Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

114. Conmemoración

El atardecer va cubriendo la sabana, un mutismo extraño planea sobre la multitud que se desplaza entre la vegetación. Los leones van primero, marcan el ritmo pausado de la caminata, cerca trotan las cebras, arrancando de vez en cuando briznas de hierba. Jirafas, elefantes, simios de todos los tamaños caminan entre la masa de seres que componen la silenciosa procesión. Casi imperceptibles, arañas, hormigas y gusanos se arrastran en la misma ruta mirando a veces al cielo para seguir el vuelo de águilas, buitres y otros entes alados, que planean en el aire proyectando sus siluetas sobre el grupo. Son miles, reunidos en una larga marcha que parece no tener fin. La noche llega al mismo tiempo que la multitudinaria fauna se acerca a la costa, allí un gigantesco monolito se alza plantado en la arenilla y todos se paran tomando posiciones alrededor de la roca. Sólo hay susurros, apenas rotos por el leve roce de patas, pezuñas o el sonido cercano de las olas al toparse con la arena, donde chapotean los especímenes acuáticos. Ojos de todas las formas y tamaños están fijos en el epitafio escrito en la piedra: En memoria del ser humano, no se adaptó.

113. El escritor (Mar González)

Nunca acudía a sus propias presentaciones ni a las entregas de premios. Dicen que no le gustaban las multitudes ni, en general, la gente. Evitaba a los fotógrafos y nunca dio una conferencia ni concedió entrevistas. Vivió refugiado entre sus letras, en las páginas de los libros que, siempre bajo seudónimo, volaban de las librerías.

Escribió del amor, del desengaño, de la vida cotidiana y la muerte repentina. “Siempre es repentina, aunque se espere”, rezaba su última novela en la que relataba una larga enfermedad. Muchos lo analizaron e interpretaron en las columnas de opinión y obituarios con los que se le recordó en la prensa.

Ni siquiera en ese último momento se dio a conocer su verdadero nombre. Hay quien dice que nunca existió, que fue un invento editorial, pero nadie ha podido demostrarlo.

Mientras, en un camposanto cualquiera, en una tumba anodina donde no se sabe si el tiempo borró el nombre de la losa o nunca fue tallado, puede leerse este epitafio: “La inmortalidad se escribe”.

112. BABEL V (EPITAFIO)

Ovidio desapareció sin eufemismos y sin atajos. Se fue lentamente. Dicen que consiguió dejar lo poco que tenía bien atado, y eso le tranquilizó en sus últimas horas. Bueno, eso y una lista de pastillas de nombres impronunciables, como el del mal bicho que lo mató.

Yo me enteré un lunes gris. Repasando el correo en el gabinete me encontré la noticia, justo encima del mensaje en el que me comunicaba un amigo común la extinción definitiva de la empresa en la que trabajamos hace un tiempo.

Recuerdo que cuando el entró, compró todo lo que le vendieron: un importante proyecto, único e innovador, con gran futuro… Lo pagó con el capital con el que contaba en su juventud: su alma; y durante los años fue invirtiendo día a día con su propia vida.

Pero la empresa cerró.

Leo el punto seis de la Parte Dispositiva del auto 128/2011 del Juzgado de lo Mercantil Nº2 de Madrid hecho público el 19 de marzo de 2011:

«-. Se acuerda la extinción de la entidad NECROMANTIAE S.A., asimismo deberá proceder al cierre de la hoja de inscripción de la concursada en el Registro.»

Archívese y descanse en paz, Ovidio.

111. EL PATRIARCA

La tumba estaba al final de una cuesta, a la sombra de un gran castaño. Mi hermana y yo la veíamos desde el camino cuando íbamos a la escuela. En casa nos tenían prohibido acercarnos, lo que acrecentaba nuestra curiosidad. Era cuestión de tiempo. Cuando llegamos, nos encontramos con una cruz sencilla y una lápida sin nombre. Para nuestro asombro habían depositado un ramillete de flores frescas. Don Aniceto nos castigó sin recreo por llegar tarde, y en casa nos dejaron sin cenar. Nadie nos quiso dar información, así que no tuvimos más remedio que vigilar hasta saber quién ponía las flores. Cuando vimos llegar a Etelvina, la de la vaquería, creímos tener una pista segura. Pero es que otro día fue Hortensia la oferente, y otro incluso Onofre, un primo mío lejano. Tardé aún en saber quien era el muerto, fue mi madre quien me lo desveló siendo ya adulto. Entonces fui con un formón e inscribí su nombre letra a letra: P, E, D… Luego me alejé unos pasos para leerlo: “PEDRO PÁRAMO”.

