Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

47. …NO MOLESTEN (Edita)

La abuela está rara. Ya no invita a comer a sus hijos y nietos todos los domingos, ni los visita diariamente. Tampoco espera a los pequeños a la salida del colegio con besos sonoros y golosinas a escondidas. Ahora son ellos los que tienen que llamarla por teléfono.

—¿Mamá, qué tal estás?

—Muy bien, cariño.

Le extraña que no se queje como siempre.

—¿Tienes la radio puesta? Oigo una canción de fondo…

—¡Qué va! Es Sinatra en la ducha. Está pasando unos días conmigo. Maaaaiii güeeeeeiii —tararea remedando la voz—.

—¡¿Pero qué dices?!

Cuelga y contacta inmediatamente con sus hermanos a través del grupo de whatsapp: su madre desvaría, tienen que hacer algo. Los móviles arden; muchos mensajes se solapan; el diálogo a cuatro manos, imposible. Al fin, la hermana mayor logra poner orden con el emoticono adecuado, y los convoca a una reunión urgente en la casa materna.

Según van llegando, les sorprende encontrar la vivienda cerrada a cal y canto. Cada uno comprueba que su copia de la llave no funciona. Se miran desconcertados. En la puerta, pegado con esparadrapo, un típico cartel de habitación hotelera parece burlarse: POR FAVOR, …

46. OM MANI PADME HUM

La bailarina dio un delicado salto y besó el suelo con un spagat frontal. Su cuerpo se rompió y liberado por fin, un útero salió despedido aferrándose a la cara de un señor de Salamanca que por allí paseaba su aburrimiento y que pereció asfixiado.

-Papá, el diablo siempre me adivina…

Cerca, el inmenso gusano azul se movía en un compás 4 x 4. Sin perder su cadencia rítmica se acercaba a las fachadas y vomitaba gente: Primero una señora mayor, luego un joven estudiante y un guardia urbano… En sus tripas vivíamos en una ensoñación. Los vaivenes nos acunaban y pocos se resistían a la derrota.

Y entonces la arcada. Sin más fui escupido como un mal verso a la acera gris de la calle gris y la mañana gris que despertaba entre altos edificios con luz mortecina.

¡Ignora el número Pi! Anunciaba el globo.

Una profecía de combate, blindada y armada, me susurró su mensaje. Era una frase que pertenecía a una canción de Sinatra: “¿Qué es un hombre si no se tiene a sí mismo?” Escuché sin poder entender. Anhelé la iluminación, pero no mucho porque el reloj se quedó sin pila.

-Buenos días Manuel. ¿Un café como siempre?

45. RAZONES (Beto Monte Ros)

A mi manera destapo las cañerías de mi casa, no soy plomero: también he corrido la distancia de un maratón sin ser un atleta. Cantar en el bar, con mis amigos, no me convierte en Sinatra y dudo que salir cansado del trabajo, llegar al hogar, ponerme el delantal, preparar la cena y fregar los trastos me haga ser un buen marido, si sólo lo hago por una chica que me espera, acomodada en un sofá, con la boca pintada y desnuda; junto a la que, cuando termino, me duermo, abrazado a su cuerpo de hule.

44. Mamá en domingo (Mar González)

Desde que nació, Marina se queda dormida escuchando mis cuentos e historias. Al principio, mientras la arrullaba entre mis brazos, le contaba los mágicos planes para el día siguiente y la lavadora se convertía en el monstruo de la colada al que no le gustaba comer colores mezclados. Cuando fue creciendo, los duendes de las cosquillas le recorrían el cuerpo buscando un tesoro oculto. Todavía hoy vienen, de noche en noche, antes de acurrucarnos juntas en la cama con algún libro infantil con muchas ilustraciones.

De momento, las letras no importan. Confieso que le narro los cuentos a mi manera, sin princesas cursis, con ranas que prefieren seguir croando en su charca para siempre y brujas de chocolate que hacen unas pócimas riquísimas.

Cada protagonista tiene mil y una historias a las que Marina le ha empezado a sumar las suyas propias. Ayer me dijo que Caperucita es el superman del bosque y, hoy, que la bella durmiente es una mamá en domingo a la que su hija despierta con un beso.

43. TRABAJOS SUCIOS (Rafa Olivares)

—El Padrino llega esta noche —dice Salvatore–, para entonces Charlie tiene que estar liquidado y alguien tiene que hacerlo.

Todos dirigen su mirada a Rocco. Tiene bien ganado prestigio por su precisión y pulcritud en este tipo de trabajos.

—¡Porca faena! —masculla con resignación y desgana sintiéndose elegido—, pero lo haré a mi manera.

