Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

52. En este lado de la frontera

—¡Aquí nací y aquí moriré, no voy a dejar que nos invadan! Crecí en esta hermosa, no me ha faltado trabajo ni pan y he podido vivir tranquilo. Pero eso ya es pasado, desde que se abrió la brecha y cada día llegan decenas de indocumentados, me tengo que encerrar en casa y prohibir a mis hijas que salgan solas. Por eso me he decidido luchar para que mi nación vuelva a ser lo que era

—No nos puede engañar, desde pequeño lo ha tenido todo, no ha trabajado en la vida, ha vivido de la herencia y de los negocios su padre y del dinero de su mujer. Odia a todo aquél que suponga un riesgo para su sistema de vida.

Mientras los dos políticos discutían, a Magli se le volcó el cubo. Ambos la increparon con dureza y siguieron con sus discursos mientras ella recogía el agua.

—Levantaremos un muro de hormigón y solo permitiremos que crucen personas con formación, capaces de aportar a algo esta gran nación.

—Pondremos todos los recursos disponibles, con leyes que permitan que solo lleguen personas con formación, capaces de aportar algo a esta gran nación.

51. ELEVARSE (Yolanda Nava)

Recuerdo un globo rojo elevándose hacia un cielo plomizo. Recuerdo unas manos ancianas moviéndose en nuestra dirección, en aleteo indeseado. Sentí un nudo que me encogía las entrañas, pero no lloré. Se lo prometí a papá cuando me habló por última vez, y por primera de hombre a hombre. Mamá si lo hizo mientras consolaba a Amín que gimoteaba reclamando su globo.

A partir de ahí los días y las noches fueron solo escalones que conducían a nuestra meta. El mar nos zarandeaba, rugía como si nuestro bote arañase su piel. Cuando avistamos la costa, la tormenta intensificó su furia y jugó con nosotros.

Desde la camilla veo el cuerpo de Amín, incompleto sin el abrazo de mamá, tendido en la arena. Alguien lo cubre con una manta. Un globo rojo medio deshinchado aterriza a su lado. Anochece.

50. A TROMPICONES (Petra Acero)

¿Te conté que de pequeño quise ser emigrante?

—Mamá, ¿dónde están las golondrinas?
—Se han marchado a un lugar mejor.
—¿Se han muerto, como la abuela?
—¡No, cariño!… Han emigrado en busca de sol y comida.
—¿Están de vacaciones?
—Algo parecido.

Algo parecido a unas vacaciones. Eso era para mí emigrar. Por entonces, también creía en los Reyes Magos.

Velando su maleta, aquellos nidos vacíos ensombrecen mi ánimo. Las paredes se pierden en claroscuros. Los muebles, cabizbajos, siluetean futuros mustios. No duermo, parpadeo a trompicones… ¿Recuerdas, querida? ¡A trompicones! Como el vespino que nos unió a ti y a mí en el instituto. Como el tocadiscos y el seiscientos de tu padre. Como nuestras primeras caricias descompasadas. A trompicones, como aquellos ecos entrecortados de hace veintiséis años: respira-empuja, respira-empuja, respira, ¡respiraaa!

Velo su maleta y reniego de mi suerte. ¡Ojalá no amanezca! Pero el salón me reta en púrpuras, magentas y naranjas: suena el despertador… ¡Maldita crisis!

Mis lágrimas recuerdan: “¿Dónde están las golondrinas?”. Él se acerca. Nos abrazamos. Carraspeo y, a trompicones, me despido:
—Serán como unas vacaciones —susurro envejecido—… Bye, good-bye.
—¡Volveré, papá! —me sonríe de medio lado, como hacías tú—. I love you dad.

49. Política sin entrañas

Abdel era uno de los cinco millones de refugiados sirios que intentó abandonar su amado país para huir de los ataques del ejército de Bachar El Asad o de los yihadistas.
Sólo pretendía que su familia se alejara de la guerra para refugiarse en Alemania y que sus hijos crecieran en un ambiente tranquilo, donde la paz se diera por sobreentendida.
Como no quería optar entre las facciones armadas o dar gracias cada día por no ser blanco de las bombas, se unió al éxodo masivo de sirios, que como él, huían hacia Europa, en una migración sólo comparable a la ocurrida tras la Segunda Guerra Mundial.
Aunque sabía que el Mediterráneo se había tragado a miles de personas, emprendió la ruta de los Balcanes, en una durísima carrera contra los traficantes de personas y las penalidades.
Con su familia atravesó Grecia, Macedonia y Serbia, antes de entrar en Hungría para alcanzar después Alemania. Pero no contaba con que Hungría construyera un muro en la frontera con Serbia.
Y aunque la imagen acusadora de Aylan, un pequeño ahogado en una playa, dio la vuelta al mundo, la «Europa de los derechos» siguió sin avergonzarse y le cerró sus puertas.

