Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

10. Cruce de Caminos (Esperanza Tirado Jiménez)

Se pasó la primera semana del año organizando su ruta por el Camino de Santiago. Merecería la pena, aunque sabía que no había entrenado lo suficiente.

Sin tiempo para lamentar vagancias, el camino ya se extendía hacia adelante, señalado por estelas amarillas y restos que los peregrinos dejaban para aligerar su carga.

Agotada, llegó a un cruceiro y se quitó la mochila. Había cuatro posibles rutas, pero estaba tan cansada que no conseguía decidirse.

En una esquina descubrió una botella de plástico, llena de papeles de colores.

Cogió uno y leyó:

A ti, Peregrino caminante,

Mucha suerte en tus pasos.

Despierta tu Mente.

Tu Corazón no desfallezca

en el camino emprendido

en el que tu Alma está metida.

Ánimo, pues en algún punto del viaje

encontrarás respuestas a tu caminar solitario.

 

La curiosidad pudo más y escogió la ruta del Oeste. Pocos kilómetros después llegó a Frómista. Allí la recibieron la imponente iglesia de San Martín y otra peregrina que había seguido el Camino del Ebro. Se acercó a ella e intercambiaron cansancio, historias, ánimos y buena compañía.

Al día siguiente, en un banco de la iglesia encontraron una pequeña Xana y una Pilarica con un parche en un ojo.

9. SESENTA MINUTOS DE ILUSIÓN

Lo veía de reojo preparar la maleta, cabizbaja, sin decir una palabra. Como si no le importara,  continuaba con los quehaceres del domingo.
Se había desencadenado la discusión en Año Nuevo, cuando al preguntarle sus metas futuras él murmuró «solo esperar la salida». Desde ahí hasta Reyes, el silencio fue de lija y las pocas palabras que se cruzaron fueron acelerando la toma de una decisión.
Pensó, al mirar su espalda, lo que la conmovía antes su abrazo y le dolió esa cárcel en la que estaba desde hacía años. La dependencia mutua y esa rutina que pesaba, los hundía cada día más en el aislamiento.
Imaginó que se daba vuelta, que se acercaba por detrás, que le susurraba al oído, que deshacía con un beso la tristeza.
Cuando escuchó el portazo y la música, cayó en la cuenta de que el capítulo de la telenovela había terminado.
Y ella, otra vez, se quedaba sola hasta las veintiuna horas del día siguiente, en que por sesenta minutos volvería a ser la protagonista, de un amor tan real como sus lágrimas.

7. Buscando ayuda

Solo esperar la salida le animaba para continuar acudiendo puntualmente a cada cita.
No le apetecía nada seguir confesando sus frustraciones. Pero eso era lo que se esperaba de ella.
Cada vez le costaba más hacerlo, abrir su alma para que otra persona entrara en ella a revolver en sus contradicciones.
Y cuando lo hacía se sentía todavía peor. Entonces tenía que confesar los porqués de las cosas, de cada una de sus actuaciones, aunque veces no lo sabía…
Esto le causaba todavía más desazón, le dejaba desarmada, y era entonces cuando en un momento en el que sentía deshinibida le decía a su psiquiatra, señor doctor no se preocupe que «en alta vida espero, que muero porque no muero».

6. La luz de un candil

Me causa dolor tan fiero, tan imposible de determinar, se dijo. Como sea que a pesar de que no estaba sola profirió tal frase que  se dispararía de sus labios igual que una flecha hacia el exterior de la balconada, audaz, intrépida, semejante a una larga bocanada de humo haciendo jirones. La señora alta que preparaba la merienda se encogió de hombros consintiendo lo que había oído; su deber pues era preparar las meriendas en las tardes, ya fueren umbrías, ya soleadas. Abajo, en el pasillo, rodeado de muros fríos y llenos de culantrillos dormía el baúl traído de la lejana tierra de Calcuta, contenía mas peso en el lomo de nogal, que lo que hubiere estado en su interior: Camisas con blondas, vestidos de seda; mitones, etc. Prefirió el café, al té, las galletas de mantequilla, al pan tostado, sentarse en la tumbona del pequeño jardín, a ocupar una de las sillas de la sala. Las cartas que había escrito se amontonaban, algunas parecieran servilletas bien colocadas, bien dobladas; todo ello sobrepasaba el espíritu de ella, tan lleno de romanticismo y para nada escéptica; por lo tanto cada noche una carta, y la luz de un candil.