Una nube de alivio ahoga cualquier mueca de objeción. De inmediato, toma el maletín de las armas blancas, lo abre y repasa su contenido. Se decide por un puñal de mango de resina y veinte centímetros de hoja. Lo introduce por la bocamanga derecha, pegado al antebrazo que baja para comprobar que la gravedad desliza suavemente la empuñadura hasta su mano.

Sin más dilación, se dirige al lugar de cautiverio de Charlie. Entra con ademanes suaves y serenos para ganar su confianza. Le da conversación, le ofrece algo de comer y tabaco, aunque sabe que no fuma. Cuando considera llegado el momento, toma la faca y se abalanza sobre su cuello.

Cuando el Padrino llega, Charlie, rosado, en el horno, con una manzana en la boca y rodeado de patatas, brócoli y una salsa de champiñones, está casi a punto.

42. Rata

Suena una canción. Provoca recuerdos, lágrimas amargas y anhelos de un tiempo que ya no puede ser.

(Dispara a matar)

Los que quieren sobrevivir, se esconden y corren envueltos en sus propios cuerpos en busca de un lugar seguro.

(La bala solitaria impacta en un cuerpo)

“La Voz” o así recuerda que lo llamaban, sigue cantando, sin saber que conforma la banda sonora de un paisaje que, tal vez,  jamás habría imaginado.

(El cuerpo se desploma contra el suelo)

El humo del rifle se mezcla con la carcajada del francotirador a la espera de volver a repetir el movimiento de apretar el gatillo y acercarse al poder de la Parca.

(No hay gritos. No hay carreras. Sólo resta el cuerpo inerte en el ausente asfalto)

Mantiene imágenes del cantante en diferentes documentales y películas. Las afirmaciones de una vida errante y dedicada a la fama y el alcohol. Una vida a su manera. Bebe un trago de algo que le remueve las entrañas.

(La sangre recorre la calle. Unos ojos escondidos y cansados observan)

Vuelve a apretar el play. Vuelve a sonar la misma canción. Llora  y recuerda a sus muertos y sonríe por los que vendrán.

(Dispara a matar)

41. Cuando la escasez aprieta

Sara no tenía despertador mecánico ni humano, así que, aunque fuera demasiado temprano, cuando el gallo cantaba se sentaba perezosa en el borde de la cama mientras el viejo y raído camisón de su madre fregaba el suelo.

A veces, yendo hacia la cocina para rebuscar cualquier cosa medianamente comestible para no llegar desmayada a la escuela, se cruzaba con su padre en calzoncillos, bostezando y rascándose impúdicamente las ingles en dirección al baño haciéndola invisible.

Salía de casa con tiempo suficiente para su ritual diario, llegarse hasta el montículo sobre las vías para esperar el paso del tren que siempre transportaba a los mismos pasajeros tristones y abotargados. Hasta que la veían.

Se agolpaban en las ventanillas para observar como les bailaba, bamboleando en exceso su única falda, mientras lanzaba las manos al viento desde sus frescos labios.

Pero una mañana, aquella mañana, no se mostró ante ellos sino que se agazapó ansiosa tras unos matorrales para ver en sus rostros como, de una maldita y puñetera vez, se la echaba de menos.

40. Una vida para la eternidad (Esther Cuesta)

 

Pasos quedos transitan bajo los arcos del claustro. La puerta se abre a la estancia donde apenas la luz de una vela se imagina, en la mesa donde un hombre, enjuto y encorvado, escribe.

—Habéis visita, vuesa merced—

Y haciéndose a un lado, permite el paso al pueblerino, de aspecto bonachón, y rechoncho.

—Ah, sois vos. Aquí me encontráis, privado de libertad, y al decir de muchos, de cordura. Es grato ver que aun os acordáis de este viejo compañero con el que poder rememorar nuestras andanzas. ¡No se olvidarán tan fácil, no, de nuestro batallar por los campos de esta nuestra Mancha, ni de mi porte al caballo, con mi lanza y mi escudo al servicio de los débiles! Ah, cuántas embestidas contra los villanos, que no por fuertes ni numerosos nos achantaron, mi buen escudero. ¡Y qué decir de mi amor tan caballeresco por dama tan honrada y hermosa!

No impedirán que narre nuestras aventuras. ¡Vive Dios que se conocerán durante siglos y de seguro, las emularán!

Para evitar que quemen el libro, lo firmaré como Miguel de Cervantes—susurra, antes de encorvar la espalda de nuevo.

39. Cuarteto de crooners para un avaro

I.

