Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

36. Penumbra. (El Moli)

El cercano rumor de la olas me mantuvo despierto, costaba conciliar el sueño por lo que decidí salir a caminar. La playa estaba desierta, la luna en cuarto creciente teñía de plata el mar, el susurro de la brisa me trajo tu nombre sabiendo que estabas lejos.

Siempre te gustó como a mí la montaña, pero debí quedarme junto a mi soledad y tu recuerdo. Mi cuerpo acusa el frio de la noche, siento un estremecimiento cuando me salpican gotas salobres de la rompiente que se mezclan con las mías mientras que mi mente divaga por momentos ya lejanos cuando estabas acurrucada en mis brazos, me parece sentir el calor que trasmitía el roce de tu piel.

No puedo aceptar que tras la despedida y ese beso que no fue, estés tan lejana como ese horizonte que vislumbro en la penumbra y nunca he de alcanzar…

35. GOTAS

Una gota corriendo por mi mejilla observando el horizonte donde por fin creo verte esperándome.

El charco en el que juego mojando mis viejos zapatos camino del colegio.

Un pequeño arroyo en el que bebo extenuado después de la larga travesía por la montaña.

El río en el que me baño jugando con los peces que saltan alrededor.

El lago azul trasparente como el amor que te proceso.

Un mar del color del cielo y donde no se distingue la frontera entre ambos.

Y en el extenso océano me pierdo buscando aquella gota de lluvia que corría tras aquella otra por mi mejilla, al no haberte encontrado como pensaba, para besarte y abrazarte, ni a ti ni a ellas.

34. De la ausencia del canto de sirenas ( M. Belén Mateos)

Siempre había deseado internarme en la profundidad variable del océano. Conocer esa capa templada de su superficie y adentrarme en la gélida agua de su abismo.

Cada noche con ese deseo me bañaba en las salinas aguas desnuda de toda prenda y desvestida consciencia. Hacía algunos años que este ritual lo lleva a cabo sin pensar en sus consecuencias.

 

Ahora nadaba sin talento. Dejaba que las olas se marearan en mi cabello y avistaba desesperada  la costa. Aquella en la que hacía un tiempo perdí lo que en este momento añoraba. Ya nunca volvería a pisar la arena, ni las piedras del acantilado. La escamosa cola de pez fue gestándose durante todo ese tiempo, hasta hacerme una criatura mitológica dotada de una gran belleza  pero con ese maldito poder de seducir y engañar a quien dejé, sin yo pretenderlo, estancado en la orilla.

Hoy lo observo y unas lágrimas afónicas se vierten sobre las olas, su espuma siliente humedece sus perfectas piernas y su mirada ya no se dirige al horizonte, queda prendida en otros ojos provistos de alas y calzados con sandalias.

Nunca aquello que deseas llega ser como sueñas.

 

 

33. LA MAR DE PROFUNDOS.

Mares profundos y misteriosos son tus ojos en los que quiero verme siempre reflejado. Me asomo a ellos para hallarme pero a veces no me atrevo. Inexistente tengo miedo de hallarme. Otras horas estoy fuertemente asido a tus pupilas que dilatan mi sin razón, y me ahogo en su profundidad infinita.

Océanos enteros habitan tus cuencas que a veces rebosan y mi alma, cual barcaza vieja a la deriva, se estremece desvencijada y chirría por doquier. Sin rumbo me dejas cuando no me miras pero si lo haces sirenas de cantos inaudibles me atrapan.

Insondables tus cristalinos con diligencia mueves para escrutar mi ánimo y, sin quererlo, hacen trotar mis calmadas mareas. Hasta verter y perder la sal que contienen haces cuando quieres, convirtiéndolas en lagos de agua dulce solo con una mirada.

La vida en tus ojos rezuma y pasan por ellos muchas sombras pero que ninguna acierta a quedarse perpetua. Tus párpados no lo permiten, las aparatan con aplomo y señorío.

Brío en el aire, también ternura callada cuando con instinto ancestral las miras. Perlas cultivamos juntos que relucen, ¡tanto brillan amor!, que iluminan hasta los abismos de esos océanos la mar de profundos que son tus ojos.

