Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

128. Nunca pasa nada en la 201

El cadáver espera paciente a que lleguen los operarios de la funeraria con el ataúd de pino que le correspondía según el contrato formalizado, muchos años atrás, con la compañía aseguradora de decesos. La rubia suplica a la policía para que le dejen irse y alega que ella nada tiene que ver con la muerte de aquel hombre, que es una honrada profesional de la prostitución que se dedica a hacer su trabajo lo mejor que puede, que cada vez era más difícil llevarse un sueldo digno a casa y encima hay que descontar la comisión del hotel y lo que se lleva su chulo. Que cuando el cliente le dijo el número de la habitación, a ella ya le había dado muy mala espina porque corrían rumores acerca del mal fario que tenía el numerito dichoso. La recepcionista se santigua una y otra vez repitiendo que es un castigo divino por aceptar dinero marcado por el pecado y que nunca tendría que haber aceptado aquel trabajo. El forense dictamina que ha sido ataque cardiaco y el comisario ordena, otra vez contrariado, retirar el precinto que había decretado sobre la maldita habitación doscientos uno.

 

 

127. EL PRECIO

Los espero encerrado en mi mundo. Ellos ajenos a mí actúan, viven, sueñan. Van y vienen como olas o viento  y acaban desapareciendo entre murmullos y nostalgias. A veces me imagino si supieran, si conocieran mi presencia, cual sería su respuesta. Como taparían su desnudez, como bajarían la mirada, como sellarían sus voces. Tan solo tendría que abrir la boca, pronunciar un sonido, humano como el de ellos y todo cambiaría, pero temo el total aislamiento y la  soledad. Así pues me conformo con observarlos, participar en silencio de sus parcelas de vida y seguir por siempre, siendo el  hombre invisible en el que un día, por decisión propia, me convertí.

126. El artista de Viena

 

 

Con un paño de fieltro retira los restos de linaza; dos pasos atrás y observa el lienzo, ahora el magenta reluce igual que una perla irisada. Los ocres van surgiendo igual que dedos de sol, iluminan igual que el oro el cielo. Surge el porche, que embellece el portalón, a un lado y al otro dos sillones emergen con pinceladas sutiles, gotas ambarinas a su alrededor hacen que adquieran la apariencia de dos hermosas vestales; ahora toma en su mano la brocha mas gruesa, y un arco inmenso se refleja encima del tejado, las estrellas adquieren la viveza de los ojos de los niños, de los mismísimos ángeles…, la satisfacción que le produce terminar la obra provoca un inmenso suspiro de alivio, vuelve a sonreír. El hotel de carretera había acaparado casi todo el lienzo; más bien un bello parterre de lirios en el Olimpo pareciera, volvió a sonreír.

125. EL AZAR JUEGA MALAS PASADAS (Miguel Ángel Pegarz)

El Inspector Garret entra en la habitación del hotel de mala muerte con gesto asqueado, esquivando a los periodistas y a los de científica.

La víctima presenta un punzón clavado entre la tercera y quinta vértebras cervicales, con inserción limpia. Los brazos cuelgan a los lados y la cara yace sobre la mesa escritorio de la habitación. Esa contusión y los brazos sueltos constituyen la única variación del modus operandi de las cinco víctimas anteriores. Lleva ya tres meses buscando pruebas al límite de la desesperación, sin frutos.

Sobre la mesa una guía telefónica, con un número marcado en fluorescente. El inspector la hojea y comprueba que hay marcado algún número más. Toma su teléfono móvil y marca el de la página por la que hallaron abierta la guía. La voz del contestador dice llamarse como reza la documentación de la última víctima.

124. Antítesis de una princesa

– Sal del coche, toma doscientos euros y buena suerte, muñeca.  
Falda rayando la indecencia, tacones imposibles, labios rojos como cerezas, en una calle no precisamente cualquiera. Un soplido al oído:
– Vente conmigo, muñeca.
Un par de portazos. Luces por todas partes. Risas distorsionadas por la lejanía y una canción de los 80, mientras el llanto del asiento de atrás se acelera como el latir de un gato enjaulado. Él la mira. Ella rehúsa. Parada en seco, como un azote que le hace temblar por lo venidero.
¿Y mañana qué, muñeca?
«Me largó con doscientos al pié de un hotel de carretera»

 

 

