Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

15. Del matrimonio, Campanilla y otras ilusiones ópticas.

¡Quiquiriquí! Ostras, las seis. Ricky, Ricky, que ya tocó, digo, que ya cantó, ja, ja, la que salva tener un buen gallo. Y eso que había puesto dos despertadores. ¿Preparas café y haces unas pastas para almorzar? ¡Cocoricó! Mariló, Bertín, arriba, hay que llegar temprano el primer día de clase, riiing…, vamos, digo yo, riiing… lo que faltaba, riiing…, el fijo ahora, riiing…, Ricky, cógelo tú, será Adrián pidiendo dinero, riiing… ¡Quicoricó! Que me voy, hazle una transferencia a tu hijo y dale de comer a los conejos, yo ya le puse a la gata y al perrito. Para Bertín la tortuga, el canario y los pericos, y Mariló que recoja los huevos de las gallinas y los tomates de la huerta. ¡Cocoriquí! Adios-adiós, y no me esperen a comer, que tengo la mamografía en el hospital… ¿dónde habré puesto…? ni a merendar, que tengo pleno municipal… ¡aquí están! …ni a cenar, que tengo reunión del APA, del AMPA, o como se diga. ¿Por qué me meteré en tantos líos? Nos engañaron de pequeñas con el matrimonio, Campanilla y demás ilusiones ópticas. El próximo verano nos vamos a París, Lisboa… adonde sea. ¡Quiquiriquí! No, Pavarotti, tú te quedas.

14. TIEMPO DE CEREZAS EN JERTE – EPÍFISIS

Estaba engarañao por la mañana, en el bancal, esperando la cuadrilla para la recogida, pasando la lengua por el papel engomao, mientras con los dedos apelmazaba el caldo de gallina, cuando vi salir del caseto a una escandallera, que sin tener miedo de los santosrostros que habitan en los chupanos y enseñándome una puñá de picotas y arremangándose la falda, me hacía mohines y morisquetas para que fuera a su encuentro. Juli que te juli, pensé mientras me colocaba el caliqueño en la oreja, pa´luego. El interior, oscuro y caliente, parecía un mercadillo, de la ropa que había y nos tumbamos a retozar, el pantalón de pana a reventar. Yo estaba ya enreliao con las telas del suelo y ella introducía en mi boca con sus dedos, los frutos, mientras, introduje los míos en el suyo y no sé cual era más carnoso y jugoso. Yo estaba ya alicati perdío y me dije a tirar p’alante y jarreando la cogí en volandas y la subí al tendal. Berreando como un verraco, me abalancé sobre la moza, dispuesto a terminar la faena, me dijo tengo novio y una patada en mis partes, acabó con la tendalina y esa fue la moralina.

13. La cigüeña volverá

Tal vez fuera por la persistente lluvia de aquel día de finales de Agosto; o por el ensordecedor silencio de aquel desnudo paisaje perdido en lo más alto de su mundo; o por aquella inhóspita cabaña donde se mudaron a comienzos de la primavera; o por todo, lo cierto es que esa mañana sintió un presentimiento tan negro como el cuervo que buscó cobijo en una de las ramas del viejo fresno. Sin embargo, cuando su marido dice que va al prau porque la novilla va a parir, ella asiente mientras le mira fijamente con sus bellos ojos de mirada dulce, tímida, como de niña. Pero cuando ve que se aleja con la vara de avellano y las albarcas, cierra los parpados, suspira.

Cae la tarde cuando va al pozo a por agua. Mira angustiada el pindiu camino que lleva a la braña. Nada. En ese momento siente que se le abren las entrañas. Ya es noche cerrada cuando su marido cruza el dintel gritando: ¡Han sido dos jatas! Ella, de espaldas en el jergón, no se mueve, él la gira y descubre el cuerpo sin vida.
– No llores, mujer, el año que viene tal vez sea un niño.

11. COSAS DE FAMILIA (Ángel Saiz Mora)

Observo mis uñas, deterioradas por el trabajo manual, en otro tiempo radiantes.

Pese a las penurias, me hice cargo de una sobrina, huérfana tras un bombardeo. Con ella y mi hijo adolescente, cargada de sacos de semillas, busqué cobijo en la antigua casa de labranza de los abuelos, casi inaccesible entre montañas. Mi marido eligió quedarse, convencido de que contribuiría a una victoria que daba por segura.

