Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

45. El minero

Llevaba un rato despierto pero, tan cansado como estaba, no se decidía a abandonar la tienda. Cuando por fin lo hizo, advirtió que el cielo seguía cubierto con una capota gris. Al menos ya no nevaba. Despertó a los perros y les arrojó un poco de salmón seco: se estaba acabando. El día anterior había tenido que sacrificar a Iluq, el magnífico husky por el que había pagado 350 dólares en Skagway. Era el quinto animal que perdía. Cargó el trineo y colocó el arnés a los perros. Les costó arrancar, pero no tardaron en iniciar un ligero trote. Buenas bestias. Llevaba dos días siguiendo un rastro en la nieve. Al principio pensó que se trataba de otro solitario aspirante a minero, pero ahora estaba seguro de que había por lo menos tres trineos. Quizá los alcanzara ese día.
Avanzó durante unas horas, hasta que divisó el cuerpo congelado de un husky: los del otro grupo también estaban pasando por dificultades. Aprovechó para descansar. De nuevo recordó a Iluq: siempre había creído que era el más robusto de todo el tiro. Comenzó a sentir frío.
–Vamos, adelante –gritó.

43. INOPORTUNAS COINCIDENCIAS

Serían las primeras vacaciones que pasaríamos juntos en la nieve. Mientras Nicoleta, la niñera, vaciaba las maletas y guardaba la ropa, mamá recogía a papá y la abuela dormitaba frente la televisión, nosotros jugábamos fuera de la cabaña. Primero una batalla de bolas, después, Nicolás quiso que le enterrara bajo la nieve, parecía un muñeco gordinflón dormido plácidamente. Le dije que no se moviera, había olvidado la cámara de fotos, corrí hacía la casa, no tardé en encontrarla. Al salir me detuve ante el televisor, el tiempo se volvió contra mí cuando de repente sentí un portazo en el corazón que hizo temblar mis cimientos, entonces grité: ¡Nicoleta, Nicoletaaa…! La casa palpitó.
Salimos al encuentro de mi hermano, yo no conseguía recordar dónde lo había dejado, habían transcurrido horas, rastreamos escrupulosamente el lugar. La oscuridad de la noche se cernía sobre nosotros e irreverentes montículos de nieve jugaban al engaño, mientras los inmaculados copos iban enterrando luctuosamente nuestras esperanzas.
Mamá regresó sola. Papá, como siempre, había perdido su vuelo.
Tras los años, cuando observo el cuerpo inmóvil de Nicolás y su mirada fija, quién sabe en qué parte de la historia, me pregunto si no hubiera sido mejor no encontrarlo.

42. SANKIPANKI

Sorbe lentamente su bebida, recostada en la silla de playa, y repasa las circunstancias que le han traído hasta aquí: cada año el invierno se torna más crudo, lo que obliga a estar meses encerrados en las casas y sin mucho que hacer, por lo que decidió  tomarse un par de semanas en el Caribe y de paso comprobar si son ciertas las historias que cuentan sus amigas acerca de varones con cuerpos forjados en el fuego del sol, dispuestos a saciar los deseos y fantasías más reprimidas de cualquiera que ponga unas cuantas monedas en sus bolsillos.

Broncea su cuerpo y recuerda al muchacho que conoció la noche anterior, un efebo de cabellos rizados, con el que pensó pasar un buen rato. No fue como lo prometía la propaganda pero descubrió que podía ejercer de maestra, ¡a ella le tocó el novato! Ahora, mientras se tuesta la piel, cuenta los días que quedan para volver a ser la mujer de nieve que vino de lejos, tras el rastro de un hombre de arena. Se cubre los ojos con unas gafas oscuras y pide que le pongan más hielo a la piña colada.

41. E l T r a s t o l i l l o .

Allende las fronteras, desfilaba quien escribe estas líneas, por la travesía de los despeñaderos blancos, anhelando por fin ver al martinico legendario. Años camelándome a La Adivina del Cáñamo y desentrañando su Incunable de Mazámbulo para desvelar las coordenadas donde Ella lo vio.

Entonces la cordillera impracticable por la nieve casi me vence, cuando por ensalmo, descubrí con mi lente esotérica las diminutas pisadas con forma de babucha del duende disimuladas entre los copos albos. Fue en mi séptima jornada de seguimiento cuando le vi, inconfundible con su levita de color absenta y preparé el morral. Quizás mi paso crujiendo en la nieve le alertó porque torció su gorrillo puntiagudo estrellado y empecé a vislumbrar su carita cómica y un gesto de superioridad, como en los antiguos legajos los amanuenses lo habían idealizado.

