Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

106. RECUERDO

Recuerdo el verano…

Recuerdo tu cabello peinado por la brisa que cruzaba el valle al amanecer.

Recuerdo tu sonrisa y tu mirada azul.

Recuerdo esos paseos por la orilla del rio, al atardecer, cuando el sol se recostaba sobre el horizonte, y las sombras escondían nuestras caricias, nuestros besos.

Recuerdo las noches en que nos amamos sobre la mies bajo el cobijo de las estrellas.

Recuerdo tus te quiero, y tus volveré.

Recuerdo que te lo di todo de mí, te lo entregue todo.

Recuerdo que fuimos un amor a escondidas, clandestino, prohibido.

Recuerdo que éramos tan diferentes, tú el señorito, yo la chica del pueblo, la campesina, la muchacha de usar y tirar.

Recuerdo que nos separaban cientos de kilómetros de distancia y un abismo de hipocresías y mentiras.

Recuerdo, ahora aquí sola, cuando los pájaros anuncian la llegada de un nuevo estío, y mi cuerpo está a punto de dar a luz una nueva vida que tapará tu ausencia, que romperá mi soledad, que tan solo fui para ti un amor más, un amor de verano.

Recuerdo que todo quedará en eso en un amargo recuerdo.

 

105. Horario de oficina

A Brígida la contratamos porque es el paradigma de lo que estábamos buscando: Lleva el pañuelo anudado en la cabeza bajo un sombrero de paja, viste ropas anchas, tiene las palmas de las manos cruzadas por enormes surcos, acostumbra a mirar inconscientemente al cielo, como si estuviese olisqueando una tormenta que no termina de llegar y huele a paja y heno: en fin, todo un prototipo de mujer rural. Está a la entrada de la empresa, siempre manipulando las hortalizas del pequeño huerto que le hemos instalado en el hall, para que se sienta como en casa. Su contrato es en estricto horario de oficina, pero ella llega antes de que salga el sol, la costumbre, dice. Te preguntarás que para qué queremos una mujer rural en una empresa que se dedica a la fabricación de cabezas nucleares. Digamos que le pone el toque ecológico a nuestro negocio, tan injustamente denostado por la sociedad. Nosotros nos dedicamos a rellenar nuestras cabezas mientras ella mantiene el huerto frondoso y productivo. Y le pagamos religiosamente su salario cada fin de mes: para que luego digan que con el uranio no se puede hacer economía sostenible.

104. Girasoles

Sara tenía un predio de diez mil hectáreas de girasol a su cargo. Ella amaba los girasoles, sobre todo, ahora que eran pura luz vegetal. Por eso se atrevía a recorrer en carne y hueso el campo durante esta época, para acariciar y dejarse acariciar por las plantas. Ciertamente su avatar podía transmitirle con eficacia dichas sensaciones, pero no era lo mismo. Descalza, se entregó al libre albedrío de sus pies, hasta que, casi sin darse cuenta, se topó con el límite norte del predio. Un hombre la saludó y se aproximó a la alambrada. Ella hizo lo propio. El hombre no era un hombre, sino su avatar. Sara lo supo al instante por la luz maquinal de sus ojos. Él le confesó la extrañeza de estar charlando con una mujer de cuerpo presente y no con su avatar. Ella se rió y le contó de su pasión por los girasoles. Él, aunque no le gustaban los girasoles, la escuchó atentamente. Un rato después, quedaron para el día siguiente, a la misma hora y en el mismo lugar, pero en esta ocasión, ella no sería la única en carne y hueso.

103. Quebrantara su rutina Calamanda Nevado

Solíamos verla contenta, ágil, dispuesta a lidiar con vomitonas, dolores de tripa, suciedad, malas noches, procesiones, rosarios, velatorios, paellas, y más y más tareas como una jabata. La  consideraban reservada hasta un domingo lavando en el remanso del arroyo. Confesó su gusto  por otros menesteres. Su inquietud no esperó a septiembre   para asistir  a alfabetización.  Ningún problema, dictado, tabla o  lectura se le resistía.

En aquel  tiempo nos animaba  canturreando.-  Saber, saber, saber…-.

Criticábamos    su  gusto  por   la tranquilidad   silenciosa de la  noche,   esperando sin apuro las tantas para devorar   libros o  hacer redacciones. Cuántos huecos  sacó al   trabajo del campo repasando tablas, feliz como una chiquilla.

Lucía esa mirada en la biblioteca, entre  sus  compañeros de curso nocturno,  cuando rellenó las matrículas del instituto,  observando el resplandor dorado  de la pasta de su diccionario, se iluminaba impidiéndole  rendirse,  y desmontando nuestras exigencias familiares.

