Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

62. CUENTO DE INVIERNO

Las orejas largas en vaivén, el hocico brillante, los ojos juguetones, ansiosos. Lalou cavaba frenéticamente alternando las dos patas delanteras, creando una montaña de tierra reseca y una nube de polvo a su alrededor. Paraba de vez en cuando y, sin dejar de jadear, observaba como el hoyo iba creciendo. Como sus expectativas de encontrar  allí a su amo. Sin embargo, en cuanto comenzó a entrever la madera, su actitud cambió. Aulló, giró en círculos y se acurrucó sobre el féretro. Las gárgolas de la torre solo vieron un pequeño bulto color canela en la álgida oscuridad del cementerio. Desde lo alto todo parece perder su relevancia. Quizás por eso el viejo Julien Baptiste aún merodeaba entre las tumbas.

Un olor conocido, a tabaco y libro rancio, envolvió al perro en su ensoñación. No le faltaron las caricias, las palmadas en el lomo ni un cálido regazo donde olvidarse del frío que se le iría metiendo en el cuerpo durante la noche.

Y como no todos los sueños  buenos se disipan al llegar la mañana, Lalou nunca despertó.

61. GUAUMIAU

La oscuridad del bosque se mecía violenta a capricho de Eolo. Me gustaba disfrutar de ese concurrido silencio. De la mitad de la negrura me llegó un débil GUAU. Y a continuación otro casi inaudible MIAU. ¿Era real?. Quizás la conjunción del viento con las hojas de las hayas y robles había engañando a mi oído. Volví a sentirlos. Ahora más fuerte. MIAU…GUAU. No cabía duda. Mis ojos entrecerrados buscaron entre el musgo, los helechos, las raíces. Seguí el reclamo de la repetición sonora. Por fin te vi: pequeña bola palpitante de pelo negro. Tus enormes ojos redondos con pupilas de diamante fueron los que me hicieron agacharme para recogerte suavemente entre mis brazos. Me gritaban quiéreme.
Nos convertimos en inseparables.
Fuiste fiel, cariñoso, a la vez que independiente y solitario. En tus momentos felices ladrabas. En la intimidad maullabas. Al enfadarte arañabas, o gruñías. Te gustaba que te peinara el pelo ensortijado, recio, asimismo fino y delicado. Me traías a la mano los palos que te arrojaba lejos, aunque luego corrías a perseguir ratones.
Te quise inmensamente, tal cual.
En el momento de dejar este mundo, anciano y feliz, me susurraste: “GUAUMIAU”.

60. COMO EL PERRO Y EL GATO (Petra Acero)

Mi mujer gruñe al verme. Mi hija me sermonea, diciendo que apechugue con las consecuencias de mis bromas sin gracia; después da un portazo y me deja a solas con la fiera.

Antes, mi mujer predecía el futuro: “Seguro que don Jaime se echa novia”, “Esa ensaladilla te va a sentar mal”, “Con una hija así, los porteros serán abuelos en un santiamén”, “Manolo, por mucho que te desgañites animando, tu equipo no va a ganar”… Y sus pronósticos se cumplían. Vaya si se cumplían: don Jaime colgó la sotana, aquella mahonesa me produjo una colitis de infarto, los pobres porteros tienen otra boca que alimentar y, lo peor de todo, ¡mi equipo bajó a segunda!

Pero, hay vaticinios y vaticinios, y con su última predicción me desternillé:
—Dudo entre San Bernardo o Pastor Alemán —se quejó animosa.
—¿Por qué un perro tan grande?… Reencárnate en un gato, así estaremos más anchos en casa —bromeé.
—No, en un gato “ca-lle-je-ro” te reencarnarás tú, Manolo —me contestó amenazante.

Desde que volvimos del sepelio, un San Bernardo llena de pelos y babas la tapicería del sofá. Le dejo hacer, esperando que cuando yo maúlle… mi hija no me eche a la calle.

