Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

85. ONDAS NUNCA INTERRUMPIDAS

El equipo de salvamento calculó que el aparato de radio llevaba dos días roto. Sin embargo, aquella información no encajaba con lo que el único superviviente que encontraron a bordo les había dicho, apenas sin aliento, al verlos traspasar la carlinga del avión siniestrado. Según afirmaba aquel joven de algo más de veinte años, había estado escuchando música solo unos minutos antes, mientras esperaba su llegada.

Una melodía preciosa, como las que solía escuchar en la radio de casa justo antes de dormir… Y la voz de la locutora susurrándome entre canción y canción que no me preocupara… Me he librado por muy poco

Freddy se desmayó de agotamiento. No había comido ni bebido en 48 horas. Cuando recuperase fuerzas, tal vez pudiera contarles más cosas sobre aquel misterioso programa de radio que había estado escuchando sin receptor en alguna parte de su ser.

 

La lancha de salvamento se alejó del costado del avión accidentado, chapoteando estruendosamente. Mientras aquel amasijo de hierros iba hundiéndose poco a poco, se dejó oír en su interior una melodía de suaves cadencias. En la emisora de radio del puerto, los padres de Freddy Bonham recibían absortos las dulces palabras de ánimo de una locutora.

84. MEMORIAS SOBRE UN FENÓMENO (Óscar Quijada Reyes)

Mi rostro lo decía todo, estaba compungido, contrariado y ofuscado. No era el único, mis amigos salieron a las calles, la plaza principal se llenó de gente y cada quien reflejaba a su manera la molestia que lo invadía. Nadie encontraba forma de llenar el vacío, era domingo y todos habían cumplido con sus quehaceres y obligaciones. Algunos leyeron los diarios más de una vez y, hasta el prefecto, un hombre de pocas palabras, se detuvo en una esquina y no paraba de quejarse. Experimentamos en carne propia la magnitud de un fenómeno de la época.

A punto de convertirme en nonagenario tuve recuerdos funestos de aquel episodio de mi juventud. Me afectó tanto, que aún sufro sobresaltos cuando viene a mi mente. Ese día ocurrió una tragedia real para mis paisanos y para mí: la única emisora de radio de nuestro pequeño y apartado pueblo estuvo fuera del aire por varias horas, las mismas en las que se efectuaba el tan esperado derbi.

83. ESPERANZA (María Jesús Briones)

La navaja sobre las venas malva. Cartones de vino peleón agotados, bajo sus pies en el asfalto.
Como una catarata, la niebla envuelve los neones cegando la ciudad.
Resbala en filo por su piel. Fortunato Se detiene.
Surge «La voz del solitario».

– Mis queridos corazones despoblados…

El locutor pone especial énfasis, modulando cada palabra, por encima del «Nocturno» Chopiniano.

– Me llega vuestro silencio como un grito de socorro.

El cuchillo en sincronía con el piano inicia una danza loca por el escenario de la carne temblante.

– Aunque hayais sentido el abrazo traicionero en vuestros trabajos, hogares y de los que creíais amigos…

Brota la primera lágrima, lágrima de sangre que Fortunato dedica al mundo.

– Un teléfono os espera, para vuestra desesperanza. Si vuestro movil es…

El hombre, haciendo uso del exiguo saldo, lanza un último mensaje.

La niebla, cada vez más densa se cierne sobre la ambulancia, hasta la tercera vuelta de campana.

Los acordes musicales póstumos continúan surgiendo desde el humilde transistor.

82. A LAS SEIS HORAS, SEIS MINUTOS, SEIS SEGUNDOS…

En control, Paco con ágiles dedos sube la regleta. La sintonía suena como un centenar de caballos desbocados que corren sin aliento durante veinticinco segundos exactos para frenar de golpe ante un acantilado sin fondo, un abismo gigante, negro y silencioso. Ángel lo observa un instante y salta al vacío. Con el cuerpo tenso y sus músculos respondiendo a cada precisa solicitud dibuja una figura perfecta en el espacio para luego sumergirse en la honda obscuridad.

Y entonces habla.

Con los nervios encadenados al alma articula cada fonema, cada palabra, recreándola con una dicción estudiada. La entonación es precisa, la respiración acompasada. Las oraciones se suceden y las noticias son construidas con vertiginosa celeridad. Las verdades casi asépticas, empaquetadas con esmero, fluyen y se pierden para siempre en el éter.

Es el trabajo de un profesional meticuloso, curtido, sin rostro.

Al otro lado del aparato el oyente vive desamparado el estupor y la incredulidad; el dolor anónimo de quien entiende incomprensibles las razones de tanto sufrimiento, tanta hambre, tanta destrucción y tanta muerte.

