Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

97. VIVIENDO UN SUEÑO (José Ángel Gozalo)

Marina canturrea una canción mientras friega los platos. Desde su ventana mira al mar, donde el sol del atardecer muere por el horizonte recortado tras la sombra de un velero.

Marina ya no tiene miedo.  Al final de cada día   no se dice a sí misma “ay, qué larga es esta vida”,  con el cuerpo  rígido, sin atreverse a  moverse en la cama, queriendo convertirse en algo tan pequeño, tan insignificante que él ni siquiera la mire.

Ahora,  viste como ella quiere sin tener que tapase los golpes de la vida, ni esconder sus ojos tras unas gafas de sol. Ha retomado sus estudios y trabaja para sí misma.

Pero de pronto, ese olor conocido  a colonia y  siente que le falta el aire por momentos.

Salvador, arrepentido de su acto, retira la mano de la boca de Marina y enseguida, los aparatos que controlan  sus constantes vitales recuperan la normalidad.

Mientras escucha los pasos apresurados de las enfermeras  acercándose,  piensa con amargura que quizás no debió arrojarla por las escaleras cuando la sorprendió huyendo con las maletas.

Hacerle daño ahora que ella no se da cuenta no es tan divertido. Pero es que no soporta esa sonrisa  de felicidad.

96. Romper la baraja – María Elejoste (Mel)

Mi primer joyero fue una caja metálica de Cola Cao. Era amarilla con dibujos de lápices y sacapuntas; mamá siempre intuyó la clase de tesoros que guardaría allí y la estrenó colocando dentro el abecedario con el que aprendí a leer. Yo fui añadiendo mis rimas y cuentos, las postales que enviaban las amigas en vacaciones y pegatinas del superpop.  Años más tarde escondí también alguna estúpida y no correspondida carta de amor. Lo último que entró en la caja fueron los naipes con los que jugábamos al strip poker aquel verano de camping en Castro Urdiales. Una beca, un Erasmus y un contrato rompieron nuestra mano. El rey de diamantes emigró al extranjero para triunfar y a la dama de corazones se le partió un poco la esquina izquierda, lo justo hasta que volvieron a ser pareja y formaron su escalera de color.

Una llamada de madrugada habla de diamantes convertidos en cristales astillados y de corazones rotos. Ya no habrá baraja de plata. Mi as de trébol está negro de dolor y lo he regado con todas mis lágrimas. Necesito tan solo esperar la salida del sol y el tiempo lo volverá verde de nuevo. Adiós querido tahúr.

95. LA LOTERÍA DE LOS SUEÑOS (Carles Quílez)

Le había tocado el gordo y ni siquiera sabía cómo había adquirido aquel boleto. Comprar, no lo había comprado, de eso estaba seguro. Jamás se permitiría malgastar tiempo ni dinero en algo tan fútil como soñar.

Con el roer de la duda, llegó a la administración de lotería dispuesto a cobrar su premio.

—Enhorabuena, señor. –Le felicitó la lotera- ¿Qué deseo quiere cumplir?

El hombre no tuvo más remedio que enfrentarse a sus propios anhelos, pero sólo encontró cobardía y resignación.

Sin embargo, recordó, hubo un tiempo en el que sí tuvo sueños. Una vez, quiso ser escritor. Pasaba las noches en vela, boca arriba en la cama, poniendo rostros a las manchas de humedad que amarilleaban en techo de la pensión, imaginando diálogos, fantaseando historias…pero eso –se censuró-, había sido antes de que el peso de su existencia le doblegara el espíritu y la espalda.

“¡Ay, qué larga es esta vida!” -se dijo, mientras se daba la vuelta y salía del establecimiento.

Al cabo de un segundo, sin embargo, una idea en forma de arrebato le hizo enderezarse. Cruzó de nuevo la puerta y le dijo a la mujer con voz firme:

— Quisiera un lápiz y un papel.

94. Lucifer y la campana del diablo. (Daniel Irazu)

¡Ay, qué larga es esta vida! …y qué de memeces se escuchan.  Pero, bueno, el consuelo es que mientras te vas muriendo, te enteras de cosas y cuando tienes que escribir no te faltan temas. Estaba yo con la historia de unos que protestan de la ablación y resulta que su lema es: “no me toques antes de la boda” y que al clítoris le llaman: “la campana del diablo”. Pues en esas ando cuando me entero de lo de Cerdeña…, que ¡manda huevos! lo del obispo ese que tuvieron allí. Un tío al que no se le ocurrió otro nombre para ponerse que el de Lucifer. Y lo peor no fue eso, es que encima se enfadó con media Iglesia porque en un Concilio le prohibieron cargarse a la otra mitad. Así que, de los destierros y anhelos, de las cárceles y hierros, y de los dolores fieros, sólo puedo decir que queda poético, no cabe duda, y que el arrebato del alma de la santa es un pensamiento original y particular suyo, pero que, fuera de aquél su encierro, desde mucho antes de entonces y también ahora, abundan las iluminaciones.