48. Clamor africano (Javier Ximens)

 

            África no puede repartir más pobreza y exige a Europa que aumente los medios para frenar a los emigrantes millonarios que buscan una vida peor.

            Aunque la policía española realiza redadas en las lujosas urbanizaciones de Marbella, no puede evitar que permanezcan a la espera de poder cruzar en sus yates. Con dudosa legalidad, se han instalado en la frontera alambradas disuasorias con billetes afilados. En Marruecos los detienen, si consiguen identificarlos, fletan cayucos para devolverles, si no, los dejan en libertad.

            Una vez libres, tratan de llegar a los países más pobres de África en los cuales existe una corriente de opinión en contra liderada por los partidos políticos que han luchado para depauperar el país. Un logro que ha costado muchos años para que ahora lleguen los europeos a disputarles la miseria. A favor están los movimientos humanitarios, aducen que ocupan los puestos de responsabilidad que nadie quiere y que lo deseable es invertir en Europa con sistemas de explotación similares a los africanos que les permita ser pobres por sí solos. Mientras tanto, va a ser muy difícil frenar a estas personas que lo tienen todo, menos el hambre.

 

 

47. OTRO ARTISTA DEL HAMBRE (Eduardo Iáñez)

No hubiera sido nada en mi país. Nada ni nadie. España me ha hecho lo que soy. A los españoles les debo mi arte, ese don especial que mis padres me animaron a cultivar. Después de tímidos ensayos en Costa de Marfil, mi baño de masas fue en territorio español. Aquí presenté ante una multitud atónita mi primer número. Me sacaron muchas fotos, muchas. Ocupé portadas de periódicos y noticiarios. Me hice famoso nada más poner el pie en el país y junto a mis padres me convertí en un chico con estrella. Mi habilidad no solo dejó asombrado al mundo, sino que pude hacer de ella una profesión. Y desde que salí de esa primera maleta en Ceuta, todos recuerdan mi nombre y mi arte: Abou el Contorsionista.

46. DESPROPORCIONES (Edita)

Estudié a destajo para no perder la beca. Fui la número uno de mi promoción con el único propósito de saciar su orgullo. Gracias al brillante expediente académico, conseguí un trabajo como investigadora. En el extranjero, claro. La crisis me sirvió de coartada. A cambio, tuve que aceptar una condición: mi madre emigraría conmigo. Me rebelé; hice referencia a los derechos que me otorgaban la mayoría de edad y la independencia económica; fingí el mayor de los pataleos… Nada. Mi padre, como siempre, inflexible. ¡Bien!

Ella, que nunca había salido de casa, consintió sin rechistar para que yo, su niña, no anduviera sola por el mundo adelante. Me siento satisfecha de tan importante objetivo cumplido: romper las ataduras invisibles que le impedían respirar lejos de un marido absorbente. Pero me falta lo más difícil. Se acerca diciembre y no encuentro el momento ni la forma de decirle que no estamos en Alaska. Temo su reacción cuando se entere de que en Marte no hay turrón.

45. El Viajero (Jean Durand)

Despierto en la mañana, con la luz del sol que, ingresando por la ventana, divide sin cortar la piel de mi antebrazo. Funcionó, por fin ya estoy en un nuevo hogar. Siento que fueron años luz de viaje interminable buscando donde vivir. Tomo la ropa que se encuentra a los pies de la cama, que supongo es la que necesito en estas ignotas tierras. Al salir el aire me termina de despertar, al tiempo que revive recuerdos de otro mundo. Camino por la ciudad. Me detengo al escuchar a las aves cantar, ¿Cuándo fue la última vez que oír a tan exquisitos especímenes? No lo recuerdo. El cielo es azul y las nubes blancas, ¡qué gran maravilla! No puedo dejar de sonreír a toda persona con la que me cruzo y me sorprendo al darme cuenta las sonrisas que recibo de vuelta. El reflejo de una vitrina me devuelve el rostro de una hermosa mujer en el apogeo de su belleza y fértil sexualidad. ¿Cuánto tiempo pasara antes de que termine por consumir este cuerpo? No importa, todo un planeta poblado de humanos es un regalo para degustar lentamente y uno a uno por cada habitante que pueda poseer.

44. EL “PRESIDENTE EMIGRANTE”

Veinte años después de haber abandonado su país con lo puesto, acababa de conocer que era el éxito tras convertirse en presidente, en el primer presidente emigrante del país que le acogió cuando más lo necesitaba.

