Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

89. Es un auténtico milagro

Madre Antonia se arrimó a las almenas de la alta muralla de Ávila, y contempló el abismo; antes de arrojarse, pensó: “Durante cuarenta años me consagré a ti en la contemplación, oración y adoración incondicional. Te amé con toda mi alma, no dejé ni un día de alabarte, cantar en tu gloria y meditar sobre tus sagradas palabras. Durante años esperé una señal de tu  amor en vano… ¡Me causa dolor tan fiero ver como ella puede hablar contigo y con sus ángeles cada día! Le has enseñado hasta el infierno. No puedo soportar el sufrimiento que me atenaza el corazón a causa tu falta de amor.”

—Madre Antonia, —profirió Teresa contemplándola con los ojos brillantes como luceros colmados de candidez.

—Es curioso, mi señor me dijo dónde te hallaría y me dejó un mensaje para ti.

“No hay ni un persona que yo no quiera. Hasta los que no creen en mí yo los quiero y los cuido. Busca la verdad dentro de tu corazón donde yo habito.”

Las lágrimas se agolparon en los ojos de madre Antonia.

— ¿No te parece un auténtico milagro las palabras del señor?—aseveró Teresa.

Sí, hermana, es un auténtico milagro.

 

88. Helada

El otoño pasado los libros que tengo en casa perdieron en un par de semanas todas sus hojas. Pensé que no habían recibido los cuidados adecuados, que no recibieron la necesaria cantidad de luz, o que sus historias por falta de aire fresco habían acabado por pudrirse.

Durante las largas noches de los meses de invierno, he convivido con sus cadáveres, negándome a reciclarlos como algunos me aconsejaban. Hoy, el tiempo ha venido a darme la razón: limpiando el polvo he creído ver algo así como unas pequeñas yemas, unos bultitos oscuros de los que parecían querer salir algunas letras. Ahora, sólo esperar la salida de las nuevas palabras y pensar en las historias que a buen seguro pueden crecer con mis cuidados, me llena emoción; pero a la vez temo por ellas, es posible que acabe por afectarles la helada que dejaste detrás de ti, cuando te marchaste de casa.

87. La llave de oro (Jerónimo Hernández de Castro)

Sicilia fue siempre una hermosa cárcel sin barrotes. Los Capra sabían mucho de huidas cuando la abandonaron, de momentos en que solo buscar la salida es el objetivo de una familia.

Años después, en el salón más elegante de Los Ángeles, Francesco revivía un nuevo sueño en una prisión distinta. Inmóvil, sin probar bocado, en la espera acezante por lograr una estatuilla dorada. Como los grilletes de oro del presidio de Hollywood, donde los reclusos sufren condena perpetua en la persecución del triunfo, la llave que libera fugazmente a unos pocos hasta la próxima película, antes de regresar a la misma penitenciaría.

Perdidas todas las bazas, el Óscar al mejor director era su única posibilidad y, entonces, el presentador gritó apremiante su nombre: ¡Recoge tu premio Frank! El joven Capra saltó de su asiento hacia el escenario, en busca de un foco que se empeñaba en no apuntarle, para escuchar en el silencio nervioso del comedor, el apellido Lloyd, del ganador de su última opción.

Y volver. Un camino aturdido de tropiezos con esmóquines y vestidos exclusivos, de gritos susurrantes que le devolvían a su celda, ahora más angosta, hundido por el llanto de sus compañeros de mesa.

86. REDENCIÓN (Yolanda Nava)

El Fabián libera un suspiro lleno de pesadumbre: ¡ay, qué larga es esta vida! -se lamenta- entre temblores. Mariana, sin mirarlo siquiera, toma el serón y sale en busca de fruta. Mientras cierra con llave siente los ojos de la Nati traspasar la mirilla, a su regreso le habrá echado las barreduras debajo del felpudo y malos presagios por debajo de la puerta como viene haciendo desde que sabe que ahora ella ocupa su lugar. De corazón le desea una maldad muy grande.

Regresa a más de las doce con el serón vacío. Encuentra al Fabián sentado frente a la tele con la mirada náufraga en la botella, viéndolo así, tan desvalido, se arrepiente de los mamporros que le propinó anoche, no es malo, pero ese vicio suyo está acabando con los dos.

Siente el impulso de ir a la iglesia; confiesa con don Nicanor pecados de pensamiento -por lo de la Nati-, se calla lo que le hace a su marido y lo del frutero. Los tres padrenuestros de la penitencia no alivian su conciencia; no se siente redimida hasta confesarse del todo en una parroquia nueva, al otro extremo de la ciudad.

