Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

22. Menudo bombero

Cuando se prendieron las cortinas de la cocina el abuelo no tuvo mejor idea que lanzar al gato para intentar apagarlas. Ignoraba que el pobre felino no era ignífugo, por eso pasó lo que pasó. Se le prendió la cola y salió disparado como un cohete de pelo negro. Fue corriendo alocado por toda la casa; parecía el portador de la antorcha olímpica en el recorrido más disparatado y veloz de toda su historia.

Logramos detenerlo antes de que quemara todo, pero no pudimos evitar que el abuelo lanzara también al perro y a uno de los hámsters en su loco afán de apagar el fuego. Y tampoco eran ignífugos.

21. Tu correa (Esperanza Tirado Jiménez)

No sé quién de los dos estaba más perdido ni quién más necesitado de compañía. Seguramente yo. Aunque no me daba cuenta. Yendo de un lado para otro, del trabajo a casa, ocupándome de mi padre enfermo. Siempre dispuesta para atender los caprichos de mi familia, que me tenían de recadera permanente.

Cuando mi padre se fue, a punto estuve de irme tras él. La angustia fue demasiado fuerte y me hundí en un pozo tan hondo que casi me ahogué, derramando lágrimas sin parar.

Un día alguien llamó a mi puerta y tú ladraste, haciendo eco en el pasillo vacío y en mi corazón, también vacío.

Desde entonces, mi vida empezó a girar en torno a ti. Me cuidabas y me animabas con todo lo que aprendías y descubrías. Fui saliendo del pozo tirando de tu correa.

Y volví a mi vida activa. Volví a ser yo. Contigo.

Eras listo y sabías ir solo a tantos sitios… Pero no supiste pedir auxilio. Te quedaste allí, en medio de aquella carretera, por la que cruzaste y cruzaron sobre ti.

Ahora tu correa está ahí, colgando sin vida del perchero.

Y, una vez más, me siento vacía y perdida.

20. Una duda razonable

Yo tengo un gato y un perro. En un alarde de ingenio, le llamé Perro al gato y al perro Gato, pero cuando llamaba a Perro venía el perro y cuando llamaba al gato venía Gato. Llegué a ir a un etólogo, pero nada.

De repente, cuando llamaba a Gato venían el perro y el gato, y cuando llamaba a Perro, lo mismo.

Ya me había hecho a la costumbre, pero volvimos al principio, si llamaba a Gato venía el gato y si llamaba a Perro venía el perro.

Al tiempo todo se enloqueció, y si llamaba a Perro igual venía el gato que el perro y si llamaba a Gato seguían siendo imprevisibles.

Luego, probé a llamar a Perro y Gato a la vez, pero solo venía el perro o el gato, me miraba unos segundos y se iba.

Más tarde, cuando llamaba a Gato, igual oía por la casa un maullido que un ladrido, pero nadie venía, y si llamaba a Perro la cosa no cambiaba.

Ahora, cuando llamo a Perro o Gato, ni se oye nada ni aparece ninguno.

Ya he decidido cambiar al etólogo por el psicólogo, para mí, por si me pasa algo raro.

 

19. Gateando (Patxi Hinojosa)

Estos días son más cortos, grises, fríos, húmedos y tristes de lo que mi bienestar demanda. No lo recordaba de otros años, pero es cierto que la gente está más ruidosa que de costumbre. Aunque lo que en verdad me preocupa es que mi inquilino dedica menos tiempo del habitual a prestarme atención; en todo caso, creo que lo mantendré de momento en la nómina de mi universo, supongo que en breve todo volverá a la normalidad y que recuperará el comportamiento que espero de él.

Es ya muy tarde. Hoy volverá, si vuelve, bien entrada la madrugada; menos mal para él que me dejó preparada comida y bebida y mi espacio privado recogido y limpio.

Oigo ruidos en la escalera que me han despertado, se aproximan a la puerta; noto cómo intentan abrirla: es él, seguro.

En efecto, lo es. A la par que la puerta se abre después de varios intentos, su cuerpo se deja caer al suelo, en un intento de amortiguar y minimizar el inevitable golpe. Me ve y pronuncia algo ininteligible para cualquier ser vivo mientras pretende acercárseme.

Es extraño, yo soy el gato pero es él, mi humano, el que está, con torpeza, gateando.

