Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

110. REFLEJOS

Sentado en el puente, mi ánimo se balanceaba al compás de una canción de Amy Winehouse. De un suspiro, desplacé la nube que ocultaba la luna llena y su reflejo inundó el río. ¡Juro por Dios que durante un segundo de plata vi tu rostro bailándome el agua…una vez más!

108. La cara oculta del lunático (La Marca Amarilla)

Es difícil arrepentirse de lo que no se recuerda, pero Eugene Cernan siempre llora afligido tras cada plenilunio cuando le confirman que esa noche ha causado mucho daño, víctima de algún perverso hechizo. Él insiste en que su trastorno se debe a un amor imposible.

Entonces, tras cada plenilunio, la CIA se encarga de eliminar pruebas, sobornar testigos y trasladar a Eugene a otra alejada comarca. Le protegen por los servicios prestados y porque saben que su delirio no tiene solución conocida; han probado varios tratamientos, terapias e incluso internamientos, pero el lunático vuelve a cometer inconscientes atrocidades en las noches señaladas.

Neil Armstrong visita alguna vez a Eugene para consolarlo y sugerirle que la olvide definitivamente. Es el único colega que también la ha visto allá arriba, oculta en la sombra lunar, aunque no sucumbió ante el magnetismo encantador y la belleza de la alienígena. Sin remedio, suelen acabar las citas tomando unas cervezas y mirando fotos secretas robadas a la NASA; de vez en cuando Eugene, sin poder reprimir lágrimas de emoción, dice ensimismado:

– ¡A qué es guapa, Neil!

107. Viaje a la Luna (Jerónimo Hernández de Castro)

-Acabaré con problemas cervicales. La frase ya no sorprendía a Elena que apoyaba su cabeza en el hombro de Luis. Ambos permanecían sentados bajo una encina aquella noche de perseidas en que la superluna anulaba cualquier destello del cometa Swift-Tuttle.
Luis parecía contrariado por otra noche más de observación. A Elena le encantaba perderse en la oscuridad a la búsqueda de luces en el cielo junto a su amado renqueante.
– ¿Nos vamos ya? La cantinela habitual no podía ser oída por la joven cuya imaginación volaba al otro lado del satélite.
– ¿Crees que los selenitas estarán contentos? Hoy todos sus deseos pueden cumplirse. Estarán reunidos en la cara oculta viendo una lluvia maravillosa que les traerá la felicidad.
Luis miraba a Elena con los ojos entreabiertos deseando estar en otro sitio, en cualquier parte.

106. Malditos novios

«Sí quiero», le susurra entre lágrimas y se besan de forma tan apasionada que el cielo se ilumina de fuegos artificiales. Henchidos de amor, se tienden en un mismo abrazo sobre la arena, para dejarse acariciar por la brisa del Mediterráneo. Entonces, Abel comparte con Lucía los nervios de los últimos días, la incertidumbre por su respuesta, la felicidad que le embarga. Lucía le recompensa con otro beso. Le reprende con cariño por haber dudado de ella. Le declara que se siente la mujer más afortunada del mundo y acaba por vencerse sobre el pecho fornido de Abel. ¡Están en el Paraíso!

Poco después, reparan en la luna. Tan grande y reluciente, pareciera que se hubiese engalanado para ellos. Como si interpretara el papel de su madre, Lucía advierte sobre el mal fario que conlleva no reclamarle un deseo a una Catalina tan plena. Divertidos, deciden que cada uno solicitará el suyo, precisamente en la noche de petición de matrimonio, a la de 3, 2, 1. Al instante, los dos empiezan a envejecer ante el asombro de Lucía, mientras Abel, horrorizado, intuye que igual se ha excedido, cuando asisten a la primera lluvia de meteoritos entre grandes temblores de tierra.

105. Fantasía ahumada o cruda realidad (Petra Acero)

Llena y fría cabalgaba sobre algodones para no deformarse.

