Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

36. HAMBRE

Muerto.

Estás muerto.

Y yo quiero morir.

Y la pena es un kraken aplastando mis huesos. Y ahora soy el hombre que lloró un iceberg.

Nunca, desde el alba del mundo, hubo un perro mejor que tú.

Noble, como el corazón de un arcángel abrazado a su madre.

Fiel, como las olas del mar regresando a su orilla.

Cariñoso, como los besos sembrados en callejones de infancia.

Y bueno.

Tan bueno como el sabor de tu carne en mi boca.

35. «El pianista»

Nos encontramos en el tugurio de siempre. Me he hecho uno de ellos. Mimetizado con el ambiente imito incluso su tosquedad. La reala en la puerta, mal atada a su moto, sabe que no se moverá. Entramos.

Allí carajillo cargado, bravuconadas varias y aquel olor tan repulsivo que lo impregnaba todo. Nos vamos.

Llegamos a lo más recóndito del olivar, de nuevo deja a los galgos aparcados en cualquier sitio. Los miro, me miran. Sonrío levemente, me giro y ¡zas!, lo dejo cao de un solo golpe. Lo aprendí bien para ser certero y dejarlo así, semiinconsciente, que sienta. Deslizo el cordel por su cuello, suavemente, como un pianista acaricia las teclas. Lo alzo lentamente, sus ojos están cada vez más desencajados, quieren gritar pero no pueden. Me está costando, este cabrón ha engordado, pienso.

Ya lo tengo casi, con sus “patitas” ligeramente levantadas del suelo, tocándolo solo con las punteras pero sin poder apoyarse, la agonía es larga.

-¡Lo he bordado! – le susurro al oído; los galgos, nerviosos, miran cómplices.

– Tal y como tú me enseñaste- le digo afianzando el lazo, – el método del “pianista” lo llamabas, el más cruel de todos decías, ¿no?….

– ¡Maldito bastardo!

33. CÓMO LLAMARLO DESAMOR SIENDO ABANDONO (Ana Tomás García)

Marina me dejó abandonado en este lugar, como si hubiera elegido el sitio para que hiciera de metáfora de nuestra historia, en las ruinas de lo que antaño fuera un fabuloso edificio ahora pisoteado por ratas que viven entre los escombros. Limitándose a demostrar que ya no me quería, como si uno fuera un triste helado de chocolate derretido en un cucurucho de galleta blandengue que se tira en una papelera.

Cómo se puede ser tan cínica; cómo puede seguir sonriendo haciéndome tanto daño, después de haberme mimado tanto desde el principio, colmándome de atenciones, detalles y caricias. Claro está que en su vida no había tiempo ya para dedicarme momentos íntimos y especiales como salir a pasear, dormirnos juntos en el sofá, compartir una cena… Al final me tenía arrinconado, de manera literal, al fondo de la terraza, tras una valla metálica, donde mi presencia no era ni siquiera intuida por un nuevo amor de su misma raza.

Y aquí estoy, deambulando perdido porque nunca antes había estado por esta zona, asustado, confundido, solo; esperando que alguien con un poco más de corazón me de cariño y me acoja. O sobreviviré a la tragedia y asumiré la derrota.

32. AMIGOS VISIBLES

Observé insistentemente aquel árbol formado por palabras pero nunca apareció el regalo de mi amigo invisible. Vi como todos desataban el lazo a sus papiros y declamaban su contenido a voz en grito, festejando.
Salí fuera, no quería sentirme alegre, prefería estar decepcionada, al menos un rato, el tiempo que mi mente navideña pidiera.
Distraída crucé la calle y choqué frontalmente con un corredor de la maratón de San Silvestre, pasado de copas, cayendo inconsciente en mitad de la avenida.
Cuando abrí los ojos no estaba en el hospital, ni en mi casa. Un dogo y un Ragdoll me habían llevado a su guarida bajo un puente y me habían tendido sobre su colchón enmohecido.
Aquella situación era absurda, la sinrazón más tierna que jamás haya vivido. El perro lamia mis heridas y el gato con su patita cenicienta, arrimaba una lata oxidada a mi boca. Recuperada abracé a aquellos amigos improvisados que jamás serían invisibles a mis ojos.
Un cohete puso fin a la Navidad, y ambos, asustados fueron a esconderse bajo la mesa. Al poco rato comenzó a oler a pelo chamuscado y es que acababan de descubrir el placer de sentirse acogidos, queridos y sobre todo, calentitos.

