Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

77. El parte

En casa se cenaba siempre a las nueve, siempre sin hablar y siempre escuchando el parte radiado lo bastante alto como para que se oyera en el vecindario. Papá ni masticaba mientras aquella voz decía cosas extrañas acerca de una gran victoria sobre una banda de desleales. Cuando mi padre apagaba el transistor, entonces volvía un leve murmullo al comedor, acompañado del tintineo de los cubiertos sobre el plato, y entonces también veíamos a mis padres mirarse de reojo como diciéndose que habría que seguir esperando, y esperando, y esperando… Y tanto esperaron, que nunca les llegó el día.

Hoy los he recordado cuando, sentado a la mesa, he escuchado las palabras que tal vez ellos esperaron tanto tiempo: “Españoles,…”

76. EL DOMADOR DE JARDINES (REVE LLYN)

El primer fonema que me salpicó era fricativo y labial. Saltó desde la repisa donde mi madre tenía el aparato de radio, atravesando con violencia la cuna y plantándose en mí. A él le siguieron muchos otros antes de que empezaran a agruparse formando palabras.

Ya con esa forma me llovían constantemente, yo las recogía a manos llenas dejándome empapar por completo. Entre ellas me sentía tan protegido como antes lo había estado en el líquido amniótico. Agarraba una tras otra y trataba de ordenarlas. Algunas, demasiado cargadas de hercios, me dejaban el cuerpo arrasado, yermo, como un domingo vacío. Otras, en cambio, crecían en mi umbría haciendo dentro un vergel.

 

Con los años aprendí su oculta genética, la razón de sus raíces, el eslabón perdido entre el verbo y los silencios. Dejé de comer, de dormir. Dijeron que me había vuelto loco y vinieron a buscarme. Con una sonrisa trémula me deje hacer. No necesitaba  ya ningún aparato, allí donde fuera llevaba la radio puesta.

 

75. Sospechas (Montesinadas)

Entre canción y canción, el locutor narra pequeñas historias y  acentúa la dedicatoria: “Con todo mi amor para Mario. Juntos muy pronto. Marina”.

“Otra vez esa maldita Marina”, piensa para adentro mientras se recoge un moño alto que despeja su frente y deja ver algunos arañazos en las mejillas. Aunque nunca encontró pruebas, sabe que la tal Marina dedica las canciones a su marido. “Marios hay muchos, pero siento que es para él. Las mujeres sabemos esas cosas”.

Siempre que sonaba el nombre de Mario en el programa y el de Marina se quedaba como alelada mirando la radio. Segundos después, salía de su enajenamiento con las tareas de casa. Hoy, barre los platos rotos, recoge los cristales del espejo partido en mil pedazos sobre la alfombra. Es imposible quitar la mancha rojiza que no termina de coagular. Después, pone en orden, perfectamente colocados, los cuchillos en el taco, cierra las bolsas de basura con dos nudos para que no sobresalgan los trozos y se aplica gotas de lejía en la nariz para anular el mal olor. Pero cuando encuentra el sacacorchos con restos de su carne, sin saber por qué, lo echa de menos y rompe a llorar.

74. EL ÚLTIMO OLOR DE LAS VOCES DE TERCIOPELO (Ignacio J. Borraz)

Una vez escuché una historia bonita. Se murió el primer hombre que puso voz a los avisos de entrada de trenes del metro de Londres, cuando ya su voz había sido cambiada por otra más enérgica, más joven, más moderna. Su mujer hizo una petición sorprendente y romántica y se la concedieron. Mientras ella vivió, volvieron a poner en la estación más cercana a su casa la grabación de voz de su marido de cinco a seis de la tarde. Ella iba cada día y, durante esa hora, se sentaba en un banco y le escuchaba.

La recuerdo ahora que tu voz de terciopelo me acaricia por última vez. Me grabaste este mensaje supongo que porque me conocías mucho y porque temías no regresar. No te puedo culpar, ibas en busca de esperanza y fue lo último que perdiste. Siempre te dije que tenías voz de locutor de radio. Te he estado escuchando día tras día en este habitáculo subterráneo en que me dejaste sola. Pero hoy, en nuestro aniversario, me voy a reunir contigo.

Tu voz me acuna y me adormece entre un suave olor de almendras amargas.

