Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

116. LA ISLA DEL FIN DEL MUNDO (Belén Sáenz)

La brasa de la última calada enrojeció fugazmente la cubierta del Prestige II. El capitán lanzó la colilla a aquel océano sin luna y una fuerza sobrehumana lo arrojó después a él por la borda. Solo previó el fastidio de una mojadura.

Horas después le espabiló la quemazón de la sal en los ojos, el tacto del corcho muerto. No había rastro del barco, pero divisó tierra. Un bidón flotaba a la deriva y se aferró a él confiado. Pronto estaría contándolo ante una cerveza rubia en el bar del puerto. Y se le rendirían los ojos como puñales de la Lola.

Braceó hacia aquella extraña isla plana, extensa, adentrándose en una sopa cada vez más espesa e insondable. Había bolsas de plástico. Millones de ellas. Con sus vivos colores tiznados de chapapote. Preservativos anudados que le rozaban los labios. Y una marea inquieta de filtros de cigarrillo. Halló también restos del naufragio del submarino amarillo, la camiseta colchonera de Neptuno, la delicada calavera del Comandante Cousteau con gorrito de punto rojo. “Tereftalato de poliestireno”, fue el último destello de su cerebro humano. Luego se le abrieron las branquias y planeó sumergirse; aún pensaba que era un tipo con suerte.

115. PÁGINA DIEZ (Yolanda Nava)

Lo aplazas de nuevo. Para primavera –prometes- que el clima se suaviza. Guardo el catálogo entre tu libro de recetas y mi desilusión. Tu libro de recetas… Se te veía tan feliz mezclando gramos de azúcar con cucharas de entusiasmo. No como ahora, que aunque no te digo nada, las comidas te quedan sosas, las salsas aguadas. Los postres como de hospital.

Echo la vista atrás. Te veo corriendo por la playa con el pelo suelto, los pies descalzos y la libertad prendida en la areola de los pezones desnudos. Remoloneabas antes de cubrir tu piel de neopreno. Después nos sumergíamos juntos y enredada entre algas y corales te escondías donde podía encontrarte.

Tocas mi hombro. Rehuyes mi mirada. Que vas a acostarte un poco, me dices. El reloj marca las doce de la mañana. La voz del terapeuta martilla mi cerebro: “quizá un viaje, o una actividad que ame en especial”. Y me sumerjo en la esperanza de la página diez del catálogo de vacaciones: submarinismo.

114. Hijos del mar

Le arranca el anzuelo de la boca de un solo envite, y el mar contesta con un quejido sordo que estremece la quilla del minúsculo bote. Sacha levanta la cabeza. Algunas luciérnagas salpican la franja de tierra perdida en el horizonte y el sol extiende sobre el agua su atardecer de sangre. Mira los ojos redondos del pez en la cubierta… y tiembla. No hay nada más despiadado que un espejo, porque un espejo almacena todos los recuerdos, y aquellos ojos de plata, fríos, burlones, vengativos, sacuden la quilla de su memoria. Sacha devuelve entonces al agua todas sus culpas y aparejos y rema apresuradamente hacia la costa. Las luces se han multiplicado. Encalla el bote, salta a la arena, y se sienta para llorar durante cuarenta días y cuarenta noches. El mar sería incapaz de contener tantas lágrimas, saltaría el malecón y le devolvería, en su crecida, el cuerpo de su hijo Fakid. Pero, ¿quién era Fakid sino una gota insignificante perdida en el océano? ¿Acaso no sabe Sacha que el mar no tiene sentimientos? ¿Que es un alcabalero insaciable, acostumbrado a demasiados cayucos, batallas, cadáveres y lágrimas? ¿Un monstruo que no conoce el perdón ni acepta jamás intercambios?

113. OCÉANO DE SENTIMIENTOS

Vuelven mis dedos a hacer piruetas sobre el teclado del ordenador para escribir este relato, despues de tanto tiempo en el que mis pensamientos han permanecido en un mar de sombras y mis emociones  hundidas en un océano de recuerdos.

Viajo a través de la pantalla como si lo hiciera por las aguas con un velero, las olas se van llevando las pequeñas cosas que han quedado encalladas en mi alma, la cual ha cambiado muchas veces de casa, y algún sueño que escapó volando de debajo de mi almohada.

Ahora deseo la calma de sus aguas, la brisa del viento que revuelva mis cabellos y despeine mis sentimientos, el olor a salitre que se pegue en mi rostro y me renueve por dentro y el vaiven del velero que me lleve hacia delante lentamente.