31. Fábula

Una vez fui gato. Recuerdo la noche en que, después de ronronear bajo tus sábanas, escapé de tus caricias y salí huyendo por la ventana. Me adentré en un callejón oscuro donde paraba una gata hechicera que me convirtió en sapo. Lo descubrí un día de lluvia al observarme en el reflejo de un charco de bourbon, aunque ese sonido gutural tan desagradable que emergía de mi existencia ya me hizo sospechar. Y recordé que todo sapo necesita una princesa que le bese para romper el hechizo, así que fui a buscarte, llamé a tu puerta, te puse ojos de cordero y prometí ser un perro fiel y dócil. Entonces me besaste y se produjo la transformación. Saliste volando con tus alas de albatros.

30. El nuevo inquilino (Rubén José Huertas Rojo)

Acurrucado como una bola de lana veía la gélida noche pasar; la caldera, el calor humano y las carantoñas era lo que necesitaba, nada más. Siempre era bueno sentirse el rey de la casa. Era un gato, una mascota, pero era quien más desvelo creaba en la casa, hasta aquella gélida noche, unos aullidos, unos lastimeros aullidos perturban tan plácido descanso. El amo se levanta y va raudo a la puerta, se encuentra a un hambriento y solitario perro, raquítico como un alambre, triste como una luna sin estrellas. El amo lo consuela y lo seca con la más cálida de las mantas, lo mira con ternura y le dice: No volverás a pasar frío, no volverás a pasar hambre. Tras decirle estas palabras le ofrece la mejor de las latas del señor bigotes; el hambriento perro se lo come raudo y con el gusto aún en el paladar mira al hombre y le suelta su mirada más tierna, la de mayor agradecimiento. El hombre cae rendido a sus patas y le ofrece un recital de carantoñas; mientras el señor bigotes mira perplejo la escena, sabe que a partir de ahora andarán los dos como el perro y el gato.

29. Sin explicaciones (Luisa R. Novelúa)

Una bola de pelo gigante la arrolló por sorpresa, a traición, cuando en su vida ya no quedaban páginas en blanco. Tras la correa que arrastraba por el sendero tapizado de otoño, un hombre atildado la miró desde su atalaya de presunción mientras intentaba retomar el control de la perra, que se resistía como si huyese de un anuncio publicitario para zambullirse en el mundo real.

La samoyedo le demostró así amor a primera vista, como el que sintió ella por Miki, la gata de pocas semanas que rescató de un contenedor. Por eso no hicieron falta explicaciones. Ni en esa ocasión, ni en las siguientes, cada vez más frecuentes a media que sus esporádicos paseos por el parque se fueron adaptando a la rutina canina.

Aún no entendía por qué un domingo los invitó a subir al caos de su casa, ni por qué dudó el día que él le propuso quedarse para siempre. Quizá fue por la fragancia de mimosas que reptó hasta su ventana para advertirle del peligro de las especies invasoras. Pero Miki decidió por ella cuando se ovilló al calor de aquel gran peluche blanco. A veces, para sobrevivir había que arriesgar.

28. RALF (PURIFICACIÓN RODRÍGUEZ)

Más que un perro creo que soy algo así como un gentleman. No soy de raza como esos que se venden por un pastón, sino regalo de una camada sorpresiva de unos amigos del padre de Tom, mi dueño.

Yo era muy chico cuando ví su cara por primera vez, al salir de mi caja con lazo de cumpleaños, y nunca olvidaré su inmensa alegría al cogerme en brazos y saludarme con un ¡¡Bienvenido, Ralf!!

¡Ralf!…Sonaba a nombre de perro importante y yo sacaba pecho cuando me llamaba en el par-
que. A veces, me alejaba un poco sólo para oírle decir mi nombre ante los demás chuchos, que se
volvían al verme aparecer corriendo hacia él.
Y siempre fui obediente y educado pero, sobre todo, limpio. Llevo incluso las bolsitas higiénicas yo
mismo atadas a mi correa, procuro no manchar al comer ni suelto pelos subiéndome al sofá.

¡Cuántos recuerdos en estos dos años! Mejor me tumbo mientras salen de esta tienda de la gaso-
linera junto a la que me han atado. Aunque están tardando más que otras veces y….No veo su
coche donde la manguera. Claro que como está oscureciendo…..Bueno, seguro que un rato más
y saldrán.

27. Caminata El Moli

Era un día como tantos, el sol estaba asomando, aún estaba fresco. Me desperecé y salí, todos pasaban presurosos hacia sus trabajos, lento y sin rumbo fijo, decidí caminar.