Empezó siendo parte del consejo de un pequeño pueblo, defendiendo siempre a los más necesitados, a emigrantes como él, que se habían instalado en el país en busca de un futuro mejor, se convirtió en Gobernador de su Estado después de que se fijarán en él por sus ideas novedosas y rompedoras.

Tras ser Gobernador, se presento a las primarias de su partido, sabía que podía hacer historia y así lo hizo, arrasó en votos, como poco después lo haría en las elecciones presidenciales.

Español de origen, americano de acogida, el “Presidente Emigrante”, como así lo llamaban  los medios del mundo entero, comenzó su discurso de posesión:

Ciudadanos, vosotros… ¡Nosotros, hemos hecho historia! Este es el principio del cambio, este es un momento único para dar la vuelta a las cosas. ¡Es vuestro momento!, ¡es nuestro momento!… – Y así continuo ante la atenta mirada de millones de espectadores que tenían la misma ilusión que él, la de tener un futuro mejor.

 

43. CAL VIVA Paloma Hidalgo

El seiscientos y la jaula del canario sobre mis piernas morenas de río y siega. Los pulpos en la baca, abrazando las maletas con tanta fuerza como los parientes a nosotros. Esquejes de alhelí y de geranio envueltos en papel de estraza, que decía mi madre que seguro que agarraban porque en Suiza estaba todo verde. Troncos encalados mostrándonos el camino. Chorizo, pan y queso para cuando estuviéramos lejos. Una botella de gaseosa llena de agua, que mi hermana pequeña pronto aliñó con babas. Mil setecientos kilómetros, casi, para olvidarme del pueblo, de mis amigos, y maldita mi suerte, de Elvirita; mientras el bisturí de asfalto iba diseccionando el paisaje para que mis ojos de doce años investigasen la anatomía de ese país que abandonaba sin conocer con la nariz pegada a la ventanilla. Y llegar al límite de la provincia, y la voz de mi padre clavándose en el silencio:
-Familia, ¿Y si nos damos la vuelta?
Y volver. Mamá cantando, papá desafinando, la niña aplaudiendo. Y otra vez los troncos encalados. Los que me anclaron a maldecir toda mi vida a ese Dios que no quiso que me convirtiera en emigrante, pero sí en huérfano.

42. Tengo s-d-ueño. ( Gelines del Blanco Tejerina)

Anoche escuché tres palabras nuevas, pero quiero olvidarlas. No las busqué en el diccionario ni las apunté en mi libreta porque sonaron feas y malolientes como la boca que las pronunció. Tampoco se las repetí a mi hermana cuando fui a su cuarto por la mañana. La encontré descalza de pies a cabeza. Su piel adolescente olía a sudor ajeno y sexo caducado. Tras la ducha, nos secamos y cepillamos el pelo mutuamente, despacio, como lo hacía nuestra madre. Tomamos chocolate y abrazos recién hechos. Tumbadas en la cama, cogidas de la mano, volvimos a ser niñas limpias. “Alina”, susurró en mi oído. “Daga”, respondí en el suyo. Una y cien veces,  para sentirnos únicas en un país donde nadie sabe nuestro nombre. Solo así amansamos la tristeza y recuperamos el sueño que de noche nos roban cuerpos exigentes y manos obscenas. Por unas horas, somos libres. Sin país, sin idioma, sin dueño.

41. A Trozos (Esperanza Tirado Jiménez)

Maletas rotas, sueños rotos, esperanzas rotas… De vidas a trozos que se quedan a lo largo del camino…

Hay que ir dejando lo que más pesa, lo más complicado de transportar, lo que no sea imprescindible. A pie es difícil cargar con maletas, bultos con comida y niños.

Él es mayor, dice, y puede ir a pie, como los hombres. Pero quisiera que su padre lo llevara a cuestas como hacían cuando jugaban juntos, antes de dejar su casa y escapar casi con lo puesto. Su tren de madera se quedó allí. Igual que todos sus puzzles. Alguien jugará con ellos ahora. O quizás las piezas se hayan perdido entre los escombros.

Como ellos están perdidos ahora. Y otros tantos como ellos. Que, caminando cada vez más lejos, han ido dejando parte de sí mismos por rutas interminables. Y no saben cómo ni cuándo podrán volver a encajar.

Mira atrás. Quedan incontables trozos desperdigados por todos los rincones. Del Norte al Este… Son muchos los que intentan encontrar el camino para reconstruir los puzzles de sus vidas. Del Sur al Oeste…

Está cansado. Recuerda sus juguetes. Mira a su padre y sigue caminando. Aunque no sabe hacia dónde.

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