59. TOMA Y DACA (GINETTE GILART)

Cada día, a la misma hora, sobre las doce de la mañana, iban apareciendo uno tras otro, siempre en el mismo lugar, una zona soleada bajo la ventana de la vecina del primero. Esperando a que esta abriera la ventana para echarles comida se entretenían con su ritual de limpieza lamiéndose con parsimonia. A los vecinos no nos molestaban en absoluto, al contrario, nos encantaba verlos como se estiraban al sol; alguno se quedaba quieto, sentado, la mirada fija hacia el primer piso. Cuando por fin llegaba la comida, esta desaparecía en un santiamén y después de un ligero descanso regresaban de donde habían surgido. Solo a Fulgencio le molestaban, se pasaba el día protestando y juraba que algún día haría una fechoría. Aunque no hacíamos caso a sus amenazas, no nos extrañó cuando los gatos desaparecieron. El cobarde de Fulgencio iba pavoneándose por la calle orgulloso de su hazaña.
Pasó un tiempo y no se volvió a ver ningún gato, en su lugar, al atardecer, se han visto unas sombras correr veloz a ras del suelo y enredar alrededor de las basuras.

58. CANELO

 

Nacional II. El seiscientos aparcó en la gasolinera. El niño lloraba desconsoladamente y  el perro intuía que algo terrible iba a pasar.

– Javi, despídete de Canelo -ordenó el padre al chiquillo.

-¡No, papá! ¡Por favor! No lo abandones, es un perro muy bueno.

-El niño está muy encariñado con el perro, podíamos seguir teniéndolo en casa -objetó la madre.

-Está viejo, torpe y enfermo. Sólo produce molestias. ¿Quieres que nos gastemos una fortuna en veterinarios? El perro se queda aquí y punto -sentenció el padre.

 

Cuarenta años después

-Papá, vas a estar muy bien en esta residencia. Tu habitación tiene vistas a… Bueno, es una carretera; la Nacional II, creo. Pero seguro que es muy entretenido ver pasar los coches.

-Javi, hijo mío, no me quiero quedar aquí.

-Por favor, ¿te vas a poner ñoño ahora? Estarás estupendamente, harás amistades. jugaréis al tute, al dominó, veréis la tele… Si hasta me estás dando envidia.

-Me descorazona verlo así. Podíamos seguir teniéndolo en casa -declaró la esposa de Javi, apenas salieron de la habitación.

-Está viejo, torpe y enfermo. Sólo produce molestias. Mi padre se queda aquí y punto -sentenció el hijo.

57. MANOLO (Antonio Toribios)

Con la muerte de Manolo, a mi madre se le abrieron los ojos a otra realidad, y dejó de lado las veleidades de la infancia para embarcarse en la vida de verdad. Mi madre era de largo la más pequeña y entonces no había juguetes como ahora. Manolo fue para ella compañero de juegos y bebé improvisado. Con la hermana mayor ya casadera y la otra en la escuela, ella tenía desde por la mañana temprano todo el tiempo del mundo para arropar a su Manolo, darle de comer y atusarle amorosamente los bigotes. Pero, la cabra tira al monte, y a Manolo no se le ocurrió sino irse por los gazapos de Saturnino que, a la postre, era alcalde del pueblo. En tres días había matado dos, y no era cuestión de tentar más la suerte. Así que mi abuelo convidó a tres o cuatro, incluido como no el propio Saturnino, y dieron buena cuenta del minino. No eran tiempos aquellos de andarse con bobadas. Mi madre lloró la pérdida unos días, pero acabó riéndose del tonto de Ciriaco, que hasta que oyó maullar con sorna al abuelo creía que estaba comiendo liebre.

56. SIETE VIDAS (JM Sánchez, fuera de concurso)

Desde la estantería, su lugar favorito, el esquivo felino observaba con una indiferente superioridad cómo íbamos tirando a la basura las cosas del viejo Pachón, el guardián de la casa. No prestaba atención al llanto de los niños, que crecieron jugando con el cariñoso labrador. Se diría que, tras aquellos bigotes gatunos, había una sonrisa apenas perceptible pero claramente despiadada, y al lamerse las patas parecía estar borrando las últimas huellas de sus actos.

55. ¿Por qué a mí?

Detuvo su mirada en mí entre los cientos de personas que caminaban aquella tarde por el parque, se diría que me buscaba. Sus ojos brillantes se centraron en los míos y comenzó a menear enérgicamente la cola, no puedo afirmar que lo fuera, pero se parecía bastante a la típica reacción del perro que se alegra de ver a su amo. No reparé en que me seguía  hasta un rato después, lo hacía con discreción y a cierta distancia. En contra de mis principios, pues no me gustaban los animales, decidí que si me acompañaba hasta casa, le invitaría a entrar, había sentido una conexión especial con aquel ser. Él pareció comprender lo que yo pensaba  y, si no fuera porque es de locos, juraría que pude leer en su rostro una expresión de sincero agradecimiento, aunque enseguida cambió a una de enorme tristeza y resignación. Entonces sucedió: un tipo se abalanzó sobre mí cuchillo en mano; mi tierno amigo, convertido en fiera, saltó sobre él logrando hacerle huir mal herido, pero el arma quedó clavada en su lomo arrancándole la vida.

