedad de su añoranza, con el incierto futuro que en forma de calderilla alcanza sus bolsillos.

114. Los últimos emigrantes.

En la más elevada montaña de la Tierra algunos hombres se afanan controlando los últimos detalles en la estructura de las arcas, asegurándose que no existe ninguna grieta. Las bodegas de los navíos acogen en orden a todos los animales, los congeladores están repletos de alimentos y en los fardos, asegurados con firmeza, viaja todo lo necesario para comenzar la andadura en la nueva morada.
Mientras tanto en las ciudades de todo el orbe sus habitantes viven, los más afortunados, a cubierto de la lluvia letal que no deja de caer; cada gota que toca la piel supone una ulcera lacerante difícil de curar. Los terremotos y tsunamis se suceden sin parar. La Tierra, agotada y enferma se rebela contra su virus.
Los ocupantes de las arcas imploran para hallar un claro entre las nubes y enfilar las proas con decisión hacia el espacio. Un halo de ilusión planea sobre todos, es tan potente como la pena que albergan sus corazones. Saben que son emigrantes sin retorno, que nunca dejaran de añorar su hogar. Evocaran durante generaciones el planeta azul desperdiciado y maldecirán eternamente la ceguera de los avariciosos.

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