Antaño nadie imaginó  que ese trabajo tan bueno  en la ciudad  fuese para ella. Que su marido   confesara con timidez. -Cada día está más guapa y más joven- Que ella abriera  tontamente  un cajón pequeño y le encontrara cartas de otra mujer  repletas de faltas de ortografía.  Que sus hijos la imitáramos haciéndonos universitarios.  Que brillara.

 

102. La hermana que volvió de la capital

Al despertar las primeras luces, ya se distinguen las figuras de las dos mujeres y la muchacha ascendiendo la colina hacia los campos.
La joven debería estar en la escuela, pero desde que se convirtieron en la familia de un traidor eso es un imposible. Su padre, y Julián el panadero, desaparecieron cuando reclutaban los de un bando, y todas las semi-viudas los imaginan disparando contra sus hombres.
La tarea es ardua, no pueden acercarse al pueblo para aprovisionarse de nada, así que, a parte del propio autoabastecimiento, tienen que recorrer muchos kilómetros, acarreando pesados bultos, para hacer trueques en villas o aldeas donde no se les conoce.
Cuando la noche y el cansancio obligan, se retiran a la alcoba para un escaso descanso, pero Herminia recobra las energías mientras se despojan a la vez de sus faldas como en un juego morboso que jamás osó imaginar, y se abre como una flor para volver a sentir como la recorren esas rudas manos con las uñas llenas de tierra, pero limpias de sangre.

101. AVENENCIA

Violeta nació del heno, en un parto furtivo. Creció con vacas, patos y la abuela. Conocía los confines sin haber salido de la aldea. Las laderas eran toboganes. En los regatos jugaba a esconderse bajo el manto de berros, a pelearse con espadañas, mascaba tierra por el sabor a mojado. Descubrió una primavera cómo prosperaban las simientes, entendió que encerraban el secreto de la vida. En la palma de sus manos un día la grana se tornó brote; el retoño, planta vigorosa. Y le dio frutos, agradecida. No aprendió a leer pero sabía dar nombre y uso a la bardana, la escorzonera, la escaravía, y el jaramago. Lloró un invierno a la anciana. Después volvió a la huerta. Socorrió a las lechugas mustias, dio a los cereales ánimos de estiércol. No se extrañó cuando vio musgo asido a los humedales de su cuerpo, ni las petunias que le huracanaban el pelo. Tampoco se asustó con las campánulas que emanaban de su boca cuando le daba hipo. Tropezaba divertida con la enredadera, que la cubría por entero, y los retoños asilvestrados que poblaban sus brazos. Cansada, se recostó una tarde en el regazo de un árbol. Ahora habita su corteza.

 

100. Vida secreta de los ángeles

Ángela ingresó en clausura con apenas quince años. Pasó de sembrar las tierras de labor de su familia a recoger hortalizas en la huerta del convento. Poco después, quizá debido al duro trabajo, a su extrema juventud y al frío, hambre y la abstinencia que imponía el retiro religioso, comenzó a tener visiones. Afirmaba que venía a verla un ser etéreo con alas inmaculadas para explicarle cómo transcurría en el Paraíso la existencia de ángeles, arcángeles, potestades, querubines, serafines y el resto de órdenes celestiales.

Fruto de estas conversaciones escribió Vida secreta de los ángeles, cuyo capítulo más controvertido aludía al sexo de estas criaturas —no a su naturaleza, sino sobre su práctica—. Alertadas las autoridades eclesiásticas, al manuscrito se le negó el nihil obstat y acabó confiscado en la Biblioteca Vaticana. A sor Ángela, además, se le prohibió abandonar su reclusión y volver a empuñar una pluma.

Pero no pudieron impedir que su confidente siguiese visitándola, para regocijo de su alma y vergüenza de las hermanas y novicias, quienes oían desde sus celdas cómo practicaban los hábitos que tanto escandalizaron a la Iglesia. Al fin y al cabo, ninguno de los dos podía negar su condición de ángel.

99. Profesiones perdidas

Marcela, su fermosura eclipsaba la de las más afamadas estrellas del cine y del firmamento, se refugió en el campo huyendo de moscardones. Fueron muchos los que se hicieron labriegos por ella, pero era esquiva y desdeñosa y no había forma de sacarla de su pajar, donde, siempre a solas, se refugiaba para hacer de las suyas.

Así, entre pajas y suspiros iba consumiendo su lozanía hasta que, un día, llevó a cubrir a su Jacinta. De regreso a casa, azuzaba sus cuartos traseros cuando, Jacinta, volvió su cabezota, la miró con toda la felicidad que puede caber en los enormes ojos de una vaca y, con el hisopo de su cola, salpicó el rostro de Marcela con los fluidos que chorreaban por sus nalgas. Aquello fue Pentecostés y Marcela sintió cómo se agitaba su fibra más romántica y generosa. El cura, experto en Márketing, aprovechó para enseñarle el lenguaje de las campanas y cuando aprendió a tocar los badajos como a él le gustaba, la nombró campanera oficial al servicio de la comunidad. Así fue cómo Marcela cambió su pajar por el campanario, y cómo la parroquia se hizo muchedumbre y aguardaba en fila el repique de su nombre.

