Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

71. Te quiero

Supongo que Julio ya se ha reunido contigo, allá donde estés. Te habrá contado que estamos bien; mamá algo más vieja, pero viaja mucho y se mantiene activa. Te echa mucho de menos, a pesar de lo gruñón que eras. Jamás le dijiste eso que nos cuesta tanto pronunciar.

 

Tengo un nieto precioso, se llama Hugo. Julio sí lo conoció, pregúntale cómo es, seguro que te cuenta maravillas. Me acuerdo mucho de ti cuando le miro a los ojos y me sonríe. No me llama “abuelo”, me llama “guapo”. Ya ves, a mí… Si te hubiera conocido, me habrías birlado ese privilegio.

 

Se acerca la navidad, aunque ahora estamos ¡a veintitantos grados! Hay gente bañándose en la playa, te lo juro, como si esto fuera Canarias. Yo creo que sentimos vuestro calor, el tuyo, el de Julio, el de Luis y el de Fernando, los cuatro canarios juntos mirando hacia nuestra esquina sureste. Canarios con alma de gallegos, hombres de pocas palabras que dejasteis una huella imborrable en nuestra alma.

 

Miro el mar y me acuerdo de ti. El murmullo de sus olas expresa lo que, cada día, debimos habernos dicho. A tu manera. A mi manera.

 

A mi padre.

70. Ayman (Javier Ximens)

Mi nombre significa afortunado, y lo fui. Tengo en la jaima un diario de viaje en francés donde mi madre hacía descripciones, escribía sentimientos, poesías y pequeños relatos, como este; también pintaba paisajes, personas y a mi padre (ojos color oasis, dientes sonrientes, barba rizada). A mí me dibujó muchas veces, en las últimas páginas, un bebé que parece un vellón con cara de dátil. Únicamente dispongo de una imagen de mi madre, un autorretrato en un manantial que refleja su rostro de agua y una palmera. Solo puedo soñarlos así, a lápices de colores, murieron cuando yo apenas contaba unos meses. Y sé cómo fallecieron porque ella lo dejó escrito. Se perdieron en el desierto del Teneré y se les terminó la gasolina. Al agotarse el agua mi padre se hizo un pequeño corte y nos dio de beber su propia sangre. Fue el primero en morir. Luego, mi madre hizo lo mismo. En su última noche, cuando vio el final próximo, describió el silencio de arena, el refulgir del firmamento, el horizonte nimbado y me pidió perdón. Sin embargo, el diario termina con una frase en árabe, por eso sé que murió sabiendo que yo viviría.

69. LOS PALPOS DE NARCISO

Narciso nació con los pies por delante, sí señor. Hacerlo de cabeza o de nalgas no puede resultar nunca un buen comienzo, y él tuvo que hacerlo… a su manera.

Hasta los siete años no comió ni bebió otra cosa que no fuera de la teta derecha de su madre, mucho más turgente que la izquierda, como es natural. Lo hizo también a su manera, pero aquello provocó a la pobre una torsión galopante y, cierto día, perdió para siempre el equilibrio al asomarse a la ventana.

Narciso exigió… siempre a su manera, los cuidados que le eran propios, pero el padre nunca pudo satisfacerlo con plenitud a pesar de intentarlo de todas las formas imaginables. Acudieron en su ayuda la segunda esposa, la yaya, las vecinas, la asistenta… y cuando Narciso no tuvo más teta que succionar, a la sazón bien cumplidos los sesenta, se fue consumiendo… a su manera, por supuesto.

Se lo llevaron al camposanto con los pies por delante, sí señor, y en el sepelio, todos hablaban de cómo supo hacer siempre las cosas a su manera, pero también… de sus cuarenta y siete dientes y aquellos enormes palpos que siempre tuvo junto a la boca.

68. Tacos (Mel)

Mamá no nos dejaba decir palabrotas. Nunca, aunque se explotase el boli encima de los deberes y se te escapara un «mierda». Si ella lo oía, te mandaba a limpiar el water. Me pasó varias veces y mi hermano también ejerció bastante de monaguillo. Hacia el final de la  adolescencia, época de rebeldía incluida la lingüística, ya dominábamos varias técnicas de evasión, como el «Charlie-Alfa-Charlie-Alfa» que retransmitíamos con los walkie talkies cada vez que había verduras para comer, o cuando afirmábamos estar «hasta los cojinetes» del instituto y que lo queríamos dejar.

Tanta censura idiomática e ingeniosos malabares con las palabras nos llevó al éxito. Somos esa mezcla entre tradicionales e innovadores que tanto gusta, ya saben, comida sencilla con nombres impactantes, pero a nuestro estilo familiar, claro. Los huevos rellenos cuya yema cocida pasamos por el pasapuré y que otros llamarían «fligrama al polen», para nosotros son «huevos con pelos», y las bolitas de morcilla en tempura arrasan como «zurullos de oro». No estamos seguros de qué diría mamá, pero  en lo que no tuvimos ninguna duda fue en qué nombre poner al restaurante.

