Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

33. Más allá de las estrellas (Ginette Gilart)

Fue al salir del cine, después de ver la película “2001: Una odisea del espacio”, que decidió estudiar astrofísica.
Ya de niño le gustaba contemplar el cielo estrellado en las noches de verano. Su abuelo le señalaba las constelaciones y le hablaba del sistema solar y de otras galaxias. De adolescente se empapó la “Saga de la Fundación” de Isaac Asimov y finalmente se matriculó en físicas.
Pero no acabó la carrera, se topó con mala gente que le prometió ver la Luna, las estrellas y viajar en barco a Venus.
Hoy se le puede encontrar en alguna esquina de la ciudad y por poco dinero te invita a escuchar historias de ondas gravitacionales y de viajes interestelares.

32. E LA NAVE VA (Purificación Rodríguez)

—¡Todos los años lo mismo, oye! La nave a punto de salir para la tierra y siempre hay alguien que se retrasa. ¡Bueno se va a poner de tráfico el pasillo de vuelo! Menos mal que el congreso no es mensual.

¡Al fin! Por allí vienen corriendo. —¡Vamos, subid de una vez! ¡Uff! Ya estoy mayor para esto. En la próxima convocatoria que organice otro al personal.

¡Atención, señores  pasajeros! La nave interestelar “Sendero del Molino” se dispone a iniciar el viaje al planeta Tierra para asistir al encuentro de Entecianos procedentes de toda la galaxia. Aseguren sus anclajes a los asientos y disfruten de nuestros exquisitos zumos a bordo.

—¡Huuurra! ¡Bieeen! ¡A la tierra de nuevo! Por cierto, a ver si aún quedan bares como los que frecuentaba el bisabuelo, tú. El año pasado nos costó encontrar uno.

31. Rescate (Juan Antonio Vázquez)

Mientras los demás niños jugaban yo disciplinaba mi curiosidad sobre el universo importunando el descanso de mi abuelo con mil preguntas. Había sido astronauta, como mis padres, a los que a duras penas recordaba elevándose tras una estela de fuego en dirección al firmamento. De mayor quisieron explicarme los detalles técnicos: el anclaje, un fallo en la Estación… un dominó de fatalidades de las que solo me importaba el desenlace: su transbordador perdido a la deriva con billete de ida a ninguna parte.

Hoy cumplo cuarenta años y ayer nevó. Lleva todo el invierno haciéndolo. Y hoy por primera vez he salido de mi garaje, he desdeñado calculadoras y fórmulas –con el trabajo cumplido–, y he dado un paseo hasta la abandonada plataforma de lanzamiento. He montado la bicicleta, le he conectado los cables, los diodos y he pedaleado hacia atrás. Un copo se ha movido; fue un pequeño espasmo casi imperceptible que se repitió segundos después y que lo agitó levantándolo del suelo y sosteniéndolo en el aire antes de empujarlo con suavidad al cielo.

Sonrío. No pararé de pedalear hasta ver descender la nave. Me subiré con ellos. Y solo entonces dejaré que el tiempo camine por derecho.

30. UNA ESTRELLA FUGAZ (Salvador Esteve)

Canturreaba recogiendo helechos para un conjuro de amor, cuando cazadores furtivos de su inocencia la violaron con crueldad.  Su vientre aumentó.  Avergonzada y temerosa, contó una historia increíble: la habían abducido.  Fue la comidilla del pueblo y las habladurías se dispararon, “Mariana, por fin, había retozado con mozo”.

La sonrisa huyó de su rostro y solo volvió cuando nació su hijo.  Siempre le dijo que era especial, pues su padre era un ser venido de las estrellas; él la creyó, pasó su infancia soñando surcar el espacio hasta encontrarle.

Aguantaron burlas, insultos, desprecios, pero el tiempo apacigua maldades.  Mariana murió, y el pequeño se hizo hombre.  El espejo le devolvía una anodina existencia que abrazó sin queja.  Casó con la hija del boticario, mujer de corazón bello que le dio dos hijos.  Hombre parco en palabras, les inculcó la tolerancia, pero, sobre todo, el coraje de abrir sus alas y volar en busca de sus sueños.

Hoy, solo, sentado en el porche con la compañía en sepia de su mujer, mira al cielo, como cada noche, esperando una luz viajera; su madre le dijo que era especial y él la creyó.

Los párpados lastrados de vida se le van cerrando.

