Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

22. La mujer invisible (Manoli VF)

 Cuando Juan llegó a casa le extrañó el profundo silencio. Buscó a Dolores por todas partes, llamándola a gritos. «¿Dónde se habrá metido, la loca esa?» bramó en voz alta.  «¡Sabe que quiero comer a las dos!». Se dirigió a la cocina y le sorprendió no ver sobre los fogones nada dispuesto. «¿Y qué como yo ahora? ¡Se habrá dormido entre las lechugas y los pimientos!».

Bajó las escaleras y se dirigió a la huerta «¡No sea que le haya pasado algo y ya tenemos el día arreglado!» farfullaba. Pero en la huerta no había ni rastro de Lola. Furibundo, regresó a la hacienda dispuesto a comer lo que encontrara, chorizos o queso, que siempre había. Cuando entró de nuevo en la cocina le llamó la atención un sobre que estaba sobre el mesado y en el que no había reparado antes.

«Querido Juan:

He decidido marcharme, ahora que ya no me necesitas. He cumplido como madre criando a nuestros hijos, y como hija cuidando de tus padres y de los míos, como esposa estoy harta, puesto que siempre he sido invisible salvo para atender tus necesidades. Por una vez voy a darte la razón desapareciendo».

 

21. LA FRUTILLERA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Nadie, en toda la granja, las cosechaba así: sin machucarlas, sin aplastarlas, sin hacerles perder el color que vibraba en la cesta.

Su legendaria delicadeza le había ganado el apodo que tanto la enorgullecía. Trabajaba cantando: «Para que mis niñas lleguen con toda su dulzura al frasco» explicaba, secándose el sudor con un pañuelo que yo juraba que olía a frutilla.

Fue muy raro que ese martes no viniera a visitarnos – mermelada en mano, como siempre hacía. Pensamos que estaba enferma; que había ido al pueblo a vender los dulces. Encontramos su pañuelo, rojo como nunca. Estaba en el suelo, a su lado, y olía a sangre.

20. Arraigo letal (La Marca Amarilla)

Hoy, como ayer y otros muchos días, amanece achacosa.
No se queja. Cuando abre los ojos siempre piensa aliviada: “me he despertado”, antes de levantarse para vivir su rutina diaria.
Después de desayunar sin apetito da de comer a los gatos, sobre todo al tuerto y al que le falta una pata.
Acto seguido recoge los pocos huevos que ponen las gallinas y, acompañada por sus tres perros, remienda cómo puede el pequeño y destartalado corral, donde los conejos entran y salen a su libre albedrío.
Más tarde, un ataque de tos le obliga a dejar los pesados aperos en el suelo para recoger los esputos en un pañuelo.
Una vez recuperada se dirige al huerto rodeado de frutales que hay detrás de la casa.
El perezoso sol de esta húmeda mañana, que apenas ilumina al pueblecito abandonado y a su solitaria anciana, se refleja en el individuo con uniforme de plástico amarillo y escafandra que se acerca:
– Mamá, por favor, sal de la zona radioactiva.
– Ni hablar, nunca me iré de mi casa.- Y hastiada por la insistencia, se gira y respira profundamente un aire que para ella es el más puro.

18. Despojos (Cristina Requejo)

Recorre con los dedos las iniciales de su lápida, acariciándolas, intentando comprender, a través de sus fechas, también su vida. Cuando la recuerda, una imagen la asalta antes que ninguna otra, como si fuera un código indispensable para acceder  al resto de recuerdos: la ve  en la cocina, frente al fregadero de piedra, con una gallina muerta entre sus manos. Llora. Otra vez el zorro había entrado en la aldea por la noche.

Sus ojos  observan asombrados cómo Carmela extrae del interior del animal una yema rodeada de una fina membrana, mientras un lamento agoniza en su garganta. “Ha matado dos gallinas”-dice la mujer-. Después, empieza a desplumarla.

Se ve a sí misma tumbada en una cama, años después, vestida de miedo, con un óvulo fecundado en su interior. “Te dolerá un poco”-decía entonces Carmela, que en sus manos ya no sostenía a una gallina, sino una aguja de calcetar, y que, con gesto duro, se disponía a destejer su vientre.

Todo salió bien, aunque ya nunca podría tener hijos.

Sólo con los años logró comprender aquel lamento agonizando en la garganta de Carmela, y sus lágrimas, y el peligro de los zorros que aparecen por la noche.

17. Trigo limpio (Lorenzo Rubio)

Micaela se enamoró de Jenaro a milésima vista, una de esas mañanas que él, montado en su tractor, labraba los terrenos de padre. La desvirgó en la cuadra una tarde que padre salió a capar unos puercos a la posesión del tío Ambrosio. Dos años después, cuando ella cumplió la mayoría de edad, se casaron y se instalaron en la finca de Jenaro.