Y en mi travesía, te veo, a lo lejos, con los ojos risueños y sin vendas, la sonrisa clara y sin riendas, tus palabras sinceras y abiertas, tu rostro surcado de gotas bañadas en sal y que quisiera besar hasta tragarme el sabor a mar.

Y así comienzo a escribir en un instante en que siento que mi vida va levantando el vuelo.

 

112. OJOS DE BUEY DESDE EL ASFALTO

Noche calurosa que ofrece una invitación al poco aire que sopla, para que entre por las ventanas. Están todas abiertas. Desde la calle me sorprende ver el movimiento de los peces en sus peceras. Un padre revolotea con su niño en brazos, bailan con las algas de la salita. Un hombre circunspecto, sobrio y acalorado se zambulle en la pantalla de su ordenador, no se sabe por donde bucea. Dos amigos se asoman a la cubierta de su terraza y la calle testifica su charla. En otra ventana una mujer parece buscar las llaves que están en el fondo del mar, matarile rile ron. Una televisión protagoniza una escena de salón, con una pareja anciana, que se asemeja a un arrecife de coral, están hipnotizados por las medusas. Un tiburón se asoma por otro de los ojos de buey del edificio, lleva sólo un bañador, humea, mientras observa a los pececillos de la calle, a los que le gustaría devorar. De una ventana semiabierta salen burbujas de sonido, el glub glub de un pez de roca o sea un pez rockero. Aparto mi mirada del edificio y sigo mi paseo por este acuario de ciudad.

111. ALLENDE EL OCÉANO

El baúl abarrotado. Para padre los puros. Aún lo veía liar con la picadura y no podía menos que sonreír. Disfrutaría con los habanos. Mirar cómo la cara llena de surcos se le alegraba y que, ufano, se regodeara detrás del humo del tabaco, frente a los hombres del bar. A madre, botellas de perfume de litro, con olor a limpio de lavanda. Y los mangos que ya con las semanas de la travesía maduraban más de la cuenta. Se la imaginaba con la fruta en la mano buscándole las vueltas y apartándola, por no saber qué hacer con ella. Pargo y cherna, secados al sol. Café y azúcar de caña. Dinero para arreglar el hórreo. A medida que pasaban los días, el mar se tornaba infinito, la espera insoportable. Tantos años, ninguna carta. Avistó por fin la costa, enredado en elucubraciones. Arribó el barco. Los demás pasajeros fundidos en abrazos con los que iban a recibirlos y él, solo, porque nadie sabía de su vuelta. Más allá de la ría enfiló por el camino de abajo y ganó la aldea, envuelta en la niebla de la mañana. Las casuchas caídas, vacías de gente, llenas de nada.

 

 

110. AL OTRO LADO DEL AZUL (Paloma Hidalgo)

Podrá encontrar trabajo, incluso de camarero. Tener varias novias hasta el día en que aparezca esa chica que con una sonrisa, le llenará el estómago de colibríes y los ojos de deseo. Alquilar una habitación, pequeña y barata, muy barata. Cada día está más convencido de que dentro de esas palabras extrañas, que le cuesta tanto aprender y pronunciar, está esperándole una nueva vida al otro lado del azul del Mediterráneo. Y la moto. Y un móvil nuevo, mejor que el que se ha comprado su amigo Ahmed. Un coche de ¿cuarta? mano, cuando se saque el carné de conducir, y una tienda de campaña de segunda, para poder ir a ver la nieve. Una nieve tan blanca como la espuma de las olas que morirán a sus pies, descalzos, negros, e inertes, tres meses y medio de lecciones más tarde.

109. El polizón

La tempestad había sido de esas que los viejos marineros gustan de contar a media voz y con ojos espantados en las tabernas del puerto. Como resultado, el navío había quedado destrozado y con los mástiles apuntando hacia el fondo. Su viejo casco aún mojado relucía bajo los primeros rayos del sol rodeado de toda suerte de enseres y muchos de los cuerpos sin vida de la tripulación. No había tierra a la vista ni nadie que hubiese podido divisarla. El único superviviente permanecía en la bodega aturdido, y diríase que marinado y casi ahogado en su propio vómito y excrementos, después de dos semanas de travesía y de que el barril donde se escondía diese mil vueltas. Una vez quietas las aguas había retirado el tapón de cera de la tapa, para renovar el aire, y enseguida lo había devuelto a su sitio. De ser descubierto, la mejor suerte que podía esperarle era la de ser alimento de tiburones, previo paseo por el tablón, y no estaba dispuesto a correr ese riesgo. Afortunadamente lo peor ya había pasado, se decía. El temporal había sido terrible y había retrasado el viaje, pero según sus cálculos pronto arribarían a destino.

