Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

101. Predicciones

Cómo ha cambiado el mundo… Recuerdo otras épocas en que mi estirpe era respetada en la vieja Europa, se aceptaba como necesaria y hasta otorgaba prestigio. Ninguna nación poderosa podía presumir de serlo si alguno de los míos no habitaba en ella.

Ahora se nos relega a países de tercera, pero manejados por manos poderosas que pretenden enriquecerse a nuestra costa. Ellos viven bien, alejados de conflictos y miserias, mientras se aprovechan de nuestra presencia en otros lugares donde generamos el infierno en la tierra para que, de manera espuria, puedan demostrar su superioridad.

Pero ya no nos quieren dentro de sus fronteras: ponen controles  y ejercen acciones policiales para que no crucemos sus alambradas de espino, ¡qué ilusos! No saben que, tarde o temprano, volveremos a habitar su territorio, como emigrantes que regresan a la maldita tierra que los vio nacer.

Dicen que ya no me quieren, pero fabrican armas y las venden para alimentarme; hacen el símbolo de la paz en pomposas reuniones, mientras miles de inocentes mueren sin que a nadie les importe. Yo no tengo la culpa de que millones de refugiados clamen por un mundo diferente; ellos me crearon así.

Me llaman guerra.

100. LA FIESTA DE LA PUREZA (towanda)

Nací en el desierto de Somalia algún día de 1967. En el desierto no hacen falta papeles ni inscripciones en registros.

El año que cumplía cinco, madre me engalanó de manera especial y almorcé doble ración de arroz. Era mi gran fiesta. Bailamos, reímos y, llegado el momento, me acomodaron en una estera de colores. Olía rico. Madre aferró mi cabeza mientras entonaba un dulce canto. Dos mujeres sujetaron mis brazos y mis piernas abiertas. Creí que el cielo me guiñaba un ojo. Luego, un frío seco de cuchilla y el aullido de mi sangre… El desierto es más negro cuando eres mujer.

El año que cumplía trece, huí de un casamiento amañado. Acumulaba demasiadas heridas que cicatrizaban mal. Trabajé. Enfermé. Trabajaba y enfermaba sin pausas, arañando monedas al sueño y al hambre. Viví como indigente. Dormí con los sintecho y me alimenté de lo que Europa arrojaba a sus basuras.

El año que cumplía dieciocho, un fotógrafo reparó en mí. Dijo que era preciosa… Suena extraño cuando lo escuchas por primera vez. Me propuso trabajar a su lado. Era un seis de febrero de 1985, el mejor día de entre todos los vividos, para empezar a celebrar mi cumpleaños.

99. Desiertos

dedicado a La España vacía, de Sergio del Molino

 

Con la certeza de tener que enfrentarse a otro larguísimo y triste invierno, y antes de que el tedio, el desencanto o el aislamiento acabase por sepultarlos, los vecinos —apenas quedaba ya una veintena de familias empadronadas— decidieron trasladar su pueblo, enclavado en el corazón de la meseta castellana, hasta una comarca cercana a la costa. Aunque nadie quería reconocerlo, más que pretender los beneficios del clima o el fin de la soledad, buscaban sobre todo evitar su desaparición, que en dos o tres generaciones parecía inevitable.

Empaquetaron sus raíces, tradiciones, recuerdos, nostalgias, fiestas y mitos. Cargaron con la plaza, la iglesia, el ayuntamiento, el bar, la fuente; con la carretera que les servía de calle; con sus casas y las eras que las rodeaban; con la ermita, el cementerio, los cipreses, los olmos, las encinas. Y dibujaron contra el azul del cielo diferente en su nuevo emplazamiento el mismo horizonte que veían desde su lugar de origen, para engañar a la melancolía que adivinaban incurable.

La mudanza de estos pioneros, narrada en periódicos y en reportajes emitidos por televisión, inspiró a otros pueblos que también se resignaban a quedar abandonados. Así fue como empezó el último éxodo. El definitivo.

98. in MEMORIAN…

 

(Él) Supuso que todo iría bien… Desconocía la fanfarria de pegar patadas a un balón, de presumir por sus ojos claros, de vender cartas al destino,  de volver sin más… Y en su cabecita, siempre soñadora, la amenaza de no poder escapar al terror malhumorado de endémicas guerras, queriendo desdibujar la sinrazón de su huidizo caminar, sintiéndose cautivo en un universo por descubrir… ¿A dónde vas?

+

(Ella) Nunca lo supo, por tatuaje un corazón marcado en soledad, por estandarte la bandera de quien no cree en banderas, y por filosofía no cavilar sobre un pasado estigmatizando el futuro… Afear al que cambia el terruño donde pisar no era su modo de vida, sólo prejuicios, sólo desidia… ¿Cómo te llamas?