67. La herencia

El cordón policial mantiene a los manifestantes a suficiente distancia para que la música que interpreta la banda municipal solape los gritos de protesta. En el lado opuesto de la gran plaza, bajo la fachada modernista del ayuntamiento y subido a una tarima, el alcalde se despide del cargo escoltado por dos maceros y el equipo de gobierno en pleno.

Periodistas, fotógrafos y operadores de cámara están pendientes de recoger cualquier gesto del veterano político, que permanece solemne y hermético. Hasta que comienza a sonar la última pieza musical y una tímida sonrisa va ensanchándose para desembocar en una carcajada. A nadie le cabe duda de que lanza un mensaje a los que lo jubilan de la política local en una lejana embajada. Todo ha sido a su mantera. Y el final aún no está escrito.

66. Paquito, el crooner

El pobre Fran me llamó el otro día. Quería quedar conmigo para contarme algo y desahogarse; me pareció que estaba muy tristón y no me pude negar, aunque no me apetecía nada porque siempre está quejándose de Sammy y esos, pero luego bien que se va de juerga con ellos. A mi solo me llama para penas.

Fran tiene los ojos azules, pero cuando entré en el bar y le vi, me pegué un susto de muerte; morados los tenía. Al principio pensé que eran hematomas y como me había advertido de algo terrible, pensé en una pelea; claro, como anda por ahí de madrugada, por esos garitos, con esa cuadrilla… Pero no, el pobre Fran se había hartado de llorar, porque su mujer, Ava, le había engañado.

Ahí, ahí —pensé yo— donde las dan, las toman. Pero no me pareció prudente decírselo al pobre. Bastante disgusto tenía. Me dio un poco de penita, la verdad; que te pongan los cuernos pase, pero que sea con un torero y a ritmo de pasodoble… ¿qué maneras son esas?

65. UN EXTRAÑO EN LA NOCHE (Sergi Cambrils)

La calle Mar albergaba olas que ahogaban a los inoportunos. Incluso la madrugada que un joven apuesto, vestido con un impecable traje de alpaca negro y un sombrero de alas, llamó repetidamente al interfono de Carolina la pescadera. Tenía un aire desenvuelto y sofisticado y, a simple vista, no parecía de los que armaban jaleo; aunque aquel insistente e intempestivo repiqueteo podía alarmar a cualquiera. Ella contestó por el telefonillo con la voz entrecortada: «¿Quién es? ¿Qué pasa?», exclamó. Se despertó sobresaltada, azorada, no eran horas. La cálida luz de una farola próxima dibujaba la esbelta figura de aquel singular Romeo capaz de todo por sorprenderla. Entonces, su voz almibarada conectó con la noche y, acercándose a la rejilla del portero automático, entró en éxtasis para cantarle, a su manera, una balada llena de bellas intenciones. Yo espiaba desde mi ventana, consumida por la envidia y sin poder frenar la emoción que ascendía por mi espalda. Carolina, en cambio, incapaz de sentir el tiempo detenido al borde de la madrugada, no tardó en asomarse a la ventana con un barreño de lluvia que precipitó inclemente sobre aquella magnífica voz que acompañaba las primeras luces del alba.

64. A su manera (Patricia Collazo)

La primera vez que le escuché decir que era su última navidad, yo tenía cinco años. Recuerdo haberme angustiado. Treinta navidades después, mi abuelo sigue repitiéndolo año tras año. Al menos eso es lo que cuenta mi madre.  Porque los últimos tres, no he compartido la Nochebuena con mi familia.

Desde que estoy con Rubén. Cuando le dije a mamá que íbamos los dos o ninguno, ella se horrorizó: el abuelo no lo entendería.  A menos que quieras presentarlo como un amigo, claro. Dije que si prefería pasar las navidades sin su hijo, a darle un disgusto al pobre abuelo, que llevaba tantos años a punto de morir, era su decisión.

Mi madre nunca fue capaz de contradecirle. Ni mi padre, durante su corta vida. En casa, siempre todo se hizo a su manera.

Este año, enviaré una caja de polvorones, los preferidos de mi abuelo, esos que devorará sin convidar; una tarjeta con mis mejores deseos, y estaré “oficialmente” de guardia.

Es una pena que lo de la guardia sea sólo una excusa, porque cuando el abuelo llegue a urgencias, con su última navidad escapándosele entre los crueles dedos, no estaré allí para poder atenderle personalmente, como se merece.