El viejo pozo estaba intacto. En el invernadero pronto crecieron hermosas hortalizas, ajenas a la escasez de las ciudades. Cuando la guerra se volvió química, infectó a los supervivientes urbanos de enfermedades letales y altamente contagiosas.

Un día descubrí una figura contaminada que se acercaba peligrosamente. Corrí hasta él para impedirle el paso con una azada, consciente de que ya no podría volver. Estaba irreconocible, menos por sus ojos, los mismos de nuestro hijo, los que estoy segura que heredará el bebé que él y su prima esperan.

Detenida la intrusión, desde lejos les grité que no llorasen. Están mejor con una boca menos. La tierra es generosa, sabrá mantenerles y pronto me acogerá a mí, pese a estas uñas deslucidas y la piel llena de ronchas.

10. EN LA GLORIA (Matrioska)

Las contraventanas están cerradas y la casa en penumbra. No sé cuánto tiempo habré pasado al cuidado de Reme, la hija de Pascual, el boticario. Sé que me sentí indispuesta e insistió en llevarme a su casa. No recuerdo, pero debieron traerme de vuelta anoche, de lo contrario habrían dejado todo abierto como a mí me gusta tenerlo, con las ventanas de par en par para que se solee y airee la casa. Tampoco está fuera mi silla de enea. Me acomodaré en la bancada de piedra.

No sé qué clase de brebaje me habrá preparado Pascual, pero no siento un solo dolor, desde zagala no me encontraba tan bien. Me siento en la gloria. Ni siquiera me molesta la maldita artrosis que lleva torturándome más de cuarenta años.

Se acerca gente. ¡Ay, Señor, alguna desgracia ha ocurrido! Reme, Pascual, y prácticamente el pueblo entero, pasan cabizbajos por delante sin prestarme atención. Quiero preguntarles quién ocupa el féretro pero, viendo sus caras desencajadas, me contengo. En silencio me uno al cortejo y emprendo junto a ellos el camino hasta el cementerio.

—¡Qué triste verlo todo tan cerrado!

—Hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos —se lamenta Reme entre sollozos.

09. El roble

No fueron fáciles los primeros días. Un cuartucho sin lustre, una ciudad sin sombra. Él tirando del carro sin mulas, a base de riñones y sudor, con el miedo contenido del que asoma al puente de un abismo. Ella, compañera para todo donde él fuera. Detrás de él quedaron las lomas hostiles, el pasto, el frío sin tregua, el calor sin aliento, la amenaza del maquis entre horas y balidos. Detrás de ella, el reparto de viandas, pan y lo que hubiera, por los campos de labor donde iban aquellos que salían del hogar antes del gallo; los quehaceres domésticos, las bajadas al molino, al río, a la plaza del baile, a la escuela a dejar a sus hermanos de camino a un encargo.

Luego fue el cuartucho, ganar él unos reales a destajo, pagar el alquiler, traer a los hermanos a la urbe, compartir miseria y esperanza, buscar algo mejor arañando algunas horas a la noche, la letra de la primera casa; ella atenta, la comida siempre a punto, todo limpio y en orden, los niños, dejarlos en la escuela camino de un encargo.

El murió ayer. Ella le velaba, firme y quieta como un roble.

08. Por los cerros

Fue allí mismo… Que lo vi yo… Y herido de muerte se murió… Que bien se podía haber evitado… Lo que yo te diga… Tú hazme caso a mí… Que accidentes de esos los hay a menudo, pero… ¿Intencionado? Mujer, no sé, eso es mucho decir… Ya sabes que a mí no me gusta hablar por hablar… Pero te digo yo que sí… Que llevaban años discutiendo por unos lindes y esto se veía venir… Cierto, cierto… Grandes personas los dos… El vivo y el muerto…

07. LA MUJER RURAL

La mujer rural salió de su casa muy temprano. Le esperaba un largo viaje hasta Milwaukee (Wisconsin) en donde se celebraría el congreso. Los pajarillos la despidieron con sus trinos, los vecinos agitando sus pañuelos blancos frente al autobús y la secretaria del ministro de agricultura poniendo en sus manos un ramo de flores antes de que subiera al avión. La mujer rural llevaba una tartera con tortilla hecha con los huevos de sus “quicas”, porque la comida envasada seguro que llevaba demasiados conservantes.