29. CÁPSULA DE HABITABILLIDAD Nº 23.483

CÁPSULA DE HABITABILLIDAD Nº 23.483

ORBITANDO EN MARTE DESDE 2457
HORA DE LA DES CRIOGENIZACIÓN 21:00

Me duelen los huesos, siempre me siento igual después de la des- criogenización, cansada y entumecida. En realidad soy una anciana, aunque mi aspecto siga siendo el de alguien de treinta y pico. Elegí este año no sé muy bien por qué, aunque qué más da, el futuro sigue siendo lo mismo, oscuridad y soledad, décadas orbitando alrededor de Marte. Nos prometieron la eternidad y lo cumplieron pero nadie nos habló de esta sensación de incomunicación, de ingravidez y oscuridad sin fin.
Después de la invasión de los reptilianos qué otra cosa podíamos hacer sino aceptar su oferta de vida extraterrestre, “la aventura del futuro” nos vendieron y caímos como moscas, todo para robarnos el agua; océanos y ríos secos, dejaron nuestro planeta más yermo que la de Lorca.
Y aquí estoy yo, en mi cápsula de habitabilidad de diseño austero y blanco inmaculado, aburrido, en el espacio todo es aburrido, pero sobretodo la comida es aburrida, píldoras insípidas y pasta de proteínas y vitaminas con sabor “a lo lejos” de algo que podría recordar a algo dulce e indeterminado. Sin comer bien uno no tiene ganas de nada.

28. Y los sueños, sueños son

Mientras mi hermana mayor soñaba con una gran  familia, la pequeña declaraba, con una seriedad cómica para su edad, que quería ser:  payasa o astronauta

Lo primero lo consiguió muchas veces, seguramente más de las pretendidas, pero lo de astronauta se puso francamente difícil, una vez que quedó patente su  pánico a las alturas.

10 años tenía, cuando el hombre llegó a la luna y mientras nuestra abuela aseguraba que todo era una trola, ella miraba hacia la luna con fascinación creciente.

Terminó como controladora de vuelo, que fue la profesión más cercana al cielo que pudo conseguir, sin despegar un pie del suelo.

Un día, cuando ya todas peinábamos canas, desapareció.

Buscamos por tierra, mar y aire pero sólo pudimos seguir su pista hasta el edificio España. Allí, el ascensorista nos aseguró que la subió hasta la última planta y supuso que había descendido por la escalera.

Jamás bajó. No encontramos ningún rastro: no había denuncia de accidente alguno, ni carta de despedida… nada.

Desde entonces, cuando la echo de menos, miro a la luna y tengo la certeza inexplicable de que me observa desde allí. Luego, me acuesto tranquila, a lidiar con mis propios sueños.

27. La otra cara de las estrellas (Estíbaliz Dilla)

Carlos pasea sus días de jubilado astronauta por la ciudad sintiendo a cada paso la fuerza gravitatoria. Cuando ve un niño intenta sonreír, pero es incapaz. En ese instante le invade la tristeza, un pequeño precio que ha de pagar a cambio de una sensación de alivio para toda la eternidad.
Por las noches no deja de soñar que está a bordo de la nave Smile II de la que fue tripulante a lo largo y ancho de la Vía Láctea. Entonces es cuando aprovecha la oportunidad de hacer lo que mejor se le daba: Emitir sonrisas.

Cuando diagnosticaron aquella terrible epidemia que se propagaba de una galaxia a otra aniquilando estrellas, la NASA no tuvo más remedio que propulsarle al espacio para recargar la iridiscencia del firmamento y evitar colapsos interestelares y formaciones de agujeros negros; y fue así que pasó más de treinta años orbitando por las constelaciones irradiando luz y alimentando la bóveda sideral.
Fue un trabajo de héroes que aplacó las ondas gravitacionales de exponencial negatividad que exhalaba la Tierra, creadas por la inquina humana que atentaban contra el cosmos.

Ahora cobra una pensión de magnitud galáctica que intenta paliar su heredada enfermedad profesional.

GRACIAS, STARMAN (Modes Lobato Marcos)

(Relato fuera de concurso)

 

Desde niño oí decir que los ángeles eran seres que entregaban luz e ilusión a la monótona vida de los hombres.

Hace tres años, encontré uno.

Cayó a la Tierra, accidentalmente o no, rozó mi corazón y, desde ese instante, dedicó su existencia a convertir la mía (y la de muchas otras  personas) en más plena, más llevadera, más…

Más feliz.

Y, en aquellos momentos en los que un manto de oscuridad parecía abrazar mi alma, él y sus ideas abrieron puertas a la esperanza,

Quizá nunca lo supo, pero entonces me ayudó. Me ayudó mucho.

Por eso hoy, aquí, ahora, quiero darle las gracias.

Él le restará importancia y seguirá con su humildad por bandera, ajeno al bien que, gratuitamente, aporta.

Pero a mí ya no me engaña.

Por fin he descubierto que JAMS no significa Juan Antonio Morán Sanromán.

En realidad, el nombre de ese ser estelar es Júpiter Mercurio Saturno.