73. Un mal día para dejar de fumar

Encendí la radio. Sonó una canción; creo que Highway to Hell, o puede que Hells Bells, no sé, nunca se me dio bien el inglés. Aunque daba igual. En mi radio solo sonaban esas dos canciones, día y noche, pues faltaba poco para que viniesen a reclamar mi alma. Apuré la última calada y miré el cenicero. Quizás, si me consumía lo suficiente, podría ocultarme entre los restos de tabaco húmedo y frío. Encendí otro cigarrillo y apagué la radio. La canción siguió sonando; no sé si era Highway to Hell o Hells Bells. Ya daba igual. Era demasiado tarde.

72. LA RADIO. (Asunción Buendía)

Ahora con la perspectiva que da la distancia en el tiempo, puedo recordar sin tanto dolor.  Comprender a unos y perdonar a otros.

Comprendo, abuela, que en tu desvarío senil olvidaras la promesa de no nombrarle nunca más. Qué culpa vas a tener tú de que todos los días se colara en casa sin permiso aquella voz. Yo misma te regalé el transistor que trajo al innombrable de nuevo a nuestras vidas. Día tras día me lo anunciabas con la alegría inocente de una colegiala que chismorrea con su compañera de clase: “calla, vamos a escuchar a tu padre, pero que no se entere Luisita”, en tu confusión siempre olvidabas que Luisita era tu hija y mi madre.

Nunca entenderé tu ausencia infinita, papá, en mi casi feliz infancia. Ni en la difícil adolescencia, cuando fantaseaba con tu paternal comprensión.

Tú, mamá, debiste ser más fuerte. Yo existía ya, un minúsculo corazoncito milimétrico que latía con fuerza dentro de ti y merecía saber de él, de mi padre. Porque él te abandonó solo a ti.

Hoy los tres juntos, en el silencio del camposanto, depositamos para que te haga compañía, tu radio, como ofrenda que viene a cerrar el círculo.

 

71. ONDAS DE MELODÍA (Mª Belén Mateos)

Cuando encendí la radio sus ondas se expandieron por la habitación. Nada nuevo aportaban, nada de interés. Los mismos comentarios y noticias día tras día. Música, anuncios y algún que otro consejo banal con el que rellenar el espacio abierto para la audiencia.

Esperé a las cinco en punto; maquillada, vestida de rojo y con un perfume de setenta euros el frasco. Y así, tan dispuesta, aumenté el volumen con el botón izquierdo de aquella caja de madera con tanta historia. Tras ello comenzó la melodía del programa. Unas notas que me invitaban a tararear o a acompasarlas con un movimiento torpe y tímido. Luego… aquellas palabras que me embriagaban a cada latido de su voz. Me arrellané en el sillón disfrutándolas, y tras la pausa, volví a ponerlas con la grabación de mi móvil. Un éxtasis quiso que por una vez más las hiciera mías.

Han pasado treinta años en la onda media de su voz.

70. RUINAS (Pulgacroft)

Hay días en que pierdo los papeles y discuto con mi mujer y con mi perro sin motivo (o, quizás, con unos cuantos que no les digo). Ella está ya un poco harta, él no. El sigue dando el rabo cada vez que entro por la puerta sin reprocharme nunca nada.

Cuando me pasa eso, suelo coger el coche y acercarme a la casa en ruinas del otro lado de la ciudad. Es la casa en la que vivía de pequeño y, aunque hay un cartel de “Peligro. Prohibido el paso”, yo paso; quiero decir, que me da igual, y entro. Sigue siendo mi casa, esté en ruinas o no… Entonces la calma vuelve a mí igual que el olor a la sopa de mi madre y el soniquete de la radio de mi abuela escuchando Elena Francis.

Volver al hogar siempre alivia. Aunque esté en ruinas y sólo sea una montaña de cascotes de pasado sin nadie para recibirme…  Aunque el niño que me espía tras lo que queda de las paredes me mire con cara de decepción, o de pena, o de rabia porque yo ahora llevo corbata y ya no juego nunca con él a las canicas.

69. BRILLO Y FILO (Rafa Olivares)

(La radio informa de la agenda del día. El Generalísimo, bajo palio, asistirá a la ofrenda a la Virgen, en la basílica).

Titorííííírorí, Agatángelo pasea sus labios por el silbato de apenas seis notas, titorííííírorí, anunciando su llegada. De pueblo en pueblo, de calle en calle, titorííííírorí, se gana la vida con la piedra de agua, devolviendo brillo y filo a cuchillos, cinceles y tijeras que los lugareños le llevan. Titorííííírorí.