 

 

85. OTROS TIEMPOS

Lucrecia era una niña inteligente que, desde muy pequeña, sintió la llamada de Dios. Muy joven, ingresó en un noviciado. Allí fue plenamente feliz, dedicada a la oración y comenzó a escribir textos, fruto de sueños y visiones, que ella recopilaba bajo el nombre “Mis Conversaciones con Cristo”. Cuando se los enseñó a la madre superiora, ésta la envió a su celda recriminándole su falta de humildad.
Incómoda con las normas de la comunidad, Lucrecia se salió del convento y se fue a la finca de su familia, a la que dotó de una pequeña capilla. Así nació la casa fundacional de Las Hijas de la Palabra, que solo ella habitó.
Escribió al Papa y al Rey, predicó y arengó al pueblo, editó sus Conversaciones con Cristo y, tanto alboroto causó, que la ingresaron en un psiquiátrico. Allí escribió la epístola ¡Qué duros estos destierros! en el que pedía la intercesión del Santo Padre. Con el beneplácito del Papa fue liberada, tras haber recibido electroshock y los sedantes necesarios.
Vivió discretamente, escribiendo y rezando sin parar. Dicen que hasta su fallecimiento, mantuvo siempre los ojos abiertos, con fija la mirada al cielo, recitando inspirados e incomprensibles poemas.

84. RESPIRAR

RESPIRAR

Suena el timbre de la puerta.

Es el atardecer.

Abre Magdalena.

* Hola, Delfina.

* Hola, Magdalena. ¡Ay, que larga es esta vida!.

* No tanto, Delfina

(Magdalena y Delfina son hermanas: 90 y 88 años, respectivamente. Viven en el mismo portal. Una en el 2º, otra en el 6º)

* Magdalena, vengo a despedirme.

* Has estado en la peluquería, Delfina.

* Sí, quería que me cardaran el pelo.

* Bien, Delfina. Que sepas que ha sido bonito ser tu hermana. ¿Qué vas a hacer ahora?.

* Subo a casa. Me sentaré en el sofá. Y voy a dejar de respirar

* Vale, Delfina, adiós

* Adiós, Magdalena

Día siquiente por la mañana.

Suena el timbre.

Abre Magdalena.

* Hola, Delfina.

* Hola, Magdalena. ¡Ay, que larga es esta vida!

* No tanto, Delfina. ¿Cómo te fue sin respirar?.

* Un poco difícil, Magdalena; al poco rato, te entran ganas de respirar de nuevo.

* Tienes el pelo bonito de color, pero revuelto.

* ¿Me peinas, Magdalena?, que voy a la compra.

* Sí, Delfina. Pasa

PD del Autor: Este cariñoso sucedido es real. Magdalena es mi madre; Delfina, mi tía.

83. Un cruel entretenimiento

Las gradas del anfiteatro comenzaban a llenarse, el sol ya empezaba a retirarse. El espectáculo estaba previsto a la hora séptima del día y entre los asistentes se encontraban los cuestores y ediles de la ciudad.

Los leones habían sido llevados desde África para luchar con unos esclavos y cristianos, que se habían formado durante semanas y que si lograban ser vencedores, conseguirían su libertad.

La lucha empezó. Cuatro hombres morenos se enfrentaban a dos leones mientras el público aplaudía, gritaba, vociferaba y disfrutaba, todo menos una, la esposa de uno de los ediles.

Ella se acercó a la esposa de uno de los cuestores y mientras uno de los leones se lanzaba sobre uno de los luchadores, ella en voz baja con miedo a ser reprimida le dijo:

– Me causa dolor tan fiero ver esta crueldad, como fieras son esos leones. Nunca entenderé este tipo de divertimiento.

La otra domina sorprendida, se levantó y comenzó a gritar:

– «Christianus,» la esposa del edil, es «christianus».

Esta al verse descubierta, con miedo a las represalias,  se lanzó a la arena, a la espera de ser devorada por los leones y convertirse en una nueva mártir por su religión.

82. ¡Como para aburrirse!

Cuando salieron de ver “Cantando bajo la lluvia”, les esperaba el aguacero. Pero ella fue la única que aceptó tan clara invitación. Se puso a bailar y cantar sobre el asfalto mientras los conductores la esquivaban e increpaban sin saber que estaban ante un entusiasmo sin correas.

Observada por faros y ojos incrédulos, estaba como poseída por uno de esos momentos en que el alma está metida entre sinapsis neuronales obrando quiebros a la cordura.

