Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

91. ¡Mirad!

Ni si quiera los gritos de << ¡Tierra! ¡Tierra!>> de mis compañeros me distraen de mis cuentas matutinas: <<…ochenta y cuatro del génesis del horror, día ciento treinta  y siete de la muerte de mi padre, día noventa y dos de la muerte de mi madre, día cincuenta y tres de la última vez que vi a mi hermano…, día veintiséis del inicio de este viaje>>. Terminados los rezos, levanto los párpados; todo un océano ante los ojos, una única esperanza a la vista.

90. Cosas que ver por la ventanilla de un tren (Arantza Portabales Santomé)

La mujer se parece a ti. La niña también. Habla por el móvil mientras la niña salta a la pata coja intentando no pisar las líneas asimétricas que dibuja el pavimento. Cuando ya estaba seguro de que ella no eras tú, me he dado cuenta de que tiene tu lunar bajo el ojo derecho. Luego ha gritado dirigiéndose hacia Paula, que no es Paula, pero que tiene los ojos de Paula, sus coletas y su sudadera rosa. No sois ellas. Todas las niñas del mundo tienen una sudadera de ese color y una madre que les grita que no se acerquen al borde del andén. No sois ellas. Solo es un lunar. Y Paula ya tendría veintitrés. Seguro que no llevaría coletas, sino dos piercings, como la pelirroja del asiento de al lado que escucha música en el móvil mientras golpea rítmicamente el reposabrazos con un boli BIC.
Pego mi cara al cristal, absorto en la mujer que no eres tú y en la niña que no es Paula. Hasta que el tren inicia su traqueteo y el lunar, las coletas y el andén se difuminan.
Desaparecen. Desaparecéis.
Como gotas de lluvia que se depositan sobre la superficie del océano.

(RELATO FUERA DE CONCURSO)

89. La leyenda del capitán

Atravesé la puerta de la taberna en el momento en que los dedos del pianista comenzaban a acariciar las teclas del decrépito piano. El humo y la falta de luz difuminaban los rostros y en el aire se palpaba un rancio aroma, mezcla de sueños rotos e ilusiones perdidas. Cuando ella comenzó a cantar los murmullos se apagaron, mientras el dulce arrullo que surgía de su garganta iba haciendo brotar lágrimas en los ojos de aquellos encallecidos marineros. Su voz aunaba viento, olas y salitre. Cruzamos las miradas y sonrió al reconocerme. En aquellos maravillosos ojos azul cobalto volví a ver la profundidad del océano al que nos había arrastrado junto con sus compañeras, cuando mi tripulación enloqueció con sus cantos. Mis hombres penan hace siglos sus culpas en el infierno, pero para mí el diablo eligió una tortura mayor, dejarme vagar eternamente tras sus pasos buscando venganza. El piano enmudeció al fin, y ella se retiró dirigiéndome una última sonrisa triunfal que me hizo estremecer. Como tantas noches solté el cuchillo que aferraba en el bolsillo de mi gabán, y volví a suplicar al diablo que, en lugar del alma, me arranque de una vez este maldito corazón enamorado.

 

 

88. OFRENDA (Cristina Requejo)

El mar es una ballena que se lo traga todo.

Su oleaje, la ciclotimia de sus mareas, la sal que irrita los ojos, el hombre que, desde una roca apartada, observa a una niña, mientras con  una mano, juega dentro de su ceñido bañador, ajeno al vaivén de las gaviotas. El mar es dolor.  Lo sueño  como una inmensa vasija de semen capaz de  preñar a esa ballena que se lo traga todo.

Conocí a un hombre que estaba sentado en una  roca, vertiendo sus fluidos en el agua. Quiso volar conmigo una cometa. Jugamos hasta que esta se desprendió del hilo,  y entonces él se entretuvo  con mi pelo.

Pasado un tiempo dibujé aquella tarde de juegos en un papel y la pinté por encima con acuarela blanca, para que permaneciera oculta.

El mar sigue doliendo.

Hoy, deseando que lo devore, he ofrecido mi dibujo a la ballena.

Dicen que el mar nunca devuelve nada, pero tal vez con mi inocencia, decida hacer una excepción.

87. PIÉLAGO (María Jesús Briones)

Había nacido en uno de los pedacitos de tierra que salpican el Océano llamado Mundo.
El destino lo hizo hombre, le llamó Tristán y la fatalidad le privó de piernas.
En la playa tomaba baños de noche al borde del agua, jugueteando con un tridente y su caracola preferida.

De la madreperla surgían acordes cuya sonoridad llegaba hasta el «Palacio Submarino». Allí preparaban los esponsales
de Nereida con Tibúr, príncipe marino, temido por su ejército dental de destrucción masiva.