En el acristalado edificio de la convención se fue encontrando con el resto de las congresistas que durante tres días debatirían sobre los problemas de las mujeres rurales del mundo: indias con sombreritos y trenzas, orientales calzadas con calcetines y getas, africanas tocadas con telas coloridas, nórdicas abrigadas con jerseys tejidos manualmente y a la “alternativa” representante de una gran ciudad que expuso la conveniencia de crear huertos ecológicos en las macetas de las ventanas.

Ya de regreso a su pueblo, la mujer rural iba repasando los documentos traducidos al español mientras meditaba –pensando en sus tareas aplazadas–, cuánto le gustaría trabajar como azafata de congresos con uniforme minifaldero y vacaciones pagadas.

06. La dama del pazo (Jesús Garabato)

Reclamada por la muerte, Palmira aguarda al abrigo del seco castaño que ensombreció durante décadas las ruinas del palomar del viejo pazo de la aldea. Acuciada, vislumbra, ante sus ojos, las razones de su vida y de su suerte. Se ve, con quince años, feliz y enamorada de Juan, el hijo de los aparceros, y cómo, escondida, escucha al señor del pazo, su abuelo, echándolos de sus tierras. Se contempla, sumisa y estragada por la pena, acunando el fruto de su amor y al que, demasiado pronto, Dios se lleva. Asimismo, evoca la triste decadencia de la casona familiar con los fallecimientos, uno a uno, de todos los miembros de su funesta estirpe y el ocaso lento de una época compañera de su soledad y sus recuerdos. Aliviada, y ya vencida sobre la mezquina verdura cortada para preparar su almuerzo, cree ver brillar el tosco anillo que, atesorado entre sus dedos, la protege, en su locura, desde hace más de ochenta años.
Al día siguiente, los cazadores que, avisados por sus perros, la encuentran, se sorprenden, aterrados, al intuir en su astrosa cara un remedo de sonrisa.

05. Embajadora de sueños (María José Viz)

Cada mañana, Toña volcaba sobre la mesa el contenido de las dos grandes sacas, repletas de cartas y algún que otro paquete postal, recién llegadas. Desempeñaba un oficio muy antiguo: era cartera, cartera rural, para más señas. Su pueblo, siendo pequeño, poseía muchos lugares con nombres difíciles, omitidos habitualmente en las direcciones postales. La experiencia le ofrecía a Toña grandes ventajas. No sólo sobreentendía lo no escrito, sino que las cartas con destinatario ilegible llegaban siempre a su destino. Además, tenía la habilidad de identificar a muchos remitentes, solo por la grafía. Podríamos decir que era una maga embajadora de sueños.

Repartía cartas hermosas que decían: “vuelve Pepe de Alemania”. “Va a nacer mi primer nieto”. “Juan me ha mandado una florecilla seca”. “Me ha salido un trabajo en la capital”. “Mi amiga regresará, por fin”.

También las había cargadas de dolor y decepción: “se ha muerto mi hijo”. “¡Qué lejos se ha marchado!” “Me ha dejado por esa sinvergüenza”. “No he podido despedirme de mi madre”.

Toña ya no está. Ahora, nadie escribe cartas… ¿o, tal vez, sí?

04. MUNDOS (Eduardo Martín Zurita)

Su compañero no soportaba los chismorreos ni un minuto más. Tampoco estar continuamente mirando al cielo sin haber sembrado viento alguno. Tras el anonimato: la ciudad —hoy pitan los oficios—, haría valer sus habilidades y llevaría a casa un buen dinerito.

Y eso estaba bien, muy bien. Pero ella no podía cambiarlo, así de fácil, por el olor a brezo, jara y lavanda que dilataba las ventanas de su nariz. O por las abejas. Confusa, y algo febril, alcanzó el sendero de los tilos. Donde se dieron el primer beso. Sentada en un tocón de fresno, bajo la tutela del sol, se encontraba pletórica, extática. Tan ajena a todo, que se deslizó y quedó prendida en la tierra. Una margarita, su nombre, gozosa como una niña de las delicias de la fotosíntesis.

Él la buscaba a conciencia. Ella, infatigable, repetía en el idioma de las flores: «Compras en la capital el búcaro aquel y vuelves, me cortas por el tallo y me colocas en la mesa de la cocina, o por cualquier rincón oxidado, con un poco de agua. Lo sabes, no vayas a deshojarme».

No dejaba de pisarla, de pisotearla mientras gritaba: «Mi amor, nos quedamos en el pueblo».

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