El cine era la savia de sus fantasías, de todas sus vidas paralelas. Lo adoraba, se alimentaba de fotogramas y los almacenaba para rescatarlos en el momento preciso.

Y eso está bien, pero ese día desapacible, de empapadas ropas pegadas a la piel, le dispensó una pulmonía de gran calado.

La estancia hospitalaria fue harto larga, pero ella no lo percibió así, porque en los primeros golpes de tos expectoró a Meg, Jo, Beth y Amy, que ya no se separaron de ella hasta que se recuperó.

 

81. Náufrago de Blanca Oteiza


¡Ay, qué larga es esta vida
observándola desde mi barca! Qué duros estos destierros que se llevan mi aliento hasta el último suspiro. Navego sin rumbo fijo sobre esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida como si una prisión en medio del océano me abrazara. Las olas irrumpen en mis pensamientos y sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero que no deseo despertar del aturdimiento que me ahoga. Sigo remando en este mar de confusas ideas que muero porque no muero añorando el pasado de vergeles exuberantes rodeando mi morada. Ahora azul todo se vuelve, con una luz cegadora que me entristece y sin embargo, a la vez alegra. La vida se me antoja distinta sin su presencia ni los niños a mi lado, la vista se nubla, es la niebla que cubre el sueño.
Suena una bocina que me asusta. Despierto del trance con la mirada perdida. Escucho la voz del barraquero que me pide que baje del carrusel. El viaje ha terminado.

80. HORROR VACUI Paloma Hidalgo

Me entregaron una citación para formar parte de un jurado popular. Me puse nerviosa. No me vi capaz de asumir esa responsabilidad estando tan rota, porque que no tengo corazón, que un canalla que decía amarme se lo ha llevado lejos. Ni alma, que se me ha caído a los pies a la hora de comer, al escuchar en las noticias que una madre ha matado a sus pequeños. Y no he podido encontrarla, como siempre que sufre una conmoción fuerte, porque se desintegra, y una vez atomizada pasan meses antes de que sea imposible descubrir esos lugares en que el alma está metida. Ni conciencia, bien plegada en el cajón de los trastos inútiles desde que empecé a trabajar en la compañía de seguros.
Sin embargo, hoy, cuando no me ha temblado la voz al declararlo inocente, he llegado a la conclusión de que esos vacíos son los que me han proporcionado las condiciones ideales para hacerlo.

79. Profesión: Descubridor

¡Soltad ancla de babor! Gritó el capitán tras el aviso de «tierra a la vista». Todas las miradas se dirigieron al frente y ahí estaba, una isla pequeña, la más pequeña del mundo conocido. Una vez más la pericia de nuestro caudillo había conseguido el milagro de acercarnos sanos y salvos a destino. Cada vez eran más costosas estas travesías, se nos hacían eternos los meses en alta mar, qué duros estos destierros que se repetirían de por vida.

La embarcación siempre quedaba alejada de la costa y los hombres desembarcaban en pequeños botes con la idea de preservarla de cualquier ataque, a bordo quedaba un destacamento de vigilantes. Mi labor no era necesaria en tierra, permanecía en mi cocina y se reducía el trabajo a los vigías, pero siempre miraba angustiado la playa, la tierra, la naturaleza que de mí se alejaba. En esos momentos dedicaba mis horas al rezo, rezaba sin cesar con la convicción de que sería la única manera de permanecer en mis cabales, me aterraba perder la cabeza. Imaginad cómo me quedé al conocer, por el único superviviente que consiguió llegar al barco, el nombre del lugar: La Isla de las Cabezas Cortadas.

78. Una portería inexpugnable

Doña Remedios estaba siempre al pie del cañón, utilizaba una escoba como arma disuasoria, de la cual no se libraba nadie, algún vecino incluido.
Solía estar poco dentro de la garita de la portería, siempre estaba arriba y abajo, atenta a todo aquel que entraba e invitaba a salir, si el objeto de su visita, le parecía poco claro.
Era el terror de los jóvenes repartidores, esos que se presentaban con los auriculares puestos y no sabían para quién era lo que traían.
Más de uno había salido a escobazos por no enterarse o por pisar el suelo recién fregado, cosa que hacía cada día a primera hora invariablemente.
Solía repetir, como un estribillo o coletilla, mientras barría la acera, delante del portalón de entrada a la casa ¡Ay qué larga es esta vida!
Con la que todos suponíamos, era una lamentación por su esfuerzo continuado en mantener un paso limpio donde era prácticamente imposible.
Nadie la veía en la soledad de su cuarto en las golfas, leyendo pergaminos antiquísimos y tomando una pócima, hacía más de un siglo.

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