=

Y (juntos) en cada rincón de mundo una noche perdida en esos brazos ajenos, unas cervezas a medias, una leve carantoña, un compaginar de ideas, unas lágrimas al despedir, otra sonrisa al regresar… Te quiero

 

Y, cabalgando los lustros, una duda en sus blancas sienes, las de él (y las de ella), con sus articulaciones de herencia nómada parcialmente enmohecidas, sus mentes tornándose nubladas… Una única duda:

¿Dónde aparcar esos huesos que se debe comer el tiempo?

 

 

97. «Despertar del Sueño»

Caída al vacío (aaaaaaaa); silbido como de viento (ssssssss), silencio […]; azote (¡tas!).

Para los ojos que sí ven, todo estuvo cuidado por bucles de ricos colores, uno específico de cada espectro y para cada dimensión, desde las más sutiles a las más densas.

El alma que en ese precioso instante nacía, lo había hecho otras muchas veces, demasiadas si se cuentan con números finitos, ninguna cuando no se necesita contar.

Un alma hace un gesto antes de nacer con el significado de: «ya estoy preparada para migrar». Deja atrás su forma divina y se convierte en carne. ¡Y tiene todo lo que necesita!, un manual que está escrito en su código genético y que deberá interpretar según se vaya desarrollando como individuo y creciendo hasta completar su experiencia. Parece fácil así visto, pero todo juego tiene su truco. El de éste es que, una vez que el giro inteligente se detiene, la conexión se pierde y todo se olvida, o casi todo.

El tiempo que transurre entre cada migración ha de servir para iluminar a un mundo dormido. Se trata de conseguir encender las luces necesarias para poder despertar del Sueño de Amor en la Tierra.

Así Sea.

 

96. REFUGIA-2

Malherida, Paloma cayó en picado hasta el fondo de una botella de ginebra. Dos taburetes más allá, Juan también buscaba refugio en la autocompasión. Inútilmente, pues el frío que desde hacía un tiempo le mordía el alma todavía persistía.

Paloma empezó a juguetear con la cordura y con su anillo de bodas. Nueve quilates de oro blanco engarzados con nueve años de mentiras recién descubiertas rodaron por la barra del bar. Juan levantó la cabeza de su conmiseración y vio venir la alianza y la frágil mirada de la mujer que la seguía. Recogió ambas con ternura y se las devolvió, a cambio de una sonrisa que le abrigó el corazón.

Al roce de sus manos le siguieron unos besos torpes y apresurados. Y luego otros un tanto mejor. Y así, mientras sus labios devenían cada vez más expertos, guarecidos el uno en el otro, la noche se tornó alba y hallaron resguardo por fin.

94. LA POLIZÓN (TON PEDRAZ)

─Es ella ¡Maldita sea!

Hace días que flotamos a la deriva, arrinconados, padeciendo que el agua nos robe a dentelladas alma e ilusiones. Mis ojos se enhebran torpes sobre su mirada glauca, como todo lo que nos rodea, con la que parece sondear nociva en el más allá. La balsa se fue convirtiendo en un pañuelo arrugado a piques del vertedero, en otro desecho más al filo de una ciénaga que regurgita el estertor terminal de las gargantas sumergidas.

Su presencia nubla mis sentidos, alimentada por el gemir desesperado de quienes se desvanecen para siempre reclamando una oportunidad. Su sonrisa de palabra tierna me seduce. Con su gesto cordial me incita para que no renuncie al abrazo, desde el que ella redimirá mi angustia. Los últimos apenas patalean, sólo boquean espumarajos y pavor a escasas brazadas del guiñapo de goma al que se aferraron para no perecer. Ante ellos zozobra mi sueño infantil, mi anhelo en vano, fraguado sobre la quimera del mundo idílico que nunca veré.

Enseguida quedamos ella y yo. Atenta a mis miedos, a mi plegaria. Desde la que suplico que este infierno se convierta en el Paraíso cuanto antes.

─¡Maldita sea! Es ella.

 

93. Emigrante sin equipaje (Yashira)

Desde niños las vacaciones siempre juntos, el final del verano marcaba el comienzo de otra manera de acercarnos, entonces eran nuestros corazones los que, unidos, evitaban la distancia. Una distancia que creció tras mi accidente, tuve que dejarte y ya no eran kilómetros lo que nos separaba, aun así, encontré la forma de estar junto a ti, pero ahora mi tiempo ha pasado, he de volver a encarnar, no sé si recuerdas cuando, en clase de filosofía, el profesor contó sobre la migración de las almas. Tengo que hablarte Lucía, no sé cómo hacerlo. He intentado susurrarte al oído, pero creíste que era el viento. Intenté pintar en una nube y no mirabas al cielo. Trataré, otra vez, de explicarte.

