Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
0
3
horas
2
3
minutos
3
6
Segundos
4
2
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

115. LAS SALVAS

Respiran, relajan sus músculos mientras retumban miles de voces del público que está sentado en las gradas del estadio. Los corredores se agachan, flexionan las piernas, tensan los brazos hasta que cesa el bullicio y llega el silencio.

Ahora se acuerda de su nombre y apellido, el mismo que lleva impreso en su dorsal. Observa la calle con dos líneas blancas que la limitan, ese horizonte que se pierde en la primera curva.

¡Ya!

Cuando comienza a correr el camino se endereza, todo es una recta sin nadie más alrededor. Un pasillo en el vacío surcado por sus jadeos que retumban con las pisadas, más fuertes cada vez. Solo se despista una décima de segundo, el tiempo suficiente para observar a las autoridades en la tribuna. Las mismas personas que le dijeron que, sin medalla, nunca tendría opción si quería volver a ser libre.

Entonces regresa al pasadizo. Sabe que no llegará el primero, tampoco el segundo ni el tercero porque ha cruzado la meta en el quinto lugar.

Y sigue corriendo. A esa velocidad saldrá del recinto en pocos segundos. Podría llegar a cualquier embajada que lo acogiera.

Va tan rápido que ni siquiera escucha las balas.

114. «Gracias»

De pequeña, también después, mi padre se enfadaba mucho y me castigaba cuando llegaba tarde a casa.

Así que me habitué a correr.

Como cada vez corría más rápido, cada vez me iba más lejos o apuraba más la hora de regreso.

En el cole siempre era la primera, la que más alto saltaba y la que más resistía.

Ahora, en este momento, agradezco profundamente a mi padre su rigidez y sus duros castigos. Por evitarlos estoy aquí.

¡A sus puestos!

¡Preparados!

¡Listos!

¡Ya!

113. Casa vacía

Dicen que cada día es un calco del anterior, que se repite como un mantra porque carecemos de imaginación, nos copiamos unos a otros, y también a nosotros mismos. Yo no quiero copiar a nadie, mucho menos a mí. Pobre desgraciado. Por eso, aprovechando las imágenes olímpicas de televisión, la semana pasada decidí hacer algo que nunca había hecho: deporte. Arrancaba de par de mañana con natación: braceaba tumbado bocabajo en el suelo tras la estela del nadador, crol, mariposa y espalda. Luego atletismo. He corrido por la casa sin estorbarme con nada, alzando los brazos al entrar en la cocina, como dejándome engañar por alguna esperanza imprecisa. Halterofilia. No tengo pesas ni nada parecido, pero hago alzadas con la jardinera de tierra yerma que olvidó Pamela. Lo malo es que estoy quedándome en los huesos, y eso sí es una burda copia, le pasa a mucha gente. Aunque peor es que ayer se llevaran también el televisor —tres plazos impagados—, y con él las olimpiadas. Y eso también les pasa a muchos. Pero juro que hoy, cuando vengan a desahuciarme, no pienso resistirme, que es lo que hacen todos. Que recorran perplejos la casa vacía. Que se jodan.

112. Juegos olímpicos (Luisa R. Novelúa)

Muy sonriente y con los ojos chispeantes muerde la galleta María mientras saluda con la mano frente al espejo. Con solo cinco años tiene muy claro lo que quiere ser de mayor, y lo ha anunciado con determinación en una de las comidas familiares en casa de los abuelos.

Nadie parece tomarla en serio. Incluso hay quien se atreve a recordarle que sale corriendo en busca de unos brazos salvadores cada vez que las olas se acercan para atraparle los pies. Pero después de insistir hasta el berrinche, su madre ha acabado por transigir y le ha comprado el gorro, los manguitos y el churro de flotación que la esperan almacenados en el armario de los juguetes.

Hoy está muy contenta. Es el primer día de colegio tras las vacaciones estivales. Cuando ve a Lucía, las dos niñas se lanzan a un reencuentro lleno de risas. Sabe que puede contar con ella. De hecho, su amiga acepta su decisión sin cuestionarla, y a partir de ese momento la llama Mireia.