«¿Y la A?», os preguntaréis.

Bueno…¿Acaso no dije al principio que tres años atrás encontré un Ángel?

26. CHALLENGER

Siempre deseé pasear por el espacio exterior. Ver, desde el negro infinito, el azul de esa pequeña esfera en la que vivimos. De niño  me ponía, a modo de casco, una caja de cartón en la cabeza, unida por  tubos flexibles a una vieja mochila, el mono de trabajo de mi padre y los guantes del jardín y las botas de agua de mi madre. Caminaba por la cara oculta de la luna dando pasos largos y pausados, a cámara lenta, alumbrando la penumbra del pajar con la  linterna de los días en los que fallaba la luz. O saltaba los charcos del camino como si la gravedad no existiera. Hacía migas de galletas y chocolate y las ponía en bolsitas para la hora de merendar. Pues eso, que jugaba a ser astronauta. Nunca pensé que lo conseguiría o, al menos, algo muy similar. El día en que la conocí y conseguí darle un beso, floté. El cielo se cuajó de estrellas, tan cerca de mis manos que hasta creí tocarlas, y, así, en gravedad cero, el bofetón que cruzó mi cara fue como la explosión del Challenger o, más bien, la implosión de mi corazón en el pecho.

25. Gigante (Lorenzo Rubio)

Anda refugiándose entre las montañas de la Antártida. Subsiste alimentándose de cetáceos y ataviado con pieles de osos polares, lobos marinos y otras especies. Rodeado de miseria, no se rinde a la desidia y busca distracciones, como cuando extiende en toda su plenitud sus piernas y, combatiendo la falta de oxígeno del espacio sideral, se asoma e intenta capturar con sus manos alguna nave que viaje por la galaxia para jugar con ella como hacía de niño con su Águila Imperial de juguete. Él nunca olvida la infancia: su época de felicidad; cuando aún era una persona normal y todos le adoraban por su desparpajo. Pero ahora, en ocasiones, la angustia le supera y, dando zancadas kilométricas, cruza el océano y regresa a su ciudad natal. Allí se acerca a casa, se agacha y observa emocionado a su familia; pero, inmediatamente, sus padres cierran las ventanas, los aviones de caza sobrevuelan el perímetro y él se ve obligado a huir hacia el gélido exilio para guarecerse de tanta crueldad que le cayó encima el día que, por una desconocida enfermedad, comenzó a crecer y crecer sin fin, y dejaron de llamarlo por su nombre para tildarlo de monstruo.

24. Cosas de locos.

– Ya he realizado todas las pruebas necesarias Alfredo. He estado durante meses en una sala para afrontarme a la gravedad. Me han hecho todo tipo de pruebas y análisis, he probado alimentos que no he visto en mi vida, y después de todo esto, ya estoy apto para formar parte de la tripulación de la nave. Ha sido un camino largo y duro, Alfredo – Le explicaba mientras se ponía el traje de astronauta.

-¿Y cómo has hecho para que te acepten? – Le preguntaba Alfredo con los ojos como platos, dando vueltas sobre sí mismo y tatareando una de sus canciones favoritas.

En el momento que Pedro se disponía a contestar, entraron en la sala dos hombres uniformados de blanco con semblante serio. Se acercaron donde se encontraban Pedro y Alfredo.

– ¡Hora de la medicación! – Exclamó uno de ellos mientras abría un bote de pastillas.

Alfredo se dirigió al que sujetaba a Pedro con sus brazos. – ¡Yo también quiero ir al espacio!, ¡quiero salir de aquí!,  ¡yo no estoy loco! – Gritaba, mientras Pedro y el resto de pacientes en la sala lo miraban más cuerdos que nunca.

23. VIAJE ASTRAL (M.Belén Mateos)

Tras meses sin una sola aventura, me propuso un inquietante viaje a la luna. Lo adornó con tecnicismos y explicaciones que se escapaban a mi entendimiento; con afirmaciones atípicas, sugerentes y nada descabelladas, que me hicieron percibir un halo de luz blanca en la oscuridad de nuestro horizonte.

Me preparó el desayuno con nutrientes y cápsulas concentradas con sabor a nada, una rosa y una vía láctea envuelta en palabras. Me besó ardorosamente en los labios dejando una estela de cometa en  mis comisuras, empalagadas de meteoritos de saliva, a modo de cráteres formando ese espacio infinito de nuestra galaxia.

Bajé la persiana, deshice la cama y me dejé llevar por un lunático que adoraba a Selene y a sus pequeños defectos humanos.

Una explosión de sensaciones en mi astronomía, un estado de exquisita ingravidez, ese viaje por las turbulentas constelaciones del sudor entre las sábanas…

 

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