Sin embargo, no le aprecié del todo sus rasgos secretos, pues cuando iba a echarle el guante, transmutó su rostro por el mío y quien acabó de girarse fui yo. La perspectiva de lo que miré era incomprensible: Allende las fronteras, desfilaba quien escribe estas líneas, por la travesía de los despeñaderos blancos, anhelando por fin ver al martinico legendario..¡El Trastolillo!

40. DETERMINACIÓN

Había pasado tanto frío en aquel paraje inhóspito que casi no recordaba la sensación que producen los rayos de sol sobre la piel desnuda.

Agazapada bajo un árbol, aspiro el aire en una bocanada profunda, aire helado que, sin embargo, puso fin a la desazón que la incendiaba por dentro. Miró las pisadas sobre la nieve y con una decisión impropia por lo olvidada, abandonó su mochila y giró sobre sus pasos.

Tomó un nuevo camino para el regreso, un sendero desconocido a sus sentidos y comprobó que la nieve se hacía cada vez más blanda para, en pocos minutos, desparecer bajo sus pies desnudos  dejando ver un suelo, prieto,  oscuro, colmado  de vida. Oyó tras de sí,  que una voz reverberaba en el bosque gritando airada su nombre. En otra ocasión se hubiera vuelto asustada, hubiera corrido hacia ella tratando de impedir que los gritos provocaran el alud que amenazaba día tras día con tragárselos a todos.

Hoy, no mutó su rostro ni cambió su paso. Después de mucho tiempo se sentía libre y, decidida, se alejó del rastro que durante mucho tiempo había frenado sus pasos. La culpa quedó enterrada para siempre en la nieve.

39. La muchacha de hielo

Se movía con exactitud entre una enmarañada geometría de cristales hexagonales. Poseía un talento especial para surcar las más cruentas nevadas. Y en las noches insomnes, para guiarse, dibujaba huellas en la nieve con sus manitas tintadas.

38. EL ÚLTIMO BURBUNIO DE CRESTA EFERVESCENTE

Solo la concurrencia de ambos plenilunios revelaba sus huellas sobre el espeso y cálido manto de nieve negra. Por eso, aquella noche seguíamos semidesnudos al rastreador que, después de mucho tiempo, había vuelto a avistar un ejemplar en la llanura del Antipolo.

   Nuestro pulso se aceleró cuando escuchamos, justo al otro lado del río, los crujidos inconfundibles de vainas azules trituradas por sus célebres muelas de diamante. A una señal del guía, trepamos a un árbol de huesopalo que se alzaba sobre los vaineros de la orilla.

   Allí estaba; un magnífico macho adulto coronado de burbugonias doradas que salpicaban a tres pequeñas hembras adheridas a su espalda para fecundarlas. Ilusionados por la esperanzadora estampa, comenzamos a disparar e hicimos muchas fotos; hasta que Paco decidió activar el flash. Fueron las últimas imágenes que se obtuvieron de la especie: el animal nos miró con sus increíbles ojos violetas y huyó veloz, trazando una hermosa estela plateada sobre el azabache infinito. Desgraciadamente, también dejó despanzurradas a sus tres compañeras por el camino.

   Cruzamos la corriente y nos acercamos a los frágiles cadáveres que ya empezaban a freirse sobre la nieve para repartirnos, desolados,  las valiosas dentaduras que, otrora, habían provocado su exterminio.

37. Coponieve

Nací una fría noche de invierno. Tez clara y pelo rojo fuego. De mi mano llegaron las nieves. Contaba mi madre que, siendo muy pequeño, anduve perdido en el transcurso de una monumental nevada. Organizaron interminables batidas y se peinó, palmo a palmo, cada rincón sin respiro. Días más tarde, cuando las esperanzas de hallarme con vida se desvanecían, regresé. Aparecí descalzo, dibujando un menudo rastro de pisadas blandas. Mis cabellos, hasta entonces como las brasas, se tiñeron canos. Nada pude explicar de lo acontecido porque, desde ese día, no volví a pronunciar palabra alguna… Ya no las necesitaba. Mamá murió sabiendo que algo mágico debió sucederme. Y no se equivocó…
Ahora formo parte de otra realidad y, a través de mis cristales de hielo, contemplo el mundo. Me divierte inventarme, cada vez, en formas diferentes, buscando la belleza y la armonía. Cuando las temperaturas lo permiten, me dejo caer con gusto sobre las ciudades y los campos, y pinto sonrisas albas en sus apagados grises.
Soy feliz sintiendo como propia la alegría, que se dibuja en el rostro de los niños, cuando aparezco por sorpresa, y disfruto –aún más si cabe- ante el gesto de fastidio de sus padres.

