Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

17. Esta noche cuento que te quiero. Capítulo VII.

Emma seguía estupefacta mientras la chica se acercaba a ella con cara de incredulidad.

Emma, ¿Eres tú? ¿Pero qué haces aquí?

Emma algo recuperada de la impresión le contestó sin pensar:

Vine a por ti, Silvia.

Silvia más que sorprendida por la respuesta siguió escuchando lo que Emma decía.

Pero ya he visto que me has olvidado – El rostro de Silvia enrojecía mientras Emma continuaba recriminándole – Se que tu novio es un enfermero, que hace tiempo que estáis juntos ¿A qué estás jugando? ¿Pensabas que no me iba a enterar nunca? – Le preguntaba mientras le comenzaron a caer algunas lagrimas por el rostro.

Silvia ruborizada, no sabía que contestar pero en ese instante recordó la habitación del hotel donde quedaba con el enfermero y allí citó a Emma:

Te espero esta noche en la habitación número 10 del hotel «La traición», esta junto a la carretera que lleva al aeropuerto. Allí te lo contaré todo.

Silvia volvió a la parada de autobús y Emma secándose las lágrimas del rostro, retomó el camino hacía el hospital sabiendo que sus planes se habían trastocado por completo.

15. Esta vez lo vimos todos (Ricardo González)

Nos anunciaron la cena. Podríamos ir todos. Sería en aquel hotel de carretera.

La anterior fue a puerta cerrada.

Llegamos temprano. Leímos el menú y nos sorprendió por su calidad.

Ellos se retrasaron casi una hora. Se les veía alegres. Habrían bebido.

Al comienzo se respiraba paz pero ¡ah! Que poco duró.

Concluidos los entrantes, surgieron las primeras discrepancias.

Y subieron mucho más las voces tras los mariscos.

La carne, en su punto, les irritó y comenzaron las peleas dialécticas.

Lo realmente triste llegó a los postres. Reían como hienas…  sin ganas.

 

Para ellos solo fue otra cena. La verdadera diferencia era que tuvieron audiencia extraña.

Nosotros pagamos como siempre.

Nos fuimos contentos. Habían decidido, por esta vez y no sentando precedente, intentar bajarnos los impuestos.   

14. CAFÉ SOLO (Fernando da Casa)

–¿Sacarina?

–No, gracias.

Mientras ella retiraba el sobre de azúcar despreciado, él sorbió el contenido de la taza de un solo trago. Cerró los ojos. El aroma permanecía impregnando de sensaciones las canas que peinaban sus recuerdos.

 

–¿Me da otro sobre? Gracias.

Leche condensada y dos sobres de azúcar. “Menudo brebaje”, pensó la camarera. Fue bebido a pequeños sorbitos, acompañado de una hermosa berlinesa glaseada. Cuando terminó, pidió la cuenta y se marchó.

 

Después de una fugaz mirada a través de la ventana, viendo crecer la nube de polvo levantada por el coche que partía, retiró la taza, el plato y los cubiertos usados por el cliente goloso. Cuando fue a recoger la taza amarga, apurada varios minutos antes, el suave roce de una mano se lo impidió. Sin abrir todavía los ojos, él susurró con la mirada: “déjame disfrutarlo un poco más”.

 

Ella, turbada, retiró la mano. De repente, tomó consciencia de su vida, sin ilusiones, sin esperanzas. Sin otra alegría que atender a un autobús de turistas japoneses, por si contagiaban de exotismo aquel maldito lugar perdido en mitad de la nada. Reprimió las ganas de llorar y preparó dos tazas más. Bien cargadas. Sin azúcar. Sin leche.

13. En el kilómetro 117 de la N-634

Habitación 102

Saúl, intenta consolar su ánima postrada en la cama en posición fetal, aferrada a una almohada que absorbe sus continuos sollozos. Su alma ha comenzado a errar. Le aterroriza acabar en el infierno.

 

Habitación 203

René, se coloca un sombrero de gángster para esconder su alopecia .Es la única forma de excitar a su mujer. Mientras tanto, ella se acopla las protuberancias que hacen la vez de sus senos franceses. Sin ellos no consigue que su marido tenga erección alguna.

 

Habitación 304

Candela está frente al espejo, deteniéndose en cada surco grabado en su rostro de tantas lágrimas que lo han recorrido. Ha abandonado un matrimonio alimentado de insultos  que la ha torturado durante catorce años. Al amanecer  quiere convertirse en payaso para no dejar de reir. Saldrá del hotel con una peluca rizada y naranja, con una sonrisa forzada y pintada, con unos zapatones rojos con los que tendrá que aprender a caminar.

