Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

72. ASESINA EN SERIE ( Paloma Hidalgo)

CUÉNTAME COMO PASÓ, suplicó LA DUQUESA, a uno de los POLICÍAS al llegar al hotel de carretera donde habían encontrado a la chica, mientras un MÉDICO DE FAMILIA del HOSPITAL CENTRAL intentaba sin éxito reanimarla. AÍDA llevaba DESAPARECIDA, SIN RASTRO, desde el principio de aquel VERANO AZUL.
EL COMISARIO explicó que tenían a LOS HOMBRES DE PACO MANOS A LA OBRA buscando LA HUELLA DEL CRIMEN, y aseguró que la CUENTA ATRÁS para encontrar al culpable había comenzado.
También le dijo que en EL INTERNADO, alguno de sus COMPAÑEROS afirmaba haberla visto AL SALIR DE CLASE perdiéndose rápidamente en entre la gente, como un ÁGUILA ROJA, medio en PELOTAS, en dirección a la FARMACIA DE GUARDIA de LA PLAZA DEL DIAMANTE, para comprar algo que calmara su ansiedad, tras haber discutido a gritos mientras hablaba por teléfono.
Pero prefirió no comentarle nada de la grabación que CELIA, la mejor amiga de AÍDA, había hecho de esa conversación. En ella, la voz inequívocamente grave de LA SEÑORA que ahora tenía a su lado, aseguraba que NADA ES PARA SIEMPRE, y que una PRINCESA DE BARRIO como ella iba a necesitar 7 VIDAS para arrebatarle a su hijo.

71. La libertad tiene sus vuelos Calamanda Nevado

Conduce con  torpeza. Busca  ávidamente con los ojos a su mujer; aún no ha llegado.  Elije un rincón del aparcamiento del hotel. Su coche llama demasiado la atención. Entre tanto la espera, escucha canciones. Se excita con el video de una cantante. Desde el asiento sigue idas y venidas de otros coches. Su esposa llega. Camina con desenvoltura. Lo descubre entre el intrincado de pilares. Se sienta a su lado. Lo  alborota con el repique de su  conversación. Con  gesto amenazador  la ordena callar.  Obedece y  cambia su ropa arrugada por un conjuntito de falda  y chaqueta. Mientras, su lengua insistente, empapada de ginebra, le babosea el cuello y  pregunta por el dinero. No parece sorprenderle que su marido  le  espete esto.  Ignora el comentario y le muestra una    factura de habitación. La arruga sin mirarla, le registra el bolso, y le explica quién  manda y vela por ella.  –Continuarás hasta que yo diga.  Murmura, quiero verte sana, a pesar del veneno que te pones  en la infusión por las mañanas. Cuando sale le pellizca el pecho, y grita  entre carcajadas. –Gatita ¡Tranquila! Queda tiempo. Ve sin prisa  que espero-.
Regresa al hotel como una golondrina; aguarda  su verdadero  amor.

70. Aún es pronto

Pidió la 201, o la 205, si podía ser. Introdujo la tarjeta en la ranura y entramos: servicio a la izquierda; dos camas al frente; mueble, televisión y cuadro a la derecha. Me tiré en una de las camas. Ella dijo que era pronto. Me dio la espalda y comenzó a desnudarse porque iba a darse una ducha. Luego se acercó, preguntó si no me importaría y se me subió encima a horcajadas, sin esperar respuesta. Era muy fuerte y no la contrarié (…). Me duché y me vestí. Aún es pronto, repitió. Me relaja (…). Nos duchamos y nos vestimos. Se aseguró de la correcta colocación de los chalecos antibalas y salimos fuera. Con la punta de la pistola me indicó un lugar a su espalda y de una patada echó abajo la puerta de la 203.  ¡Alto, policía! Servicio, izquierda, vacío… Hombre al frente con mano interior chaqueta: ¡quieto o disp…!, ¡bang…! Mujer con maleta: codazo al estómago y esposas a las muñecas. La bala atravesó el muslo y El Gordo cayó al suelo. Métele un torniquete antes de que se desangre. Cogió la maleta con la coca y los sacamos a empellones de aquel hotel de carretera.

(Relato fuera de concurso por formar parte del jurado).

69. ONOMATOPEYAS DELATORAS (Beto Monte Ros)

En un hotel de carretera apareció el cadáver de una chica y el inspector Valdez, junto a su ayudante, repasa los detalles del crimen.

—¡Grrrr!, ¡cómo no lo vi antes! —grita el detective

—¿Qué le pasa? —pregunta el subalterno.

—Nada, que la clave para resolver el caso está en esta declaración.