Qué sueño tan hermoso y extraño, tan real que aún puedo olerte Andrés. He soñado con ese abrazo que nunca pudimos darnos y con las palabras que nunca nos dijimos. Siento que, de algún modo, hoy te despediste de mí ¡Hoy! ¡Qué locura! Hace más de diez años de aquella tormenta en la que un coche, dejándote en la cuneta, sesgó tu vida para siempre.

Los que se marchan, no se van del todo, al menos no durante un tiempo.

92. LA ÚLTIMA FRONTERA

Caminaban cogidas de la mano, después de semanas de miedo y dolor, ya les quedaba poco para alcanzar la tierra de salvación, eran refugiadas en busca de una nueva vida, huyendo de las bombas, de las balas, de los hombres, pero tal vez la guerra también iba con ellas, era una sombra prendida a sus manos.

Ante la alambrada se agolpaba la muchedumbre, pese al hedor a humanidad, el hambre y la sed, los guardias del orden, en nombre de la llamada civilización occidental, les impedían el paso, ya que antes en otro lugar, a miles de kilómetros, sobre cómodos sillones y ante apetitosas viandas, los hombres con poder debían decidir su destino, intercambiando vidas como si fuesen cromos.

De repente sonaron unos disparos, entre la bruma de la mañana, que lo envolvía todo, solo se oían sus gritos de desesperación. Llorando amargamente, corría sin sentido, sin destino, a su madre le acababan de destrozar la cabeza, a ella el alma, a las dos la vida a las puertas de la última frontera.

 

 

91. Tierra a la vista (JM Sánchez)

Al otro lado del mar, muy lejos de aquí, dicen que la gente se baña y toma el sol en tumbonas hasta dejarse la piel tostada, como la nuestra. Esta noche hace frío por aquí abajo, pero nada nos detiene, ni las recelosas miradas de nuestros amigos, ni las lágrimas de nuestros abuelos, demasiado viejos para acompañarnos, ni siquiera el rostro maligno del capitán, que nos ha vaciado los ahorros y las ilusiones. Tampoco nos desaniman los vetustos flotadores, ni la insegura embarcación de fortuna en la que nos haremos a la mar. No sabemos cuántas millas tendremos que flotar en un mar peligroso para poner un pie en una tierra desconfiada. Ojalá no nos ahoguemos a una brazada de la costa. Espero que los que se bañan en las playas del norte nos dejen algo de ropa seca cuando lleguemos. Aunque con tanta gente a bordo, a lo mejor no hay toallas ni mantas para todos.

90. GENTE A LA QUE EL MUNDO DA LA ESPALDA

Llegados a este punto tenemos que darnos la vuelta. Todos nos giramos para mirar, una vez más, quizás la última, la tierra que soñábamos y comenzamos a correr de espaldas al mar. Tiritando de frío y empapados, nos adentramos en el agua y subimos a las barcazas que nos trajeron hasta aquí. Sobrevivimos otra noche al rugido amenazante de las olas que nos zarandean bajo un cielo estrellado, contradictoriamente bello, y nos abrazamos unos a otros para vencer el miedo y entrar en calor. Al atardecer alcanzamos la costa y conseguimos, no sabemos cómo, que las mafias nos devuelvan el dinero que pagamos por nuestros pasajes y los pasaportes falsos. Sedientos y exhaustos, caminamos sobre nuestras propias huellas durante días, para evitar que las minas antipersona nos hagan saltar por los aires, aunque no todos logramos llegar. Los que quedamos vivos nos quitamos las manos de los oídos para escuchar las bombas que los aviones dejan caer a nuestro paso. En este punto, hambrientos y desesperados, no podemos evitar darnos la vuelta para observar una vez más, quizás la última, lo que un día fue nuestro hogar.

89. Estrella de Oriente (La Marca Amarilla)

Sonaban infantiles villancicos en el abarrotado centro comercial. Un sillón señorial y una enorme saca para las cartas de sus Majestades estaban situados cerca de la zona de juguetería. El Paje Real, al que no le gustaban las Navidades, fue contratado por un mísero sueldo que aceptó por necesidad.

Los alborotados niños entregaban sus cartas y recibían caramelos, uno incluso se interesó por los regalos que había pedido el Paje Real; él contestó que sólo deseaba salud y estar con su familia, pero eso les pareció muy poca cosa, pues todos tenían salud y siempre estaban con sus familias. El Paje Real sonreía, siempre sonreía, era su trabajo, y sabía calmar a los pequeños que lloraban, los padres agradecidos creían que tenía el auténtico espíritu navideño.

Al terminar su jornada compraba algo de cena en la tienda de su amigo Hakim. Después, en su humilde hogar de cuarenta metros cuadrados que compartía con cinco paisanos, extendía mantas en el suelo para rezar el Salat. Y antes de dormir, siempre hablaba con su familia por teléfono mientras miraba las mismas estrellas que ellos, a miles de kilómetros, también miraban; pero nunca se atrevió a decirles que era todo un Paje Real.

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