98. La analfabeta (Juana Mª Igarreta)

Francesca nació en una masía aislada en el campo. Sus padres, que rebasaban la cuarentena, la miraron desconsolados al ver que el único vástago con el que la vida les bendecía, después de muchos intentos fallidos, era una niña.
Francesca creció robusta y feliz entre abrazos de sol y besos de lluvia. Entregada a las tareas domésticas y las derivadas de la tierra para el autoabastecimiento de la familia, no pudo ir a la escuela. Pero su analfabetismo no le impidió engarzar los días con hebras de esperanza, consciente de que cada semilla sembrada atesoraba un trocito de futuro. Era una mujer campesina, “bruta” desde la mirada sesgada de la élite intelectual, pero dueña de una sabiduría intangible heredada de su madre, también analfabeta.
Tras morir sus padres, la masía y su vida se envolvieron en silencio y soledad.
Una mañana se acercó a la casa un hombre ya entrado en años y le ofreció un frasco cerrado que, según sus palabras, contenía las semillas de una planta de innumerables cualidades terapéuticas. Cuando él se marchó, Francesca volcó el misterioso recipiente sobre la palma de su mano y, perpleja, la vio llenarse de cientos de pequeñas letras.
Sabiamente, decidió cultivarlas.

 

97. Anonimato (Reyes Alejano)

Lekyliara es Samburu. Vive con su tribu en las sabanas del centro de Kenia. Está casada con  Nabaru, que tiene 4 esposas. Su casa es de adobe, madera y excrementos; las otras mujeres le ayudaron a construirla en la manyatta. Lekyliara es divertida y a menudo se ríe con ganas por cualquier comentario. Y cuando se enfada, su genio también es de temer. Pero a veces, al cocinar o moler la harina, en su rostro se dibuja una mueca misteriosa, entre la sonrisa y la ensoñación… aunque Leonardo nunca estuvo allí para pintarla.

96. La memoria de tu vida

Éramos la pareja de baile perfecta. Ningún ritmo se nos resistía: nuestras vueltas de cuellos, subidas de falda o corte de mangas causaban furor y eso que siempre andabas muy ocupada con las faenas del campo y las tareas de casa; pero la noche, mientras los demás dormían, esa era nuestra.

Sentir tus manos y verte recostada sobre mí me ponía a cien por hora. Era delicioso ver tu cara llena de satisfacción cada vez que entrelazados terminábamos lo que con tanta pasión habíamos empezado. Tu ingenio y creatividad hicieron que lo nuestro nunca cayera en la rutina. No te quedaste viendo la vida pasar, eras pura actividad con entrega total y en todo dejaste parte de tu alma.

Ahora ya no soy joven y el invierno extiende su manto sobre mí y me envuelve en un abrazo de melancolía. De vez en cuando, alguien levanta esa tela nostálgica cuando con una bayeta repasa las letras de mi nombre: SINGER. Con ese gesto me trae la luz de lo mejor de nuestros días. Yo sé que esas manos están pensando en ti a través de mí, porque  soy la memoria de tu vida.

95. Sueños escondidos en el desván (M.Carme Marí)

Volviendo del camposanto, Inés sumergió su tristeza entre los recuerdos del desván.
-¡Qué preciosidad de fotos! La abuela está guapísima.
A pesar del color sepia y los años transcurridos, la imagen todavía transmitía la ilusión que irradiaban sus ojos. Se apreciaba el trabajo de un buen profesional y dejaba ver cierta complicidad con la modelo.
-Sí, Inés, deben ser las que hizo el americano. No las había visto nunca, aunque tu abuela me habló de ellas cuando murió papá. Un fotógrafo extranjero llegó al pueblo haciendo fotos de la vida rural, y me dijo que se la quiso llevar con él, como ayudante, a ver mundo. Pero justo esa Navidad sus hermanos partieron al frente. La noticia llegó como un mazazo y le hizo sentirse clavo que con el golpe quedaba fijada a la aldea, pues en la granja faltaban manos y sólo quedaban las suyas. El trabajo en el campo demandaba brazos fuertes, así que al poco se casó con tu abuelo, y luego nací yo, y…
-Y aquí se quedó.
-Siempre me animó a salir del pueblo…
-¡Ay! -dijo Inés llevándose la mano al vientre.
-¡A ver si Lucía quiere salir sietemesina como yo! -rio la futura abuela.

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