—¿Hoy le puso algo extra al tabaco?, sabe bien que el testigo es ciego y tiene problemas del habla, además, en esa grabación solo se escucha ¡TOC, TOC! ¡CRAC! ¡PAF! ¡AYYY! ¡RAS! ¡ARGGG! ¡SGLUPS, SGLUPS! ¡CHOF, CHOF, CHOF! ¡BANG, BANG! ¡CLIC!

—Pues ahí está, esos no son tartamudeos, sino los ruidos que oyó la noche del crimen.

—¿Y?

—Si pones atención te darás cuenta de que quiso decir: “tocaron una puerta, la que luego rompieron, entraron dando bofetadas y una mujer gritó, le rasgaron la ropa, le apretaron el cuello, la obligaron a tener sexo oral, la follaron y le dispararon hasta vaciar el arma”.

—Siempre hemos tenido eso claro y ni con las pruebas de ADN sabemos quién la mató.

—Cierto, mi amigo, pero ya tenemos una pista, solo una persona puede producir esos sonidos.

—¿Quién?

—¿No te has dado cuenta? ¡Buscamos a un escritor de cómics!

68. CONTAR HASTA TRES

Tenía una mujer, dos casas y tres hijos. Tenía un trabajo bien remunerado, dos iPhones y tres Samsonites de distintos tamaños. Eran las dos y aún tenía tres horas de carretera hasta su destino. Tenía un motel a mano, así que paró y cogió una habitación. Tenía un último cigarrillo y bajó al aparcamiento a fumárselo. Entonces la vio: tenía un problema con su C3, dos pezones color castaña que pugnaban contra la camiseta blanca y sólo tres euros en el monedero. Él tenía un mueble bar bien surtido y una cama king size. Tenía una oportunidad y se lanzó sin contar hasta tres. No tenía un condón, pero le importó tres narices.

Tiene un piso deslucido de tres dormitorios junto a un polígono industrial, dos trabajos mal remunerados y una ex esposa. Tiene que pagar una pensión alimenticia para tres. Tiene dos gemelos que se pasan las noches berreando, excepto cuando se enganchan a un pezón color castaña. Y hacia mediados de mes, cuando suma dos y dos no le salen las cuentas.

(Relato fuera de concurso)

67. VEINTE AÑOS (Eider Inchausti)

De las lágrimas pase a la risa. Reía al ver que lloraba en el mismo hotel de carretera de hace veinte años. Pensé que por lo menos habían cambiado las cortinas de flores amarillas. Luego me senté en la cama y recordé aquella comida de fiestas del pueblo. Un feliz Julio alzaba su copa y brindaba por la morena que le había atrapado el corazón. Su apoderado le miró con preocupación, ya llevaban dos días más de los previstos en aquel pueblo. Julio le giño un ojo y le dijo: “No te preocupes a esta joya me la llevo como sea”. Yo sonreí alagada por haber conquistado a aquel hermoso torero y baje la mirada a mi plato de milhojas. No quería ver los ojos incrédulos de mi amiga. Prefería perderme en lo romántico de ir a vivir a un cortijo.

En aquella primera parada en el hotel lloraba por la pena de dejar a un lado mis sueños de estudiar magisterio pero también reía de felicidad. En esta segunda parada lloro por la pena que sentirá mi torero cuando vea que su morena no regresa y rio por mi estupidez de hace veinte años.

66. SOLEDADES (Yolanda Nava)

La carretera es una lengua de fuego bajo el sol de una tarde de agosto en el sur. Derrite la voluntad y con la añoranza teje un sombrero de ala ancha. El tiempo repta perezoso por la esfera del reloj que me regalaste en nuestro aniversario. Suenan Los Secretos con «la calle del olvido», nuestra canción -afirmas-, y me miras con una complicidad que languidece mientras tarareas: «dices que cuentas conmigo», dibujo la mueca de la sonrisa en mi cara. En el asiento trasero dormitan los niños. Pasamos por el kilómetro 140,  a mi derecha se dibuja la silueta del hostal Soledades, “condenados a una noche tan oscura como fría” y un escalofrío recorre mi espalda mientras los recuerdos me traen su voz canturreando esa parte de la que tu llamas “nuestra canción”.  Nos despedíamos conscientes de que la cama de la habitación nº 14, tálamo de nuestro amor, era ya, su ataúd. Miro el reloj, solo han pasado unos segundos. Los niños dormitan en el asiento trasero. La carretera nos aleja y tú me preguntas cuánto falta.

65. SOMBRÍO OCASO (MARÍA ORDÓÑEZ)

Es invierno y casi es noche. El hotel está vacío. Desde una ventana, un débil rayo de luna permite al anciano vislumbrar el final del camino. A lo largo de él no hay nada, ni nadie.  Aunque sí; pertinaz e incontrolable, inunda el espacio el acre olor de la soledad.

