Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

35. Antes de la Batalla

-¡Llega el alba mi General!
-¿Cuántas veces he de decirle que no soy su General? ¡Soy César!
-Perdone, perdone, su magnificencia -replicó el primero con notoria burla.
-Podría hacerle crucificar por su verborrea, Centurión.
El Centurión calló y tragó saliva.
-Es el momento de partir, ¡Prepare las armas! – añadió César, mientras señalaba el horizonte.
Tras ello, aquel subordinado agarró su almohada y con la mano libre que le restaba tomó su urinal. Levantó la mirada y oteó el amanecer por la ventana.
¡Sí, vámonos para la batalla! – dijo ensimismado con los primeros destellos de la mañana – Vámonos para la batalla – susurró.

34. «Quimera»

Tumbado boca arriba, me dejé llevar por la resaca y la marejada que se estaba levantando. La luna desplegó su feminidad rutilante y me cubrió con su manto envenenado. Entonces vi tu cuerpo ondulando en la estela que se prolongaba hasta el horizonte. Quise abrazarlo, recorrerlo braza a braza, golpe a golpe, pero estabas cada vez más distante y yo cada vez más adentro. Más y más, y más adentro. Tú estabas bebiendo la sangre de mis venas y yo cada vez más sediento. Tú arrancando jirones de mi carne y yo cada vez más hambriento. Más y más, y más adentro. Mi cuerpo apenas un juguete, un capricho de las olas y del viento.

Desapareció la orilla. Un horizonte inaprensible me rodeó por completo. Era demasiado tarde para ganar algo en aquella batalla. Demasiado tarde para seguir soñando ni esperando ni amando ni viviendo. Los gallos terminaron de perforar el manto negro de mis párpados cerrados. Me rindió la noche…y llegó la mañana y abrí los ojos y quise respirar… pero volvió la noche.

Después de muchos días el único recuerdo que conservo es mi cadáver flotando a la deriva.

33. El tiempo, el silencio y la muerte ( Nieves Mtz.Menaya)

Aquella mañana fría de Febrero, el tiempo, el silencio y la muerte se habían  congregado en un exiguo imperio de infinitas batallas. No hubo casus belli  y la vía diplomática tampoco era un recurso contemplado. Para ambos, el enfrentamiento era una unidad de doctrina, el código de honor de una logística pactada. Simplemente, se sabían contrarios y era preciso el enfrentarse. En Guéridon, la muerte formaba parte del arte de la guerra.

Amanecía y la batalla no iba a tardar en dar comienzo. A las fuerzas del norte resultaba confuso distinguirlas del resto de la noche. Ataviadas de negro, contrastaban con las tropas del sur, de un albo ceniciento que parecía duplicar sus resplandores. Desde lo alto,  el monarca advirtió satisfecho la fuerza de su alcance efectivo y tras comprobar el estado del foso y los taludes, regresó  junto a ella, que abrazaba al corcel presagiando el destino.

Era ya medianoche. Después de largas horas de exterminio  selectivo, un dolor diagonal se le hundió en la garganta. El rey había muerto. Diligente, saltaba la noticia a los diarios: “Con tan solo 30 microprocesadores, Deep Blue vence a un exhausto Kasparov”.

32. En busca del tiempo perdido (Ginette Gilart)

La anciana entró en el edificio abandonado y semiderruido. Después de atravesar el vestíbulo se adentró en el pasillo que conducía a los dormitorios. Allí miró a su alrededor, todavía quedaban algunos colchones por el suelo, somieres y cabeceros de cama parcialmente oxidados. Se acercó a una de las ventanas, fuera la vegetación lo había invadido todo, no quedaba nada de aquel parque tan bien cuidado por Benoît, el jardinero. En una pared desconchada un crucifijo colgaba de medio lado, se dirigió a él y de manera mecánica lo enderezó. En ese instante, de entre los escombros salió asustado un pájaro soltando algunos plumones. Los contempló un rato y recordó las batallas de almohadas con las que las internas se divertían antes de acostarse. Sor Inés solía hacer la vista gorda un tiempo, luego entraba en el dormitorio y mandaba apagar las luces: “Buenas noches niñas”.
Nunca olvidará la última batalla, esa noche no apareció Sor Inés, en su lugar irrumpieron agentes de la Gestapo con soldados alemanes. Con otras dos niñas judías tuvieron que seguirlos. Abajo en el patio también esperaba la monja. Las cuatro subieron en el camión.
Nunca supieron quién las había delatado.