La novia, aterrada por la voracidad de Tibúr, rechazaba, una tras otra, las colas nupciales incrustradas de corales y brillantes gambas transparentes. Emitía gemidos tan graves que arrastraron a Tristán a las profundidades.

Tibur custodiaba la entrada formando un muro con su aleta impenetrable. Al percatarse de la presencia del intruso, buscó sus extremidades y, al no advertirlas se revolvió hacia el tronco, sintiendo el peso del arpón, que Tristán alzó como un trofeo a los ojos de ella.

Nereida, emocionada, dio masajes y caricias a los muñones de él. Una larga cola crecía y crecía, hasta convertirlo en el tritón de sus sueños.

86. Artículo de comercio (Rosy Val)

La peinan y maquillan, si bien, ella no necesita acicalarse. Se mira en el espejo y un miedo desconocido tizna su vestido inmaculado. Tampoco le atacan los típicos nervios del momento, pero está confusa y aunque se lo hayan explicado cien veces, sigue sin entender esta parafernalia. En cambio, sí recuerda las mil que le han martilleado, que tiene que caminar derecha, lentamente y por el pasillo central.
Según se acerca al hombre, un océano de escarcha le recorre desde sus bucles hasta sus zapatos blancos. A un lado del pasillo están sus padres, que con mirada suplicante le reiteran, que en nada aprenderá a quererlo. Al otro lado, ajenas a sus silentes lágrimas, dos amigas suyas le dicen por lo bajini, que si después se apunta a jugar a las muñecas.

85. UNA ISLA MALDITA

Sin saber como, me vi en una isla rodeada de seres anómalos.Unos necesitados de lentes, otros, con el  cabello agrupado en coleta, los engominados con sonrisa profident ; por ultimo los refinados, portando trajes de Armani…

Observando el magnánimo océano barrunte, como iba a escapar del islote, rodeada por tanto capullo, descubriéndose como simples seres, desfigurados por  mentiras,ambiciones, corrupción y fraudes.

 Se aproximaban agasajando-me con promesas:un ejército de barcos presididos por capitanes intrépidos,  un submarino amarillo, siendo la reina sirenita de las aguas saladas y me deleitarían con música celestial formada por delfines.

Todos suplicaban, ¡que los portara conmigo al país de nunca jamás! Única forma de metamorfosear al monstruo en ser humano nuevamente para volver a ser honrado.

Repentinamente surgió de las profundidades oceánicas la ballena Moby Dick, susurrándome al oído que no errara al elegir…

Espada en mano fui abatiendo-los y despojándolos de sus mendacidades,aun así, se revolvían queriéndome atrapar y me vi obligada a saltar al gran océano aventuran-dome a una verdad tajante…en la isla ,no había quien me guiara de vuelta a la calma de mi bañera. Emergí rauda, ahilé mi cuerpo y me regocije en el sofá para ver la película: ¡tiburón ataca de nuevo!

84. Gracias por esta noche

Algo se rompió entre mi mujer y yo. Un algo líquido, viscoso, que manaba por una fisura recóndita de nuestra relación y acabó inundándonos, separándonos por un océano de inquina. Al comienzo éramos unos náufragos enviándose mensajes en botellas con las coordenadas de una isla de reencuentros: la cama. Pero esas treguas —burdos intentos por reconciliar lo imposible— acabaron. Dejamos de vivir juntos. Nos convertimos en continentes comunicados por dos submarinos de propulsión atómica —Juan y Andrés— que amenazaban con desencadenar una catástrofe nuclear en sus continuos viajes de ida y vuelta por las profundidades de la custodia compartida.

Los muchachos crecieron. Con pastillas y ayuda sicológica sequé el océano de odio que nos separaba. Ante mi vista se abrió un fondo marino con restos abandonados del matrimonio. No me siento orgulloso de ese paisaje profundo, abisal. Por eso prefiero mantenerme siempre en la superficie.

Sé feliz. No me llames.

83. PÁGINA NEGRA (Carles Quílez)

El mar que lamía su aldea se había convertido en un vaivén en su barriguita. Sobre su cabeza, en lugar de cielo, sólo había un pequeño cuadrado. Azul significaba día. Negro, la noche oscura.

La vieja Mangá había soñado que un monstruo de madera, lleno de hombres pálidos, arribaría un día a la playa y les arrebataría la libertad. Nadie la creyó y ahora todo su pueblo yacía en la panza del monstruo.

