Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

90. SE ACABÓ (PURI OTERO)

Había llegado el día que tanto esperaban durante todo el año: ella una esposa y madre ejemplar, él un marido y padre perfecto.

Se reunirían en aquel motel de carretera una vez al año, así lo habían acordado en su primer encuentro y de esto ya habían pasado 40 años, pero esta vez uno faltó a la cita.

Alguien le llevó por otro camino  y puso un punto y final.

 

89. La sentencia

Los días muy luminosos Matilde abre la ventana de par en par y se asoma a los recuerdos. Deja que su mirada se pierda en la lejanía hasta que sus inquietos ojos logran atisbar, junto a una pequeña loma a cuyos pies discurre la carretera, la silueta del viejo hotel. “Todavía sigue allí”, dice para sí al tiempo que una sensación agridulce embarga todo su ser.

Hoy ha venido su hijo Carlos a verla; su único hijo. Su nacimiento, tras diez años de matrimonio, fue como un milagro; así lo contaba a todo el mundo Juan, su difunto marido.
Esta tarde madre e hijo se acercarán juntos al viejo hotel que, aquejado de abandono y soledad tras la construcción de la autopista, lleva muchos años cerrado.
Esperarán al ocaso, a esa hora mágica en la que el sol se cuela en las estancias, cual avezado detective, dilucidando enigmas y desvelando secretos; como el que se esconde tras la penetrante mirada del antiguo director del hotel, cuyo retrato todavía preside la recepción.

Conforme se acercan, Matilde recuerda a Juan y piensa en la sentencia que tantas veces oyó a su madre: “Las mentiras piadosas han hecho a muchas personas felices”.

88. AQUEL TIPO (Rafa Olivares)

Las pesquisas llevaron al sheriff Carter y a su ayudante Melvin, hasta aquel motel de ocho habitaciones adosadas, en un área de servicios de la interestatal. Al bajar del Buick celeste del 64, Carter se preguntaba cómo podría ser rentable aquel negocio, en un lugar con tan escaso tránsito desde la caída de la tarde.

Melvin sacó su billetera, de la que extrajo la foto del individuo al que andaban buscando -un tipo pelirrojo, cejijunto y con una llamativa verruga en la nariz-, y la puso ante los ojos del recepcionista.

—Sí, lo recuerdo bien, se alojó en la 108 el martes pasado —les dijo con actitud colaboradora—, iba solo. Aquí tienen el Libro Registro con su firma y la hora de entrada. Pagó en efectivo antes de tomar la habitación. No le oí marcharse; probablemente lo haría de madrugada.

Tras unas cuantas preguntas más, los agentes decidieron continuar sus investigaciones en otra parte. Melvin retomó del mostrador su cartera, sin advertir que faltaban dos de los grandes, y guardó en ella la foto del presunto criminal. Se marcharon sin tan siquiera despedirse de aquel hombre; un tipo pelirrojo, cejijunto y con una llamativa verruga en la nariz.

87. HABITACIÓN 104 (MANU GARPE).

Quedamos en vernos en un hotel de carretera, el mismo en el que aquella vez no entramos por vergüenza. Eran otros tiempos, éramos mucho más jóvenes.

Ella ha llegado un poco más tarde que yo. Antes de entrar me da dos besos. Cuando el recepcionista nos entrega la llave ella mira hacia otro lado. Tenemos reservada la habitación 104 a la cual nos dirigimos sin ni siquiera cogernos de la mano. Una vez allí nos desnudamos en silencio, nos tumbamos sobre la cama sin deshacer y follamos un par de veces, con la luz encendida y con una furia y una pasión olvidada. Como dos adolescentes. Tras el torbellino de piernas, brazos, bocas, saliva y sudor ella enciende un cigarrillo. Me ofrece una calada aunque sabe perfectamente que dejé de fumar hace años. Es entonces cuando comienza a hablar de sus hijos, de su trabajo, de su vida vacía. La escucho en silencio sin entender nada. Cuando queda dormida yo quedo mirando al techo, confuso.

A la mañana siguiente dejamos el hotel. Ahora estamos en casa, en la cocina. Sentado sobre una banqueta la observo mientras prepara la cena. Hace un rato me ha dicho que anoche tuvo una aventura.

 

 

86. ANTOLÓGICO (Ana Tomás García)

Si no fuera porque trabajo en el turno de noche y por lo tanto no estaba plácidamente dormido, juraría que lo sucedido hace unos días fue una tremenda  pesadilla.