63. La Era de Acuario (María José Escudero)

Benjamín Cucumber nació contra todo pronóstico y ese fue su primer acto de rebeldía. Su madre —una mujer fatigada— no quería más hijos y, aconsejada por su vecina Dolly, probó brebajes y rodó tres veces por la escalera del desván. Pero estaba ya tan aferrado a sus entrañas que, llegado el momento, se precisó una ventosa para acercarlo al mundo. Y de aquel tránsito traumático, le quedaron dos acentuadas secuelas: una hermosa cabeza de pepino y un ritmo emocional inusualmente pacífico que le distanciaba, sin quererlo, del resto de la gente.
Creció espigado y alegre, y pronto descubrió que no servía para la vida normal. Por eso, y por temor a que el sistema mermara su entusiasmo, abandonó la escuela. Luego partió hacia California con otros jóvenes que halló por el camino y que, como él, eran amables y llevaban flores en el pelo.
Fascinado por la armonía de aquellos momentos sicodélicos, abrazó con emoción el budismo, y rehusó ir a la guerra. Mas ni los golpes ni la cárcel hicieron mella en sus convicciones. Y nunca se rindió.
Ahora envejece serenamente en una granja de Tenneesse, y aún sueña que la paz algún día guiará a los planetas.

62. RECUENTOS POPULARES VOL. II: RETORNO (C. Quílez)

Cuando la comadrona le informó de que su esposa no había superado el séptimo alumbramiento, se había imaginado que el recién nacido sería enorme, pero resultó que era ridículamente pequeño, apenas más grande que su dedo pulgar.

Luego, sin nadie ya que le ayudara a salirse de los baches en los que la vida y su manía de hacer las cosas a su manera le metían, vinieron los años del alcohol y la niebla, las deudas y el hambre.

Cada una de aquellas siete bocas que le imploraban comida terminaron por convertirse en otros tantos jodidos y estridentes problemas para sus resacas. Bien, –se dijo un día–, él los resolvería; y lo haría a su manera, vaya si lo haría.

Pidió prestada una furgoneta y les dijo a sus hijos que le había salido una mudanza y que necesitaba que le echaran una mano. Condujo hasta una ciudad desconocida y dejó a los niños adormilados en el interior de un bosque de callejuelas.

Una noche, mientras orinaba en el baño y canturreaba una canción de Frank Sinatra, se le aparecieron siete espectros. El menor de ellos sostenía un mendrugo de pan desmigado. El espejo sólo reflejaba un borracho balbuceante.

61. RECETA MAESTRA (Beatriz Carilla Egido)

Para conseguir unas claras con la consistencia propia de la nieve recién caída seleccione “My way” en su reproductor. No valen versiones light. Que si Tom Jones, Robbie Williams, Aretha Franklin, Julio Iglesias. Con todos mis respetos. No. Déjese de vecinos. A Franky hay que escucharlo con el volumen bien alto. Ya está tardando a subirlo. Puede que en el momento álgido de la canción le caigan algunas lagrimitas sobre la faena. Mejor. El batido se logra mucho antes y es de mayor calidad. Implíquese en su creación utilizando una varilla manual. Nada de batidoras. Dele a la varilla. Créame. En el hipotético caso de que le hubiera surgido la oportunidad, Sinatra nunca utilizaría batidora. Bata, bata y bata al ver su vida transcurrir. Arrepiéntase de ciertas cosas, olvide las tristezas y opte por aceptar su existencia con una actitud positiva. Confírmeme que tiene las claras como espuma de mar, que están pegadas al cuenco y que si ladea éste, ellas permanecen imperturbables. Enhorabuena. Ya puede elaborar magistralmente un suspiro de almendra, una mousse de chocolate, un tiramisú. Ha llegado al punto óptimo de su vida. Se lo digo yo, que hace tiempo que cocino a mi manera.

60. NEW YORK, NEW YORK

 

«Voy a hacer un flamante comienzo en la vieja New York…» Así sonaba en la radio del taxi aquella vieja canción. El gran Sinatra cantaba para él, mientras se tocaba los botones dorados del uniforme para demostrarse que no era un sueño. Por fin tenía suerte.

Atrás habían quedado la oscura jaima, la dulce voz de su madre enseñándole el Corán, el olor a pescado -compañero inseparable de una travesía en clase polizón- los malos modos de la policía con los sinpapeles y la luz del desierto argelino. Había llegado a un mundo nuevo y a fuerza de dentelladas  ahora se estaba abriendo camino.

-Espabila chico- dijo el taxista-, el viejo Franki se hizo a sí mismo, aprende de él.

El conductor quería animarle, pero realmente no le hacía falta, Amed se sentía pleno de ilusiones con su primer trabajo. De botones ascendería tanto como aquel rascacielos.

-Ya hemos llegado. Ahí lo tienes, cómetelo chaval, pero sólo uno de ellos…el gemelo déjaselo a otro.

Miró con asombro al gigante que se plantaba amenazante ante él y, decidido, enfiló para la puerta: allí estaba su futuro. Pensó en grabar a fuego en su agenda la fecha de su éxito: 11 de septiembre de 2001.

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