 

Recepción

Raquel acaba de registrarse firmando en el libro de huéspedes. No tiene intención de pagar. Ha elegido la habitación más cara para su estancia. Su maleta guarda todos los ingredientes para una fiesta pirómana que tiene prevista hacia las tres de la madrugada.

12. MARIPOSA NEGRA (Paloma Casado)

Nos besábamos con urgencia en la oscuridad de los cines, en el anonimato de los portales y bajo las sábanas de una cama de alquiler. Escogíamos la misma habitación del hotel de carretera al que nos dirigieron, por primera vez, nuestros amores clandestinos. Me gustaba contemplar, en el espejo del armario, su cuerpo tendido sobre mí, el brazo que me cubría y mi dedo escribiendo palabras en su espalda.

Su mujer, sin saberlo, gobernaba nuestra relación desde la silla de ruedas en donde languidecía tras el accidente. La culpa era una mariposa negra que revoloteaba sobre su cabeza en una órbita tenaz e inoportuna.

Me enteré por una esquela del periódico: “Su desconsolada viuda pedía una oración por su alma” y yo no recordé ninguna para acompañarle.

He regresado a la habitación 106 y allí, entre las aguas plateadas del espejo, continuamos haciendo el amor. Sé que algún día las atravesaré para encontrarle, libre al fin, de la mariposa negra.

 

11. El empleo

-¿A quién contratan para trabajar en un hotel de carretera?. ¿Alguna vez alguien se lo pregunta acaso?. ¡Pues mira, me contratan a mí!. Yo pensaba que eso era un negocio familiar… Debo ser el tipo más tonto que han encontrado. A veinticinco kilómetros de mi casa y sin vehículo a motor. ¿Que cómo lo hago para ir y volver?. ¡Pues en bici!. ¡Usted qué se ha pensado!. ¡Si no llega ni el autobús! Es porque mi madre me obliga. Me lo ha dicho bien claro:-”O trabajas o te vas a la calle”.- Y con mi profusa experiencia es del único sitio del que me han llamado. (Por si no se ha dado cuenta lo de “profusa” es un sarcasmo). En fin, que allí me tengo que presentar a las seis de la mañana del lunes para hacer de limpiador de piscinas, botones, camarero… ¡Ni se!. Por lo menos tengo un uniforme bonito y las propinas son para mí… Igual puedo comprar un coche de segunda mano para final de año. ¡Quita, quita! Que eso gasta mucho… -Chico, me alegro de lo de tu trabajo. Pero dime lo que quieres o quita ya de en medio, que me estás formando cola.

10. Carretera sin tráfico (Salvador Esteve)

El paisaje era desolador. El hotel parecía un espejismo al lado de la solitaria carretera. Un único surtidor de gasolina anunciaba su entrada. A unos doscientos metros, un gran hangar y una pista de aterrizaje hacían anacrónico el conjunto. El hotel estaba regentado por el matrimonio Smith, de cutis cortado pero manos cuidadas. Poca gente paraba, pero al joven matrimonio y a su hija de seis años les había sorprendido la noche, y el cansancio hacía mella en la pequeña. Los Smith acomodaron con una amabilidad exquisita a la familia. Como era su costumbre les ofrecieron limonada bien fría, agradecidos ante el sofocante calor de agosto la tomaron. A los pocos minutos una apacible somnolencia cerraba sus párpados.  Los Smith trasladaron al matrimonio y la niña a la habitación blanca y se pusieron sus guantes de látex.

Hombres y mujeres, que no se resignaban a perder ante la muerte, esperaban.  El avión, un jet último modelo, siempre estaba preparado.  En el hangar, coches, Harleys y demás vehículos seguían amontonándose.

9. Servicio de habitaciones

La empresa daba muestras de deterioro, y Jaramillo, preocupado por lo que parecía ser el fin de su prostíbulo, prefería matar el tiempo reparando desperfectos en aquel renqueante negocio. En las habitaciones vacías, entraba y se ocupaba de la instalación, y en uno de esos cuartos observó algo que lo desconcertó. Unos cables pelados se asomaban al cabezal de la cama y amenazaban con descargar su fuerza en quien los tocara. Vio que no era como para causar grandes males o la muerte, aunque sí podría ser doloroso el menor roce. Mientras se afanaba protegiendo los hilos, que por cierto no alimentaban ninguna lámpara o aparato, entró un cliente casi desnudo, acompañado por una joven que le vendaba los ojos, le ataba las muñecas y lo tumbaba sobre la cama. La chica, acostumbrada a las estrecheces, se mostró indiferente a la presencia de otras miradas, y así sacó una fusta, se puso un antifaz, quitó las protecciones de los cables y echó al incrédulo electricista del cuarto. Mientras cerraba la puerta, la chica le guiñó un ojo y se dirigió a él en una lengua desconocida. Ya en el pasillo, Jaramillo escuchó unos gemidos desconsolados.