Apenas llevaba un par de horas ocupando mi puesto cuando, en un momento dado de la madrugada, me vi envuelto en una espiral de situaciones surrealistas que fueron incrementando la tensión de manera alarmante entre los clientes, hasta el punto de crear una atmósfera densa y asfixiante que casi acaba con todos. Nunca llegué a imaginar que semejantes circunstancias pudieran producirse entre personas civilizadas y menos que me tocaría a mí ser espectador a la fuerza de tales acontecimientos, como si fuera un convidado de piedra escuchando improperios por parte de todos los protagonistas, que exponían libremente sus intimidades ante mi estupefacción. Claro que trabajando en un hotel de carretera como éste ya debería estar acostumbrado, pero es que hay cosas a las que uno no llega a acostumbrarse nunca, y eso de que la realidad siempre supera a la ficción se queda muy pequeño ante tamaña tangana de parlamento inverosímil.

Como iba diciendo, anécdota entre las anécdotas, de antología, para el estudio del comportamiento humano, escuchen…

85. Yo estaba allí

Yo estaba en el hotel cuando todo ocurrió, pero no fue como se dijo. Llevaba unos meses limpiando las habitaciones, necesitaba el dinero y el sitio me gustaba, bonito, pequeño, cercano al mar.

El era guapo, moreno, con unos ojos profundos como la noche, ella preciosa, se les veía felices, enamorados. Se contó que fue un crimen pasional, el la degolló y después se clavó un puñal en el corazón, así quedó todo, nadie buscó más. Pero no fue así como pasó, yo me cruzaba con ellos, con esos ojos como un abismo, y no eran para mi, me escondía y los contemplaba, y el la miraba a ella, solo a ella, y yo me consumía por dentro. Los esperé en el baño, cuando ella entró, la cogí por el cuello y la degollé, el entró después, aproveché su desconcierto y le partí el corazón, así fue, no hubo nada más, luego lo arreglé para que pareciera, lo que al final todos creyeron.

Aun sigo aquí, nada ni nadie me hizo marchar, ahora casi ciega todavía recuerdo el vacío en sus ojos muertos. No lo volví a hacer.

84. ESTATUS (Petra Acero)

Aquella carretera moría en el acantilado del amor, como lo llamaban últimamente. Elena conocía bien la historia…  Ella deseaba otra clase de amor, pero igual de sincero e incondicional: ansiaba los abrazos y los besos de Manuel.

Manuel, Manuel, repitió al sangrante atardecer que desbordaba el retrovisor de su coche.

Aparcó junto a la encina de la que colgaba un columpio. Giró la llave del contacto, desconectando su apellido y su orgullo.

No había nadie en la recepción de aquel hotel de carretera. Levantó la mano, planeando a favor de la brisa renqueante del único ventilador. A su espalda escuchó una voz cansada.

—¿Qué desea, señora?

—Busco a…

—No hay nadie hospedado aquí —atajó el viejo.

Elena  sintió la bravura de las olas, la hostilidad del acantilado, el dolor de cada roca… en aquel rostro ennegrecido que la escudriñaba desde la puerta.

—Abuelo, solo quiere conocer a Manu —le sermoneó la joven que entraba con un niño en brazos.

—Ella los mató… Ella mató a tu hermana y a Manuel —farfulló el viejo, golpeando el mostrador.

—Manu, mi cielo, esta señora es tu abuela… —susurró la joven al pequeño.

—Pa… pa, papa…

—¡Hola, Manuel! Yo…, yo conocí a tu papá.

83. Nostalgia (Patricia Richmond)

Yo te querré siempre. Aunque se te caiga el pelo y no huelas bien.
Recuerdo cuando me cantabas para que me durmiera y yo me abrazaba a tu cuello para sentir el olor a lavanda de tu pelo.
No me importa que ya no puedas hablarme porque ahora te tengo sólo para mí, libre al fin de los odiosos clientes.
Estamos solos tú y yo, sin tiempo, sin espacio, sin futuro.
Cántame otra vez, madre, como si volviera a ser tu pequeño Norman.

82. La habitación roja

Apenas cruzaron dos palabras en la barra de aquel barucho desaliñado y lúgubre y ya se amaban.Salieron corriendo cogidos de la mano los 100 metros que les separaban del coche de Matt para dirigirse a aquel motel de carretera en medio de la nada.

