Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

116. Obsesión (Barlon Mrando/Juan Fuente)

No habían pasado ni dos horas desde que empezó su turno en el hotel y ya le podía la ansiedad de subir a verla. La noche avanzaba a pasitos lentos, abrazándose a las agujas del reloj, mientras él esperaba a que llegase la hora muerta a partir de la cual ya no entraba ningún cliente. El cielo estaba limpio, desnudo e inocente, y la luz de la luna serpenteó para alcanzar la diana de sus voraces ojos. Al subir, sus pasos parecían fantasmas que evitasen despertar a los ancianos escalones de madera. Al fin entró en la habitación de la buhardilla, la que se venía usando de trastero. Y allí estaba ella, temblorosa e incapaz de huir, asomada a la ventana.

Mientras la miraba, impaciente, abrió el maletín y fue montando el instrumental. Pronto la haría suya, como a todas las demás. Sin una queja.

Solo los primeros tartamudeos del amanecer le hicieron terminar la tarea, recoger el telescopio y aguardar a que un firmamento sincero le permitiese adorar alguna otra estrella.

115. Eterno llanto efímero

No recordaba cómo había llegado allí. Despertó con el dolor de las primeras contracciones. Sus gritos no obtuvieron ninguna respuesta. Las paredes amortiguaron su eco entre los desconchones de varias capas de pintura. Una pequeña lamparilla parpadeante iluminaba intermitentemente sus ojos llorosos, mientras sus manos estrujaban la sucia colcha de color indefinido. Sobre ella las encontró, dos días después, el gerente de aquel tugurio. Su historia apenas ocupó unas líneas en la prensa local, que ni siquiera pudo dar sus iniciales. La habitación 23, al fondo a la derecha del único pasillo de aquel hostal de carretera, no estuvo vacía ni 48 horas. No es un lugar donde se pueda exigir mucho, pero algunos clientes se han quejado del llanto de un bebé que no les deja terminar la faena.

114. Sabia elección (Jerónimo Hernández de Castro)

La recepcionista verificó los datos de mi reserva antes de entregarme la tarjeta de acceso. Tras agradecer su amabilidad, no quise darle detalles del motivo de mi visita. Al fin y al cabo tenía una cita con la directora al día siguiente.
Debí decir algo de sus ojos. Mi elección del hotel para el congreso oftalmológico que organizo fue motivada por los rostros de las imágenes promocionales y sus ojos, redondos como los de un cómic japonés. En mi recorrido por las dependencias, todo el personal y los clientes exhibían esa extraña mirada, que no puede escaparse a un especialista ocular como yo.
Ya en mi suite el rostro de la directora apareció bruscamente en la pantalla de plasma con un mensaje de bienvenida y allí permanece sonriente e imperturbable. La tarjeta y mis llamadas a recepción resultan inútiles para abandonar la habitación en la que sigo atrapado, sin comunicación con el exterior. En el espejo del baño mis párpados se curvan por momentos y aumentan de tamaño. Sin pretenderlo, mi expresión adopta el aire suplicante de todos cuantos he conocido en este lugar, implorando que nos permitan huir.

113. SIN ÁNIMO DE OFENDER (Mercedes Marín del Valle)

Siempre había un sinfín de camiones aparcados. El aspecto externo del local tampoco me gustaba mucho, grandes letras en tonos chirriantes dominaban la fachada. Ni un árbol, ni una macetita. Sillas de plástico verdes y amarillas bajo un toldo ajado de color naranja y rayas blancas. Las necesidades fisiológicas dieron un golpe de estado tremendo a mi razón y muy a mi pesar, aparqué en el hueco que había entre un camión y un autobús. Cuando entré me hice de cruces, nunca mejor dicho, más de treinta hombres identificados por sus alzacuellos, hablaban a gritos. Uno llevaba mitra roja. Los camioneros a su lado parecían angelitos asustados.
Me dirigía ya al baño cuando escuché una frase soez que me dejó perpleja, apreté el paso, quería a toda costa pasar desapercibida.
El de la mitra se levantó y se abalanzó sobre mí. Dos de los clérigos intentaron detenerlo, pero hizo falta la intervención de los camioneros que con palabras amables y un café cargado, lograron reducirlo.
Al abandonar, no sin ciertos nervios el lugar, escuché como uno de los camareros explicaba: el del gorro rojo es el novio. Ya no saben que inventarse para celebrar el fin de su soltería.