36. Anam cara

Las runas profetizaban un nacimiento divino siempre que coincidiesen el solsticio de invierno y la luna llena. Pero los dioses, caprichosos, hicieron nacer dos bebés aquella noche. Una niña de piel blanca y pelo oscuro, y un lobezno negro de ojos color plata, fruto de una loba apresada por los cazadores.  El druida, presintiendo que era un alma dividida en dos cuerpos, tomó bajo su tutela a ambos y se internó en el bosque mágico de Huelgoat.

Años después,  Alda era una joven bella y sabia, a quien el jefe del clan celta deseaba aunque estuviese prohibido unirse a una diosa. Pero ella siempre iba protegida por su inseparable Tuán, el lobo negro. Un anochecer los siguió y disparó una flecha contra el animal dejándolo herido. Iba a rematarlo cuando  Alda se interpuso recibiendo la espada en su pecho. Él enloqueció por haberla matado y se degolló a sus pies.

A la mañana siguiente el anciano druida siguió en la nieve el rastro de las huellas del lobo, que se internaban en las profundidades del bosque,  hasta convertirse en dos pisadas humanas. Al fin las almas gemelas se unirían cada vez que brillase la luna llena.

35. ENEMIGO

Yo seguía sujetando su mano cuando las voces llegaron por encima del frío: ‹‹¡Teresa!, ¡Tereeesaaa!››, oí que me llamaban. Sus dedos se endurecían cada vez más: ‹‹Acércate, por favor, no quiero morir solo››, me había dicho, y yo le había tendido mi mano mientras la sangre huía de su cabeza. Porque la sangre huye aunque el cuerpo se empeñe en hacerla latir. Yo también me había escapado esa mañana. ‹‹Dame la mano››, me decía padre cuando estábamos solos, y sus dedos subían desde mi muñeca hasta el hombro y luego bajaban, bajaban y yo tenía frío, frío de sus dedos calientes. Y por eso hoy me había escapado como la sangre. ‹‹Ya está cerca, mirad sus huellas››. Lo vi llegar delante de los otros y él me vio arrodillada junto a un hombre muerto. ‹‹Hija, ven aquí, ese hombre es un enemigo, los suyos también deben estar buscándolo››. Yo no hacía nada, solo miraba la nieve, que empezaba a caer más fuerte borrando el aire entre nosotros. ‹‹¡Dame la mano, Teresa!, ¡Rápido!››. Y yo seguía inmóvil, inmóvil aunque mis dedos se endurecieran. Porque no volvería a darle la mano a un enemigo.

34. Sin verano

Nunca podré olvidar aquel invierno en que se me heló el corazón y envejecí veinte años.

Eran días de frío y nieve, de noches que empezaban a las cinco de la tarde en las que los lobos se adentraban en el pueblo y de mañanas en que hacíamos recuento de las pérdidas mientras nuestras retinas se inundaban del color de la sangre, hasta que llegó el día sin luz en el que descubrimos que los animales habían entrado en una de las casas y decidimos que sólo podíamos internarnos en el bosque, acabar con ellos y poner nuestras vidas a salvo.

Yo tenía veinticuatro años, el pelo negro y la sonrisa grande y, cuando volví de aquella aventura con el pelo blanco, mis vecinos aceptaron con respeto mi férreo silencio mientras uno a uno me daban las gracias.

Sí, yo soy el héroe que les libró de aquellos lobos, el que seguí su rastro en la nieve, el único que vio trasformarse las huellas de pezuñas en pequeñas pisadas humanas, el que dio muerte a aquella joven de cuyos ojos no puedo olvidarme.

33. Tumbas anónimas

Hoy, al venir a verte, he descubierto en el sendero de la entrada a dos ardillas que corrían jugando. Las he seguido y me han llevado a un rincón en el que dos tumbas están unidas por una misma lápida, sin más inscripción que un año grabado en medio, 1852.

Las tumbas anónimas, he oído que decía alguien a mis espaldas. Era el sacerdote que ofició tu funeral y me ha contado la historia de las sepulturas sin nombre.

Una mañana de noviembre de 1852 encontraron los cuerpos de dos muchachas abrazadas en la playa. No fueron identificadas y nadie las reclamó.

La única pista fue un verso que una de ellas llevaba en un papelito doblado, junto a su corazón: “Amantes clandestinas, viajeras fugitivas, tumbas anónimas”.  ¿Premonición o destino? Para aquella época, un escándalo que había que tapar.

¿Sabes, Luis? Te imagino llamándome melodramático. Pero la historia de esas chiquillas ha reconfortado algo mi dolor por tu ausencia. Porque he sentido de golpe la fuerza de nuestro amor, firme y tierno, valiente, ajeno a las críticas. Y que siempre me hará buscar tu rastro junto a mis huellas al andar sobre la nieve de esta gélida realidad.

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