Nada más llegar a la habitación,se precipitaron al vacío de aquella cama y la habitación se llenó de un color rojo cubierto de besos,caricias y el mejor sexo del que nunca habían probado.

Reían enloquecidos por la emoción que sentían al rozar sus cuerpos desnudos y calientes, cuando Matt le espetó un «te amo Sophie» y ella enmudeció para el resto de la noche.Nunca nadie le había pronunciado esas dos palabras tan simples y a la vez tan hermosas.

A la mañana siguiente,alguien golpeó la puerta de la habitación contigua cuando Matt sobresaltado,dió un bote de la cama.Entonces se acordó de ella y de su cálida sonrisa.No la vió por ningún lado,ni en la cama ni en el baño cuya puerta estaba de par en par.No hizo nada por encontrarla,en el fondo sabía que le había abandonado para siempre, pero no el amor que sentía por ella y del cual fueron testigo aquellas paredes.

81. JINETES EN LA TORMENTA

Llegaban con la tormenta, como todos los años. Sin mediar palabra, subían a sus habitaciones, siempre las mismas. No molestaban al resto de clientes, no bajaban a cenar. Cuando la niebla se condensaba, oía relinchar a sus caballos, aunque jamás los vi. Patti decía que no existen. La noche que abandonaban el hotel, nadie los veía irse, del mismo modo que aseguraban no haberlos visto llegar. Sus habitaciones amanecían vacías y limpias y desde ese momento no volvía a escuchar relincho de caballos.
Un año, Patti se fue con ellos. Eso creo, porque ya no regresaron nunca más al Morrison Hotel. Desde entonces, cuando hay tormenta, oigo cabalgar a unos jinetes en silencio dentro mi cabeza, calados hasta los huesos, sin que la lluvia consiga borrar la sangre que mancha sus ropas. Nunca descansan.

80. PRUDENCIA Y MIEDO RAZONABLES

Este hombre de mediana edad perfilando ya canas le tenía desconcertado, no sabía en que bloque típico de usuarios del motel colocarlo. Llegaba todos los martes y viernes a pasar la noche con tan solo un portafolios.

Se mostraba esquivo ante sus preguntas indagatorias, pero en resumidas cuentas no era mas que otro cliente asiduo, y eso era bueno para el negocio.

Mientras él ya dormitaba en el sillón reclinable de escay para pasar otra incómoda noche, una sombra con figura se aproximaba sigilosa y rascaba levemente la desportillada puerta de la habitación del enigmático personaje.

Cuando este abrió, la sonrisa de la visita le valió un océano de sugerentes placeres, y su efusivo abrazo le transportó a la certeza de un amor del que al separarse volvería a dudar.

Le inquirió como siempre sobre la seguridad de que no la hubieran visto. Su pasión por ella era tan grande como el miedo a ser sorprendidos.

Tranquilizado por su confianza, deslumbrado por sus ojos y atraído por su delicada piel, se dejó transportar.

Al despedirse le pidió que por favor fuera con cuidado, a lo que ella contoneando pícaramente su tierno y sutil cuerpo le espetó un gracioso ¡Sí profe!

 

 

 

79. Km.324, N-420

Me escruta con ojos miopes mientras sostiene mi currículum. Sondea las hojas de papel hasta que se detiene en un punto, alarmado, como todos. Se ajusta las gafas. Vuelve a leer. Me mira con los ojos como platos. Y llega la pregunta que, con reparo, curiosidad, alevosía o chanza, siempre formulan.

Le puedo contar la verdad, que una noche mis padres tuvieron un accidente y que mi madre, embarazada de ocho meses, dio a luz asistida por una campesina antes de morir en la cuneta.

O la otra verdad, que me abandonaron en un hotel de carretera, en medio de ninguna parte y que de ahí viene mi interés por el turismo y las relaciones públicas.

O la verdad heroica. Que fui encontrado allí milagrosamente vivo, como único superviviente, días después del incendio de una casa rural.

O la verdad cruel, que mi madre trabajaba en un modesto prostíbulo y no podía pagar un hospital.

No me importa ser huérfano. De verdad. Ni tengo curiosidad por conocer quiénes eran mis padres. Realmente, en estas ocasiones, solamente deseo con vehemencia saber de quién fue la idea de inscribir como mi lugar de nacimiento el kilómetro 324 de la Nacional 420.

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