Hoy han detenido a aquel individuo, un psicópata asesino de varias personas y de un ángel canino.

54. La cartera de Paris (Beto Monte Ros)

El águila planea en lo alto, observando a la presa. Espera el momento oportuno para lanzarse rauda, aprisionarla con sus garras y llevarla hacia el barranco donde ha hecho su nido.

Todo ocurre muy rápido. La chica siente que le arrebatan el bolso y se resiste a soltarlo: no se da cuenta del peligro en que ha caído. Es cargada hacia las alturas y solo atina a apretar contra sus pechos el apreciado objeto. El gran pájaro la mira con curiosidad y se lo quita de un picotazo; dentro hay un perrito, un chihuahua altanero, lo saca y se lo da a sus pichones; luego, con indiferencia, a ella la empuja hacia el vacío.

53. Como los gatos ( Arantza Portabales Santomé)

Yo era uno de los pasajeros del Yak-42. Esa fue mi quinta muerte. Y fue muy traumática. Mala, lo que se dice mala, no. Rápida. Indolora. Pero estúpida y evitable. No como la primera. La primera, la del semáforo, esa sí que no pude evitarla. La segunda la malgasté con la heroína. La tercera fue un atropello común. De nuevo fue culpa de un semáforo. La cuarta fue la más devastadora. Leucemia. La quinta… De la quinta ya he hablado. La sexta fue producto de las estadísticas. Soy uno de esos gilipollas que se parten el cuello al resbalar en la ducha. Así que he comenzado este año, como el resto de los humanos. Con las horas contadas. Convencido de que esta vida, la última, la disfrutaría al máximo.
Pero no contaba contigo.
Te vi a lo lejos. En el semáforo de Callao. Al igual que aquella tarde. Con un abrigo rojo, y tu pelo trigueño un poco más largo. Estabas más delgada. Pero eras tú. Al verte, el corazón se me salió del pecho. Se me paró de repente. Y quince años después, el muy estúpido, volvió de nuevo a partirse, dolorosa e inevitablemente, en dos.

52. CAMILO (Belén Sáenz)

¿Te acuerdas, Camilo, de aquella vez que fuimos a los campos de lavanda? Fue en el primer verano de tu vida. A media mañana el calor pesaba como una manta inerte y te refugiabas con tus patitas cortas bajo los planteles floridos, burlando al sol cegador de Castilla y a las afanosas abejas. Yo te iba siguiendo por las hileras ordenadas. Donde se agitaban las flores a tu paso, o donde se entretenía en husmear tu hocico novato. ¡Qué risa! Pero luego una nube pirata surcó el cielo y cambió las reglas del juego. Las ramas me aprisionaban los tobillos y sentí el vértigo de perderte. Sobre un silencio detenido te llamaba, agonizando en una confusión lila, morada, malva. Y tú, mientras tanto, estabas negociando con tus ojos tristes de cachorro. El chaval, sentado al borde del camino, no tuvo más remedio que rendirte su almuerzo. Pellizcos de pan, alguna propina de filete. ¿Qué reprimenda merecías? ¿Cómo reprocharte tu fino olfato y tu glotonería? Cuando se desbarató el hechizo de aquel laberinto de surcos cultivados, cuando por fin llegué a tu lado, cuando te levanté del suelo para abrazarte fuerte y recuperarte, aún tenías el lomo fresco y fragante.

51. Aullidos

Ladraba el perro allí, escondido en la colina. Su miedo a envejecer era tanto… tanto. Sus amos lo habían dejado abandonado en aquella carretera. Sin nombre, desahuciado. Aullaba, sin recordar, no recordaba nada. Fue un regalo de los Reyes Magos a aquella familia. Entonces era un cachorro de pocos meses. !Cuánto lo querían! !Cómo reían sus gracias! Ahora los hombres de blanco lo persiguen, para encerrarlo. Ha perdido la memoria. Del presente no recuerda nada. Del pasado ¿Algo? No quiere que lo encierren (Estuvo tantos años atado). Solo sabe que ahora lo han sustituido por un joven señor gato.

 

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