 

5. Meta física

¿Comer hasta atiborrarse: un festín para los sentidos? ¿Vale la pena una vida de sufrimientos sin más fin que la entrega continua a los placeres de la carne? La respuesta es no. No. Anhelamos trascender, salir de esta prisión de huesos, de este valle de sufrimientos por el que sin cesar nos movemos de aquí para allá, mi fiel compañera Enriqueta y yo. Ajenas al resto, nos atiborramos, ganamos insaciables volumen y peso. Engordarmos deseando ver el día en que dejaremos atrás las grasas inservibles y nos elevaremos, fuera de esta cárcel mundana sin rejas ni ventanas. «Ven», me guía Enriqueta en busca de más exquisiteces. Yo, la sigo torpe, pesada, arrastrándome hasta llegar a la altura de su brazo, ávida por zampar. Entoces comprobamos desilusionadas que no, que en esa parte no hay nada apetitoso que engullir. «Paciencia», me consuela Enriqueta, dirigiéndome desanimada a otro lado. «Vivir es renunciar», añade recordándome que ganaremos el cielo: «Solo esperar la salida». Porque las larvas de mosca respetamos los brazos incorruptos de las santas y confiamos en que llegará el día en que tendremos alas. ¡Entonces tendrá sentido esta vida de gusanos!

4. Liga 66-67

Mi recuerdo más lejano del amor requiere una apreciación indispensable, una premisa relevante. Su forma más brutal, más primitiva y más irracional recae en la pasión.

Sólo esperar la salida de la escuela me llenaba de una inmensa felicidad. En esa esquina de mi ciudad, entre las calles Corts y Tapiró, un escaparate amparaba ese amor desenfrenado. No me la quitaba de la cabeza, deseándola hasta no poder más…

…y con final infeliz.

Una mañana desapareció, como sin darme cuenta, aquel balón de cuero que me seducía y que tanto deseé tener entre mis brazos que solo de pensar en que otros lo abrazaran aun me sigue rompiendo el corazón.

02. SHIBARI (EPÍFISIS)

Siempre me gustó, que el tío que estaba entre mis muslos, me poseyera con fuerza y con pasión. Que me dijera en la oreja cosas guarras, me encanta y que me insultara y que yo como defensa, me debatiera en una lucha de brazos y piernas hasta quedar exhaustos entre las sábanas de seda.

Entré en el club Shibari, aleccionada por una amiga.

Cortinas rojas y una barra donde servía bebidas un tío con collar de cuero con cadena a la pared, desnudo salvo los correajes y un slip de piel negra.

Dos esbirros con máscaras me quitaron las ropas y me cargaron de cadenas y de una especie de cinturón de castidad, entré en la mazmorra en esta cárcel, estos hierros se me clavaban en la ingle, pero no fue nada, peor, cuando me colocaron en la cruz de San Andrés.

Me pusieron un separador de labios y apareció un tío con la cosa más bestial que yo había visto nunca y una palmeta, solo dije ahh.

Me desperté, cuando en la boca tenía dos dedos de la mano derecha y tres de la izquierda de mi dentista, mientras desde detrás de la mascarilla me decía, abre más.

1. AUTOESTOP FATÍDICO

Cuando subí al coche distinguí un olor extraño, excesivamente perfumado. Tardé poco tiempo en darme cuenta de que la mujer que me acompañaba en el asiento de atrás estaba muerta. Pero solo fui consciente de mi suerte cuando descubrí que la pelirroja de delante tampoco se movía. Menos molestias, pensé. En otras ocasiones prefiero tomar la iniciativa de la conversación, ganarme la confianza de los pasajeros y, a modo de justificación, describirles sin acritud mi intención. Sólo esperar la salida les acobarda y enmudece para el resto del trayecto.

Pero aquella era una situación diferente. El conductor me miraba desde el espejo interior y confesaba, desinhibido, su afición a vagar por las carreteras recogiendo lo que definía como “mujeres desorientadas”. Preferí no advertirle aún de mi intención de desvalijarle el coche, a él y a su silenciosa compañía, y esperé a que ese estúpido criminal decidiera “orientarme” por un cerrado camino forestal para desenfundar mi “katana”, convencida, ahora sí, de que por fin ejecutaría un asalto entretenido.