93. Hablar o no hablar, esa es la cuestión.

¡Qué harto me tiene mi hermano MIguelín! Nada, que no habla.Es que ni una sola palabra sale de su boca, ni siquiera para decirnos si está rica la comida o si está a gusto tumbado en el sofá y mira que siempre ha sido un parlanchín. Se despierta por las mañanas, recorre la casa en silencio y con lentitud busca un rayo de sol para sentarse luego junto a la ventana. Empiezo a pensar que no es cierto lo que me dijo el hombre que vive en la casa del bosque, aunque me insista diciendo que cualquier día exclamará “Ay, qué larga es esta vida”. Y es que él no sabe que a Miguelín siempre le gustó subirse a los árboles, a pesar de que mamá a menudo le repetía “MIguelín, un día te caes y te matas”.Creo que me engaña; mi hermano no se ha convertido en Rubio, el gato, por mucho que me explique lo de las siete vidas, si no en Perico, el loro , a este le encanta escaparse y volar de rama en rama y además, ese sí que habla.

92. EL ORFEBRE (Rafa Heredero)

Hace años, un jinete herido solicitó mi ayuda a cambio del don para poder esquivar la Muerte. Accedí a su ruego, le oculté, y los perseguidores que lo acechaban no pudieron atraparlo.

Él cumplió su promesa. Con mi oro, mis temores y el deseo nunca confesado me hizo una gargantilla, adornada con dos talismanes en forma de corazón, que abrochó sobre mi cuello. Desde entonces, para desorientar a la Muerte cada vez que me ha rondado, solo he tenido que esconder mi alma en uno de ellos y no dejarlo latir.

Pero ya me siento cansado. Por eso, al ver su sombra en el umbral de mi vivienda, no he querido calmar los latidos del amuleto en que el alma está metida, y la he saludado como a un antiguo conocido.

—Adelante, señor Orfebre.

—Así que sabes quién soy.

—Hace tiempo que lo sé, y todavía no me he perdonado haber impedido tu derrota cuando nos conocimos.

—No te aflijas, viejo. Antes o después todos me hubierais acabado llamando. Como tú, ningún hombre encontrará jamás consuelo. Aquellos ángeles que trataron de acabar conmigo tampoco querían reconocerlo.

—¿Es que nunca te vas a rendir?

—Nunca. Hasta el fin de los tiempos.

 

 

91. Esta cárcel, mi cuerpo (Asunción Buendía)

     Esta cárcel, estos hierros. No son duros los míos, apenas un poco de carne, mucha piel y leves huesos. Mi querida Teresa, compañera de desvelos. Esperabas tú encontrar la salida aún a costa de dolor tan fiero. Mas yo, sí que muero. ¿Cómo y quién me sacará de la cárcel en que se ha convertido mi cuerpo?

     Pero no muero y amanece otro día y otro día luego.

    De nuevo te leo, Teresa, tu tan sabia, tan cierta y sin embargo tan sencilla. Repito tus versos: ¡Ay que larga es la vida! ¡Qué duros estos destierros!

90. DESPERTARTE

Te miro desde aquí y quisiera hacer que te airearas. Tal cual. Literalmente. Por dentro, sobre todo por dentro, que volaras. Conseguir que fuera la brisa, y no el oxígeno, la que invadiera tus orificios. Que el viento sea y no otros el que te peine por las mañanas. Sí, sería bueno, de una vez por todas, abrir esta ventana de llave custodiada. Que abandonaras por ella esta cárcel, estos hierros, ese goteo sin final. Yo pondría ahora mismo, todo mi empeño en que entrara un huracán sin otra víctima que no seas tú, un ciclón donde el único cataclismo sea tu ausencia. Un vendaval que te lleve, con una risa loca, por encima de las azoteas. Dejando para siempre, como las conchas en la orilla, como un caracol vacío, esa cama sin habitante.