110. Tumbas de papel (Mel)

Un  atardecer más barro las hojas secas que se acumulan en la entrada. Hoy tampoco ha venido nadie. Los árboles pronto estarán desnudos y tiritarán de  frío, el mismo que sacude mi interior, y el de ellos, que cada crepúsculo se revuelven en sus tumbas sabiéndose un poco más olvidados. Observo el montón de hojas de otoño, sonrío, su belleza persiste pese a la muerte y me parece un crimen echarlas a la basura. Hago una maravillosa tontería, introduzco un puñado, marrones y ocres, dentro de los «Cien años de soledad», y creo escuchar un eco burlón que repite «mal día,  mal día». Después, emocionado,  elijo una amarilla y se la entrego al rubio principito, y aquel, juguetón, me regala un rayo de luz de su estrella.  Juraría que unos labios me besan al depositar una hoja rojiza entre Romeo y Julieta, y con una arrugada y blanquecina, es Hamlet quien me susurra «cerrar, o no cerrar». Es entonces cuando descubro que el viento también ha traído una hoja verde y, como Escarlata O’Hara, me digo eso de «ya lo pensaré mañana».

109. ¡Ni muerta haría yo eso, ni muerta! (montesinadas)

La de cosas que me he perdido en  vida. Me arrepiento cada minuto de mi muerte de todo lo que no llegué a hacer con veinte o con cuarenta. Tantos miedos, tantos qué dirán, qué pensarán de mí, de mi familia.

“Yo ni muerta”,  decía cuando se supo que la Loli se había marchado con su novio a la capital. Los dos solos, trabajando juntos, acostándose juntos. Mírala ahora, tapando bocas por el pueblo con  billetes de los grandes y un marido que la mima. “Ni muerta”, le dije y nunca llegué a acostarme  con el único hombre que verdaderamente amé. O cuando me negué a divorciarme por temor a mi padre y al castigo divino. Ni muerta, se me ocurrió reprocharle algo al cerdo de mi marido cuando cada viernes se perdía en la casa de putas.

Perdí grandes oportunidades de ser la mujer que hubiera querido ser y ahora que  imaginaba cumplir mis deseos en la otra vida va la imbécil de mi nuera y convence a mi hijo para que me incinere.

Solo me queda la esperanza de que alguien, alguna vez, me frote tres veces para salir de aquí e intentarlo de nuevo.

108. MIS RECUERDOS

Apenas tenía 10 años cuando mi madre y mis tías me llevaron por primera vez a la misa de difuntos,  que como cada año se celebraba en el cementerio del pueblo para conmemorar el día y orar por todas aquellas personas que ya no pertenecían a este mundo. Creo que fue la única vez que pisaba un cementerio, hasta ayer que tuve que volver.

Recuerdo un frio estremecedor que recorría mi espalda. Enfrente de mí y a la derecha del cura que oficiaba la misa, estaba ella. Una mujer hermosa, blanca y con una sonrisa. Yo notaba su dulzura cada vez que la miraba. Pregunte a mi madre quien era, su respuesta fue “Silencio” cuando termine la misa hablamos.

¡Qué largo me pareció aquel rito que helaba mi cuerpo!

Al término pregunte a mi madre y mis tías quien era aquella señora tan elegante y tan dulce. Nadie la había visto. Pero ella ya formaba parte de mi vida, y estuvo presente en todos mis grandes acontecimientos, cuando el accidente ella me sostuvo, en la operación ella me cogió la mano… Ayer volví a ese cementerio,  y allí se despidió de mí.

107. NADIE SE LIBRA

Casi nunca resulta necesario solicitar un diagnóstico. Con el transcurso del tiempo los síntomas se agravan; el deterioro se hace cada vez más visible. Llega un momento en que ninguna terapia consigue mejoría por muy mínima que esta sea.

Siempre cabe la posibilidad de probar otras alternativas, incluso viajar al extranjero, confiando en que un cambio de aires proporcione algún tipo de solución. Inútil también en los momentos finales.