64. ESPERANDO LA LLUVIA (Rafa Heredero)

Ella era especial. Enseguida me di cuenta. El hombre que la acompañaba debía ser su jefe. Lo supe al fijarme en su cara. Y en el anillo de casado que no se molestaba en disimular. Solo coincidíamos en un hotel de las afueras, al que yo iba cada semana con una mujer distinta, las tardes de los viernes cuando no dejaba de llover. Tenía ese aire melancólico de las mujeres heridas que tanto nos atrae a los hombres. Las mujeres tristes siempre están bellísimas los días de tormenta.

Ahora continúo acudiendo a ese hotel cada viernes. Sin compañía. Cuando llueve la espero aunque solo sea para verla salir del ascensor y atravesar el vestíbulo hacia la puerta. Nuestras miradas nunca se cruzan, pero estoy seguro de que me ve. Lo noto por cómo se alisa la gabardina al abandonar el hotel, por esa imperceptible reticencia que muestra cuando su jefe la toma del brazo, por la manera que tiene de apartar el paraguas que le ofrece antes de subir al taxi que ha pedido para ella.

Seguiré presentándome puntual a nuestra cita. Y esperaré la lluvia. Y a que ella se decida. Todos los viernes del mundo, si hace falta.

63. HEARTBREAK HOTEL ( Esther Gómez )

Sentado al volante de aquél enorme camión había dejado atrás su juventud. Fue perdiendo pelo y ganando barriga conduciendo por autovías que no llevaban a ninguna parte. La música de Elvis era compañera fiel en todos sus viajes.

No le esperaba en ningún lugar.

Empezaba a sentirse cansado, cuando un letrero luminoso reclamó su atención. En su parpadeo le invitaba a parar.

Al entrar,  encontró a una mujer con unos inmensos ojos negros de mirar desengañado, en su boca una sonrisa tatuada albergaba un interminable cigarro. Su cuerpo se dejaba ceñir por un escotado vestido. Regentaba aquél hotel que había comprado con los ahorros de una vida de luces de colores.

No  la esperaban en ningún lugar.

Un amor a primera vista les recorrió el cuerpo de principio a fin, la habitación número 69 fue testigo de sus caricias, pasaron toda la noche uniendo soledades.

Echó una última mirada a través de la cabina, pudo ver como se iban alejando del desamparo. En medio de la nada, con las puertas abiertas se puede ver el » Heartbreak Hotel «, ya nadie vive allí.

62. La fuerza del destino

Dicen que hay un destino escrito para cada uno de nosotros, que da igual correr o jugar al escondite con él porque siempre te encuentra y te acaba alcanzando.

Nací en Vigo, pero mis padres tenían su vida en Madrid y yo no había vuelto nunca allí.

Ahora 25 años después, por algún motivo que yo mismo desconozco estaba conduciendo rumbo a aquella ciudad gallega. Atendiendo a la llamada de últimas voluntades de un desconocido tío de mi madre.

En algún punto de aquellas carreteras despobladas el tiempo había empeorado tanto que tuve que refugiarme en el primer bar que destacaba a través de la cortina de agua.

Sus luces delataban el tipo de establecimiento que era, un cartel anunciaba “servicio de habitaciones”. Yo no esperaba más que un café caliente y si fuera posible algo sólido para acompañarlo.

Pero me sirvieron unos ojos verdes y una invitación a descansar en el piso de arriba.

Al día siguiente, llegué con el tiempo justo de escuchar las últimas palabras del pobre Elías:

—  Sabía que vendrías, que traerías contigo unos ojos verdes y que no te marcharás nunca de esta tierra de la que formas parte.

61. La maraña (La Marca Amarilla)

Levantaron el modesto Oasis Hotel junto a la carretera comarcal, a medio camino de ninguna parte, pero antes tuvieron que talar varios árboles y eliminar la vegetación que servía de cortina natural a vehículos que ocultaban amantes en su interior.

Cuando se inauguró el local comenzaron a aparecer las inevitables leyendas rurales: que si era un burdel encubierto, un supermercado de drogas, un enclave de mafiosos decadentes o un casino ilegal… Hasta que, como siempre sucede, la realidad superó a cualquier relato.

Una mañana encontraron en su habitación los cadáveres de Juan e Isabel, dos jóvenes amantes que acudían habitualmente al hotel escondiéndose de sus enemistadas familias. Nadie supo qué ocurrió aquella noche, las autopsias no revelaron nada extraño y los cuerpos no mostraban heridas, a pesar de que se encontró una navaja con restos de madera sobre la cama.

Desde entonces el hotel cayó en desgracia y su propietario cerró el negocio. Maldito y ruinoso, el edificio acabó derruido y el terreno allanado. La maleza apareció de nuevo y, dicen quienes lo han visto, que brotó un árbol de grueso tronco en el que se podía observar perfectamente tallado un corazón con las iniciales J e I .

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