123. El primate

Me obligó a parar en un motel de carretera y esperó en el coche mientras yo pagaba en la recepción. Siempre hacía lo mismo. Una vez a solas, recorrimos en silencio el pasillo que conducía hasta la habitación. El parpadeo de las bombillas indicaba que el establecimiento no tenía personal de mantenimiento desde hacía tiempo, al igual que lo revelaron los numerosos desperfectos de la habitación. Pero el lugar era lo de menos, bastaba un espacio con cerradura, unos pocos minutos, una llama en la oscuridad y un gemido de placer. Aprovechando que yo estaba tirado semiconsciente en la cama, se deslizó hasta mis pies y empezó a comérselos lentamente, degustando la carne fresca con cada bocado. Al darme cuenta, y en un intento desesperado por escapar, me agarré a la cartera que había dejado en la mesilla, a las fotos de mi mujer y mi hija, que tiraron con fuerza de mi mano para que no fuera devorado por mi propia pesadilla. Intenté gritar, pero las palabras se estiraron en mi garganta hasta convertirse en un hilo negro que cosió para siempre mis labios.

122. El viajante

Me registré, como es pertinente, pagando con antelación. Balbucee un gracias y un hasta luego. Puede que nuestras miradas coincidieran un segundo, o tal vez no. La verdad, no lo recuerdo. Al tercer intento conseguí abrir la puerta. Encendí la tele de 12 pulgadas, justo a tiempo de impedir que ningún pensamiento me despertara del coma. No me dio tiempo ni a ponerme el pijama.

 

A eso de las 12 de la noche unos golpecillos tras la cabecera de la cama, que provenían de la habitación de al lado,  me despertaron. – Alguien ha pillado, pensé. Sonreí y haciendo acopio de fuerzas que ignoraba que tenía, conseguí desvestirme y lavarme los dientes, mecánicamente.

 

A las 6 de la madrugada el despertador interrumpió el letargo. Una ducha rápida y listo para funcionar. Detrás del mostrador dormías. Pensé en despertarte para despedirme. Me encogí de hombros y deje las llaves en el mostrador, sin hacer ruido.

Listo para empezar la jornada. Un día mas, un día más… un día más.. un día más…

121. Hotel California (Juanjo Montoliu)

Como si se tratara de una nueva plaga de insectos, aquel lunes insípido de febrero empezaron a aparecer los periodistas. Llegaban en pequeñas oleadas de dos o tres, en coches discretos, simulando ser turistas, pero todas las preguntas, tras pocos rodeos, acababan en el hotel y en algunos tipos, de nombres extraños, a los que nadie recordaba haber visto.

A partir de entonces, se sucedieron los rumores. Al principio, se decía que los individuos buscados aparecían registrados todos los años, durante la primera semana de febrero, desde 1976. Después, que entraron en el hotel por esas fechas, y que no se anotó ninguna de salida, por lo que es posible que sigan allí desde entonces.

Lo único cierto, lo que salió en todos los periódicos, es que en un lugar apartado del sótano, oculto por un falso tabique, encontraron una cripta con tres ataúdes vacíos y sus respectivas lápidas conteniendo los nombres de los extranjeros: Don Felder, Glen Frey y Don Henley, junto a un esqueleto de águila real del que se conservaban todas las plumas.

A raíz del suceso, el mediocre Hotel Bahía cambió su nombre y tiene el cartel de completo todos los días.

 

120. El hotel de sus fantasías (Elysa Brioa)

—¡Buenas noches! Hotel El Buen Descanso, dígame…
—…
—Sí, tenemos libre…
—…
—¡Ah, entiendo! Si el señor fuera tan amable de describir sus gustos podría asesorarle sobre la disponibilidad.
—…
—No, lo siento, no está disponible. La habitación Psicosis es una de las más solicitadas.
—…
—¡Ah, comprendo! Si me permite la recomendación, sería más apropiada para usted la llamada El resplandor o El muñeco diabólico…
—…
—Sí, sí, por supuesto, caballero, están totalmente insonorizadas, además estamos lejos de cualquier entorno urbano, solo hay una carretera que apenas tiene circulación…
—…
—No, señor, solo admitimos efectivo.
—…
—¡Muy buena elección, señor! Procedo a realizar su reserva: Habitación El muñeco diabólico para los días 11, 12 y 13 de Julio…
—…
—¡Oh, no se preocupe! Tenemos un excelente servicio de limpieza, están totalmente familiarizados con las manchas de sangre…
—…
—¡Oh, claro! Puede disponer de un surtido completo para su entretenimiento. El catálogo de victimas que puede solicitar es muy amplio. Tenemos en existencias: Varios políticos corruptos, un par de financieros rapaces…
—…
—¡Sin duda, señor! Su habitación dispone de un sofisticado equipo de herramientas de tortura y eliminación.
—…
—¡Le esperamos! Estoy seguro que disfrutará de su estancia.