89. Es un auténtico milagro

Madre Antonia se arrimó a las almenas de la alta muralla de Ávila, y contempló el abismo; antes de arrojarse, pensó: “Durante cuarenta años me consagré a ti en la contemplación, oración y adoración incondicional. Te amé con toda mi alma, no dejé ni un día de alabarte, cantar en tu gloria y meditar sobre tus sagradas palabras. Durante años esperé una señal de tu  amor en vano… ¡Me causa dolor tan fiero ver como ella puede hablar contigo y con sus ángeles cada día! Le has enseñado hasta el infierno. No puedo soportar el sufrimiento que me atenaza el corazón a causa tu falta de amor.”

—Madre Antonia, —profirió Teresa contemplándola con los ojos brillantes como luceros colmados de candidez.

—Es curioso, mi señor me dijo dónde te hallaría y me dejó un mensaje para ti.

“No hay ni un persona que yo no quiera. Hasta los que no creen en mí yo los quiero y los cuido. Busca la verdad dentro de tu corazón donde yo habito.”

Las lágrimas se agolparon en los ojos de madre Antonia.

— ¿No te parece un auténtico milagro las palabras del señor?—aseveró Teresa.

Sí, hermana, es un auténtico milagro.

 

88. Helada

El otoño pasado los libros que tengo en casa perdieron en un par de semanas todas sus hojas. Pensé que no habían recibido los cuidados adecuados, que no recibieron la necesaria cantidad de luz, o que sus historias por falta de aire fresco habían acabado por pudrirse.

Durante las largas noches de los meses de invierno, he convivido con sus cadáveres, negándome a reciclarlos como algunos me aconsejaban. Hoy, el tiempo ha venido a darme la razón: limpiando el polvo he creído ver algo así como unas pequeñas yemas, unos bultitos oscuros de los que parecían querer salir algunas letras. Ahora, sólo esperar la salida de las nuevas palabras y pensar en las historias que a buen seguro pueden crecer con mis cuidados, me llena emoción; pero a la vez temo por ellas, es posible que acabe por afectarles la helada que dejaste detrás de ti, cuando te marchaste de casa.

87. La llave de oro (Jerónimo Hernández de Castro)

Sicilia fue siempre una hermosa cárcel sin barrotes. Los Capra sabían mucho de huidas cuando la abandonaron, de momentos en que solo buscar la salida es el objetivo de una familia.

Años después, en el salón más elegante de Los Ángeles, Francesco revivía un nuevo sueño en una prisión distinta. Inmóvil, sin probar bocado, en la espera acezante por lograr una estatuilla dorada. Como los grilletes de oro del presidio de Hollywood, donde los reclusos sufren condena perpetua en la persecución del triunfo, la llave que libera fugazmente a unos pocos hasta la próxima película, antes de regresar a la misma penitenciaría.

Perdidas todas las bazas, el Óscar al mejor director era su única posibilidad y, entonces, el presentador gritó apremiante su nombre: ¡Recoge tu premio Frank! El joven Capra saltó de su asiento hacia el escenario, en busca de un foco que se empeñaba en no apuntarle, para escuchar en el silencio nervioso del comedor, el apellido Lloyd, del ganador de su última opción.

Y volver. Un camino aturdido de tropiezos con esmóquines y vestidos exclusivos, de gritos susurrantes que le devolvían a su celda, ahora más angosta, hundido por el llanto de sus compañeros de mesa.

86. REDENCIÓN (Yolanda Nava)

El Fabián libera un suspiro lleno de pesadumbre: ¡ay, qué larga es esta vida! -se lamenta- entre temblores. Mariana, sin mirarlo siquiera, toma el serón y sale en busca de fruta. Mientras cierra con llave siente los ojos de la Nati traspasar la mirilla, a su regreso le habrá echado las barreduras debajo del felpudo y malos presagios por debajo de la puerta como viene haciendo desde que sabe que ahora ella ocupa su lugar. De corazón le desea una maldad muy grande.

Regresa a más de las doce con el serón vacío. Encuentra al Fabián sentado frente a la tele con la mirada náufraga en la botella, viéndolo así, tan desvalido, se arrepiente de los mamporros que le propinó anoche, no es malo, pero ese vicio suyo está acabando con los dos.

Siente el impulso de ir a la iglesia; confiesa con don Nicanor pecados de pensamiento -por lo de la Nati-, se calla lo que le hace a su marido y lo del frutero. Los tres padrenuestros de la penitencia no alivian su conciencia; no se siente redimida hasta confesarse del todo en una parroquia nueva, al otro extremo de la ciudad.

 

 

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