El diablo hace sonar las trompetas que anuncian el horror. Ahora toca vivir en directo el fin del mundo y  descubrir que Dios no escucha la radio.

81. De mañana (Patricia Collazo)

Su voz es hoy más dulce que de costumbre. Me dejo arrullar por su cadencia tratando de interiorizar lo que dice. Todo me parece trascendental, incluso cuando repite aquello de una hora menos en Canarias.

Mientras conduzco, saluda a los oyentes que recién se incorporan. No me gusta que haga eso. La acompaño desde las cinco, y ella saluda a los remolones. No lo merecen.

Casi las nueve. Con el coche detenido cerca de la oficina, espero. Nuevamente llegaré tarde por quedarme a escuchar su hasta mañana amigos. Pero no dice hasta mañana, dice hasta siempre, dice que es su último programa y un montón de cosas que no entiendo.

Tengo la peregrina idea de retrasar el reloj como si estuviera en Canarias, y volver a escuchar la última hora. Seguro que no ha sido una despedida, seguro que no lo he entendido bien. Pero no consigo engañarme.

Los oídos me zumban.  Subo el volumen, golpeo la radio, el volante, los cristales. La señal horaria suena estridente en el momento en que bajo del coche, y me dejo atropellar.

80.- SINFONÍA ACUÁTICA Paloma Hidalgo

Yo en el borde del río, con los pantalones remangados y los bolsillos llenos de miedo. Venga hijo, tú puedes. Padre, desde el otro lado, instándome a vadearlo. Sin poder evitarlo, sigo atenazado, con los reteles a la espalda y la nasa con el cebo para los cangrejos en la mano derecha. Hijo, cruza, que no trae casi agua, que madre espera para hacer la cena. Padre, búsqueme la emisora. Él que enciende el transistor, saca la antena, y gira la ruedecilla hasta encontrarla con los muñones que le dejó la segadora del amo. Cierro los ojos, me preparo, pero durante unos segundos no escucho otra música que la que toca el agua. La misma sinfonía acuática, para un niño difunto, que ejecutaba el día que él quiso venir conmigo a pescar la cena, sin que yo pudiera hacer otra cosa que ver cómo se lo llevaba en su corriente crecida. Luego, los acordes musicales del programa vespertino que por fin sintoniza padre me pellizcan los tímpanos, y derrotado y triste, puedo cruzar para ayudarle a colocar en los reteles la carne macilenta que atraerá a nuestra cena.

79. Heridas que no sangran, pero duelen

Está sonando otra vez esa canción machacona en la radio. Bajo el volumen. Aún me molesta. La apago. Casi no puedo pensar de la rabia, me obsesiono con cualquier cosa. No sé cuándo me he convertido en esta persona desagradable, yo no quiero ser esto. Recuerdo cuando tú estabas,me esforzaba por ser mejor,por ser digno de ti, me incitabas a alcanzar mis sueños. Ahora qué más da, ya no importa. Soy la sombra de una ilusión, la cuarta parte de algo que nunca fue gran cosa. Me doy pena y es repugnante caer tan bajo.
Doy una calada al cigarro… El humo se escapa hacia arriba y mis ganas de todo se desintegran. Veo una caja con cosas tuyas, quizás sea un buen momento para hacer limpieza, no puedo estar más deprimido así que… Por qué no. Pongo otra vez la radio, ahora han acertado con la canción. Una caja de madera con adornos, un cenicero, algunas cartas… Tiro todo a la basura. Acabo de encontrar una foto… Dos personas se ríen abrazadas, nosotros… Ternura, ilusión, ganas de vivir… Vuelvo a meter todo otra vez en la caja.
Todavía no.

78. TELMO

Era la tercera vez que entraba en la tienda.
Destartalada, vieja. Atestada de centenares de desastrados aparatos.
El dueño, viejo sin edad, diminutas gafas caídas sobre la nariz, mirada de saber, de conocer sin preguntar; siempre atareado con su pequeño destornillador, enredando en inverosímiles cachivaches.
Le miró lentamente.
Esbozó esa sonrisa de las que hablan en la soledad del desierto, de las que iluminan las oscuridades del alma.
* Hola.
* Hola. Pasa. Ya sabes dónde está.
Telmo atravesó el diminuto local.
Con sus doce años, quería ser locutor de radio. Era su sueño.
Apartó la raída cortina. Penetró en el almacén. Estanterías a rebosar, casi a oscuras.
Continuó hasta el fondo. Apartando trastos, telarañas.
Se detuvo, mirando fijamente la balda.
Allí estaba.
El pequeño transistor. La diminuta radio creada por nadie sabe quién, nadie sabe cuándo.
Contuvo la respiración.
Esperó.
Un pequeño piloto rojo se encendió. Al igual que las dos veces anteriores.
Dio un paso atrás.
La radio habló:
* Hola Telmo. Te estaba esperando… Te ayudaré a ser el mejor locutor del mundo.
Telmo cogió la radio.
Salió.
Como única despedida, el viejo le guiñó el ojo.
Tal como hacen los magos justo antes de desaparecer.