18. JUSTICIA ANIMAL (Edita)

Aunque bien podría ser hoy, ocurrió hace más de cuarenta años. Un hombre solterón pidió consejo a su único amigo: dudaba entre casarse o comprar una lavadora. Salvo la carcajada que imagino echaría el otro, desconozco la respuesta. Sé que murió soltero y en su cama; mas no fue de muerte natural.

Compartía casa con diversos animales domésticos. Solo las gallinas, por sus huevos hermosos, recibían buena vida. A los gatos no les facilitaba alimento alguno para que ratas y ratones no lo comieran a él. Un perro famélico y de malas pulgas custodiaba la fachada de la vivienda, amarrado con una cadena deslizante a lo largo del cable de acero dispuesto al efecto. Presumía de no usar llave. A pesar de que a todo el mundo le encantaría meter la nariz en su hogar, nadie osaba acercarse.

Una noche sin luna, dos vecinos, jóvenes y ociosos, decidieron gastarle una broma. Les resultó más fácil de lo previsto neutralizar y soltar al can ofreciéndole comida golosa. Después de abrir la puerta, dispararon un grito espeluznante y huyeron; sin percatarse de que el animal, libre ante la entrada franqueada, entró al dormitorio de su amo raudo y feroz.

17. ERAS PERFECTA PARA MÍ (Inés Z.)

Estaba tan vacío de amor que cuando alguien desgranaba unas cuantas migajas de cariño yo las iba lamiendo por detrás. Podría haberme ido con cualquiera, aún a riesgo de ser un juguete lastimado.

En mis días todo era válido con tal de obtener mi frugal ración de afecto, hasta que una tarde percibí el olor de la tristeza, y lo seguí.

Olfateé su rastro hasta que mi escuálido cuerpo rozó sus piernas; mi hocico olisqueó sus manos; mis ojos buscaron su mirada acuosa… Le hice entender que nunca le fallaría.

Aquella tristeza se agachó hasta quedar a mi altura y hundió sus dedos en mi pelo enmarañado.

Me miró. Me vio. Me amó. Y sació mi sed.

Desde entonces descanso sobre una fría lápida de mármol. Ella sabe que la cuidaré.

16. Antagonistas (Manoli VF)

Los gatos de Asunción eran los gatos callejeros, los abandonados, los sin dueño. Ellos solos se dirigían hacia el improvisado hogar adoptivo que la buena de Asun les procuraba: la antigua casa paterna, con sus musgosas escaleras y su jardín cubierto de setos y arbustos descuidados, tenía siempre las puertas abiertas para uno más. Cuando llegó aquel gato malherido, al que le faltaba un ojo y varios platos de comida, los otros gatos lo rechazaron. Asunción se extrañó; nunca en toda la historia de su asilo gatuno había visto una actitud igual. Sorprendida,  se acercó al gatito marginado para prodigarle atenciones. Fue entonces cuando entendió el motivo del rechazo. El gatito no venía solo, lo seguía, intentando esconderse entre las matas sin conseguirlo, un perrito igual de escuálido que, con el único ojo que le quedaba, los espiaba como un radar moviendo la cabeza desconfiado.

15. Bajo tierra (Blanca Oteiza)

Aquella tarde jugábamos a ser arqueólogos. Queríamos encontrar algún tesoro escondido, nos conformábamos con hallar un esqueleto de animal bajo la tierra rojiza que teñía el paisaje. Más allá del horizonte buscado, aparecieron las huellas de pequeños insectos que habían perdido su vuelo hace ya mucho tiempo.
Aquella tarde de finales de otoño, nos extraviamos en sendas y caminos, sin saber volver a casa antes de que las últimas luces desaparecieran por detrás de las colinas.
Con los años, alguien miró en un pozo olvidado acompañado por un perro que buscaba perdices, descubriendo dos esqueletos que jugaban a ser arqueólogos removiendo la tierra que les había sepultado.

14. Lealtad visceral (Alberto BF)

Cómo te echo de menos, Rocky.

En mi celda cierro los ojos y me viene a la mente tu mirada fiel, cómo buscabas nuestro cariño y compañía, aunque a menudo Julio te dejara sin comer cuando volvía borracho del trabajo.