Esta mañana sacó lustre a la navaja de su vecino Horacio.

—No sabía que usabas faca —le dijo el afilador—, nunca te la había visto.

—La tenía guardada desde hace tiempo, creo que hoy me va a ser de utilidad —contestó aquél.

(A las doce del mediodía, campanarios y emisoras recuerdan que es la hora del Ángelus).

Al volver a casa, le cuentan el intento de asesinato. Horacio fue reducido por dos  guardias civiles y un clérigo; entonces, Agatángelo se arrepiente por no haberle cobrado el servicio. No es mezquindad, los seis reales del trabajo apenas llegarían para una cuarta de vino, pero barrunta que alguien pensará en lo de la colaboración necesaria.

(A las diez de la noche, el parte de Radio Nacional nada dice del suceso).

 

68. De España para los españoles

Volvía exhausta del campo pero caminaba deprisa. Quería llegar a tiempo. Dejó la azada en el sobrado. En la cocina recalentó el café en el puchero. Se sentó en el escaño al calor de la lumbre y encendió el transistor. El programa acababa de empezar. Escuchó con añoranza las canciones y los mensajes con los ojos acuosos. Levantada desde las cinco de la mañana luchaba contra el sopor. Cabeceaba y contrariada volvía en sí con cada nueva canción. Pero el cansancio podía con ella. Cerró los ojos y, cuando la criatura en su vientre dejó de patalear, se abandonó a un sueño profundo. En la radio se sucedían las dedicatorias, los mensajes tiernos, alegres, tristes; las promesas. Hacia el final de la emisión la presentadora leyó la frase que le estaba dedicada. Que la quería, que sentía morriña pero que este año el dinero no le alcanzaba y que no iba a poder ir por las Navidades. Cuando se despertó, la locutora se despedía, sonaba la sintonía del final. Le dio rabia habérselo perdido. Lloró. Después se incorporó y pensó que no era grave porque por Nochebuena él tenía previsto volver al pueblo.

 

67. Olivia en las ondas

A las ocho en punto estaba clavada ante las puertas del estudio repitiendo por enésima vez Paca poco coco compra. Pulsé el timbre y esperé practicando con Manolo Medina mima el minino, Manolo… ¿Sí, a quién tengo el honor?, se oyó por el portero. Soy yo. ¿Y quién eres tú, mi niña? Olivia, venía por la locución, ¿recuerda? Sí, sí…, esta cabeza mía. Oye… ¿no habrás traído un gato? Nooo, que vaaa, me apresuré a responder. Miré atrás por si venía alguno, subí al ascensor y pensé en erre, cigarro, barril y ruedas de ferrocarril, perro prreferrí dejarrlo ahí. Toc, toc, hola, venía por… ¡qué mona!, pasa, estás contratada, ¿estoy contratada? Sí, guapa, por setecientos euros, habíamos dicho ochocientos, pues ochocientos, corazón, faltaba más… Bueno, vale jefa, pero… ¿Pero qué, cielo? ¿Empiezo ya? Claro, estás tardando. Mira, aquí tienes el micro, allá está el reloj y el guion… ¿dónde puse el guion…? ¿Será este, jefa?, ese mismo es. Ah, Olivia, lo del gato… es que soy… ¿alérgica, jefa? , sí, alérgica. Eres un sol, Olivia, y llámame Olga, seremos amigas. Lo estoy deseando, Olga, acepté de buen agrado. Bueno, basta de cháchara y a trabajar, que estás en las ondas.

66. Como ayer

Hace tres meses que su padre murió, y recién ahora ha conseguido reunir fuerzas para volver a la que por casi treinta años también fuera su casa. Tras abrir de par en par las ventanas del living y del comedor, se queda de pie en el umbral de la cocina. Sobre la mesa parece aguardarlo la vetusta radio de su padre. Al arrimarse a ella, le crece el recuerdo de su viejo tomando mate y canturreando los tangos que, todas las mañanas, escuchaba religiosamente por Radio Splendid; mientras él, apenas un purrete, lo acompañaba tomando la leche. Entonces enciende la radio. Y los acordes de «La cumparsita», el tango preferido de su padre, colman, como ayer, cada rincón de la cocina. Poco importa que el cable de la radio esté desconectado.

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