108. Pequeñas cosas

Una vez, tuve un sueño que me llenaba el corazón .

Se parecía mucho al océano. Cuando estaba en calma, era cálido, transparente, si lo mirabas de cerca te hipnotizaba… era como mirar en el interior de una esmeralda. Cuando se encendía se llenaba de vida, era impredecible, vibrante… devolvía la luz todavía más hermosa.

Lo cuidé y alimenté, para que no se marchitara. Todos los días lo observaba, lo mimaba, y le daba forma . Era perfecto.

Algunos sueños se pierden, otros son olvidados y desaparecen,sin embargo otros …

Un buen día, el mío cobró vida. Ahora tú estás aquí. Te enseñaré a cuidar los sueños para que no se te olviden.

 

106. GARGARISMO

Él está encorvado como nunca y camina con la mirada menos alzada por las mañanas. Ella, en cambio, tiene la voz cada vez más modulada al cantar. Todos hacen ver que no la oyen, pero sonríen de medio lado al verlo pasar arrastrando los pies por cubierta. Saben que la tiene bajo llave, aunque nunca la han visto. Él no se fía de ninguno de ellos. Brillándoles los ojos, cuchichean que le acabará succionando el alma. Con la que ella parece estar afinando su garganta, añade algún socarrón. Sin imaginar cuánto hay de cierto en lo que dicen, matarían por ocupar el lugar de su capitán. Y es que sólo yo, la noche que embarcó, fui testigo de por qué la llevaba en brazos.

105. Agua, piel y sal.

Hazme el amor.  Si tienes aletas: nádame. Si tienes manos, rema. Si eres osado: bucéame. Elige el momento y lugar pero disfruta conmigo. De mí. Deslízate por mi espalda espumosa, explora lentamente mis playas. Admira mis texturas, colores y olores infinitos. Mécete sobre mí y siente el movimiento amable de mis mareas, que te reciben en calma. Agitaré mis olas para provocarte vértigo y risas. Déjate llevar. Confía en mí. Siénteme desafiante, embravecido,  finalmente rendido. Cubro tu cuerpo de espuma, juguetona, corres hacia la arena. Te sigo un rato pero no puedo ir más allá. Te giras, me sonríes pícaramente y cubres tu cuerpo con una toalla. Vuelve cuando quieras. Aquí seguiré tendido a tus pies. Esperándote. Trae a tus hijos y nietos. Pero por favor, suplícales que no me dañen. No me manchen. No me maltraten. Necesito permanecer  intacto para que me disfruten  muchas generaciones. Explícales que si me respetan les compensaré. Deleitaré su paladar con frutos exquisitos. Vestiré preciosas puestas de sol para sus ojos. Cantarán mis sirenas para sus oídos. Que vengan desnudos, sin aceites, ropas, perfumes ni joyas… que no ambiciono nada, solo quiero piel y caricias. A cambio ofrezco agua, sal y océanos de placer.

104. EN EL FONDO DEL MAR (Margarita del Brezo)

El nuevo trabajo era todo un reto; muchos lo habían intentado antes sin conseguirlo y esa responsabilidad me ponía nerviosa.

Comprobé el equipo de buceo antes de sumergirme. A medida que descendía, el frío y la oscuridad se hacían más intensos, pero el espectáculo merecía la pena; los documentales de la 2 no le hacían justicia. Nadé sobre fumarolas colonizadas por gusanos tubícolas y sonreí recordando a mi hermana, que chillaba cada vez que veía una lombriz. Un pez borrón chocó contra un objeto y me acerqué expectante, pero solo era una botella sin mensaje, falsa alarma. Intenté concentrarme en la tarea. La belleza de los arrecifes de coral, tan parecidos al campo de amapolas de mi pueblo después de llover, los cangrejos albinos, los calamares vampiro y el sinfín de extrañas criaturas marinas no me lo ponían nada fácil.

El tiempo transcurrió deprisa. Me disponía a subir cuando observé un destelló a la luz de un pejesapo que pasó por allí cerca. Al aproximarme, casi me ahogo de la emoción: junto a varias monedas, estrellas de hotel y clips oxidados estaban las famosas llaves, ¡lo había conseguido!

Y ahora… que cambie otro la letra de la canción.

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