La habíamos invocado pidiéndole un deseo, mientras nuestras sombras temblaban alrededor de aquella vela.

—¡Esta os servirá! —había dicho la hermosa dama que nos la vendió.

Era una de esas criaturas que huelen a sándalo, vainilla y hierbabuena. Una de esas doncellas que son princesas en los cuentos; vírgenes en las estampas de la abuela; Majas, Venus o Gracias en “Conoce tus museos” y modelos en las revistas de mamá. Por eso no dudamos en comprarle la vela cuando nos advirtió:

—Cuidado con mirar directamente a la luna…

Ahumamos y ahumamos dos culos de vasos, ¡pero no funcionó!

Al final, la vimos alejarse como llegó.

En el telediario, sin humo en los ojos, contemplamos todo el proceso:

—Lo que viene siendo una variación de tres elementos tomados de uno en uno. El típico eclipse de luna, que solo podréis ver tras unos cristales ahumados… —según palabras de la señora Paca. Esa bruja cuentista que regenta la tienda de velas perfumadas.

104. Lunhadas (Mel)

La araña que hilaba rayos de Luna había muerto. Las hadas ya no tenían quien tejiera sus alas de luminiscente filigrana y perlaron el bosque con lágrimas de rocío. Incluso Selene, por vez primera, se oscureció en señal de duelo.

Fue entonces cuando los humanos intuyeron la desgracia y que, en algún confín del reino mágico  aún quedaría un haz intacto, con todo su poder e incalculable valor. Atacaron esa misma noche, y sin la protección lunar, las hadas fueron diezmadas y la luz robada. Los hombres fundieron el tesoro en monedas de plata que cargaron en grandes barcos, pero la Diosa nocturna, ultrajada, volvió a lucir y conjuró a los mares que lo engulleron todo.

Parte de las hadas  quedaron atrapadas en el cielo sin poder ya volar. Son la corte de la Luna que alterna  el luto con la plenitud de su esplendor. Cada día marea los océanos para que otras hadas supervivientes rescaten  añicos de magia. Algunos marineros juran que cuando esto ocurre,  escuchan sus cánticos y que las han visto mitad hada, mitad pez, pero lo cierto es que la batalla entre los dos mundos continúa porque los hombres siguen atrapándolas en sus redes.

103 – TRANSFORMACIÓN ( Puri Otero)

Era noche de luna llena y el hombre lobo salió de caza, pero la única pieza que consiguió abatir lo transformó en un lindo corderito. Desde entonces ya no dispone de garras ni colmillos afilados, ella los transformó en sonrisas. Ahora viven felices viendo la Luna llena desde la ventana de su dormitorio,aunque de vez en cuando se oye en la lejanía un aullar de lobeznos que reclaman su atención.

102. MER-MAID (Mariángeles Abelli Bonardi)

No son CeDés los que están en la lisura que dejó la bajamar.

No es auricular eso que se acerca al oído.

No son precisamente ecos los que el nácar le devuelve, ni lentejuelas lo que las olas, de un lengüetazo azul, parecen traer y llevar de sus pies.

No es tritón el que le dijo “Bajaré la luna para ti”, ni promesa cumplida la que ahora le rompe el corazón.

No es mujer la que, ya sumergida, empieza a convertirse en espuma.

Sólo el plenilunio— su último consuelo— sigue siendo el mismo.

 

101. LOS DESEMBARCOS (Rafa Heredero)

Siempre aparecían de manera imprevista. Eran navíos de brillante madera blanca a los que impulsaba el viento lunar, gobernados por marineros de tez clara y cabellos grises que descargaban sus mercancías para exhibirlas ante las mujeres: collares de perlas con destellos nacarados, pulseras y gargantillas trabajadas en filigrana de plata, anillos, pendientes y brazaletes del color de la nieve, peines de marfil, pesados espejos de mármol, diademas inmaculadas y vestidos de seda tan blancos como trajes de novia.