112. Habitación 209

Me estoy cansando ya de esto. Se ha vuelto tan rutinario…

Está anocheciendo. Llueve. Un coche acaba de llegar al aparcamiento. Tarda en apagar los faros y en bajar. Típico. ¿Qué excusa dará? ¿Se habrá perdido? ¿Se ha hecho tarde? ¿Mal tiempo?… Me saluda. Le miro con desgana. Pregunta por una habitación libre tras explicarme que se ha perdido. Él mira la llave de la 209. Yo ojeo mi cuaderno de reservas y decido darle la 107. Pronto regresará diciendo que la tele no se ve o que hay humedades o que… Hay olores, me dice mientras me devuelve las llaves. Entonces le doy la 209. Le pregunto que si está seguro. Sí. Parece que tiembla un poco.

Las 3 de la madrugada. Agarro el otro juego de llaves de la 209. Él me está esperando sentado en la cama. No dice nada. Le sugiero que no me mire. Me siento a su lado y le tapo la boca con la mano, aunque últimamente ya nadie grita. Le asesto 6 puñaladas en el vientre. Y otra vez a limpiarlo todo. Otra vez a esconder el cadáver, aunque… no sé, quizás con el próximo decida dejarlos amontonados, sobre la cama.

111. RECUERDOS QUE NO LO SON (David Moreno)

Si Lucas pudiera recordar sonreiría de satisfacción con sus amiguetes de guiñote repasando cada partida ganada en el último torneo del pueblo, lloraría por la emoción de escuchar cómo su nieto le llamaba abuelo por primera vez, se enojaría por la final que perdió su equipo de fútbol en la segunda parte de la prórroga por un penalti mal señalizado, le recorrería un escalofrío por todo el cuerpo al sentir de nuevo los besos que su mujer le daba durante la luna de miel, viviría como si fuera ayer el miedo que proyectaba el vuelo cercano de los aviones de los nacionales en la Guerra Civil y recordaría también la habitación 102 del hotel de carretera donde una mujer menuda, llorosa y harapienta le llevó, bien entrada la madrugada, con tan sólo cuatro años para dejarlo allí con el hombre y la mujer que harían de padres.

Pero Lucas, postrado en una silla de ruedas y con un hilo de baba cayéndosele por la comisura labial, ya no recuerda ni siquiera su nombre.

110 La posada de los sueños rotos

Henry paró el motor de su Ford. “No debí tomarme la última”, pensó. Le prometió al pequeño Alexander que llegaría a su partido a primera hora de la mañana, pero se sentía muy mareado; debía detenerse. Rosemary lo iba a matar.

Jamás se había fijado en aquel hotel, pese a haber recorrido esa carretera decenas de veces. Era un edificio desvencijado, casi siniestro, pero le serviría para echar una cabezada. Entró tambaleándose.

–Buenas noches. No he reservado, pero ¿tendría una habitación libre?

–No se preocupe  –contestó el viejo recepcionista–, aquí nadie reserva.

Henry miró con extrañeza a aquel hombre, mortalmente pálido, mientras le entregaba las llaves de la 214.

–El desayuno se sirve a las nueve  –prosiguió–. ¿Desayunará en la habitación?

–No. Partiré antes.

–¿Adónde va, caballero? –preguntó aquel hombre.

Henry dudó.

–Pues… no lo recuerdo.

–Se lo subiré a su dormitorio –dijo el recepcionista, dando por acabada la conversación.

 

A pocos kilómetros de allí, unos chavales jugaban a béisbol mientras una mujer lloraba desconsolada. La foto de un Ford destrozado copaba la página de sucesos del periódico local. Un borracho se había salido de la carretera. El accidente había ocurrido aquella misma noche. A las 02:14h.

109. Renovarse o morir

Raimundo maldijo su estampa, tras haber revisado por enésima vez la contabilidad del mes. Las cuentas no cuadraban, ni cuadrarían, por mucho que intentara aguantar el tirón. Desde que abrieron la autovía, los negocios de la carretera general que pasaba por mitad de la sierra iban cuesta abajo y sin frenos. Aquella zona se había quedado completamente muerta. Ni los camioneros paraban ya a pernoctar en su pequeño hotel.
Había llegado el momento de coger el toro por los cuernos. Avisó a un electricista para que le instalara un llamativo alumbrado de bombillas de colores alrededor de la fachada, y se fue a buscar a las guarrillas de los pueblos colindantes, seguro de que aceptarían gustosas una buena oferta de empleo. Era un hombre emprendedor, y sabía que debía reinventarse. Cuando la noche del estreno escuchó el ruido del tractor del viejo Antonio aparcando en la puerta, pensó que aún existía la posibilidad de reflotar el negocio.

108. Luces de Neón

Necesitaba aire, un cúmulo de nubarrones envolvía mi entorno, me senté al volante y me dejé llevar por una carretera larga sin rumbo fijo, caía sobre mí un cielo estrellado extendiendo un velo plateado sobre la cúpula de unos árboles que  me parecían gigantes.

Unas luces de neón parpadeantes llamaron mi atención y atrajeron mi curiosidad, me desvié y detuve el coche. Un lugar singular!!!.