111. Ctrl+Alt+Supr

Nadar es lo que me ha mantenido vivo hasta ahora, seguir nadando sin parar, a pesar de las olas, las corrientes, las mareas, he continuado braceando hasta que he conseguido llegar a la línea del horizonte. Aquí me espera mi destino. Justo donde el mar se transforma en cielo existe una puerta virtual. Al intentar traspasarla aparece una ventana blanca por arte de Google y dos recuadros grises que solicitan con insistente parpadeo usuario y contraseña. Tecleo el usuario errando la contraseña. Recuerdo con certeza haberla anotado en el registro de últimas voluntades anticipadas. El pánico se apodera de mí. ¿Cómo acceder al paraíso sin la palabra clave? Busco un enlace que me ayude a recordar pero sólo me ofrecen la posibilidad de pulsar el botón inicio. Esa opción no me interesa, me obliga a volver al principio de todo, al líquido amniótico donde comencé mi acuática vida. Y no me apetece, quiero descansar, hastiado de vivir no me siento con fuerzas para enfrentarme de nuevo a lo que sé que me espera. Me niego a volver a nacer, prefiero quedarme aquí bloqueado en el limbo hasta recuperar la memoria.

110. Récord

5,65 segundos en los 100 metros lisos.

Fantástico. Inverosímil. Estratosférico. Aunque el cronómetro no mentía. Ahí lo detuvo el corredor. En la línea de meta. Desafiaba a la lógica. Al sentido común. Dejó mudo y aturdido al estadio. Y al mundo entero.

Solo durante un instante.

Con esa muestra de regocijo y secreta satisfacción personal que se siente al contemplar los grandes logros o las hazañas inconcebibles, el público lo recibió enseguida con una ovación atronadora, y la prensa mundial acabó saludando el nuevo récord como un triunfo más del hombre sobre su destino.

Además, el registro pudo ser rápidamente homologado.

Las autoridades deportivas no descubrieron nada anómalo en la velocidad del viento ni en la aerodinámica del pantalón, la camiseta o las zapatillas utilizadas durante la prueba, ni en el análisis exhaustivo que se hizo del cuerpo del atleta.

En poco tiempo había nacido un mito.

Y quiso demostrar que podía conseguirlo otra vez. En cada entrenamiento. En cada carrera. En cada competición a la que se presentaba. Pero sintió la presión de verse observado. De ser el centro de interés para millones de ojos. Quizá por eso fue incapaz de volver a encontrar el atajo.

 

109. Medalla de bronce

El saltador de trampolín se lanzó resuelto. Hizo un clavado inverso, que le salió casi perfecto. En el mismo momento en que se estrellaba contra las rocas del acantilado pensó que, si aquel salto le hubiera salido el día de la competición, habría conseguido al menos la medalla de bronce.

108. Volver la vista atrás

La saltadora de pértiga Olga Ninkonovskeva (hija y nieta de saltadores de pértiga, bisnieta de un arribador de puerto aficionado al salto de pértiga en sus horas libres) se prepara en la posición inicial para su tercer y último intento sobre 6,7 metros. Si salva el listón, conseguirá la medalla de oro. Si lo derriba, deberá conformarse con la plata, algo inaudito en la familia Nikonovskeva, acostumbrados a llevar siempre para sus vitrinas el dorado metal. “No vuelvas a casa con otra cosa que no sea el oro”, le ha susurrado esta mañana su abuelo Vladimir con gesto grave mientras se balanceaba en la mecedora. Olga inicia la carrera, coloca la pértiga en perpendicular al suelo, acelera el paso, clava la pértiga en la caja, toma impulso, se flexiona mientras comienza a elevarse, alcanza la altura del listón, prosigue su ascenso, desaparece por la cúpula del estadio olímpico, se pierde entre las nubes, asoma de nuevo, como un puntito a lo lejos, atraviesa la troposfera, la estratosfera, la mesosfera, la termosfera, la exosfera y llega a ese punto en el que mediado ya el camino, resulta tan difícil volver la vista atrás.

107. EL CORREDOR

Siempre te gustó correr. Casi no sabías hablar y ya te recuerdo correteando, detrás de algún gorrión o una pelota, por el patio de casa. Destacaste pronto en Educación Física. Y con el club de atletismo, siempre de los primeros: el campeonato regional cadete, la preselección para los 10000 m nacionales. Corrías, y sobre todo perseverabas. La lesión de rodilla no te paró: seguiste avanzando, madurando, seguiste corriendo. A pesar de que los mejores tiempos ya hubieran quedado atrás. Igual que me quedé yo tras la puerta, después de la discusión desde la que me retiraste la palabra: siempre te gustó correr, realmente eras libre de hacer tu vida, de buscar otros horizontes. Así que hasta tu silencio podía perdonártelo. Pero esto no, hijo, esto sí que no puedo. Que no hayas llegado a la meta de un maldito paso de cebra. Que ese camión haya dejado tu zancada incompleta ya para siempre, en medio del asfalto.