119. APOCALIPSIS (Jes Lavado)

En la número 9, Supermán se rasca la inmensa barriga, apura el vaso de güisqui  y se tira un pedo que agujerea los mugrientos calzones rojos y rasga las cortinas. Después arroja varios billetes a una prostituta que le mira con odio entre toses ahogadas.

En la 11, Batman se inyecta heroína mientras observa a un adolescente bailar desnudo frente a él.  Lobezno aúlla a cuatro patas y gimotea como un cachorro cuando una dominatrix  anciana le azota las nalgas.

Dos puertas más allá, Spiderman recorre las paredes cazando arañas que ingiere con deleite y repite como un mantra la palabra «Albacete«.

En la recepción, Wonder Woman derrama sus 160 kilos sobre el mostrador. Empalma un cigarrillo con el siguiente, la atención fija en una telenovela.  Pero la interrumpen Supermán, que baja a por hielo, y Batman, que se ha quedado sin condones. Entonces comienzan las noticias, con sus aviones comerciales derribados, sus guerras fratricidas y sus madres desconsoladas cargando a hijos muertos en los brazos. Lo de siempre.

—Fue un terrible error contarles la verdad. No debimos permitir que dejaran de creer en nosotros —murmura Supermán.

—Que les jodan —masculla Batman.

Spiderman, entretanto,  hace pucheros encaramado a una lámpara.

118. TE ESPERO DESPIERTA

Hay lugares fascinantes en mitad de la nada. Cadáveres de piedra que atraen a caminantes ávidos de misterio. Julia no era inmune a esa magia, y aquella noche estrellada todo parecía tranquilo.

La luz de la luna iluminaba un viejo hotel de carretera otorgándole un aspecto azulado. Ella no pudo evitarlo. No reparó en la hora, ni en que estaba sola…, solo frenó y guió sus pasos hacia la entrada.

El lugar permanecía intacto. Sus antiguos ocupantes parecían haber marchado con prisa, sin mirar atrás. Subió al piso superior recorriendo un pasillo infinito, lleno de habitaciones con nombre. Julia posó su mano en el pomo de una puerta llamada Sara y lo giró …. Un olor dulce y húmedo embriagó sus sentidos relajando su cuerpo. Avanzó sin pensar, alargando su mano hacia un vestido de novia, rasgado y sucio, que dormía sobre la cama. Sus dedos se perdieron en el tul, aquel olor a fruta exótica provenía de él. Se desnudó.  Ponérselo fue inevitable. Sentirlo sobre la piel le dotó de nuevos sentidos, de ideas extravagantes, de una fuerza desconocida…

Sara abandona la habitación dejando tras de sí una puerta llamada Julia. Prisionera en un vestido de novia, palpita una pequeña luz.

117. AQUELLA NOCHE

AQUELLA NOCHE

   El exterior del hotel no parecía haber sufrido variaciones. «Mejor así», pensó. Que todo siguiera igual, que nada hubiese cambiado. Solo así podrían recuperar la magia de aquella noche, la única en la que se habían sentido realmente vivos. Cuando traspasaron la entrada, respiró aliviado. La diminuta recepción permanecía exactamente como la recordaba.

– Buenas noches.

– Buenas noches. Queríamos una habitación.

– Bien. Necesitaré…

– Claro.- Muy a su pesar, el corazón empezó a latirle con fuerza.- Disculpe, ¿está libre la 110?

– Eh… Sí, señor. ¿Quiere…?

– Se lo agradecería- la mirada recelosa del recepcionista parecía reclamar una explicación.- Allí pasamos una noche inolvidable, no sé si me entiende.

   El tipo le devolvió una sonrisa rijosa. “No sé si me entiende”, qué ridiculez. ¿Cómo podía aquel individuo entender lo que había significado aquella noche? En realidad, nadie podía.

  Por fin llegaron a la habitación. La misma cama ruidosa, el mismo gotelé en las paredes, la misma reproducción de un anodino paisaje impresionista.

   Descolgó el cuadro y extrajo con cuidado la parte posterior. Tanto tiempo soñando con aquella noche… Cuatro años y un día, para ser exactos.

   Uno tras otro, los billetes cayeron sobre la colcha.

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