La canción favorita de Eben Scroogini siempre había sido “My Way”. Desde su despacho de Manhattan, dirigía con mano férrea un equipo de publicistas acostumbrados a que las cosas podían hacerse de varias maneras, siempre que al final se hiciesen “a lo Scroogini”. Aquellos primeros copos de nieve advirtieron a Eben de la proximidad de la Navidad, lo que significaba gratificar a unos holgazanes por idear paparruchas faltas de garra. Según revisaba los eslóganes para sus clientes, sintió un sopor casi sobrenatural. Apenas habían transcurrido unos segundos cuando oyó que llamaban a la puerta. No era Shirley, su secretaria, quien asomó su rostro soñoliento, sino un personaje con sombrero ladeado, cigarrillo en la comisura de los labios y ojos azules. La puerta volvió a abrirse para acoger a otro visitante, Martini en mano y pelo engominado. Entonces se oyó una carcajada y apareció el semblante risueño de Sammy Davis. Mientras le canturreaban para unirse a la fiesta, sonó el teléfono rojo.

-Soy Bing Crosby. No hagas caso de lo que te digan esos tres cínicos. ¡Feliz y blanca Navidad, Scroogini!

II.

Cuando despertó, un reno de Las Vegas tarareaba New York, New York en el Madison Square Garden.

38. ANDANDO HACIA LA LUZ (MARÍA ORDÓÑEZ)

Mi camino siempre tortuoso no fue trazado a mi manera.

Las piedras que lo invaden son inmensas y sus afilados cortes parecen imposibles de limar y de sortear.

Pero lo he hecho.

Lo hago diariamente.

Una fuerza interna me impele a seguir.

Seguir derechita, casi sin doblarme, aunque por dentro mis huesos se quiebren y el aliento no alcance.

He tratado de vislumbrar el final, pero no debo distraerme.

Mis pasos han de ser precisos y no más hacia adelante.

Es mucho y muy valioso el tesoro que llevo en mis hombros:

Cuatro alhajas nacidas de mis entrañas y que poco a poco, tú y yo hicimos crecer.

Ya creen que andan solas, pues rebasan mi estatura.

Pero aún penden de mí.

Aunque no lo puedan ver.

Un hilo fino, de amor y sangre, trenzado en la lucha diaria, compactado con  lágrimas de dolor y alegría, nos une.

Y nos unirá por siempre.

Así que no debo flaquear.

No tengo tregua.

Saberlo me hace feliz, me da fuerza, agudiza mi vista y alienta mi coraje, alivia mi alma adormeciendo el dolor eterno de mis heridas.

Velando tú mis pasos, mi amor,

Algún día llegaré…

37. Una filosofía de vida. (Asunción Buendía)

Esta vecina mía es increíble. No sabe lo mucho que tengo que agradecerle las tardes que compartimos, lo disfraza de manera que parece que es ella la que me necesita, pero las dos sabemos que sin su manera de ser, yo estaría hundida aún, en la noche sin fin de la partida de mi marido.

Me hace sentir como una niña, o como la adolescente a punto de cumplir los 18, con toda la juventud e ilusión por delante. Con la certeza de que lo mejor está por llegar.

Esta mañana me he cruzado con ella en la escalera y entre resoplido y resoplido, le he hecho notar lo bien que la encontraba. Ella con sus palabras siempre acertadas me ha resumido su filosofía de vida.

– Mira niña, cada día para mí es ya un día regalado. Pero es verdad que hoy estoy muy bien. ¿Y sabes por qué? Porque no dejan de pasarme cosas buenas.

– ¿Si? Qué suerte tiene usted.

– La misma que tú, tienes que admitir que has mejorado mucho, estás más tranquila. La vida a ti, como a mí, nos está sonriendo. Y el cuerpo como el corazón, se alimenta de las cosas buenas que nos ocurren.

36. EL HOMBRE DE LOS BOTES (Jesús Redondo Lavín)

En el patio de tierra prensada en el que aprendí mis primeros juegos, maduraba un cerezo. Pobre árbol, lo plagábamos  de heridas con clavos sobre su corteza tersa. Él sangraba su savia gomosa con la que amasábamos bolitas ambarinas. De alguna manera se vengaba  ya que crecía tras un pedrusco de granito, culpable de rozaduras en mis rodillas y de la brecha de mi ceja izquierda.

La entrada al patio estaba franqueada por las  ramas de una inmensa mimosa que formaban un arco de sombra sobre las jambas, en las que eran evidentes huellas de goznes que alguna vez sostuvieron una verja.

Por allí entró, un día, un hombre extraño. Suspendimos nuestros juegos. Iba forrado de botes de conservas vacíos cosidos a sus ropas. Cada paso que daba sonaba la cacharrería, como los leprosos medievales condenados a hacer sonar campanillas a su paso.

Se sentó bajo el cerezo, sobre el pedrusco. Pidió agua y pan. Nuestras madres bajaron presurosas. Nos contaron que era un pobre loco de aquellos que perdieron la razón y la familia por los bombardeos y los gritos militares de la guerra,  que escondidos en las cuevas de los montes decidieron asumir los golpes  a su manera.

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