En el silencio, me llegaban los ruidos de las historias de vida corta que quedarían atrapadas en los muros de las habitaciones desnudas, sin nombre propio, despidiendo olor a lúgubre, a cuerpos mojados, soledad, clandestinidad y anonimato.

¿Qué precio habría que pagar, me pregunté?, quizás un beso, un jadeo, una palabra sedienta de deseo, soledad, no sabría nunca la  respuesta….

Me perdí en las imágenes que se cruzaban ante mis ojos y no me dí cuenta de que el tiempo había volado, la vida matinal comenzaba con prisas a despertarse, la silueta de aquel hotel de carretera se fue desvaneciendo al alejarme , apenas pude ver por el retrovisor miles de sueños que al caer y chocar contra el suelo quedaban hechos añicos y corrí muy deprisa.

107. El infierno

Desde hace horas, anda desorientado. El GPS del demonio tiene la culpa. Siguiendo sus indicaciones, se ha perdido. Ya no reconoce la carretera secundaria que le ha de conducir al lugar de la entrega y, para colmo, se ha quedado sin batería en su móvil y el depósito de gasolina ha entrado en reserva. Necesita ayuda. Por eso se le iluminan los ojos cuando divisa, a lo lejos, un oasis en el desierto de asfalto donde se encuentra. Es un motel. Parará.

Cuando detiene el coche, la voz que lo ha guiado hacia la nada parece reírse de él. «Final del trayecto», le indica. «Hijo de puta», le replica él.

El establecimiento es dantesco, con sus ventanas rotas, su inmundicia. Alrededor se desperdigan cuervos muertos, el esqueleto de coches oxidados. Se diría que el lugar está abandonado de la mano de Dios. Pero la necesidad obliga a seguir adelante, y accede con tiento al motel. En el vestíbulo, lo recibe un aire glaciar, un hedor asfixiante. Desconcertado, se atreve a dar varios pasos, cuando la puerta, a su espalda, se cierra con violencia. Aterrado, trata de huir, golpeando la salida, berreando, mientras un suelo ardiente lo va engullendo lentaaaa menteee.

105. El gran hombre

Eleonora Winkel contempló por última vez el cuerpo sin vida de su adorable esposo, el senador Borendar, ciudadano ejemplar de la Comunidad y gran benefactor implicado activamente en un buen número de causas sociales.

Se sirvió un trago largo de vodka con naranja natural y pensó en cual debería ser el siguiente paso que diese…qué hacer, dónde ir…

El padre de sus tres hijos, Henriette, Lucy y Mosses, presentaba una sonrisita extraña, como de sorpresa…tal vez relacionada con los cuatro agujeros de bala calibre 22 que ahora lucía sobre su traje de 2.500 dólares.

Los chicos sabrán arreglárselas, pensó en voz alta frente al espejo….Se atusó el pelo, volvió a maquillarse y dejó una nota junto al cadáver de su marido.

 

“ Nunca pude reconocer al miserable que me drogó y violó a mis 19 años…hasta ayer, cuando tuviste la brillante y cínica idea de alojarnos de incógnito en el  mismo hotel donde cometiste tu crimen…y entonces lo vi todo, tan claro, tan absolutamente negro….tan aterrador como el hecho de haber convivido 40 años con quien tanto daño me hizo.”

 

Luego tras replanteárselo y avisar al sheriff,  quemó el papel y salió de aquel lugar, sin maletas, sin bolso, libre… a pesar de todo

104. No aguantó siquiera el primer invierno (Lola Pacheco)

Ocupaba la 104 desde un domingo. Su rostro imberbe le recordaba a diario que no era el hijo que su padre quiso tener. A falta de hermanos, heredó el negocio familiar, y a falta de medios, no pudo rechazarlo.

Escogió aquel hotel por estar rodeado de latifundios. Pasaba la mañana intentando vender plaguicidas a sudorosos capataces que le escrutaban preguntándose qué sabría del campo un hombre con manos de leche.

Ella llegó al día siguiente para alojarse en la 203. Siempre supo que no era lo que sus padres esperaban, pero lo comprobó en su espalda el día que les dijo que quería ser actriz.

Eligió aquel hotel porque estaba cerca de varios locales en los que sus imitaciones de folclóricas encajaban bien. Salía pasada la medianoche y no volvía hasta el alba, deshecha, con las fuerzas justas para desmaquillarse y recoger su alma bajo su verdadera piel.

Podría haber sido en la 104, pero fue en la 203 donde el azar quiso que murieran los dos. “Causas naturales”, indicó el forense mientras le cerraba los párpados todavía sombreados de azul. Después, casi evitando mirarle, cubrió la incómoda virilidad del único cuerpo inerte que yacía en aquella habitación.

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