Muchos expertos recomiendan hablar de ello pero, cuando la amistad ha muerto, no hay conversación que pueda devolverla a la vida. Para comprobarlo no hace falta ningún certificado oficial; se evidencia, sin lugar a dudas, al escuchar el eterno, indiscreto y omnipresente epitafio: “pero vosotros que erais tan amigos, ¿qué os ha pasado?”.

106. «Mi Querido Epitafio»

Alguna vez me asalta la idea de planificar mi óbito.
Imagino mis restos en una caja sencilla mientras se quema en la pira, como en el mismísimo infierno.
Imagino, luego, cómo mis seres queridos siembran mis cenizas en un lugar de la Tierra que visitarán cuando deseen encontrarse conmigo. Yo acudiré siempre a cada cita.
Mi epitafio no quedará cincelado en mármol, ni piedra alguna. Sin embargo será susurrado por el viento, cantado por los mirlos, arrullado por las ramas de los árboles, respirado por la tierra, vertido por las aguas a los ríos, crepitado en cada fuego y amado por cada ser que conozca mi lugar.
Dirán: «Aquí permanece, viva, Isabel»

105. Bien Muerto

Hoy amanecí pensando en el día en que me toque morir. ¿Qué sentirán cuando regresen del cementerio? ¿Cómo me recordarán al cabo de unos años? ¿Sucederá como la muerte de mi padre, y de mi hermano, y de mi madre? Al cabo de los años somos sólo recuerdos.

Yo prefiero que me recuerden por los ratos que los hice felices. Al final, es la suma de esos pequeños momentos lo que llamamos felicidad. Qué pensamientos más extraños. Pero voy a estar serio en mi ataúd.

¿Me llorarán, o en el fondo pensarán que por fin salieron de mí? ¿Cómo los voy a ver desde ese cajón frío y acolchado. ¿Les podré hablar? ¿Les podré sonreir? ¿Cómo les podré decir lo que siento por estar bien muerto?

De hecho siempre me he imaginado cómo es estar muerto. ¿Cómo ves al mundo, desde arriba? ¿Desde abajo? ¿Con sonidos? ¿A colores, o en blanco y negro? ¿Y los olores, desaparecen? Las sensaciones son sólo para los vivos, ¿no?

Mami, mami, aquí dice “estarás siempre con nosotros”, porqué está su nombre en esa piedra? Vamos, mi niña, dejemos al abuelo descansar en paz. (… un beso, sólo un beso de despedida por favor… ¡aaayyy!)

104. El «pegou» de la discordia.

Verlos deambular por calles y plazas, con ese andar cansino y algo mustio, resultaba desalentador. Se reunían todos los días, en comandita, ante la casa consistorial, aunque sus esfuerzos resultaban estériles. Lo habían intentado por vía administrativa, proceso burocrático al que, al parecer, no tenían derecho porque, según les dijeron, ya no eran personas físicas. Tampoco podían constituirse como entidad jurídica.
Los plazos de exposición pública del nuevo Plan General de Ordenación Urbana corrían imparables. Como los días avanzaban, decidieron en asamblea recurrir a métodos más… expeditivos. De ahí su presencia diaria ante el consistorio, cada uno portando sus lápidas, cual documento de identidad. Algunos, incluso, conservaban legible en sus más que ajadas coronas aquello de «Tus familiares no te olvidan».
El conflicto subió de tono cuando un finado, renombrado sindicalista en vida, realizó una pintada, a modo de epitafio, en la fachada del ayuntamiento: «Cavaste tu propia tumba».
Razones para la protesta había. El P.G.O.U. municipal proyectaba desmantelar el camposanto para destinar aquellos terrenos a un polígono industrial que, como defendía el alcalde, sería la única tabla de salvación del pueblo, argumento poco convincente para aquellos difuntos que, desde 1920 y hasta hoy, allí descansaban sus restos en paz.

103. BUSCANDO (Concha García Ros)

Tienes mala cara, esa vida nocturna que llevas no te hace ningún bien. No me hace ningún bien. La piel más blanca, las ojeras profundas, el sueño rondándome seductor.

Está cansado de verme así, de que  desaparezca todas las noches. No sabe que a pesar de mis pocas fuerzas soy capaz de hundir con ansia la pala, que enloquecida excavo hasta topar con la madera, que aguanto el insomnio en la estrechez y la oscuridad. Hasta que amanece y regreso, derrotada, incapaz de encontrar mi epitafio.

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