32. OTRO CRISTO (Edita)

Se creía Dios. Desde que las compañeras del instituto empezaron a pelearse por sus dotes extraordinarias. Seguro como estaba de que la sabiduría le era innata, pronto dejó de cultivar el intelecto y se concentró en entrenar otras capacidades divinas mirando a todo el mundo desde arriba. En busca de aquella actividad que verdaderamente estuviera a la altura de sus gallardas proporciones y lo hiciera sentirse en el cielo, llegó a ser atleta, modelo, culturista… Pero quiso dar un paso más en su afán por demostrar la deidad que llevaba dentro: se hizo vigilante de la playa; al fin, lo adorarían como se merecía cada vez que salvara a una persona.

Dicen que ayer al atardecer, cuando apenas quedaba una docena de bañistas en la costa, lo vieron caminando con decisión sobre las olas del mar de Finisterre. Todavía lo siguen buscando.

31. UN PEQUEÑO OCEANO

Cuando llegó todo le causó sorpresa. El jardín y sus flores, la casa, su dormitorio y el árbol que acariciaba la ventana, pero lo que más atrajo su atención fue la pecera que año tras año mi padre había creado. Miraba y remiraba los corales, las plantas y sus peces multicolores, sobre todo uno amarillo con franjas azules.
Es cierto que todos disfrutábamos con ese mar nuestro y particular; tal vez nos perdíamos en sus aguas, relajándonos con el parsimonioso movimiento de sus habitantes, pero era Nico quien no se apartaba de la pecera. La conjunción con aquel pez era extraordinaria.
Ninguno encontramos extraño que se entretuviese de esa forma, hasta que las horas en las que permanecía junto al acuario fueron más que las de sueño, comida y aseo.
El pez aguantó cinco años a su lado, los anteriores a la agonía de mi hermano, a la aparición de unas aletillas en su costado y a esos azules y amarillos que su piel adquiría.
Fue entonces cuando sospechamos que la adopción de Nico no había sido tal y como nos la contaron, (post morten de una mujer en una patera) a pesar de haber sido encontrado en el océano.

30. Superextragrande – Luisa Hurtado González

Fue difícil, no te voy a decir que no; como quizás sepas, murieron algunos de los nuestros durante la cacería. Pero nadie nos engañó, todos sabíamos qué nos estábamos jugando y qué poníamos en juego por volver a casa y llenar la cazuela a la familia. ¡Y lo logramos! Ahora sólo hemos de esperar a que el calamar esté hecho. Tenemos unas ollas rápidas muy buenas pero la espera, con la que no contábamos, de días, nos está poniendo peligrosamente a prueba.

29. El largo sendero dorado

Nunca había visto el océano, y creyó que nunca lo vería.

Unos dicen que es verde y está lleno de monstruos. Otros que ahí se acaba el mundo. Cuando el sol se está ocultando, su luz es capaz de cegar a los hombres y tras la luz, se abre una puerta por la que sale el rostro del diablo con la boca abierta, dispuesto a devorarte. Dicen que hay extraños peces en las profundidades, que viven bajo negras cuevas; y que no reflejan nada en sus facciones, sino únicamente lo que parece un cansancio inconsciente e idiotizado.

Echó de nuevo a andar hacia el oeste, rumbo al océano. Con los pasos temblorosos e inseguros de un hombre en el último estadio de su vida recorrió el camino hacia la playa. Se quedó de pie mirando el océano, pero aún no había ninguna puerta a la vista. Cuando el sol comenzó a iluminar las aguas sólo veía un gran charco rumoroso y vacío.

Pasó un tiempo… ¿Qué hora sería? ¿Las siete? Oscurecería mucho antes de una hora.

Alzó los ojos y vio que el sol tendía un largo sendero dorado a través de las aguas. Y se encaminó hacia él…

28 – UN PASEO POR LAS OLAS

» El mar, la mar,umm. Hoy se deja ver precioso, acogedor,fresco,vivo sobre todo vivo.

Me voy a acercar a ese cabo,tendré  cuidado con las aristas de la costa.Por aquí hay mucho pescado de roca, siempre sabroso.

No encontré los peces que buscaba, me voy mar adentro, fuerte, rápido, con energía. Me sumerjo, la luz se ve durante un buen trecho, luego es cada vez más oscuro. Suerte que cuento con mi buen radar.

