Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

48. Un general rechazado

Un simple general no puede aspirar a casarse con nuestra hija y formar parte de nuestra familia – Le dijo la duquesa.

Lo siento General, pero mi hija será comprometida con un miembro de la familia real en breve – Le espetó el duque rompiendo todas las ilusiones del General.

Mientras la hija en su habitación era ajena a que sus padres le estaban decidiendo su propio futuro.

Desde aquel día el General lo había planeado todo con detalle pero sin imaginar que iba a ser traicionado por uno de los suyos.

Desde su cuartel general dio la orden de atacar el castillo de los duques mientras todos dormían, sin saber que estaba escribiendo su propio epitafio militar.

El ataque fue repelido por los guardias y el ejército del Rey.

Tras ser detenido y llevado a los calabozos del castillo real, la hija en venganza por lo que este le quiso hacer a su familia, se olvidó de él y como estaba acordado se casó con el Príncipe, el heredero a la corona, matando así en vida al General.

 

 

47. EL LUTO LLAMA AL LUTO (J. Redondo Lavín)

La lápida negra, labrada en caracteres blancos con los nombres del difunto y con los de quienes ya pudrieron sus restos en aquel mismo nicho, la colocarían más tarde. El marmolista la tendría dispuesta para Todos los Santos. Pero aquel día, y por orden de consanguinidad, asistimos en filas de media luna al entierro.
Un “groorgs-groorgs” rompía el silencio. Crisanto, el enterrador, volteaba con su paleta la mezcla de cemento sobre las paredes del capazo de goma negra. Luego, un denteroso “quirris-carras” hería los oídos del silente escenario al sellar con la llana las esquinas de la tapa del nicho hasta que se retiraba la pequeña cuña de madera que mantenía la verticalidad de aquel opérculo provisional.
Y de nuevo, luto en las mangas y solapas de ellos y riguroso en la vestimenta de ellas. Las jóvenes, una vez más, víctimas del sempiterno duelo. Otra vez, pobres, condenadas en negro a no bailar en las romerías de Santiago, de Santa Ana y de San Pantaleón.
Y la abuela Florentina, sabia, de esa sabiduría adquirida visitando como panadera rural, en su carro de toldilla, casas, casonas y cabañas, les decía:
— “Niñas, no abuséis del luto, que el luto llama al luto”.

46. Clandestino (La Marca Amarilla)

Nos dejó un sucinto “OS QUIERO” cincelado en mármol, para que siempre lo leyéramos en presente. Y se que es un sentimiento sincero pues continuará queriendo mucho a sus padres, queriendo mucho a sus hijos y queriéndome mucho a mí.

Pero no a ella.

No a la que continuará ignorando que yo era la única mujer de su marido y que seré la auténtica viuda, a pesar de tener que sentir este epitafio en secreto.

44. SOLO

Leí tu carta, papá.

La que nos dejaste, donde explicabas la tristeza que te producía no poder cuidar a mamá. Solo, sin ella, inútil y perdido, decías. Porque Mara y yo crecíamos sin una madre. Te resultaba muy duro verla en su estado, en la clínica. Dices que llorabas por las noches, mientras dormíamos. Te odiabas por no ser capaz de darnos más comida, más calefacción, un mejor colegio, una mejor casa. Te sentías vacío y hueco, escribiste mientras dormíamos. Con el mismo lápiz que Mara utilizaba para hacerte dibujos. No nos diste oportunidad.

Querías dejar atrás el sufrimiento, el dolor, el frío. La soledad. Y ahora sólo puedo pedirte explicaciones a una tumba que no te mereces, en este cementerio de mierda. Y ¿sabes qué? No dejaste atrás el sufrimiento, el dolor, la tristeza, ni la  angustia que decías.

No desaparecieron. Me las traspasaste a mí.

Por eso tu epitafio.