8. Un amor imposible (Ginette Gilart)

Raymond estacionó su coche en el parking del motel, se dirigió a recepción, pidió una habitación para una noche y pagó por adelantado. Luego miró su reloj : “ No debería tardar mucho. Vaya idea la suya de venir andando a través del bosque para que nadie la viera.”
Encima de la cama desplegó un mapa de carreteras y con ayuda de un rotulador trazó el camino que tenían pensado recorrer,luego se sentó en un sillón a esperar. El día empezaba a declinar cuando miró otra vez su reloj :”¡Qué extraño que no haya llegado! Puede que se haya echado atrás . Tal vez se haya reconciliado con su ex novio, el ayudante del sheriff. Qué se había imaginado, que de verdad huiría con él, un viejo de cuarenta.»
Por la mañana llamaron a la puerta. Eran el sheriff y Fred su ayudante:
-Hola Raymond, lo siento, tienes que acompañarnos a comisaría.
-¿De qué se trata?
-Han encontrado en el bosque el cuerpo sin vida de Allison.
Todavía aturdido Raymond obedeció. En el momento de subir en el coche policial giró la cabeza y en el rostro del ayudante le pareció ver dibujada una sonrisa malévola.

7. OJOS QUE NO VEN… Virtudes Torres

 

¡¡UF!! ¡Casi me pilla!

Mira que me lo ha dicho mil veces: “Que no te vea en un motel de carretera”

Con el genio que gasta. Ella tan estricta, tan púdica, tan decorosa.

Mejor me meto rápidamente en la cama, antes de que llegue.

¡Ah! ¡La puerta!

Ha llegado

¡Por los pelos! Me haré el dormido.

Por esta vez, me he librado de una buena.

Estaría tomando una coca cola. Después del viaje de negocios, tendría que estirar las piernas la pobrecilla.

Menos mal que vi su coche aparcado a la puerta del motel.

A veces me sorprendo de la suerte que tengo.

6. De un hotelero de Coria. “EL MIRLO” (J.Redondo):

Atado al poste, ante la pared norte del cementerio, cayó fusilado el mirlo. Bastó una bala.
El Mirlo adoraba a los pájaros. Esto y su pequeña talla originaron su remoquete. Se jactaba de ser el más “rojo” de los anarquistas extremeños. Tan era así que a un polluelo de mirlo, nacido en un seto bajo la higuera de su huerto, lo amaestró para silbar la “internacional”.
Cuando el cabo de la guardia civil pasaba frente a su casa, el Mirlo, mientras ceremonioso recitaba el saludo acorde al momento del día, incitaba al enjaulado a desarrollar su sonata, sacando de quicio al benemérito.
Terminada la guerra civil el Mirlo fue condenado al paredón. En prisión, nuestro personaje, amasando día a día migas de la exigua ración de pan del rancho carcelario, modeló un crucifijo, lo que junto a sus lánguidas miradas consiguió ablandar el corazón del capellán. Así, por pío, logró ser indultado.
El vesánico cabo, fuera de sí, ató al mirlo al poste. Siete balas, unas por piedad, otras por impericia, señalaron su impacto con el humo de polvo de cal de la tapia; una única bala asesina dejó plumas rotas suspendidas en el aire vacío de un pentagrama inconcluso.

5. Chantaje (Susana Revuelta)

Antes de meter la llave en la cerradura, Edgar vuelve la cabeza para echar un último vistazo al aparcamiento. Dos Buick descoloridos, una moto cruzada en la acera. Un gato relamiéndose junto a un cubo de basura volcado sobre los charcos.

―Edgar, no estás de servicio.

―Chicago es peor que una cloaca.

Entran en la habitación. Cuatro paredes desnudas, una ventana desvencijada. Afuera retumban los truenos, arrecia la tormenta. Edgar coloca encima de la mesa su arma, las esposas, la placa. En el respaldo de la silla la chaqueta, la camisa, los pantalones. La ropa interior. Su compañero le rodea con los brazos por detrás y comienza a mordisquearle la oreja, a provocar el latido de su virilidad. Un relámpago ilumina esta escena de pasiones prohibidas, de sexo furtivo. Sus cuerpos tiemblan con el roce de sus dedos, con la tibia humedad de sus besos. Al borde del éxtasis, ambos se funden en uno solo. Y cierran los ojos

Una ráfaga de luces alumbra la estancia, pero hace rato que cesó el golpeteo de la lluvia contra los cristales. Edgar se gira hacia la ventana a tiempo de verles huir en la moto.

Con sus cámaras.

Malditos hijos de puta.

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