Rapidamente subo a la superficie. Ignoro porque mis amigos tardan tanto en subir donde se pasea el sol.Dos barcos cruzan al frente, debo esquivarlos, me pueden dañar seriamente.

Al atardecer  me encuentro con Fina, nos saludamos, reímos, saltamos, mi espiráculo suelta su dosis de presión.

Hoy es un día pleno, no hay ninguna duda.»

27 – Apnea en aguas profundas

8 minutos, pulmones al límite. Ahora todo depende del aporte de oxígeno de las otras grandes vísceras.

9 minutos: toca demostrar lo entrenado. Introducirse en sus órganos vitales para ralentizarlos. Restringir los sentidos. Expandir la mente. Divagar por la memoria.

10 minutos: La realidad se distorsiona. Aparentando ser los suyos, los brazos de la posidonia se enroscan sobre una delicada anémona esmeralda. ¿Ana?

11 minutos, el récord ya está cerca, y Ana se desliza, desnuda, sobre la cama de algas. Su cuerpo invita. Está igual, nada ha cambiado.

14 minutos, decenas de metros más arriba, alguien tensa la cuerda para felicitarle, pero su memoria ha huido de nuevo hasta aquel maldito kilómetro de la A-7.

15, las burbujas se agolpan furiosas en el paladar. La niebla invade todo. El estúpido pez que se ha saltado el stop colisiona contra sus gafas, y el seco sonido del impacto revienta el dolor de aquel recuerdo.

16, ni siquiera las lágrimas disipan la niebla.

17, detonada la furia, suelta el volante imaginario y bracea, rebuscando en vano el cuerpo de Ana entre el difuso amasijo de chapa y coral.

18, el agua comienza a invadir sus pulmones.

La anémona sonríe.

26. LA MALDICIÓN DE LA PERLA NEGRA – EPÍFISIS

Mishishi, mi mujer, era pescadora Ama y mientras yo salía a faenar al Pacífico Norte, bajaba a 25 metros en inmersión libre como apneísta a recoger ostras perlíferas.
La recuerdo a la entrada de la cabaña, con su cesto de mimbre entre las piernas, desnuda y con su cuchillo abriéndolas y haciendo una incisión en el molusco, rebuscar en su interior y la sonrisa en su cara de porcelana al extraer una perla, que se introducía en la boca para limpiarla.
Separaba en un cuenco las vendibles y en otro las negras para su collar.
Las enhebró con un hilo de seda largo y varias vueltas y solo con el collar, caminaba por la casa, rápida, sutil, invitándome a poseerla.
Cuando hacíamos el amor, me encantaba chupar a la vez perlas y pezones, igual de negros.
A veces para llegar al orgasmo entraba en apnea, me gustaba y su cara pasaba de un cutis nacarado a un rojo pasión.
Aquel día, su rostro pasó a cerúleo y al intentar revivirla, el hilo se rompió y las perlas cayeron al futón y de ahí al tatami y cuando el tintineo y el rodar cesaron, se hizo un silencio sepulcral.

25. FELICIDAD EFÍMERA

Regaló sus ovejas y abandonó su pueblo. Desconocía el porqué de aquella inquietud delirante por sumergirse en el océano si su contacto con el agua se reducía a la alberca. El río oscuro y cenagoso, le infundía temor.
En la estación, su piel pegajosa anunció salitre y en una caseta improvisada, a cambio de su reloj, consiguió unas aletas usadas. Extensas praderas de Posidonia y peces coloridos hicieron que se olvidara de lo esencial, que no tenía cuerpo hidrodinámico, ni adaptaciones esenciales.
Dos delfines llegaron como ángeles y le devolvieron a tierra.
Con el tiempo Umberto adquirió una habilidad prodigiosa para el buceo en apnea, la camaradería con los delfines era su acicate, sin embargo, percibió cierta rivalidad entre ellos.
Una tarde, el más pequeño nadó velozmente hacia él y buscó sus manos, parecía angustiado, segundos después, el más grande embistió repetidas veces contra su compañero, provocándole graves contusiones en su cuerpo.
Umberto, atónito, deseo intervenir pero le paralizó el miedo, ansió escapar pero su cerebro aturdido enviaba señales confusas.
En un último esfuerzo, el animal herido metió su pico bajo la axila del hombre, que en la orilla, inconsolable, diluyó con sus lágrimas el rojo ferroso de la violencia.

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