Pronto Micaela comenzó a sentirse sola en casa; lo observaba por la ventana, feliz alimentando a las gallinas, pasturando con las cabras, regando, ordeñando las vacas (las únicas ubres que no tocaba eran las de ella)… pero donde más gozaba era montado en su tractor descapotable.

Micaela llegó a ponerse celosa del vehículo y, para tenerlo vigilado, salía al bancal y disimulaba cambiándole el mono al espantapájaros, le llenaba de paja, le contaba sus problemas conyugales… incluso acabó trasplantándole en la cabeza un cerebro de gorrino.

Un día Jenaro y su tractor desaparecieron. Ella, despechada, contrajo segundas nupcias con el espantapájaros. Nunca supo de Jenaro, ya se había encargado el hombre de paja de llevar el tractor al desguace y de enterrar el cuerpo en el bancal. Allí, con el tiempo, brotó un sauce llorón.

16. La falta de memoria

Extrañada miró la habitación, no le sonaba de nada. Aquella estancia era muy bonita, tenía una mesita, una cómoda y al fondo una mullida cama con un cabecero de forja, pero lo que más le gustaba de aquella habitación, que apenas recordaba, era un enorme ventanal desde el que veía el campo. Y entonces le volvía a la memoria una pequeña casa de ladrillo, con cuatro pequeñas estancias y una pequeña cocina de leña; se acordaba cuando se levantaba antes de que cantara el gallo y salía a ordeñar a las vacas, a repartir la comida a los diferentes animales que allí moraban, y a volver feliz, para preparar el desayuno a su marido y a sus cuatro hijos. Les despertaba y les preparaba para ir al colegio, y que lo hicieran con ilusión y con todo el material que precisaran; sus molidas manos ya lo pagarían.
Pero eso ya pasó, ellos crecieron y se marcharon a la gran ciudad; donde el estrés y los mil trabajos para llegar a final del mes les quitaban tiempo para cuidar a una anciana; y entonces recordaba, que aquel lugar era su nuevo hogar, que aquel asilo era el premio por su esfuerzo.

15. Del matrimonio, Campanilla y otras ilusiones ópticas.

¡Quiquiriquí! Ostras, las seis. Ricky, Ricky, que ya tocó, digo, que ya cantó, ja, ja, la que salva tener un buen gallo. Y eso que había puesto dos despertadores. ¿Preparas café y haces unas pastas para almorzar? ¡Cocoricó! Mariló, Bertín, arriba, hay que llegar temprano el primer día de clase, riiing…, vamos, digo yo, riiing… lo que faltaba, riiing…, el fijo ahora, riiing…, Ricky, cógelo tú, será Adrián pidiendo dinero, riiing… ¡Quicoricó! Que me voy, hazle una transferencia a tu hijo y dale de comer a los conejos, yo ya le puse a la gata y al perrito. Para Bertín la tortuga, el canario y los pericos, y Mariló que recoja los huevos de las gallinas y los tomates de la huerta. ¡Cocoriquí! Adios-adiós, y no me esperen a comer, que tengo la mamografía en el hospital… ¿dónde habré puesto…? ni a merendar, que tengo pleno municipal… ¡aquí están! …ni a cenar, que tengo reunión del APA, del AMPA, o como se diga. ¿Por qué me meteré en tantos líos? Nos engañaron de pequeñas con el matrimonio, Campanilla y demás ilusiones ópticas. El próximo verano nos vamos a París, Lisboa… adonde sea. ¡Quiquiriquí! No, Pavarotti, tú te quedas.

14. TIEMPO DE CEREZAS EN JERTE – EPÍFISIS

Estaba engarañao por la mañana, en el bancal, esperando la cuadrilla para la recogida, pasando la lengua por el papel engomao, mientras con los dedos apelmazaba el caldo de gallina, cuando vi salir del caseto a una escandallera, que sin tener miedo de los santosrostros que habitan en los chupanos y enseñándome una puñá de picotas y arremangándose la falda, me hacía mohines y morisquetas para que fuera a su encuentro. Juli que te juli, pensé mientras me colocaba el caliqueño en la oreja, pa´luego. El interior, oscuro y caliente, parecía un mercadillo, de la ropa que había y nos tumbamos a retozar, el pantalón de pana a reventar. Yo estaba ya enreliao con las telas del suelo y ella introducía en mi boca con sus dedos, los frutos, mientras, introduje los míos en el suyo y no sé cual era más carnoso y jugoso. Yo estaba ya alicati perdío y me dije a tirar p’alante y jarreando la cogí en volandas y la subí al tendal. Berreando como un verraco, me abalancé sobre la moza, dispuesto a terminar la faena, me dijo tengo novio y una patada en mis partes, acabó con la tendalina y esa fue la moralina.