Partían al alba, cuando los bancos de niebla se juntaban para ocultar el amanecer. La bruma los engullía como si se tratase de visiones fantasmales. A las mujeres, ataviadas con sus nuevos adornos, se las veía más hermosas que nunca, con esa belleza secreta que los hombres no habían sabido descubrir. Era entonces cuando se enamoraban, rendidos ante ellas, y no les costaba acostumbrarse a su nueva vida.

Aunque, a veces, los que pasado un tiempo no podían ocultar su desilusión y buscaban una segunda oportunidad, aquellos que no querían evitarlo porque lo necesitaban para vivir, algunos poetas, locos e inconscientes, o a los que simplemente el azar o el destino los conducía hasta allí, estaban presentes en el siguiente desembarco.

100. Sonsoles y Arístides

Sonsoles sigue soñando con aquellos pasodobles en la plaza del pueblo cada noche de fiesta pero, desde hace ya tiempo, se conforma con imprimir un movimiento rítmico a su mecedora. Situada junto a la ventada, solo el ronroneo de Arístides sobre sus rodillas es capaz de sacarle una sonrisa. Cada noche de luna llena, el minino parece embrujado, se revuelve dentro del pequeño piso y araña los cristales hasta que Sonsoles le deja salir de jarana.

Arístides tardará en volver. Días, semanas… Sonsoles le sueña disfrutando sus siete vidas mientras ella despide, meciéndose cada vez más despacio, lo poco que queda de la suya. De vuelta al hogar, esta vez Arístides se queda en el alféizar de la ventana. Cauto, mira al interior. La nueva inquilina, inmóvil, agudiza el oído. No encuentra el origen de ese crujido acompasado de la madera y se pregunta qué quiere ese gato famélico maullando a la luna.

99. LISA (MARÍA ORDÓÑEZ)

Una noche de encendida luna llena, a través de  una ventana, Lisa observa a su hermana cargando a su criatura mientras manotea con gran enojo. Joel, su cuñado, con la cabeza gacha y el gesto contrito, murmura algo. Conmovida, Lisa desea entrar a rescatarlo, pasar sus dedos por su frente y sus cabellos, acercarle su rostro al cuello,  besarlo hasta hacerlo sonreír y amarlo… Asustada sacude la cabeza tratando de desterrar tan terribles pensamientos y apresura el paso para no delatar su presencia.

Las mañanas de ciudad pequeña, casas blancas y tejados rojos, son frías y brumosas. La gente se levanta tempranito a barrer, instalar puestos de comida, ir a misa o al mercado. En el aire reposado y transparente, persiste el aroma de azucena y alelí. Todos lo disfrutan mientras murmuran los pecados de amor de Lisa. Joel la dejó a ella también… sin culpas.

El cuerpo de Lisa yace hoy sin vida. La rodean afligidos sus hijos, entre sí hermanos, hermanos primos y medios hermanos. Ella los amó con locura, así como creyó y amó a los hombres de su vida. Su última pareja solloza consternada.  La ciudad anochece sin luna, observando la escena con turbado pesar.

 

 

98. Hematófago, por Javier Ximens

Siempre me han gustado los murciélagos. En la troje de la casa de mis abuelos en el pueblo habitaban media docena. Creo que por su culpa y mi depravación me aficioné al tabaco. En la hora de la siesta echábamos nuestros pitillos y charlaba con ellos. Al principio no me contestaban, pero en contra de su fama son bastante agradables. Adquirí sus costumbres, me gustaba subirme a un árbol y observar el mundo colgado del revés. Este hábito no lo he perdido, algunas noches desengancho la bicicleta del techo de la terraza y me cuelgo bocabajo. Veo el cielo a mis pies y la calle sobre mi cabeza. Las luces de las farolas parecen estrellas, y estas charquitos.

Cuando hay luna llena echo en falta la capacidad de volar para acompañarlos en sus cacerías, por eso no tengo más remedio que caminar hasta el parque y buscar la víctima.

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