El cuadradito se abrió repentinamente y un jirón de aire limpio le acarició los pulmones. Hubiera gritado de alegría si no fuera porque el hombre pálido de la cruz bajó por la escalera. Cerró los ojos e imploró al Padre Océano que la librara de él. Todavía recordaba el fuego que le metió entre las piernas. Y la sangre. Y al pensar en ello, el vaivén de su barriga creció como una montaña.

El hombre fue hacia ella, pero esta vez sólo le mojó la cabeza con agua y trazó una cruz sobre su frente. Entonces, el mar se agitó y el hombre cayó al suelo. Mangá se abalanzó sobre él y le golpeó la cabeza con sus propias cadenas. Sangre por sangre.

Padre Océano había escuchado.

82. ROJA (Marcos Santander)

Lo vimos a través de las pantallas que habían sido instaladas en uno de aquellos recintos a modo de inmensas plazas preparadas, ex profeso, al objeto de cubrir las necesidades de reuniones decisivas o informativas. Podríamos ser en aquel momento unas cien mil personas de los casi medio millón de habitantes-viajeros que compartíamos, esperanzados y tristes, aquel vehículo espacial, uno de los muchos que habían construido para poner a salvo al uno por ciento de la humanidad en una Tierra a punto de ser calentada hasta su evaporación por su estrella madre, convertida en odiosa y asesina madrastra, que había acelerado su proceso estándar de conversión a gigante roja dejando sin argumentos a los científicos.

Ya estábamos libres de la gravedad terrestre y viajábamos rápido alejándonos del agradable refugio azul. Con los ojos fijos en aquella pantalla vimos, primeramente, cómo todos los océanos se convertían instantáneamente en vapor ocultando al planeta tras una gran nube blanca. Cuando esta se disipó pudimos ver, con los ojos hechos llanto, cómo todo lo que la Tierra contenía se incendiaba hasta desaparecer dentro de una llamarada mayor llamada Sol en la versión más cruel y roja que jamás dicha estrella había tenido.

81. ¡A LA MIERDA CARONTE!

Perder el conocimiento es un regalo.

Quiero regresar a la escuela, abrir el mapa de Europa y tapar el Mediterráneo con el dedo, o dibujar con el lápiz un puente, o vaciarlo en un vaso…

Cientos de ensoñaciones pueblan mi vigilia.

El sol…

No tenía ni idea que existieran lanchas neumáticas tan grandes. Cabe en ellas tanto refugiado. Estamos tan apretados…

Mecido como en un sueño, no sentir.

¿Cuántos días llevamos a la deriva?

La sed…

Abro los ojos a la noche.

En lo alto las esferas mantienen en orden el universo. La luna ilumina las nubes que se me antojan espuma en un océano de estrellas.

Hace frío.

De repente la embarcación está casi vacía. ¿Y la gente? ¿Dónde están los niños? ¿Se han ahogado? No quiero pensar. ¿De dónde ha salido este viejo? No entiendo lo que me dice.

-Amigo, te está pidiendo un óbolo. –Me traduce una sombra.

-No tengo nada. ¡Déjame!

El anciano se muestra impaciente. Yo le ignoro. Enfurecido comienza a golpearme con su bastón. Duele. Intento defenderme y forcejeamos. Tropieza. Quiere incorporarse y con el vaivén del mar cae por babor.

Y se hunde como una piedra.

Creo que ya nunca escribiré este reportaje.

80. La venganza de las especias (María Rojas)

Arquimio el Sordo, era un tirano cruel de ojos colorados y saltones. Su lacayo, un tal Mormesino, era quien se encargaba de llevarle y traerle los chismes que andaban por el reino y más allá de los mares.
Un día, el tirano se llenó de ira y dio la orden de matar a cinco de sus mejores navegantes por controvertir sus órdenes en cuanto al rumbo de navegación. Los hombres de mar, en esos momentos, ajenos a su suerte, buscaban con afán en los profundos y encrespados océanos, la Isla de la Especiería. Al cabo de dos meses regresaron los expedicionarios marinos, alegres, por haber conseguido el difícil propósito.
Arquimio el Sordo, de inmediato, los mandó llamar; quería, antes de asesinarlos, conocer la ruta a seguir para hallar tan codiciada Isla. Cargados con sacos repletos de especias se presentaron ante el tirano, y le contaron, que habían conocido a una seductora y sabia reina, que tomaba chocolate perfumado con vainilla y coloreado con achiote y ajíes, especias que le concebían saber y sensualidad. No acabando de decir esto, Arquimio el Sordo pidió que le prepararan tan exótica bebida. Cayó fulminado, sin decir ni mu… los navegantes también tenían su Mormesino.

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