31. Una batalla pendiente. (Daniel Irazu)

En un soporte, a la vista del jurado, la imagen de los tres activistas a favor de la despenalización de las drogas: el político, el juez y el científico, con las ropas tintadas de sangre.

Entre el público sentado en bancos corridos hay formadores de opinión. Algunos son panfletistas a sueldo de vendedores de productos financieros, de armas, de instalaciones carcelarias y de seguridad privada.

Con los codos apoyados en una mesa baja, el fiscal se tapa la boca mostrando la convexidad de una mano pequeña. Mira al estrado con gesto de preocupación, teme que los magistrados escuchen demasiado.

Junto al sicario, el abogado de los traficantes.

Esposado en la antesala, un joven con marcas de aguja en los brazos espera turno acusado de robo con violencia.

30. CAZA DEL BECARIO

El reclamo para atraer al becario era jugoso: “Trabajo fijo con cuatro pagas extras”. En el coto, los becarios se cegaban ante la propuesta y batallaban por ser los primeros en alcanzar la inmejorable oferta.

Al otro lado de la zanja se guardaba un silencio expectante. Varios fusiles mantenían impoluto su cañón, pacientes, serviciales hasta llegado el momento. La mínima risa, el mínimo comentario sobre la juerga de la noche anterior, pondría sobre aviso a las presas, que desconfiarían y buscarían el refugio de un  árbol o un barrizal.

Especuladores, hijos de grandes fortunas, hacían piña con el objetivo de reducir la sobrepoblación de titulados (“parásitos sin empleo que optan por llorarle a Papá Estado y, ¿adivinad de dónde saca el dinero Papá Estado?”) y, dada la coyuntura, abrir nuevas líneas de mercado. Aprovechaban para afinar  el ingenio: “En la puja te falló la puntería”, “Te salió el tiro por la culata con aquel chino”.

La “Caza del becario” estaba en auge y los responsables del negocio buscaban la innovación constante (I+D+i). Pese a todo, había que afianzar el reciente negocio y equipar a los tiradores con munición más letal. El estoque no terminaba cuajar.

29. Golpe de autoridad (Jesús Mollinedo)

Tras la batalla electoral llegó un bendito caos.  Los mitos nacionales cayeron como castillos de naipes.

El Jabato dejó de combatir contra la globalización romana al venderse por unos sextercios. Todos sabían excepto él que Roma no pagaba traidores.

El reino de Thule cayó en el olvido tras pedir el Capitán Trueno el divorcio a la bella Sigfrid.

El Guerrero del Antifaz dejó de luchar por la cruz y contra el infiel. Al fin decidió quitarse la verdadera careta que llevaba puesta para salir del armario.

El Corsario de Hierro dejó de combatir por Dios y por el Rey y se dedicó al estraperlo.

Roberto Alcázar y Pedrín recondujeron sus vidas. El primero optó por el blanqueo y la evasión de capitales atizando a su red de influencias. El segundo ejerció como joven y apuesto gigoló para la jet set ibérica.

El pobre Carpanta pudo ampliar su nómina de viandas al incorporar el chorizo ibérico a su menú.

En la Rúa 13 del Percebe, donde realmente se cocinaba el poder, siguieron sin enterarse de los cambios que estaban produciéndose.

La pluma del guionista y el rotulador del dibujante dejaron, al fin, la censura. Llegó la democracia.

28. APLAZAMIENTOS (Yolanda Nava)

Si hubiera sabido que aquel día una bala perdida iba a hacer blanco en su cabeza no habría canturreado en la ducha, ni se hubiera apresurado a salir a toda velocidad para llegar puntual a la oficina.

Tal vez habría alargado la despedida y en lugar del monótono y rápido beso de todos los días, la habría estrechado contra su pecho confesándole que aunque la pasión ya hace tiempo que les es ajena, sigue queriéndola, y que no ha encontrado en el mundo nada más atractivo que ese mohín tan gracioso que hace al sonreír torcido.