106. Lanzamiento de Jabalina

Lo que más le costó fue introducir la jabalina calibrada entre el resto. Unos pocos dólares, una sonrisa y una promesa la noche anterior fueron suficientes para la voluntaria. Cuando sopesó su centro de gravedad, pensó que no podía fallar. No se trataba de enviarla lo más lejos posible, sino de acertar. El lanzamiento apenas duraría un par de segundos. Para cuando quisiera darse cuenta, sería tarde.

Uno. Inició la carrera. Concentrado en el objetivo. El ruido de los golpes tras la puerta. Dos. Estiró la zancada para acelerar la carrera. Sus gritos insultándola. Tres. El pie sobre la línea de lanzamiento. Ella tirada en el suelo, sangrando en un sordo llanto. Cuatro. Lanzamiento. El golpeándola en el suelo. Blanco.

El lanzamiento fue perfecto. Todo el mundo lo vio. Las lágrimas mojaban sus manos que ocultaban su cara a las cámaras, como lo hacían las de su madre, en una habitación al otro lado del mundo. Dulce néctar de libertad.

Al instante los titulares de prensa inundaron la red: ”Desgracia en la familia olímpica. En un error de lanzamiento de jabalina, atraviesa a su padre, juez de pista, ante la mirada horrorizada de millones de telespectadores”.

 

105. ¿Una pista? ¿de atletismo? Humm, pueees…: empieza por A y es un deporte

Me había clasificado para una prueba atlética, pero… ¿para cuál?

Colocándome para los 100 metros, sólo se me ocurría decir “gilipollas”, “coño”, o “puta madre”, y el corredor de al lado se burló. ¡Qué tacos de salida tan poco originales!, me dijo, el muy… Y cuando el juez, al fin, disparó al aire, vi al saltador de pértiga caer malherido sobre la colchoneta mientras, algo más allá, una hembra de jabalí surcaba grácilmente los aires hasta clavarse en la hierba. Así que desistí. Demasiadas brusquedades.

Pero entonces… ¿cuál era mi disciplina?

Lo cierto es que en algunos rincones de la pista había gente agradable. Por ejemplo: un saltador ataviado con un mandil me enseñó a batir récords hasta dejarlos a punto de nieve, un fortachón giratorio se desvivió por mostrarme cómo clavar clavos con una bola de acero atada a una cuerda… ¡ah!, y Alejandro Sanz que, muy amable él, me explicó la mejor técnica para lanzar discos.

Pero yo, mareado de tanto movimiento, decidí ir a lo seguro: el Decathlon. Así, si probaba algo y no me convencía, pues me quedaría la opción de descambiarlo por un pack de calcetines. Que siempre vienen bien.

104. Fe, esperaza y calidad (por B. Mrando)

Las tres patas de la mesa de los grandes logros. Grandes como una iglesia pequeña o una catedral de pueblo a medio hacer. Parte fundamental de las virtudes de todos los participantes de tan reñidísima competición como es esta.

Lentamente el ambiente se carga de maratonianos sermoneadores, los exorcistas más rápidos, los maldecidores más dañinos, estigmatizados de gran belleza, resucitados, mártires y reliquias de todos los niveles. Con toda la parafernalia que acompaña a un evento de este calibre: bulas al alcance de todos los bolsillos, merchandising celestial y demoníaco, compraventa de almas kilómetro cero, propuestas de nuevos pecados y penitencias, etc…

Tras la ceremonia de inauguración de esa mañana de diciembre, caracterizada por los cantos gregorianos, música de órgano de buen tamaño, incienso y los padrenuestros bisbiseados, se declaran abiertos los Juegos Milagrosos de verano. Esa misma tarde, la categoría de conversión de agua en vino de mejor paladar ya tiene vencedores, que esperan en el podio la entrega de medallas: La de oro de la Virgen Erosa a tiempo parcial, para el segundo clasificado la del Cristo Dopoderoso y molón y realizada en bronce la del Santo Matito ecológico.

Así es el deporte de élite.

Nuestras publicaciones