El barrio estaba tranquilo, a esa hora es normal, Don Pepe, como siempre, me saludó.
Bajo la doble fila de árboles del boulevard que asemejaba una glorieta, vagué buscando quién sabe que, los pocos que deambulaban no me prestaron atención, excepto esa vecina que me salpicó con su manguera. La miré, su cara avinagrada denotaba su humor, seguí mi camino, ella no valía la pena.
Graciela como todos los días, llevaba a Josefina, creo que al parque, (me gusta Josefina), pero Graciela no me soporta, me ve demasiado… vulgar. Me hubiera gustado acompañarlas, pero ella no lo permite. Las vi alejarse, Josefina se detuvo un momento y me miró, pero Graciela insistió— ¡Vamos!!
Continué mi camino.
Carlitos como siempre camino a la escuela al verme me llamó, sus palabras alegres, esas palmadas que denotan cariño, ¡iba tan feliz!! llevaba una cantidad de figuritas nuevas. Me las mostró. ¡Es genial este Carlitos! tuvo que salir corriendo, porque llegaba tarde.
En la puerta de esa casa (como siempre), esa mujer que me mira recelosa, ¿pensará que soy un delincuente? se refugia en el portal de su hogar, dispuesta a atacar, la saludo, pero amaga pegarme con su escoba.
Siempre es lo mismo, alguno me rechaza, suerte que otros me brindan su cariño, soy un vagabundo, un aventurero quizás, la calle es mi mundo, el cielo mi techo.
Dicen que soy el mejor amigo del hombre, quizás tengan razón, yo sólo vago por las calles.

26. Flecha

Con tu pelo negro y blanco, adornado por una pequeña franja de color azafrán cerca de tu boca, mirabas con tus ojos limpios a todo el que se te acercaba, moviendo alegremente tu rabo en señal de bienvenida.
Pero todo cambió cuando nació el pequeño de la casa. Entonces- añorada Flecha- te ponías en guardia y sólo permitías que se le acercaran aquellos a quienes yo les autorizaba para que le ofrecieran una caricia.
Y al crecer el niño te convertiste en su mejor amiga. Realizabais carreras por el largo pasillo-cada uno a su ritmo- él, conduciendo su taca-taca, y tú, esquivándole, antes de darle un lengüetazo en señal de cariño.
Pero también os peleabais. Siempre intentabas cogerle por sorpresa el trozo de pan que mordisqueaba con sus pequeños dientes o mi zapatilla para quedarte con ella.
Sin embargo- mi fiel Flecha- el recuerdo que más me ha marcado de tu paso por mi vida está teñido por el sufrimiento.
Cuando la cruel enfermedad te atrapó entre sus garras, a pesar de nuestros esmerados cuidados, y aunque la muerte ya te rondaba, esperaste a que llegara para que pudiera despedirme, antes de irte directa hacia el cielo de los canes.

25. El aviso de los perros.

Entre los objetos aportados para la exposición apareció un diario hasta la hora desconocido, que narraba algo de lo que no se había tenido conocimiento hasta ese mismo momento:

23:25  de la noche del 14 de abril de 1912.

Mientras se celebra la cena en el restaurante “a la carte”, los perros que desfilarán mañana en la cubierta F, están algo alterados. No sabemos el motivo, pero el nerviosismo de los caninos va en aumento.

Todo está relativamente tranquilo en el barco, el mar está en calma, aunque el frío es helador. Todos los pasajeros disfrutan de una cena presidida por el capitán.

23:35 de la noche.

Dos compañeros han dado la voz de alarma, al parecer han avistado un Iceberg que se dirige hacia nosotros.

Los caninos cada vez están más nerviosos, sus ladridos son insoportables. Mi compañero de guardia me dice que están oliendo la muerte cerca. No sé qué pensar, el nerviosismo de los perros se ha trasladado a la tripulación y de ahí al pasaje.

23:40 de la noche.

Acabamos de chocar con el iceberg, me requieren en la zona de botes salvavidas…

Del tripulante nada más se supo, pero de los perros se conoció que tres de ellos pudieron sobrevivir.

24. Qué frío hace aquí, en Valladolid (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

La abuela descolgó la camisa del tendal de la balconada de aquella casa del barrio viejo entre las iglesias Antigua y San Martín. Era navidad, una más de las que, llegados desde Madrid, Bilbao y Coruña, pasábamos con los abuelos. La camisa era una tabla de hielo; nos la mostraba y rompíamos a reír. Qué frío hacía en los años cincuenta en Valladolid.

Era un edificio de zaguán, tres pisos a la calle y dos interiores que rodeaban, con una balconada, un pequeño patio de losas grandes de pizarra que recogía las aguas de lluvia de los tejados. Cuando de joven leía a los clásicos me imaginaba las escenas en alguno de los rincones de aquel caserón.

La abuela no paraba, eran días de mucho ajetreo: firma frecuente del brasero bajo la mesa camilla, trasiego de orinales de noche y el hacer rosquillas y canutillos rellenos para aquellos lambiones.

Ah, perdón, que va de perros. Sí, en aquel patio sesteaba uno gordo y pardo al que yo tiraba  proyectiles desde el balcón con mi pistola de vaquero. Lejos de amilanarse, parsimoniosamente se comía aquellas balas de plástico. El tío Antonio me dijo que vigilase dónde cagaba aquel chucho para recuperarlas.

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