SOLO

43. Va a ser verdad…

Unos jóvenes encontraron su cadáver pegado a un lápiz cuando entraron a robar. El mensaje, escrito sobre un viejo trozo de papel, rezaba: “Al final va a ser verdad que sin mi no soy nada!

Gregorio Samsa

42. De Nanas, Pérdidas y Lamentos

Ni de Día ni de Noche.
Ni Despierta ni Soñando.
Ni en el Limbo ni en el Cielo.
Deja la Puerta entreabierta,
Que entren los Buenos Sueños y se marchen tus Miedos.

Mandó grabar la nana que su esposa cantaba todas las noches al acostarla siendo niña. Para que todos la leyeran cuando fueran a visitarla en su tumba. Aunque ya no les pudiera contestar. Ni oler las flores que le llevaran.
Así quiso recordar a su hija que se le fue repentinamente. A la que no prestó ni la atención ni el cariño que ella necesitaba.
Todas las mañanas se levantaba con dolor de alma. Por las dos. A las que quiso mucho. A su manera. Pero no era la manera que ellas merecieron.
Su esposa también se había ido pronto. Cansada de tan solo existir, sin disfrutar de las alegrías de la vida. Siempre rodeada de penas, dolores y recriminaciones.
Su hija quedó a su lado. Sin pedir nada a cambio, escondiendo las amargas lágrimas que su mala actitud provocaba.

A las dos las perdió sin darles lo que de verdad merecían.
‘Fui un grandísimo egoísta…’
Ese lamento será su única compañía por el resto de sus días.

41. El corrector

La enfermedad me llegó repentinamente. El médico no me dio muchas esperanzas. Se limitó a aconsejarme que arreglara lo que tuviera que arreglar. Eso hice. Revisé mi testamento e incluso preparé un breve epitafio para ponerlo en mi lápida. También me sentí obligado a avisar a la editorial para que contrataran a otro corrector. Trabajé allí más de treinta años. Corregí, revisé, arreglé la ortografía, la gramática, la sintaxis e incluso el estilo de novelas, cuentos, ensayos. Dejando de lado por una vez mi modestia, puedo decir que la fama literaria de algunos reputados escritores (y escritoras) se debe a las correcciones que hice a sus textos.

Casi no fue una sorpresa que ningún escritor (ni escritora, ay) acudiera a mi entierro: nunca habían soportado mis correcciones. Ya tendrán ocasión de echarme de menos. Sólo espero que no visiten mi tumba porque advertirían la chapuza que el marmolista hizo con la lápida: perpetró dos faltas de ortografía al labrarla. Me mata pensar que nunca podré corregirlas.

40. Las lavanderas o la clave del Tratado

Nadie parece recordar ya a las Cruz-Romero. Sólo quedan unos extraños epitafios sobre sus descuidadas tumbas en el cementerio. Fueron unas lavanderas que se habían ido pasando el negocio de madres a hijas durante generaciones y que llegaron a ser toda una institución en la comarca. Dejaban cuellos y puños perfectamente almidonados, sábanas con el adecuado tono de azulete y ropa de ajuar con un perfume exquisito. Pero por lo que fueron más requeridas era para el blanqueamiento textil. La receta fue el secreto mejor guardado de la familia. Aunque se rumorea que el mismo Embajador  logró arrancarles con prebendas la fórmula para ofrecerla como regalo al rey de Portugal. El rey quedó más que impresionado y firmó un provechoso tratado. Nadie supo nunca que el enjuague era una mezcla de hierbas, sosa cáustica, aceite de oliva y esqueletos de recién nacido (más calaveras que huesecillos, aunque nadie sabe la proporción exacta). Quizás el Embajador pasó el resto de su vida atormentado por tal conocimiento. O se consoló con los grandes provechos del acuerdo. O todo fuera malicioso comadreo. Solo el diablo y esta vieja lo sabemos.