125. Añoranza

Otro año más mamá empezará a llorar. Cuando la última campanada dé el pistoletazo de salida, su rostro se arrugará en una mueca imposible para evitar el llanto. Entonces, unos descorcharemos las primeras botellas, otros nos besaremos y abrazaremos como no lo hacíamos desde trescientos sesenta y cinco días atrás, volará el confeti de uno a otro lado, los matasuegras iniciaran su espiral de ruido y una tormenta de buenos deseos descargará sobre todos nosotros. Pero, a pesar de todo, a pesar de que la rodeemos e intentemos ahogar su nostalgia, sus lágrimas ganarán la partida y encontrarán el surco labrado, año a año, desde que dejaron de cuadrarle las cuentas.

124. CICLOS

Lo renqueante de su articulaciones, lo deslucido de su frente, lo apagado de su voz le mostraban de forma patente que su fin se acercaba.

A su alrededor expectación y alegría por la llegada del nuevo año. En su interior todos los achaques y miedo. Tristeza por dejar de verlos, de sentir su algarabía, de percibir con atención  sus miradas. Era la hora de los adioses. En la penúltima campanada se quebró su engranaje, las saetas lo abrazaron y los números romanos le guardaron silencio.

A lo lejos el reloj de algún  campanario daba la última de la noche. Una explosión de luces y estruendo de cohetes recibía el nacimiento de otro año.

 

123. BAILE DE MÁSCARAS

En aquella habitación tan solo había lugar para tres máscaras, la tuya, la mía y la de la muerte. Las reglas estaban claras. Danzar al compás de la música, intercambiando una y otra vez las parejas. Al sonar las doce campanadas escogeríamos. Solo eligiéndonos mutuamente habíamos de salvarnos. Si no, el desafortunado se marcharía con ella. ¿Puede haber juego más cruel?

Cuando llegó el momento, corristeis ambas hacia mí. ¿Quién de las dos eras tú, quién la de la guadaña? El leve aroma a vainilla recién molida me dio la pista. Te señalé con el dedo y nos descubrimos. Ahí estabas, esbelta y seductora como siempre, con los ojos color miel encogidos en un gesto atónito. Nos habíamos salvado. ¿Entonces por qué gemías e implorabas que no te llevase conmigo, que eras aún demasiado joven? Quise acercarme a ti para abrazarte, pero antes de dar un paso un gruñido desconocido escapó de mi garganta.

–Tu hora ha llegado –dije con voz fiera.

En ese momento comprendí. El mismo baile hacía un tiempo, el frío, la oscuridad creciente. Un cosquilleo sacudió mis huesos. Ignorando sus gritos desgarradores la aferré de la muñeca y me la llevé a rastras por el pasillo.

122. LAS ORILLAS

Susana vivió siempre en el barrio nuevo, junto al río. Estudió en el mismo colegio desde pequeña y al cumplir los veinte comenzó a trabajar de bibliotecaria por las mañanas.
Cruzando el puente, en la judería, creció Antonio. De adulto, ya de maestro, preparaba las clases del día siguiente, por las tardes, en la biblioteca.
Susana salía los sábados con sus amigos al Gran Café. Allí pasaban el tiempo hasta la noche entre charlas, risas y quinitos. Al día siguiente, Antonio y su pandilla ocupaban la misma mesa, llena de muescas y corazones marcados la jornada anterior. Veían algún partido y agotaban los domingos.
En fin de año ambos tomaban las uvas en sus casas. Susana solía excusarse con algún resfriado inoportuno o consentido. Y Antonio respetuoso de la intimidad familiar y las tradiciones.
Pero llegó la nochevieja y los dos pensaron que sería mejor celebrar, rodeados de amistades y cientos de personas desconocidas, la llegada del año nuevo.
Antonio y Susana coincidieron entre la multitud por pura casualidad. Invadidos por el jolgorio reinante, se miraron, se abrazaron tras las campanadas y se felicitaron sonrientes.  Después, cada cual regresó a su orilla.

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