En ciertas ocasiones me apenaba golpearte cuando daba rienda suelta a mi frustración, he de reconocerlo. ¿Recuerdas aquel día en que mis padres dijeron no querer volver a verme en la vida? Cómo me dolió aquello, amigo, ¡me volví loca! Pero ahí estabas tú, recibiendo mis embestidas sin apenas quejarte, y permaneciendo cerca para que pudiera desahogarme más y más, hasta casi quedarme sin aliento.

Qué imponente te mostrabas cuando te enseñamos a pelear para poder pagar nuestras dosis. Nos hiciste ganar mucho dinero hasta que un correoso pitbull te hizo perder la visión en el ojo derecho. Llegué a admirarte, pero aquello se trataba de un espejismo: siempre fuiste el mismo perdedor.

Lo que nunca podré olvidar es el día en que vinieron esos señores a buscarte, acompañados por aquel vecino entrometido. Cuando te llevaron no pude soportarlo y tuve que ocuparme de Julio: el desalmado te dejaba sin comer. Yo también soy leal, Rocky. Me entiendes, ¿verdad?

13. Celos

En mi casa parecía que el gato fuera la persona más importante para mi mujer, y digo persona porque así me lo refregaba ella cada día : «Es como una personita, la que más quiero». Tanto era así que poco a poco fui aprendiendo sus maneras para poder acercarme a ella. Con esa intención almohadillé mis zapatillas para no hacer ningún ruido, me puse un desinfectante aromatizado y salía y entraba a casa sin avisar, en absoluto silencio. Cuando pasaba por detrás de ella, procuraba rozarla con mi espalda y si era ella la que me tocaba, me encorvaba de manera ostentosa, y hasta llegué a beber en escudilla, tomar de aperitivo comida para gatos e incluso sentarme con él en la ventana para maullar a la luna.

Conseguí hacerme amigo del gato y de esa forma volví a sentir el cariño de mi mujer, pero me echaron de mi trabajo en una clínica veterinaria, porque —así me lo dijeron— volvía locos a los perros.

12. EL RETO (Salvador Esteve)

Llovía.  Las nubes se entrelazaban furiosas buscando protagonismo.  Los rayos resquebrajaban el horizonte cual cicatrices supurando sangre sobre el cielo.  El hombre los sentía como latigazos sobre su cuerpo desnudo.  Y con los brazos extendidos, levantó su desafiante mirada retándolos a un duelo a muerte, era su ritual antes de cometer un crimen.  «Señor, no quiero hacerlo, no me obligues.  ¡Que un rayo apacigüe mi martirio y acalle mi conciencia!».  Pero, como en las nueve tormentas anteriores, nada pasó.  «Hágase, pues, tu voluntad».

 

La encontró sentada en un banco del parque, con la bondad y la sonrisa esculpida en su cara.  Miraba hacia el infinito páramo de la oscuridad dando gracias a la vida.  Un bastón blanco delataba su ceguera.  «Mejor, más placer, yo la liberaré de la penumbra».  Se acercó sigilosamente, hasta que sus manos lograron rodear el débil cuello de la joven intentando desgarrarle el alma, arrebatarle su sonrisa.  Pero al instante escuchó un gruñido al tiempo que sintió unos colmillos atravesando su yugular; la vida se le esparcía a borbotones sobre el frío suelo.

La muchacha, aún temblorosa, tranquilizó a su perro, su protector, el fiel amigo que iluminaba su eterna noche, Rayo.

11. O se separan o se van de vacaciones. (Rosy Val)

Vais en coche muchas veces, pero hoy le sientes distinto. Igual es porque anoche discutieron. Últimamente lo hacen mucho. Los gritos no te gustan, te asustan, te alteran. A ellos también les aterra. Los más pequeños corren a esconderse. Sarita y Toni siempre lloran…
Te has quedado dormida. No sabes dónde estás. Nunca antes habíais venido a este lugar. Le llamas. Él siempre acude. No te has enterado del viaje y a ti nunca te pasa, nunca, cuando vas con él. Te notas rara y la boca pastosa. Tienes sed. Le llamas. Por qué no viene. Tratas de alejarte, mas no puedes. Le llamas. Por qué tarda tanto. Apenas te sostienes. Ya sale la luna. Tienes frío. Te acurrucas. Le llamas. Quieres huir, pero no puedes. Tienes sed. No sabes qué haces ahí, atada a ese árbol. Le llamas.

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