39. AMOR

Lee el epitafio que marca su tumba y recuerda…

“Todas las historias de amor

son historias de fantasmas”

…su voz, su dulce voz. El sabor de sus labios, de las palabras que surgían de ellos.

…su piel, el tacto de sus manos. La sexualidad de sus caricias, su aroma, su delicadeza.

…su lengua, su jugosidad y seguridad. El bienestar que le proporcionaba, la facilidad para interactuar con la suya en la intimidad.

…a la chica escondida, al final del séquito. Llorando su muerte a solas. Sin poder decir nada. Sin poder recibir nada. Ausente en su presencia. Casi sin existir. Como un fantasma desorientado que no sabe qué pena está purgando. Como si fuera ella la que hubiera fallecido y no ÉL.

…sus lágrimas ante la llamada desconocida que le anunciaron su muerte.

…su desesperación. El silencio que vino después.

…que al llegar a casa sólo se preguntaba una y otra vez, una y otra vez, por quién era la presencia fantasmal que cerraba la comitiva sombría.

“Todas las historias de fantasmas

son historias de amor”

…y si era ella el fantasma amado.

O la amante fantasma.

O ambas.

O un perfume sin vida.

O una vida sin hálito.

37. Cremaciones

Según informaciones llegadas a nuestro diario, las cremaciones ponen en peligro la antigua tradición de los epitafios, dañando las ya menguadas economías de esos auténticos poetas dedicados al arte de condensar una vida en pocas palabras. Uno de ellos, Florentino Brasas, conocido sastre de epitafios, como a él gusta llamarse, se lamenta al respecto: «Hace años, confeccionaba hasta tres epitafios diarios. Siempre después de las comidas. Incluso llegué a forzarme a prever una merienda como fuente de inspiración —algo ligero, unos buñuelos— para facilitar la elaboración de una cuarta frase lapidaria. De hecho, el doctor Ruibarbo me prohibió abusar de mi talento para evitar serias dificultades gástricas. Pero hoy,…». Según Felipe Marlo, gerente de la Funeraria El largo adiós, el asunto está claro: «Se constató un crecimiento exponencial de los ingresos procedentes de las cremaciones low cost». No obstante, se muestra partidario de investigar en busca de datos más concretos que avalen su optimismo. Por su parte, el portavoz del Arzobispado de nuestra ciudad, Augusto Rodaballo, admitió las prácticas tolerantes de la Iglesia al respecto, sin ahorrarnos —a título estrictamente personal—, frases incendiarias sobre este controvertido tema tantas veces enterrado en el olvido.

36. GANADOR, AL FIN (Carles Quílez)

Nunca antes había ganado ningún concurso de microrrelatos, pero en el certamen de epitafios organizado por la Asociación Necrofílica, vencí con un hiperbreve: “Fui”. Una vida entera resumida en una sola palabra. ¡Toma ya! Soy buenísimo.

La entrega de premios tendría lugar por la noche en el cementerio y al atardecer, un coche fúnebre vino a recogerme. Al entrar en el vehículo debí golpearme la cabeza y caer desmayado, pues no recuerdo nada del trayecto.

Cuando recuperé el sentido, el chófer cargaba mi cuerpo sobre su espalda. Tras recorrer un sendero que discurría entre tumbas, se detuvo ante un fastuoso panteón y abrió la puerta. Hedía a humedad.

Al fondo de la estancia, iluminada por velas, había una mesa alta de piedra. Tras ella aguardaban los miembros del jurado, ataviados con túnicas negras. Su aspecto era imponente.

El conductor me dejó sobre la mesa y sacó un cuchillo. Antes de que me degollaran, supe que todo había terminado. Pero algo salió mal: mi espíritu todavía no quería abandonar mi cuerpo.

Luego, esculpieron el epitafio en mi lápida. ¡Qué ironía: por fin un texto mío verá la luz; y mientras tanto yo, enmohecido, viviéndome de ganas de publicarlo en el Facebook!

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