Pero como no sabía que la guerra entre el yonqui del barrio y su camello ese día se libraba frente a su casa y además era más encarnizada que nunca, con balas de por medio, el futuro muerto salió despreocupado, aplazando su declaración de amor.

Ni siquiera le dijo que no, que no había otra, que ese perfume que olfateaba preocupada en sus chaquetas era de una compañera nueva que tenía la costumbre de colgar la suya justo encima, y que todos los días pensaba confesárselo, pero lo aplazaba alargando el deleite que le producía ser, otra vez, el centro de sus desvelos.

27. En los riscos de Bolibio. (Ricardo González)

No fue una noche agradable.

Al no poder pegar ojo entre once que ocupábamos la tienda de cuatro, con mi saco de dormir, lo intenté en el frontón.

Con mucho sueño, partimos a la batalla. Llegamos a la cara sureste de los riscos para comenzar el enfrentamiento. También estaba tomada la salida de la ermita de San Felices. Acabando la misa, quedaba una hora para mediodía cuando se produjo la gran batalla.

Las señales eran evidentes, morado y sangre delataban el encuentro. Nuestro grupo antes de voltear la plaza de la Paz, decidió asearse en el Tirón, Por las ropas manchadas, teñimos el río largo rato. Dicen que llegó a verse en el Ebro.

A mí me remato la vaquilla esa tarde y no probé el vino hasta una semana después.

 

26. Mensaje en mano

 

Colillas desbordando el cenicero, dos copas de vino derribadas sobre la alfombra del comedor, ropa interior jalonando el camino hasta la cabecera de la cama. El comisario Segura estudia el dormitorio frotándose el mentón. Parecen restos de un naufragio tras una noche de batalla naval. Se acuclilla observando los dos cadáveres bajo la sábana arrugada. No toca nada.

—El juez Barena —le anuncian.

Segura saluda lacónico:

—Marido despechado.

Barena le estrecha la mano. Aparentemente un gesto formal entre amigos cuyas mujeres, María y Elena, se conocen. El juez le retiene la mano, mirándole fíjamente a los ojos, advirtiendo:

—Prefiero la venganza fría — sin despegar la mirada del comisario señala con la barbilla a los amantes—, sin sangre. Lentamente.

El índice de Barea sobre el pecho del comisario marca un silencio violento que el juez rompe al alejarse:

—Me olvidaba… Saludos de Elena…

Segura se queda un instante con la mano bobamente extendida, rígida. Se le ha quedado helada. El flash del fotógrafo forense atrapa un tic nervioso sacudiendo el labio inferior del comisario y su mano escondiéndose en un bolsillo. Ahí, dentro de la gabardina, hecha un puño, late temblorosa como un segundo corazón desbocado.

25. «0001HGB»

 

En motocicleta, Ana descendía el puerto contemplando la  niebla que cubría el valle. Solía decir que las brumas son “ almas del bosque” que bajan a dormir al río y con el primer rayo  se levantan, como hebras de algodón movidas por el aire.

Se sobresaltó al oír el ruido de un coche que circulaba a gran velocidad. Miró por el espejo y, horrorizada, vio como se le venía encima lanzándola al río. Una rama le produjo una fuerte hemorragia en un costado. Al borde del desmayo, recordó la matrícula  que vio por el retrovisor.

Movida por el coraje, sacó fuerzas de flaqueza para subirse al tronco.

En su batalla por vivir había un objetivo: descubrir a su asesino.

Inconsciente la encontró el pescador que llamó al 112.

La operación duró seis horas. En la sala se encontraba su marido, hecho un mar de lágrimas, y el policía a cargo de la investigación, tranquilizándole

–       “Está bien, aunque un poco débil”, les informó el médico. Pueden verla un minuto.

–       “Tiene buen aspecto”, dijo el policía. Ella sonrió con los ojos cerrados

–       “Hola cariño”. Al oír su voz, su respiración se agitó mientras sus ojos se ponían en blanco.

–       “Queda detenido”.

23. VERGÜENZA

A menudo, casi de continuo, escucho la palabra BA-TA-LLA. Llamadme loca si queréis, pero no puedo evitar que dicho vocablo se transforme en mi mente, de inmediato, en un sonoro ¡BAS-TA-YA!

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