77. El parte

En casa se cenaba siempre a las nueve, siempre sin hablar y siempre escuchando el parte radiado lo bastante alto como para que se oyera en el vecindario. Papá ni masticaba mientras aquella voz decía cosas extrañas acerca de una gran victoria sobre una banda de desleales. Cuando mi padre apagaba el transistor, entonces volvía un leve murmullo al comedor, acompañado del tintineo de los cubiertos sobre el plato, y entonces también veíamos a mis padres mirarse de reojo como diciéndose que habría que seguir esperando, y esperando, y esperando… Y tanto esperaron, que nunca les llegó el día.

Hoy los he recordado cuando, sentado a la mesa, he escuchado las palabras que tal vez ellos esperaron tanto tiempo: “Españoles,…”

76. EL DOMADOR DE JARDINES (REVE LLYN)

El primer fonema que me salpicó era fricativo y labial. Saltó desde la repisa donde mi madre tenía el aparato de radio, atravesando con violencia la cuna y plantándose en mí. A él le siguieron muchos otros antes de que empezaran a agruparse formando palabras.

Ya con esa forma me llovían constantemente, yo las recogía a manos llenas dejándome empapar por completo. Entre ellas me sentía tan protegido como antes lo había estado en el líquido amniótico. Agarraba una tras otra y trataba de ordenarlas. Algunas, demasiado cargadas de hercios, me dejaban el cuerpo arrasado, yermo, como un domingo vacío. Otras, en cambio, crecían en mi umbría haciendo dentro un vergel.

 

Con los años aprendí su oculta genética, la razón de sus raíces, el eslabón perdido entre el verbo y los silencios. Dejé de comer, de dormir. Dijeron que me había vuelto loco y vinieron a buscarme. Con una sonrisa trémula me deje hacer. No necesitaba  ya ningún aparato, allí donde fuera llevaba la radio puesta.

 

75. Sospechas (Montesinadas)

Entre canción y canción, el locutor narra pequeñas historias y  acentúa la dedicatoria: “Con todo mi amor para Mario. Juntos muy pronto. Marina”.

“Otra vez esa maldita Marina”, piensa para adentro mientras se recoge un moño alto que despeja su frente y deja ver algunos arañazos en las mejillas. Aunque nunca encontró pruebas, sabe que la tal Marina dedica las canciones a su marido. “Marios hay muchos, pero siento que es para él. Las mujeres sabemos esas cosas”.

Siempre que sonaba el nombre de Mario en el programa y el de Marina se quedaba como alelada mirando la radio. Segundos después, salía de su enajenamiento con las tareas de casa. Hoy, barre los platos rotos, recoge los cristales del espejo partido en mil pedazos sobre la alfombra. Es imposible quitar la mancha rojiza que no termina de coagular. Después, pone en orden, perfectamente colocados, los cuchillos en el taco, cierra las bolsas de basura con dos nudos para que no sobresalgan los trozos y se aplica gotas de lejía en la nariz para anular el mal olor. Pero cuando encuentra el sacacorchos con restos de su carne, sin saber por qué, lo echa de menos y rompe a llorar.

74. EL ÚLTIMO OLOR DE LAS VOCES DE TERCIOPELO (Ignacio J. Borraz)

Una vez escuché una historia bonita. Se murió el primer hombre que puso voz a los avisos de entrada de trenes del metro de Londres, cuando ya su voz había sido cambiada por otra más enérgica, más joven, más moderna. Su mujer hizo una petición sorprendente y romántica y se la concedieron. Mientras ella vivió, volvieron a poner en la estación más cercana a su casa la grabación de voz de su marido de cinco a seis de la tarde. Ella iba cada día y, durante esa hora, se sentaba en un banco y le escuchaba.

La recuerdo ahora que tu voz de terciopelo me acaricia por última vez. Me grabaste este mensaje supongo que porque me conocías mucho y porque temías no regresar. No te puedo culpar, ibas en busca de esperanza y fue lo último que perdiste. Siempre te dije que tenías voz de locutor de radio. Te he estado escuchando día tras día en este habitáculo subterráneo en que me dejaste sola. Pero hoy, en nuestro aniversario, me voy a reunir contigo.

Tu voz me acuna y me adormece entre un suave olor de almendras amargas.

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