13. La cigüeña volverá

Tal vez fuera por la persistente lluvia de aquel día de finales de Agosto; o por el ensordecedor silencio de aquel desnudo paisaje perdido en lo más alto de su mundo; o por aquella inhóspita cabaña donde se mudaron a comienzos de la primavera; o por todo, lo cierto es que esa mañana sintió un presentimiento tan negro como el cuervo que buscó cobijo en una de las ramas del viejo fresno. Sin embargo, cuando su marido dice que va al prau porque la novilla va a parir, ella asiente mientras le mira fijamente con sus bellos ojos de mirada dulce, tímida, como de niña. Pero cuando ve que se aleja con la vara de avellano y las albarcas, cierra los parpados, suspira.

Cae la tarde cuando va al pozo a por agua. Mira angustiada el pindiu camino que lleva a la braña. Nada. En ese momento siente que se le abren las entrañas. Ya es noche cerrada cuando su marido cruza el dintel gritando: ¡Han sido dos jatas! Ella, de espaldas en el jergón, no se mueve, él la gira y descubre el cuerpo sin vida.
– No llores, mujer, el año que viene tal vez sea un niño.

11. COSAS DE FAMILIA (Ángel Saiz Mora)

Observo mis uñas, deterioradas por el trabajo manual, en otro tiempo radiantes.

Pese a las penurias, me hice cargo de una sobrina, huérfana tras un bombardeo. Con ella y mi hijo adolescente, cargada de sacos de semillas, busqué cobijo en la antigua casa de labranza de los abuelos, casi inaccesible entre montañas. Mi marido eligió quedarse, convencido de que contribuiría a una victoria que daba por segura.

El viejo pozo estaba intacto. En el invernadero pronto crecieron hermosas hortalizas, ajenas a la escasez de las ciudades. Cuando la guerra se volvió química, infectó a los supervivientes urbanos de enfermedades letales y altamente contagiosas.

Un día descubrí una figura contaminada que se acercaba peligrosamente. Corrí hasta él para impedirle el paso con una azada, consciente de que ya no podría volver. Estaba irreconocible, menos por sus ojos, los mismos de nuestro hijo, los que estoy segura que heredará el bebé que él y su prima esperan.

Detenida la intrusión, desde lejos les grité que no llorasen. Están mejor con una boca menos. La tierra es generosa, sabrá mantenerles y pronto me acogerá a mí, pese a estas uñas deslucidas y la piel llena de ronchas.

10. EN LA GLORIA (Matrioska)

Las contraventanas están cerradas y la casa en penumbra. No sé cuánto tiempo habré pasado al cuidado de Reme, la hija de Pascual, el boticario. Sé que me sentí indispuesta e insistió en llevarme a su casa. No recuerdo, pero debieron traerme de vuelta anoche, de lo contrario habrían dejado todo abierto como a mí me gusta tenerlo, con las ventanas de par en par para que se solee y airee la casa. Tampoco está fuera mi silla de enea. Me acomodaré en la bancada de piedra.

No sé qué clase de brebaje me habrá preparado Pascual, pero no siento un solo dolor, desde zagala no me encontraba tan bien. Me siento en la gloria. Ni siquiera me molesta la maldita artrosis que lleva torturándome más de cuarenta años.

Se acerca gente. ¡Ay, Señor, alguna desgracia ha ocurrido! Reme, Pascual, y prácticamente el pueblo entero, pasan cabizbajos por delante sin prestarme atención. Quiero preguntarles quién ocupa el féretro pero, viendo sus caras desencajadas, me contengo. En silencio me uno al cortejo y emprendo junto a ellos el camino hasta el cementerio.

—¡Qué triste verlo todo tan cerrado!

—Hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos —se lamenta Reme entre sollozos.

09. El roble

No fueron fáciles los primeros días. Un cuartucho sin lustre, una ciudad sin sombra. Él tirando del carro sin mulas, a base de riñones y sudor, con el miedo contenido del que asoma al puente de un abismo. Ella, compañera para todo donde él fuera. Detrás de él quedaron las lomas hostiles, el pasto, el frío sin tregua, el calor sin aliento, la amenaza del maquis entre horas y balidos. Detrás de ella, el reparto de viandas, pan y lo que hubiera, por los campos de labor donde iban aquellos que salían del hogar antes del gallo; los quehaceres domésticos, las bajadas al molino, al río, a la plaza del baile, a la escuela a dejar a sus hermanos de camino a un encargo.

Luego fue el cuartucho, ganar él unos reales a destajo, pagar el alquiler, traer a los hermanos a la urbe, compartir miseria y esperanza, buscar algo mejor arañando algunas horas a la noche, la letra de la primera casa; ella atenta, la comida siempre a punto, todo limpio y en orden, los niños, dejarlos en la escuela camino de un encargo.

El murió ayer. Ella le velaba, firme y quieta como un roble.

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